Su vida interna ha confirmado la ley de hierro de la oligarquía de Michels: cualquier organización con necesidades técnicas y organizativas acabará sucumbiendo al uso de la jerarquía para satisfacerlas.

Hace 65 millones de años, un meteorito de 10 km de diámetro impactó contra la Tierra. Aunque los científicos coinciden en señalar esa fecha como la de la extinción de los dinosaurios, que habían dominado la tierra durante 160 millones de años, algunos apuntan que ya en ese momento la situación era insostenible: el dramático cambio de clima estaba conduciendo a los dinosaurios hacia su extinción.

La conjunción entre las condiciones climáticas, la colisión y una serie de erupciones volcánicas que siguieron a la misma provocaron un cambio radical en el ecosistema. Se redujo la luz, aumentaron las temperaturas… Los seres vivos que querían sobrevivir tuvieron que esforzarse por adaptarse a un mundo en el que la fuerza y el gran tamaño habían dejado de ser instrumentos de poder y se habían convertido en obstáculos para la supervivencia. Los inmensos dinosaurios se habían extinguido, mientras que otros seres, como salamandras, ranas, serpientes y algunos mamíferos de menor tamaño, habían sobrevivido. Y por supervivientes, estaban obligados a evolucionar.

Cuando la competición entre los partidos apenas tiene consecuencias para la toma de decisiones solo cabe esperar que derive hacia el teatro

Millones de años después, otro ecosistema, el de la democracia, se ha visto alterado por la globalización y la revolución tecnológica. También se ha visto golpeado por la crisis económica. La transformación de la intermediación, que afecta a industrias tan variadas como los viajes, la música, el transporte o los alojamientos, ha llegado también a la política. Entre los actores principales que han entrado en crisis están los partidos políticos, gigantes que monopolizaban hasta hace poco la vida pública, como instrumentos principales de legitimación institucional, de la que llegamos a conocer como «democracia de partidos».

Por el contrario, como señala Mair, la «democracia de audiencia» es más fuerte cuando los partidos son débiles y más débil cuando los partidos son fuertes. Cuando la competición entre los partidos mayoritarios apenas tiene consecuencias para la toma de decisiones solo cabe esperar que derive hacia el teatro y el espectáculo. Y cuando la política se convierte en entretenimiento es difícil mantener partidos fuertes y no es sorprendente que estos se conviertan en un mero entretenimiento para los espectadores.

Todos ellos, clásicos y recién llegados, tratan de sobrevivir, adaptándose a la nueva situación.

Nacen

La política tradicional se está transformando. Lo están haciendo los anclajes partidistas y las identidades tradicionales. Aparecen nuevas formas de articulación política, que compiten con los partidos tradicionales. La oferta electoral es cada vez más diversa, y conjuga movimientos, agrupaciones, asociaciones… fórmulas electorales que se popularizan alrededor, o en contra, de los partidos, pero que encuentran en este ecosistema de cambio una oportunidad propicia.

La política tradicional se está transformando. Lo están haciendo los anclajes partidistas y las identidades tradicionales

Las barreras de entrada en política para estas nuevas organizaciones son más bajas que nunca. Hoy en día resulta fácil ponerse en contacto con otras personas en estructuras organizativas temporales de orientación electoral. También lo es darse a conocer, a través de la retroalimentación permanente entre los medios de comunicación y las herramientas de comunicación directa. Todo esto permite dar a luz sin mucho dolor a nuevos «partidos».

Estos tienen en común el hiperliderazgo, mezcla de ideas claras, personalismo y carisma. Articulan, bajo una ideología ecléctica como paraguas, una heterogénea coalición de intereses dispuestos a compartir marca política. Aprovechan el ambiente de transformación sociopolítica en el que nacen y dan sus primeros pasos. Y utilizan con acierto las herramientas que les proporciona la revolución tecnológica. Se adaptan a los cambios culturales que estas generan en las organizaciones sociales, gracias a los cuales los mediadores tradicionales quedan relegados mediante mecanismos de comunicación directa y simplificada, rápida capacidad de reacción y amplia presencia en los medios.

Se van consolidando así auténticas maquinarias electorales, que comparten con los partidos clásicos su orientación a la conquista del poder. En cambio, estos partidos tradicionales están cada vez menos arraigadas en la sociedad y más orientados al gobierno. Como señala Mair, han pasado de ser actores sociales a actores estatales.

Crecen

Para estas nuevas organizaciones la fase de crecimiento resulta más difícil. Más allá de la tensión permanente del periodo electoral, en el que sus estructuras y su lógica les permiten moverse como pez en el agua, los nuevos partidos tienen que encontrar la forma de sobrevivir a la rutina diaria y conseguir ser un instrumento de transformación social, en función de las expectativas generadas.

Y aquí llega el momento de la madurez organizativa, el momento de definirse. Entonces cobra todo su sentido la advertencia de Karl Rove, el que fuera consultor político de referencia de George W. Bush, conocido por algunos, no sin malicia, como ‘Bush’s Brain’, que en sus memorias ‘Courage and Consequence’ señala que en política, la estrategia es solo el 20% del éxito, el otro 80%, señala, tiene que ver con la organización. Como señalaba Manfredi, es en la descripción del programa político o el plan de gobierno, la relación con los electores, los partidos y los demás actores políticos del sistema de representación o la organización de los cuadros intermedios donde se va consolidando el proyecto y adquiere identidad más allá de sus liderazgos.

Y se suicidan

Decía Alexander Pope que «Los partidos políticos no mueren de muerte natural. Se suicidan». Estos nuevos actores políticos, tras su irrupción explosiva, se debaten, en su evolución, entre adoptar los mecanismos de organización de los partidos a los que buscan sustituir, o mantenerse en la inestabilidad de los mecanismos democráticos que les llevaron hasta aquí. Se produce una paradoja. Mientras los partidos políticos tratan de imitar, al menos en las formas, a los nuevos movimientos políticos, estos comienzan a mirar con envidia los mecanismos de organización interna de los partidos tradicionales. Se confirma así aquel principio básico que cantaba hace años Silvio Rodríguez: «Siempre hay quien quisiera ser distinto, nadie está contento con lo que le tocó».

Mientras los partidos políticos tratan de imitar a los nuevos movimientos, estos miran con envidia los mecanismos internos de los partidos tradicionales

Son los mismos elementos que han facilitado su éxito inicial los que pueden dificultar su consolidación posterior. El hiperliderazgo, tremendamente exitoso en las primeras fases, puede cegar el desarrollo de la organización, al hacer más difícil la conceptualización, el diseño y la ejecución del proyecto político. Los partidos de masas se enfrentan en las redes a masas indisciplinadas y los partidos de cuadros a bases de militantes que desean participar activamente. El viento sociopolítico que impulsó al partido en sus inicios puede cambiar de dirección, dejando al partido sin la tensión política imprescindible para mantener su alternativa. La misma tecnología que propicia la flexibilidad y la temporalidad de la acción, sin perder eficacia en la coordinación y cierta frescura inicial en la toma de posiciones, se enfrenta a la dificultad de reproducir en las sedes la lógica de las redes. Y esa agregación temporal de intereses diversos, particularizados, que acogía demandas fragmentadas bajo una misma marca, o liderazgo, genera inconsistencias y contradicciones. No solo el voto se ha vuelto más volátil y desligado, también los partidos.

La crisis de Podemos: aviso a navegantes

La vida interna de Podemos ha sido una confirmación de la clásica ‘Ley de hierro de la oligarquía’ de Michels según la cual cualquier organización con necesidades técnicas y organizativas acabará sucumbiendo al uso de la jerarquía para satisfacerlas. Podemos no es una excepción, incluso los partidos-movimiento, que en su origen dieron la sensación de que se podía romper con la estructura jerárquica de los partidos, han terminado por centralizar la organización en su cúpula dirigente. Acaban combinando el relato popular y participativo con una férrea organización de arriba abajo y la progresiva centralización de su liderazgo, en un equilibrio permanente entre la maximización de sus posibilidades electorales y el control que la cúpula ejerce sobre el proyecto.

Durante un tiempo, la capacidad de la cúpula de establecer la agenda y beneficiarse de su mayor presencia mediática para ejercer como juez y parte en cualquier decisión, tenía como consecuencia que abrir el partido fuera el mejor mecanismo para mantener el control: mantener la participación abierta acaba por mantener a la oposición dispersa. Así ha ocurrido hasta que el enfrentamiento ha alcanzado a los miembros fundadores y los miembros del comité de dirección. En este nuevo enfrentamiento, los más débiles, que hasta el momento no habían dudado en aprovechar su lugar en la cúpula para ejercer el control sobre el partido, pasan a denunciar la organización de la que se beneficiaban hasta ahora.

Si aspira a ser una redistribución radical y masiva del poder, la nueva política tiene que ir más allá de nuevas marcas y el uso eficaz de nuevos canales

Las diferencias entre el decir y el hacer han ido agigantando la diferencia entre la marca y el producto. Las respuestas en el plano de los mensajes y de las formas no se corresponden con el fondo, y no suponen cambios en la organización o los objetivos. Queda demostrada la inutilidad de tratar de resolver problemas políticos mediante respuestas meramente comunicativas.

Si aspira a ser una redistribución radical, generalizada y masiva del poder, la nueva política tiene que ir más allá de nuevas marcas, nuevas caras y el uso eficaz de nuevos canales. Para cumplir eficazmente con su función representativa debe asumir nuevos procedimientos, nuevas formas de organización y nuevas formas de liderazgo colaborativo, que le permitan gobernar y hacer políticas públicas capaces de dar respuesta a las nuevas y complejas exigencias sociales. Lo que puede funcionar para alcanzar el poder es cada vez más insuficiente para ejercerlo.

Publicado en El Confidencial