A la nueva política le pasa como a los años de los perros, el primer año equivale a 15.
En un par de días conoceremos la fecha elegida por Pedro Sánchez para someterse a la investidura. Aún no sabemos si decidirá convocar la sesión de investidura de manera inmediata, para evitar seguir prolongando la negociación, como ingenuamente decidió hacer Rajoy cuando sugirió a Ana Pastor convocar la votación de la moción o si preferirá retrasarlo aún unas semanas, para ver cómo Unidas Podemos se consume en la incertidumbre de la espera y comete algún nuevo error.
Hoy es más cierto que nunca aquello de que el tiempo en política se hace muy largo, especialmente cuando se está en la oposición, pero no solamente. Nadie sabe aún qué pasará dentro de dos semanas y los pronósticos para septiembre deberían entrar en la categoría de ciencia-ficción, aunque algunos todavía se atrevan a pontificar sobre cambios sociales y de hegemonías, políticos o culturales, que se mantendrán durante los próximos 15 años, sin reparar en que estos pronósticos también serán debidamente arrastrados por el próximo tsunami.
Sea como fuere, lo que sabemos es que en ese tiempo pueden pasar muchas cosas. A la nueva política le pasa como a los años de los perros, el primer año equivale a quince, el segundo a veinticuatro y a partir de ahí sus años de vida equivalen a cuatro de la especie humana. Para muestra Podemos, que en cinco años ha pasado de ser la gran promesa política a convertirse en un partido que bien podríamos decir que lleva más de tres décadas en el escenario político, y sin exagerar.
Hace solo dos años que Sánchez era desahuciado por su propio partido político, y escasamente un año que llegó a la Moncloa (aunque parezca que lleva allí toda la vida). En menos tiempo aún, poco más de dos meses, el PP y Ciudadanos han invertido sus posiciones: el primero, de temer una reacción interna en cadena contra Casado, ha pasado a tener un liderazgo consolidado, mientras que es a Rivera al que, esta semana, le toca luchar por sobrevivir. Y qué decir de los últimos seis meses de Vox, en los que ha tenido tiempo para explotar, implosionar y volver a convertirse en una incógnita.
A la nueva política le pasa como a los años de los perros, el primer año equivale a quince
No se trata solo de lo larga que, en estos términos, puede resultar una legislatura de cuatro años, sino de lo largo que se hace el día para políticos, periodistas y otros adictos a la información política.
Tiempos largos, tiempos cortos
Cambian los tiempos de la información. Hace años ya, una eternidad a la velocidad de los tiempos, la comunicación institucional miraba siempre al cierre de la prensa escrita. El cierre lo era en sentido estricto: con él se cerraba el ‘backstage’ de la información. Luego llegó el telediario, con su edición de mediodía y la de la noche (que aún ofrecían un par de horas de margen al jefe de prensa), y el periódico de ayer no fue más que el papel para envolver el pescado e incluso las columnas que una vez fueron refugio del pensamiento pausado quedaron reducidas a ingeniosos toques de atención. Pronto se unieron los informativos mañaneros, los programas de cotilleo político y los canales de 24 horas de noticias. Y así, como si fueran escalones dispuestos uno tras otro, hoy los medios de comunicación informan en tiempo real, en ‘streaming’, y en competencia feroz por el tráfico, que incluye nuevas prácticas como abrir una noticia y dejarla en el aire … Continuará.
Hay casos en los que ese afán por ganar al tiempo se ha traducido incluso en publicar información antes de que se produzca, obituarios que salen de las neveras en las que los medios guardan a sus próximos muertos antes de tiempo, o, en el colmo de la aceleración, noticias inexistentes, como la que anunció la forma en la que había sido incinerada la enfermera contagiada de ébola, esa que por suerte para todos, pronto se recuperó.
Ay de aquel político que no sepa adaptarse a esos tiempos, con una reacción inmediata en forma de trino, comunicado o canutazo
En la política emocional el tiempo es breve y la realidad voluble. Y ay de aquel político que no sepa adaptarse a esos tiempos, con una reacción inmediata en forma de trino, comunicado o canutazo, porque otros se le adelantarán a decir lo que realmente piensa, o debería pensar.
Cuando la velocidad entra por la puerta la reflexión sale por la ventana. Al renunciar al tiempo, instrumento imprescindible para desentrañar la complejidad, lo emocional gana a la realidad, y resultan vanos los esfuerzos por apelar a la racionalidad.
El espectador político, tan pegado al presente, también ha perdido perspectiva, y se deja llevar por las agendas de lo inmediato, sin reparar en el mañana. De ahí que incluso causas como la medioambiental, que adquieren sentido pleno en el medio plazo, tengan que revestirse de una urgencia que a veces les resta cierta credibilidad.
El espectador político, tan pegado al presente, también ha perdido perspectiva, y se deja llevar por las agendas de lo inmediato
La velocidad del tiempo ha levantado un nuevo tipo de política efímera, en la que WhatsApp ha sustituido a la mesa de decisión, que desde su concepción parece hecha para no dudar, y que permite posiciones incluso encontradas. Los que ayer defendían el no es no como obligación democrática hoy reclaman indignados la abstención como forma de responsabilidad (y viceversa). Desaparecen los «para siempre», también los «nunca jamás» y la coherencia se adivina (nunca mejor dicho) como uno de los atributos más difíciles de encontrar en política.
Mientras, seguimos mirando con envidia esos momentos en los que «times goes by so slowly».
Publicado en El Confidencial