No me bailes en TikTok, convénceme

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Los jóvenes pasan de los políticos, no de la política

Al presidente del gobierno de España le gustan Rosalía y Taylor Swift, quiso ser jugador de baloncesto y fue delegado de clase un año que nadie quiso ocupar el puesto. Todo eso hemos aprendido durante su entrevista en el podcast de La Pija y la Quinqui.

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1968. El nacimiento de un mundo nuevo

Tras el éxito de La revolución divertida (2012), sobre el mundo nacido en 1968, Ramón González Férriz afronta un análisis más a fondo de lo sucedido ese año, una fecha sobra la que pivota la segunda mitad del siglo XX. El periodista y editor nos presenta la crónica de un año que, más allá de formar parte del paisaje de “Papá, cuéntame otra vez”, es una referencia vital e intelectual de la postmodernidad.

El momento no puede ser mejor, cuando se cumple el 50 aniversario de unos acontecimientos que convirtieron París en el epicentro de un terremoto sociocultural que removió el mundo con efectos duraderos. La tarea resulta aun más oportuna cuando asistimos, alrededor del mundo, a una serie de fenómenos en los que es posible descubrir reminiscencias de lo sucedido en 1968.

El autor opta por un planteamiento cronológico clásico, un travelling que, a la luz de los hechos, recorre el mundo a lo largo de ese año, con un ritmo espectacular y muy bien trabado. Francia y su explosiva combinación entre estudiantes y obreros; un Estados Unidos efervescente en el que la lucha por los derechos civiles se juntó con la guerra de Vietnam, la explosión hippy de California y los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy; el pulso entre Checoslovaquia de Dubček y la URSS, que puso de manifiesto ante la opinión pública las debilidades de los soviéticos; México, donde los estudiantes pusieron en aprietos un sistema político rocoso como el del PRI; Alemania e Italia, donde el movimiento estudiantil apostó por la confrontación violenta, con una deriva terrorista; Japón, donde el rechazo a la marina estadounidense terminó convertido en un poderoso movimiento estudiantil, y España, donde la prensa y la universidad lideraban la oposición a la dictadura franquista, y ETA cometía su primer asesinato. En este viaje se añade un apunte temático transversal sobre el feminismo, de indudable interés. Se omite un acontecimiento clave sucedido ese mismo año y con gran influencia en la batalla cultural sobre la sexualidad, la encíclica Humanae vitae, que provocó un debate cultural, dentro y fuera de la Iglesia católica, cuyos ecos todavía resuenan.

Existieron muchos 68, más allá de la primavera parisina, y González Férriz nos ayuda a entender qué tenían en común, de manera inteligente y amena. Un cocktail que mezcla los conceptos marxistas con las ideas utópicas que rechazan las formas de vida en las sociedades industriales, especialmente el capitalismo, y miran con envidia lo que está pasando en Cuba y en China, mientras rechazan la herencia de la generación de sus padres, y reivindican la libertad individual plena, simbolizada en la revolución sexual, impulsado todo ello por la fuerza de las imágenes y el papel difusor y globalizador de la televisión.

Aunque el capítulo final apunta a ciertos paralelismos con la situación actual, lo hace con mucha prudencia. Quedan en el aire muchos interrogantes. ¿Vivimos otro momento revolucionario? ¿Es compatible la revolución con un momento de recuperación económica? ¿Han sustituido las redes sociales a la televisión como propagador global de los mensajes revolucionarios, generando nuevas dinámicas? ¿Se está reproduciendo el choque entre una estructura racional y una sociedad que responde principalmente estas dinámicas irracionales? ¿Son viables esta vez vías políticas alternativas, ajenas a los partidos y a las instituciones, y más cercanas a la calle y a vías informales de actuación? Preguntas abiertas, que sin duda animarán las publicaciones y el debate de estos meses y cuya respuesta debe servir no solo como un ejercicio de erudición histórica, sino como guía para afrontar la época de cambio en la que estamos inmersos.

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Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental

Peter Mair ha sido uno de los mayores estudiosos de los partidos políticos, y este libro breve, en el que trabajaba cuando le llegó la muerte, y que ha editado Francis Mulhern, pretendía ser una síntesis de todos sus trabajos anteriores. Como consecuencia de su génesis, la obra tiene dos partes claramente diferenciadas: el estudio de la crisis de los partidos políticos, y los problemas de la Unión Europea, que el autor achaca fundamentalmente a su despolitización, y que estos días cobran especial actualidad.

Mair parte del fin de la democracia de partidos. Su crisis va más allá del fenómeno global de la desintermediación, provocada por las tecnologías de la información en sectores como el comercio o los medios de comunicación. Las causas, que vienen de lejos, son mucho más profundas.

Para el politólogo irlandés, el problema reside esencialmente en la desaparición de la esfera pública, la zona de interacción entre los ciudadanos y los líderes políticos. Esto provoca indiferencia hacia la política, aunque aquella no se traslada automáticamente a la democracia. Quizás para tratar de evitar este contagio, se comienza a proponer soluciones democráticas cada vez más alejadas de la política, como si la democracia fuera demasiado importante para dejarla en manos de los políticos; pero esto implica una redefinición de la democracia.

En líneas generales, el mal funcionamiento de los partidos habría provocado esta indiferencia, y ahora, estos estarían tratando de acomodar la democracia a un sistema que pueda convivir con un demos indiferente. Se acentúa de esta manera el conflicto entre el componente madisoniano y el popular de la democracia, dividiendo aún más a la sociedad entre los partidos y sus dirigentes, amparados en las instituciones, y los ciudadanos, presa fácil de la antipolítica. Frente a la debilidad de la democracia de partidos, se ofrecen como escenarios alternativos el populista o el del gobierno experto, supuestamente no político; pero ninguno de ellos garantiza la supervivencia de la democracia.

En este contexto, el autor desgrana, a partir del análisis de distintos indicadores (participación electoral, volatilidad, lealtades de partido, afiliación), las causas del distanciamiento popular de la política convencional: elecciones que cada vez tienen menos consecuencias prácticas, debido a la aceptación de formas no políticas de adopción de decisiones, que otorgan al Estado un papel regulador, en lugar de político o redistributivo.

Los partidos dejan de ese modo de responder a sus funciones tradicionales de movilización, agregación de intereses, reclutamiento de líderes y organización de las instituciones del Estado, anteponiendo el acceso al gobierno a cualquier papel en la representación. Cuando todo se pone al servicio del éxito electoral, la identidad política de los partidos se va difuminando, convertidos en partidos atrapalotodo, y se van retirando del ámbito de la sociedad civil hacia el ámbito del gobierno y del Estado. Esto se traduce también en un modelo favorecido por los sistemas de financiación, principalmente públicos, una regulación común que les otorga un estatus semipúblico y la orientación, casi exclusiva, a su papel de órganos de gobierno.

El análisis resulta tan sólido como desalentador, y no queda claro cuál es el modelo alternativo que permita devolver la democracia al espacio del demos. Quizás sea la subpolítica, término acuñado por Beck, que ofrecería nuevas formas de interés y participación política, nuevas identidades y nuevas comunidades. Queda por delante el reto de articularlo institucionalmente y el interrogante de si esa reubicación puede compensar el desinterés por la política tradicional.

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De las naciones a las redes

La historia moderna se ha construido durante los últimos siglos en torno al Estado Nación. Una mirada a la historia nos demuestra que esto no fue siempre así, pero lo que es más difícil de creer es lo que defiende este magnífico libro: esto no será siempre así.

Estamos asistiendo al paso de una sociedad de economía y comunicación descentralizada -el mundo de las naciones- a un mundo de redes distribuidas, hijo de Internet y la globalización, en el que las personas están dejando de definir su identidad en términos nacionales. La transformación de las relaciones sociales hacia las formas propias de las redes, flexibiliza los vínculos del territorio y potencia toda una serie de identidades que vienen determinadas por afinidades, intereses comunes y objetivos compartidos.

Las naciones irán difuminándose hasta convertirse en un elemento más, entre otros muchos y sin casi importancia, de los que conformarán las nuevas identidades y los nuevos valores, que a largo plazo acabarán superando y subsumiendo la visión nacional y estatalista del mundo. De las naciones a las redes no habla de un futuro probable, sino de un presente en el que la identidad nacional ha dejado de responder a las necesidades reales que provocaron su aparición.

El lector no encontrará las respuestas a las preguntas que se le han ido amontonando mientras leía el libro y tendrá que conformarse con una serie de intuiciones asistemáticas, algunas de ellas geniales. A pesar de apuntar una serie de tendencias y líneas básicas, los autores se niegan a ejercer de futurólogos dejando al lector con mucho que pensar.

Aunque hay una serie de factores entre los que podría surgir aquel predominante en la construcción de la identidad del futuro, más bien parece que asistimos al nacimiento de un mundo en el que la identidad estaría a su vez formada por planos de identidades y relaciones múltiples y complejas. En este mapa la identidad lingüística, que los autores vaticinan plural, tendrá un papel esencial.

Lo que los autores afirman sin dudar es que esta nueva identidad será conversacional o no será. Si, recordando el experimento que Waal relata en La política de los chimpancés, los autores apuntan que “una comunidad puede mantenerse sobre la conversación colectiva y su juego político”, enseguida se apresuran a resaltar que lo que otorga corporeidad y materialidad a una identidad conversacional es la economía, la existencia de un metabolismo económico subyacente.

Es como si no pudiera existir comunidad sin economía y aquellas que existieran, formadas por las identidades conversacionales en la red, estuvieran condenadas a la transitoriedad y la temporalidad de las alianzas. La duda es si esto dificulta la formación de identidades o, simplemente, afecta a una nueva configuración de estas.

Estamos ante un libro tremendamente provocador, en el mejor sentido de la palabra, porque provoca las ideas, las futuras reflexiones, y lo hace de una forma asequible al gran público. Un libro que desborda erudición, quizás excesiva en su opción por no traducir las citas, y que pone de manifiesto que sus autores llevan muchos años viviendo y pensando en red. Un libro en el que el relato, las imágenes ocupan un lugar fundamental, hasta el punto de que en ocasiones opacan el fondo de la cuestión, en un estilo que a algunos puede parecer poco académico pero que resulta atractivo, didáctico y sugerente.

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La actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación

Este libro, que recoge la experiencia del autor como corresponsal del diario La Vanguardia en Pekín durante los últimos seis años, establece desde el principio un paralelismo entre la situación en este país y la crisis mundial, que analiza desde una perspectiva que va mucho más allá de lo económico. China se presenta como la gran amenaza, porque lidera las conductas de riesgo para la humanidad, pero también como la gran esperanza, como líder de la globalización, que puede contribuir a “una unificación e integración sostenible del planeta”. De ahí que no quede más remedio que, para bien o para mal, poner los ojos en China.

Su visión no es la del turista, ni siquiera la del periodista apremiado por la noticia de actualidad, es la del que está a pie de obra y ha aprendido a mirar. De ahí que no caiga en el enfoque habitual en algunos de los libros sobre China traducidos recientemente – el de Guy Sorman, El año del Gallo o el de Ian Buruma, Elementos perniciosos– de centrarse en un aspecto particular, como el control social y el sufrimiento de la disidencia china. Poch-de-Feliu adopta un zoom más amplio, que permite contemplar el “milagro” chino con más perspectiva.

Aunque el método escogido le priva de un hilo narrativo, el libro se sostiene sobre la idea de fondo antes citada. Una idea, la simetría entre China y el mundo, que en ocasiones le lleva a forzar el paralelismo, pero que se revela como su mayor acierto, al permitirle para ir al fondo en una variada selección de temas como las políticas demográficas, la corrupción, las políticas de medioambiente (que se denuncian reiteradamente como uno de los déficits principales), el control político y la censura. Quizás la conclusión es que se engaña quien piense que el protagonismo, y el consiguiente liderazgo que China está llamada a ejercer en el proceso de la globalización, es sólo económico, pero no hay duda que en el camino aún quedan muchos asuntos por resolver. Asuntos crudos, contradictorios, complejos, como la realidad china, que dejan al lector lleno de dudas e inquietudes. China no es para menos.

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