En los cursos de marketing la “gestión de expectativas” se presenta como uno de los elementos más determinantes a la hora de determinar la satisfacción del consumidor. Si esto es así, el Papa Francisco afrontaba un reto difícil en su primer viaje internacional, su vuelta a Latinoamérica para participar en la 28 JMJ de Rio de Janeiro.
Desde su llegada el Papa no ha dejado de confirmar las expectativas creadas. La gran acogida con la que la opinión pública mundial recibió su elección y sus primeros meses de pontificado prometía un acontecimiento histórico, una Jornada mundial de la juventud, con un fuerte acento latinoamericano, en la ciudad maravillosa de Rio de Janeiro, y así ha sido. Tras el impacto inicial, y gracias al impacto de sucesivas imágenes que Francisco nos regaló a su llegada a la Sede de San Pedro, algunos acusaron al Papa de un fino sentido de la imagen, como si ejecutara un plan cuidadosamente preparado para transmitir un mensaje determinado, pero ha sido en Brasil donde se ha conocido al verdadero Francisco.
Los que hemos vivido por dentro la organización de un viaje Papal sabemos lo milimetrado de la agenda, y la dificultad de modificar en algo lo previsto pero el Papa buscaba huecos en su agenda, le decía a un amigo que se «pasara» a verle un rato, no dudaba en parar el Papa móvil para abrazar a un niño, o en citar a un matrimonio para el día siguiente, o incluso convocar a un número indefinido de argentinos, entre 25 y 40 mil, para verse un rato, al día siguiente.
El Papa ha mostrado en estos “fuera de programa”, en las improvisaciones, en las entrevistas sin pactar… que, en su caso, “lo que ves es lo que es”: un párroco universal, sencillo, claro, con una visión clara de su pontificado y un discurso, tan poderoso como fresco. Un Papa que, ustedes me perdonarán, recuerda mucho al Juan Pablo II que llegara a San Pedro en el año 1978.
Momentos como el del traslado en coche durante el primer trayecto realizado en suelo carioca, del aeropuerto a la Catedral de Rio, donde, tras un error en el recorrido, la comitiva papal fue puesta a prueba por el entusiasmo de la gente que quería ver al Papa, tocarle, pedirle la bendición y entregarle mensajes, mostraron a un Papa que descansa entre el cariño de la gente, mientras que ni la seguridad, ni el propio secretario del Papa, podían borrar de su rostro un gesto de preocupación.
Pero fue en el encuentro con sus jóvenes compatriotas, en el que el Papa, que jugaba en casa,no tenía texto escrito, donde pudimos ver al Francisco más «genuino».
No dejó de agitar el corazón y la cabeza de los presentes, que no olvidarán fácilmente lo vivido en la Catedral de Rio. “Hagan lío”, dijo una y otra vez. Según sus palabras, el futuro de la iglesia está en la calle, olvidándose de si misma, de sus problemas, de sus asuntos, y arrimando el hombro aportando su granito de arena para resolver los problemas que hay en el mundo. No hay duda que el Papa quiere «dar la pelea» en las batallas culturales que plantea esta época confusa. Su mensaje es fruto del convencimiento que los católicos tienen mucho que aportar frente la crisis que atraviesa la sociedad. De la certeza que, pese a los muchos que, en lugar de buscar los valores universales, se niegan a escuchar cualquier aportación por el mero hecho de sonar a católica, la iglesia es de hecho un referente moral en la defensa de la dignidad de la persona, de la dignidad de todos frente a “una filosofía y una praxis de exclusión», que jóvenes y ancianos están sufriendo en primera persona y con especial intensidad.
De ahí la insistencia, que ya estaba muy presente en el mensaje de Lampedusa, en construir una civilización de la inclusión, en la que nadie es más que nadie, una inclusión que se enfrenta a una “civilización mundial (que) se pasó de rosca”, y que en “ el culto que ha hecho al Dios dinero” está provocando la «eutanasia escondida» y «cultural” de la generación de los mayores a los que ni se cuida ni se deja hablar y la exclusión de los jóvenes, “que no tiene la experiencia de la dignidad conseguida por el trabajo”.
Para construir esta civilización el Papa cuenta con el trabajo de los jóvenes, a los que no dejaba de repetir: “Espero lío…. quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera…». Y para lograrlo el Papa les ofrece todo un “programa de acción”: las Bienaventuranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa». De esta manera el Papa nos marca el camino, un camino que se toma muy en serio la fe en Jesus: “Por favor, no licúen la fe. No tomen licuado de fe: la fe es entera, no se licúa” (todavía hay gente en el centro de prensa tratando de traducir esta expresión).