El discurso va rodando como una bola de nieve por esa pendiente escarpada que es la red, yo lo he pillado al vuelo en ese blog tan sugerente, ser audaces, y ya no me sorprende ni el eco del discurso ni la fama del personaje.

Hace un año dedicabamos horas enteras a analizar el discurso de Sarkozy, su puesta en escena, anunciabamos la llegada del «político», como si de un anuncio de colonia se tratara, y celebrabamos la victoria de la UMP, como si hubiera sido nuestra. Luego llegó la Bruni y Sarkozy se fue desdibujando, sin perder el tipo, aumentando sus tacones y reduciendo sus michelines, todo nos sonaba a fuego de artificio, a truco electoral, y sus nuevos éxitos nos huelen cada día más a mediática naftalina.

Por eso la reaparición de Cameron, su discurso en Glasgow, su ventaja en las encuestas, nos devuelve la ilusión, nos recuerda su presentación en sociedad, y nos anima a seguir pensando que la construcción del mensaje político triunfador tiene más compromiso que concesión, más claridad que indefinición, más ideas que sorpresas, le deseamos suerte, esperamos impacientes su reunión con Obama y le seguiremos con atención (lo convierto en etiqueta de este blog, como una vez lo fue Sarkozy)… ¿hasta dentro de un año?.

Algunos párrafos:

«Nosotros, como sociedad, hemos sido demasiado sensibles. Para no herir los sentimientos de los ciudadanos, con objeto de evitar parecer excesivamente críticos, hemos dejado de decir lo que hay que decir. Llevamos décadas en las que se han ido paulatinamente erosionando la responsabilidad, las virtudes sociales, la autodisciplina, el respeto mutuo, las conquistas a largo a cambio de la satisfacción inmediata. Por el contrario, preferimos la neutralidad moral, no entrar en juicios de valor acerca de lo que son comportamientos adecuados o equivocados. Malo. Bueno. Correcto. Impropio. Son palabras que nuestro sistema político y nuestro sector público apenas se atreven a utilizar”.

“De acuerdo, no soy ajeno al estupor que estas palabras producen en la boca de un político. Están en su derecho de preguntar, ¿qué pasa con ustedes? Miren, déjenme que les diga una cosa: somos humanos, cometemos errores y nos achantamos con frecuencia. Nuestras relaciones se rompen, se deshacen nuestros matrimonios. Fallamos como padres y como ciudadanos igual que todos ustedes. Pero si el resultado de todo esto es un silencio cómplice acerca de las cosas que realmente importan, entonces estamos fallando por partida doble. Renunciar al uso de esas palabras –malo, bueno; correcto, impropio- implica una negación de la responsabilidad personal y una caída en el relativismo moral”.

«Corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad amoral, donde ya nadie diga la verdad acerca de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es correcto o resulta impropio. La consecuencia es terrible: la ausencia de límites hace que nuestros hijos piensen que pueden hacer lo que les parezca ya que ningún adulto intervendrá para ponerles freno. Ni siquiera, a menudo, los propios padres. Y eso tiene que terminar».