Un verano en Dakar
Tercera de 5 crónicas de una cooperante desde el terreno. Por Yolanda Román (@stricto_sensu)
Escribo desde Dakar, llevo aquí cinco semanas y aquí estaré todo el verano trabajando con Save the Children en la emergencia de Sahel, donde 18 millones de personas viven al borde del abismo del hambre.
All my lobbying
Como el resto de los mortales, los lobbistas nos levantamos por la mañana con cara de sueño. Lo primero que yo hago, bostezos aparte, es encender el ordenador y repasar mi agenda del día. La suelo tener en la cabeza pero mezclada con listas de la compra, llamadas pendientes y estrafalarias ocurrencias, así que mejor comprobarlo. En mi agenda, desde hace once años, siempre hay muchas reuniones, en Dakar igual que en Madrid. Una reunión es para un lobbista como una operación para un cirujano: una cita profesional de primer orden en la que se ponen a prueba conocimientos y habilidades.
Mi primera misión de lobby fue en 2001. Yo era asistente de investigación en la oficina de Amnistía Internacional en Bruselas y me reuní con un asesor de Günther Verheugen, comisario europeo para la ampliación. Entonces yo escribía sobre cómo incorporar criterios de derechos humanos al proceso de acceso a la Unión Europea de los países del este. Me acuerdo muy bien de aquel trabajo porque cada vez que buscaba en internet enlargement (así es como se llamaba a la ampliación en inglés), encontraba mucha información sobre el alargamiento de ciertas partes del cuerpo y muy poca sobre derechos humanos. Aún hoy sigo recibiendo spam con soluciones para unos problemas de tamaño que nada tienen que ver con mi trabajo, pero que me recuerdan a aquellos inicios en esto del lobby.
Hace sólo unos días me reuní con otra de esas personas que asesoran a quienes pueden decidir, con un gesto, sobre la vida de millones de seres humanos. Se les conoce como senior advisors y son la presa preferida de un lobbista, ya que hablan directamente en el oído del ministro de turno. El asesor tenía poco tiempo y propuso que aprovecháramos para comer. ¿Una comida para hablar de desnutrición? Está claro que un senior advisor no siempre tiene buenas ideas. Comimos, hablamos y hasta tomamos notas en sendas libretitas. Con el café, pusimos en común nuestras notas, nos comprometimos a mantenernos informados y nos despedimos. La escena debió parecer agradable vista desde fuera, pero mis neuronas terminaron agarrotadas y mi camisa de seda pegada al cuerpo como una calcomanía.
Creo que mis hijos me imaginan repartiendo comida en un lugar parecido a un campo de refugiados y vistiendo un chaleco de Save the Children o un casco de la ONU. ¿Cómo explicarles que mi labor consiste en escribir documentos y tener muchas reuniones? Seguro que me mirarían con gran decepción. Si hasta yo me lo pregunto a veces, ¿para qué sirve este trabajo?
Dicen que es de Kennedy la frase “los lobbistas me hacen entender un problema en 10 minutos, mientras que mis colaboradores tardan tres días”. Quiero pensar que el senior advisor con el que comí el otro día podrá explicarle a su jefe, en menos de 10 minutos, la importancia de seguir garantizando la educación en contextos de emergencia como una forma de proteger a niños y niñas frente a la violencia y otros abusos. Aunque disimuló, me parece que no le dejaron indiferente los casos de niños heridos por minas antipersona en el norte de Mali. También parecieron interesarle las propuestas de mi organización para integrar las agendas de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria para luchar contra la desnutrición en el Sahel. Si algo de lo que yo le conté aparece reflejado en el informe que haga de su visita a Dakar, mi misión habrá sido un éxito.
No es fácil influir en las decisiones o en la prioridades de los Gobiernos. Nuestras causas compiten con otras causas que también merecen atención y con otros grupos de presión, muy poderosos, que defienden intereses contrarios a los nuestros. La competencia es feroz. No basta con conocer la realidad y tener los datos de primera mano. No basta con tener razón. Necesitamos las mejores investigaciones, el mejor análisis y las mejores estrategias. Necesitamos los mejores argumentos para convencer a los Gobiernos de que lo que proponemos no es sólo justo, sino ventajoso, beneficioso para sus propios intereses, económicos o de seguridad. Necesitamos que nos escuchen, nos entiendan y nos hagan caso.
Para eso sirven los expertos en incidencia política, para poner en valor en los despachos el trabajo que se hace en el terreno, transformándolo en mensajes y recomendaciones y trasladándolos a quienes toman las decisiones políticas. No sólo como un ejercicio de persuasión o de comunicación, sino como una forma legítima de participación democrática y porque aspiramos a transformar la realidad de acuerdo con principios de justicia y equidad. En eso creo y a eso me dedico desde los tiempos en los que la Unión Europea sólo tenía 15 miembros.
Es verdad que no llevamos casco, pero tal y como se están poniendo las cosas, yo no lo descartaría. Hace unos días leí en un periódico peruano este titular: “Navarro llama lobbista a Oliva”. Inquietante, ¿no? De momento, me voy a agenciar uno antes de volver a casa, para no decepcionar a los niños y porque el otoño en Madrid se presiente intenso.
Publicado en El País