No es tiempo de enzarzarse en disputas sobre amenazas imaginarias, de corte neopopulista, más propias de la propaganda castrista y de la guerra fría, que de la sociedad globalizada. Es la hora de la democracia en Cuba.

La historia no sabe de vacaciones informativas, y gusta de jugar con los reporteros para dejar claro quién manda aquí. El día 31 de julio, mientras las redacciones preparaban las maletas e impartían a los becarios un curso sobre qué es lo que no se puede hacer, el secretario personal de Fidel Castro anunciaba la renuncia transitoria al poder del dictador más longevo de la tierra, aquejado de una hemorragia que había hecho necesaria una operación de urgencia.

No hay duda que la decisión de informar al país de la enfermedad del Comandante en jefe de la Revolución en un lugar en el que la información está absolutamente controlada no es algo propio del azar, la ignorancia o el despiste del gabinete de prensa de la residencia de Castro en Miramar. De ahí que la noticia haya generado infinidad de especulaciones y algunas reacciones, unas y otras ofrecen elementos de interés.

No deja de sorprender que el Monstruo de Birán, que ha hecho del mantener el poder un arte, que haría las delicias del «Príncipe» de Maquiavelo, haya decidido así de golpe y porrazo abandonarlo, aunque sea temporalmente y en buenas manos. Unos anuncian el principio de la agonía, otros han empezado las exequias, algunos malician que esto no es más que un ensayo general, pero en lo que todos coinciden es en predecir un periodo de inestabilidad sin precedentes en la historia del país.

El elegido es Raúl Castro. Esto, además de instaurar una dictadura hereditaria, significa una apuesta por el modelo continuista. El hasta ahora jefe del ejército lidera, al menos aparentemente, unas Fuerzas Armadas que aglutinan el poder militar y el poder económico, dirigiendo la mayoría de las empresas del país, pero no cuenta con ningún tipo de sintonía con la población y cuenta con un buen número de enemigos entre los dirigentes del régimen, que lo ven como una persona poco capacitada para el gobierno.

Más tarde o más temprano comenzarán las luchas propias de cualquier situación de vacío de poder. Y aquí es donde entramos en el apartado de las reacciones, especialmente en la del gobierno español, que ha comenzado a mirar a otra parte y a desempolvar su discurso antiimperalista, de defensa a ultranza de la soberanía cubana y su integridad territorial, algo que nadie cuestiona. No es tiempo de enzarzarse en disputas sobre amenazas imaginarias, de corte neopopulista, más propias de la propaganda castrista y de la guerra fría, que de la sociedad globalizada. Es la hora de la democracia en Cuba. La comunidad internacional tiene que mandar señales claras a la isla de que apoyará firmemente cualquier planteamiento democratizador. Como ocurrió en nuestro país, los «tapados» del régimen tienen que saber que contarán con todo el apoyo necesario que les haga falta en su camino a la democracia.

La pasividad del gobierno español, que últimamente está siempre más cerca de los enemigos de la libertad y la democracia, no servirá más que para consolidar el modelo continuista, un nuevo error que España no se puede permitir si quiere conservar su dignidad y recuperar el liderazgo que una vez tuvo en Hispanoamérica.

Publicado en Libertad Digital