No es cuestión de alarmarse, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis

Tras la investidura del presidente Sánchez, hoy se dará a conocer al Rey la composición definitiva de su nuevo gobierno. Con los nombramientos se pondrá fin al paréntesis de provisionalidad que empezó tras las elecciones de abril, pero no a la percepción de estar viviendo una crisis nacional que va más allá de quién se siente en el Consejo de Ministros.

Se trata de una sensación que viene arrastrándose desde hace unos años, pero que va cobrando cada vez más fuerza. Frente a los que consideran la alarma exagerada o los que suelen recetar «paso del tiempo» como solución a todos los problemas, independientemente de su gravedad, este momento de relativa calma que nos regala la formación de gobierno puede ser un buen momento para revisar un poco más a fondo esta crisis.

Para hacerlo podemos encontrar algunas en un libro de reciente publicación: ‘Crisis’, (Debate, 2019) lo último de Jared Diamond (autor de ‘Armas, gérmenes y acero’, ganador del Premio Pulitzer en 1998). El autor analiza, a la luz de los mecanismos de estudio de las crisis personales, una serie de crisis nacionales vividas por países tan distintos como Japón, Finlandia, Chile, Indonesia, Australia y Alemania, en diferentes momentos de la historia contemporánea. Los países en los que se centra el estudio, además de haber vivido crisis históricas claramente identificables, coinciden en la peculiaridad de ser países en los que el autor tiene una serie de experiencias personales, ya que ha vivido en todos ellos durante temporadas largas, llegando a conocer a fondo su lengua y su cultura, lo que otorga al estudio un extra de frescura y profundidad.

Aunque el libro no se asoma a España, puede ser interesante tratar de aplicar su mismo procedimiento de análisis, el de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países, que nos permite contar con nuevos instrumentos para analizar esta época global de turbulencias y, sobre todo, nos permite arriesgar con una aplicación de este particular método al punto de inflexión que podría estar viviendo nuestro país.

Reconocer la crisis

Podemos decir que hoy existe un consenso nacional bastante amplio en que hay algo en nuestro sistema que no funciona y que es necesario hacer cosas diferentes para solucionarlo. Ese consenso sobre la existencia de una crisis es el primer paso. Si entendemos la crisis como culminación de una serie de presiones que se han ido acumulando durante años, o una actuación súbita sobre ellos, identificar el qué y el por qué será lo primero que haya que hacer.

Puede ser interesante tratar de aplicar el procedimiento de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países

Identificar la crisis es también diferenciar el tipo de crisis al que nos estamos enfrentando. El autor diferencia las que son consecuencia de una intervención externa y en cierta manera inesperada, que causa una profunda sacudida (Finlandia y Japón); las crisis de estallido repentino consecuencia de turbulencias internas (Chile e Indonesia) y las que, sin necesidad de un estallido repentino, se fueron desarrollando gradualmente (Australia y Alemania). De momento, en este punto, España se encontraría entre la segunda y la tercera categoría, sin tener claro cuánto tiempo faltaría para la explosión o si estamos ya metidos de lleno en su desarrollo gradual.

Tan peligroso sería no reconocer la crisis, como asumir que todo está en crisis. De ahí la necesidad de acotarla. En términos de Diamond «la construcción de un cercado» que permita formular y aislar las instituciones y políticas que requieren cambios de las que no y evitar la melancólica impotencia que provoca la sensación de que todo va mal. En este punto, en nuestro país no es lo mismo señalar la crisis como exclusivamente económica, con la necesidad de acabar de absorber las heridas sufridas desde 2008 y prepararse ante nuevas arremetidas; de políticas, con un agenda que pivota en sus ejes «clásicos», sin acertar a dar respuesta a los verdaderos problemas de las sociedades del siglo XXI; de liderazgo, con partidos políticos que han dejado de ser intermediarios útiles para convertirse o en aislantes o en colonizadores, con resultados parecidos; o una crisis sistémica o constitucional, que afectaría de lleno a las instituciones. Reconocer la experiencia española en crisis históricas anteriores, como la Transición, así como la capacidad de afrontar el fracaso y explorar soluciones alternativas al problema, también pueden ayudar a afrontar esta crisis con más garantías de éxito.

Asumir la responsabilidad

Lo siguiente sería aceptar la responsabilidad. Abandonar los cruces de acusaciones, tan genéricas como infecundas, entre la «casta», el «sistema», la clase política y sus líderes, el mundo empresarial, la sociedad civil… y asumir la propia responsabilidad. En esta asunción de responsabilidades, cada actor con trascendencia pública tendría que realizar una autoevaluación honesta, antes de lanzarse a señalar la responsabilidad del resto. Empezar por uno mismo siempre es un buen punto de inicio.

El componente exterior también puede condicionar la respuesta a la crisis. La situación actual de inestabilidad global, con una Unión Europea que se enfrenta a su propia crisis, hace que más que el apoyo, tengamos que buscar casos parecidos en otros países que se encuentran en proceso, o ya han afrontado experiencias similares, tan habituales en estos tiempos.

La autoestima también es imprescindible para afrontar una crisis con éxito. Esta apelaría al sentido de identidad nacional, el sentido de pertenencia compartida y el optimismo de sus ciudadanos sobre las posibilidades de su país para afrontar el futuro. De ahí las dificultades añadidas para un país donde el desprecio a lo propio se asume con cierto aire de distinción, como el único espacio donde ejercitar el sentido crítico, y donde los intentos de afrontarlo, dentro de estrategias de diplomacia pública y marca país, han quedado abandonados entre la propaganda y las buenas intenciones.

Condicionantes como la situación económica, que no acaba de recuperarse con energía, el abandono de los territorios rurales de interior, o la crisis demográfica, van a marcar también la capacidad de respuesta.

A estos elementos habría que añadir otros factores distintos, más difíciles de encontrar en las crisis personales, que resultan imprescindibles para afrontar las crisis de los países: un liderazgo consciente y determinado, dispuesto a poner la resolución de la crisis por encima de sus intereses personales o partidarios; la existencia de instituciones consolidadas, capaces de aguantar los temblores les afecten, por el impacto directo o el desgaste al que las someten aquellos que las ven como obstáculos para encontrar una solución y buscan atajos; y la necesidad de un consenso básico, en el diagnóstico y las medidas necesarias para su solución…

No desperdiciar la crisis

Todo lo anterior no puede prolongarse eternamente, existe un momento, limitado en el tiempo, donde hay una apertura a afrontar la crisis y realizar los cambios necesarios, si no puede enquistarse o incluso empeorar. Un periodo, que en el caso de las personas suele ser de seis semanas, en el que hay mayor sensibilidad para detectar el problema y la posibilidad de probar nuevas formas de gestión, y que cuando no logra resultados provoca que volvamos a nuestros antiguos hábitos, y que en el caso de los países debería medirse en años. El tiempo necesario para reconocer el fracaso de los métodos anteriores, probar nuevas fórmulas e identificar si las medidas implementadas han dado resultado.

No es cuestión de alarmarse innecesariamente, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis.

 

Publicado en El Confidencial