De las naciones a las redes
David de Ugarte, Pere Quintana, Enrique Gómez y Arnau Fuentes
Ediciones El Cobre, 2009

La historia moderna se ha construido durante los últimos siglos en torno al Estado Nación. Las relaciones jurídicas, económicas y sociales han tenido el Estado como pilar básico, tanto que es difícil imaginar un mundo en el que no existieran los Estados. Una mirada a la historia nos demuestra que esto no fue siempre así pero lo que es más difícil de creer es lo que defiende este magnífico libro: esto no será siempre así.

Estamos asistiendo al paso de una sociedad de economía y comunicación descentralizada -el mundo de las naciones- a un mundo de redes distribuidas, hijo de internet y la globalización, en el que las personas están dejando de definir su identidad en términos nacionales. La transformación de los vínculos sociales hacia las formas propias de las redes, flexibiliza los vínculos del territorio y potencian toda una serie de identidades que vienen determinadas por afinidades, intereses comunes y objetivos compartidos. Las naciones irán difuminándose hasta convertirse en un elemento más, entre otros muchos y sin casi importancia, de los que conformarán las nuevas identidades y los nuevos valores que a largo plazo acabarán superando y subsumiendo la visión nacional y estatalista del mundo. Como recuerda Josu Jon Imaz en el prologo, recordando a Daniel Innerarity, «el proceso de civilización posiblemente no sea más que una creación de mallas y redes más densas que van rompiendo el carácter radial y van tejiendo algo mucho más multipolar, donde la incorporación de nuevos nodos (nuevas realidades) y la creación de muchas mayores conexiones de todo tipo (económicas, informativas, culturales, académicas, empresariales…) generan la globalización».

De las naciones a las redes no habla de un futuro probable sino de un presente en el que la identidad nacional se está tornando ajena, ha dejado de responder a las necesidades reales que provocaron su nacimiento y por eso comienza analizando los orígenes del Estado Nación y sus elementos configuradores, señalando a la información (la imprenta, los cafés y el periódico antes y hoy internet) y a la economía como los grandes motores del cambio.

El paso siguiente es el del análisis de los disidentes, segregacionistas que a lo largo de la historia han optado por vivir al margen del esquema nacional, desde Zamenhof, que propone el esperanto como elemento identitario del hilelismo, una reforma del judaismo desarrollada en los inicios del siglo XX, hasta las distintas segregaciones libertarias o las distintas repúblicas filatélicas… aunque se presentan como excepciones más que como antecedentes del futuro en red.

Para terminar se nos presenta a los pioneros de la sociedad en red: netócratas, neonómadas, sionistas digitales y neovenecianistas, estos últimos presentados como los nuevos protagonistas desde su forma diferente de entender el nosotros, la única que, según los autores, demuestra, de momento, ser, a un tiempo, viable y constructiva, cohesiva y concernida por la libertad.

El prólogo describe gráficamente el libro como un cuadro que los autores no han terminado de pintar, y es cierto. El lector no encontrará las respuestas a las preguntas que se le han ido amontonando mientras leía el libro y tendrá que conformarse con una serie de intuiciones asistemáticas, algunas de ellas geniales; a pesar de apuntar una serie de tendencias y líneas básicas los autores se niegan a ejercer de futurólogos dejando al lector con multitud de tareas pendientes, con mucho que pensar respecto al futuro. Un futuro en el que, según lo analizado en el libro, es difícil predecir qué forma adaptaría la identidad, que históricamente ha mostrado tendencia a la uniformidad (religión, nación…). Aunque hay una serie de factores entre los que podría surgir aquel predominante en la construcción de la identidad del futuro, más bien parece que asistimos a un mundo en el que la identidad estaría a su vez formada por planos de identidades y relaciones múltiples y complejas, algo que alterará radicalmente los nuevos mapas en red, incluso los que presenta este libro. Un mapa en el que la identidad lingüística, que los autores vaticinan plural, jugará un papel esencial al ser condición sinequanon para la comunicación.

Lo que los autores afirman sin dudar es que esta nueva identidad será conversacional o no será. Si, recordando el experimento que Waal relata en la política de los chimpances, los autores apuntan que «una comunidad puede mantenerse sobre la conversación colectiva y su juego político”, enseguida se apresuran a resaltar como lo que otorga corporeidad y materialidad a una identidad conversacional hasta convertirla en algo capaz de superar a la idea nacional, es la economía, la existencia de un metabolismo económico subyacente. Una vez más información y economía, hasta llegar a señalar, con Juan Urrutia, que “sin economía compartida no hay comunidad humana sostenible en el tiempo”, de ahí que las identidades estén llamadas a configurarse como una representación de intereses, flujos no solo de ideas y palabras, sino de valor transformable en medios de vida.

Es como si no pudiera existir comunidad sin economía y aquellas que existieran, formadas por las identidades conversacionales en la red, estuvieran condenadas la infidelidad, la transitoriedad y la temporalidad de las alianzas. La duda es si esto dificulta la formación de identidades o, simplemente, afecta a una nueva configuración de estas. Mi intuición apunta más bien en esta línea, en un mundo donde la economía y la información se funden, configurando esta el sustento de aquella, el nuevo mapa de red será siempre provisional, una obra permanentemente “en construcción”.

Estamos ante un libro tremendamente provocador, en el mejor sentido de la palabra, que provoca las ideas, las futuras reflexiones y lo hace de una forma asequible al gran lector. Un libro que desborda erudición, quizás excesiva en su opción por no traducir las citas, y que pone de manifiesto que sus autores llevan muchos años viviendo y pensando en red. Un libro en el que el relato, las imágenes ocupan un lugar fundamental, hasta el punto de que en ocasiones opacan el fondo de la cuestión, un estilo que a algunos puede parecer poco académico pero que resulta tremendamente atractivo, didáctico y sugerente.