Cuando muera Fidel será demasiado tarde. De nada servirán las patéticas peleas por apuntarse méritos ajenos ni las proclamaciones buenistas de amor a la libertad y a la democracia.

El régimen de Fidel Castro está llegando a su fin. A pesar de los buenos deseos de su corte el dictador cubano no ha podido ni siquiera estar presente en la celebración de su 80 aniversario, y se ha limitado a enviar una escueta nota de felicitación a Hugo Chávez, de dudosa autoría.

Tras el plazo de cuatro meses que el Comandante se autodiagnosticó para volver a la escena pública, el pasado 31 de julio, podemos valorar como el mecanismo de sucesión ha pasado por distintas fases: sorpresa, desconcierto inicial, periodo de prueba, para ir normalizándose, siempre bajo el aura de Fidel. Lo que no ha cambiado ni un poquito es la pasividad de la Unión Europea.

Desde Bruselas se apela a la prudencia, y se trata de ignorar que no hacer nada no significa no tomar postura. Hasta el Consejo ha paralizado los trabajos sobre de elaboración de una estrategia a medio y largo plazo para Cuba, que había decidido elaborar en junio de este año. No hay duda que esta pasividad está favoreciendo la consolidación de una sucesión castrista en el poder, que nadie sabe cómo evolucionará pero en la que las fuerzas democráticas se presentarán debilitadas, y sin capacidad de negociación frente a unas estructuras oligárquicas que controlan la economía y el ejército, y están aprovechando la indiferencia internacional para apuntalar su «negocio» frente a futuras eventualidades.

Esta misma semana, en Bruselas, acompañados de dos vicepresidentes del Parlamento Europeo, 15 organizaciones que llevan años trabajando con la sociedad civil cubana presentaron a la Unión Europea una serie de sugerencias de actuación rápida. Flexibilizar los mecanismos de financiación de la ayuda a la democracia que hoy impiden cooperar con la sociedad civil cubana, a la que el propio régimen niega el reconocimiento legal. Convertir las embajadas de la Unión en centros de información donde los cubanos puedan acudir a leer prensa internacional o a utilizar Internet. Organizar un grupo asesor de especialistas en las distintas materias necesarias para hacer frente al día después. Establecer una estrategia diplomática conjunta de todos los países de la Unión, que permita evitar los chantajes del régimen, coordinar la estrategia con Estados Unidos…

No se trata de grandes reformas, sino de pequeñas medidas que sin duda tendrían una eficacia inmediata en el día a día de los cubanos y en el fortalecimiento de una sociedad civil democrática. Cuando muera Fidel será demasiado tarde. De nada servirán las patéticas peleas por apuntarse méritos ajenos ni las proclamaciones buenistas de amor a la libertad y a la democracia. Es necesario hacer algo ya; ideas sobran. Sólo las obras de hoy evitaran el ridículo de las palabras vacías de mañana.

Publicado en Libertad Digital