Una año más y esperando conseguir un relato de viajes, a lo moderno, intentaré contar algo de Polonia.

No podemos olvidar que el hombre es el único animal capaz de atravesar las piedras, nunca reconocerá un choque, a no ser que sea frontal.

2 de agosto, Martínez Izquierdo, 72. La experiencia y el cansancio han hecho ahorrar preparativos para la nueva expedición, no ha hecho falta tener el viaje en la cabeza, y su presencia se ha reducido a gestiones puntuales.

Tras escuchar la Santa Misa, me cuesta ponerme en situación, es hora de arrepentimientos y me acuerdo de aquel consejo, que rebatí con gracia, y periódicamente me come las entrañas: El famoso Carpe Diem, no se identifica con el aquí te pillo aquí te mato, no es un algo irracional, esclavo de los sentimientos más inmediatos, que olvidan el pasado que ya pasó y el futuro que no se sabe si vendrá; requiere una preparación; el placer lo es en cuanto deseado, la belleza o el buen vino requieren una sensibilidad formada para apreciarlo, y para ser capaz de sacar un buen partido de tanta maravilla como nos espera durante el viaje, hubiera sido necesaria una preparación previa, un manual del usuario que responda a los por qué, que es donde la perfección técnica se convierte en belleza. Luego se necesita un tiempo para saborear, un tiempo en el que rumiar y dar vueltas a lo que se ha vivido y contemplado, sino no habrán pasado de ser un conjunto de sensaciones para contar que se van sin dejar poso, casi con la misma rapidez con la que han venido, una cruz más en el curriculum del viajero, que es un inmenso listado con las maravillas que en el mundo «hay que ver».

No se si el turista es el burócrata del arte, pero el sino de nuestro tiempo le da bastantes facilidades. Tanto tienes en la casa, el garage, la cartera, la videoteca y los albumnes de fotos… y el día del turista no es más que un agotador concurso, un recorrido por un parque en el que hay que coleccionar todas las atracciones, en el orden que impone la guía, y confirma el clamor popular.

Allí estabamos quince, conocidos algunos, otros nuevos, dispuestos a la aventura. La primera etapa era Madrid-Gerona, pasando por Barcelona, 725 km por delante. Al arrancar un humo blanco comenzó a salir por el tubo de escape, la furgoneta de atrás se asusta, el conductor observa como no sube la aguja de la gasolina, y rápidamente me dirijo a la estación de servicio, sin gasolina antes de hacer el primer kilometro, bien empezamos.

El día transcurría, con tranquilidad con los comentarios, las risas, y alguna cara de susto, de dónde me habré metido, en los nuevos. Paramos a comer, en una de esas áreas de descanso de la autopista Zaragoza-Barcelona, en la que no hay más que unas mesas de piedra y alguna sombra; esta vez la mesa la ocupaban unos portugueses que estrenaban flamantes Audis 100, delante de ellos quedaba aun una sombra y tras bajarnos de la furgoneta, el conductor decidió aparcar a la sombra; cincuenta metros de asfalto, dos coches al final, y una sombra, la maniobra no ofrecía ninguna dificultad, retrocedió marcha atrás diez, veinte, cuarenta y… golpe al único obstaculo no natural en varios cientos de metros a la redonda. Antonio, el conductor, había apurado la sombra, hasta dar a uno de los Audi 100, un toque ligero, pero toque, el portugués no se lo podía creer, parecía mala idea.

Visita relámpago a Barcelona, El Puerto, la Santa Misa en catalán en la Sagrada Familia con la que empezaba nuestra aventura idiomática, anunciada en una paz políglota, de lo más ecuménico. Ya estabamos acabando la primera etapa, dormíamos en un colegio a las afueras de Gerona. José Carlos llevaba la Visa, la dirección, y el teléfono móvil, y la furgoneta más rápida; en la autopista nos sorprendimos perdidos, no habría problema, podíamos llamarles al teléfono móvil, que estaba desconectado…qué hacer, nos lanzamos a preguntar pero por qué, ¿un colegio?, ¿el Opus?… hubo suerte y encontramos el colegio. Al llegar una nueva sorpresa, una Marathon de futbito en el gimnasio dónde íbamos a dormir, el día no daba para más así que nos echamos en el cesped, el día siguiente amanecería temprano, y no nos venía mal, a Genova, del tirón. Y ¡vaya si madrugamos!: un grito en la noche, una invasión de aspersores, una ducha forzosa y una huida anticipada, sin mirar atrás; propósito: olvidar.

La segunda etapa fue normal, supongo, en lo que, debe ser un viaje, sueño, kilómetros, carretera y a las siete en Genova: bañito en la playa, puro Mediterraneo. Genova no llega a pueblo costero, sucia e industrial, la idea de un Colón, de grandes vuelos, descubridor de América, no cabe en la ciudad; y como nunca habíamos llegado tan pronto a ningún sitio decidimos seguir camino, destino Milan para intentar aprovechar un poco más la mañana del día siguiente. Llegar al albergue volvió a resultar interesante, José Carlos, otra vez con Visa, dirección, teléfono y furgoneta, logró escaparse amparado de la noche y los semaforos que orientan un tráfico anárquico pero fluido, en el que queda preso el conductor poco aconstumbrado; sólo teniamos un referencia el estadio de fútbol al que, como a Roma, conducían todos los caminos, pero una vez allí todo era estadio, y nadie conocía el albergue juvenil, subíamos y bajábamos por una calle larga, mirando, preguntando y con el estadio como espectador continuo, de repente nos pasó pitando, a gran velocidad, un coche italiano que saludo afectuoso, tras él la furgoneta roja a una velocidad parecida y de la que salió la voz de Alberto, de película de los setenta, «sigannos». Menuda fue la persecución, los italianos parecían empeñados en mostrar su destreza, Dani parecía haber cogido el tranquillo y Antonio hacía lo que podía, al fin logramos llegar.

La mañana fue muy tranquila, de paseo por Milan: Il Duomo grandioso, en una plaza espectacular rodeado de maravillosos edificios y un ambiente festivo, de turismo del Norte, cultural, que sólo tiene en común con las hordas turísticas que invaden España el pareo, fascinante prenda que se convierte en común para, en señal de respeto, entrar en Il Duomo que, a todos queda claro, es ante todo un lugar de oración. Para construir una maravilla así, hay que tener la cabeza en el cielo, todo lleva a Dios, a la divinidad y el alma instruida, con sensibilidad se siente elevada sobre el mundo del instante, hacia la eternidad. La historia del Pareo, que vendedores ambulantes venden en los alrededores de la Catedral me recuerda una famosa discusión mantenida en el tiempo sobre Italia y los italianos, que siendo «iguales a nosotros» siempre van por delante. Todo es muy matizable pero el pequeño detalle del pareo, a años luz de los pantalones de chandal que reparten en España a la puerta de algunas iglesias, como si la largura bastara para adecentar, dar dignidad, me sugiere una explicación, un toque de clase, de distinción, que les da el gol de la prorroga, la canasta del bocinazo final, o el sprint final, y que supone, la guinda que convierte la cosa bien hecha en obra maestra.

Ya estamos camino de Venecia, la deseada, en mi cabeza se juntan la Venecia encantada de los paseos del Brodsky de Marca de Agua y la encantadora Venecia de Waugh en su Retorno a Brishead. Decepción, ambos han vivido una ciudad, yo sólo llego a observar el museo; los canales son de gente, en su mayoría alemanes, que recorren las calles de la ciudad; no hayo ningún encanto, y me marcho desencantado, pidiendo al encantador una nueva oportunidad, en otra época del año, para disfrutar del encantamiento.

Ibamos a pasar la noche en un pueblecito austriaco, pegado a la frontera italiana. Llamamos de camino:
– Cerramos a las nueve,
– son menos cuarto
– ¿españoles? Podemos esperarles hasta y media. Adios
– Esta vez se han estirado, pero podemos llegar, estamos a sesenta kilometros de la frontera.

La bala roja, con Daniel al volante, se vuelve a lanzar a la carretera con Visa, dirección y teléfono, esperemos que conectado, ¿llegarán? La otra furgoneta se lo toma con calma y a las nueve y media está cruzando la frontera, empezamos a buscar un cartel indicativo,
-Debe ser cuestión de kilómetros…

Y tanto que lo fue: hasta ochenta y cinco: Once menos cuarto. A esas horas, en Austria, preguntar es casi misión imposible, sólo hay luz en los pubs y dentro la gente: dos o tres borrachos reflejo de la prosperidad económica, el final de la carrera del materialismo, no está para dar ninguna indicación. Con dos o tres indicaciones, confusas, en las que es necesario distinguir sueño de realidad buscábamos el albergue y encontramos a nuestros compañeros de viaje, que lo habían encontrado, por supuesto cerrado, y andaban buscando una pensión, y en un pueblo como ese nada estaba abierto. Pasaban de las doce y, antes de seguir dando vueltas, estaba dispuesto a repetir la aventura de Gerona, esta vez en un area de servicio. Los demás no estaban muy de acuerdo y emprendimos camino hacia una ciudad a unos treinta kilometros. Allí tampoco había gente pero había algún bar más y en uno de ellos dos jovenes se ofrecieron a vivir nuestra aventura, que es lo que suponía buscar alojamiento en Austria a la una y media de la mañana cuando todo lo que has hecho en las últimas cinco horas es encadenar vasos de licor, en la busqueda hubo escenas patéticas, los jovenes tenían el puntillo y estaban demasiado graciosillos, nosotros muy quemados y en la calle se podía ver de todo, algún borracho apoyado, incluso un hombre borracho que buscaba las llaves para entrar en su casa, un bar. Al final encontramos alojamiento, a las 4.30, no muy caro, aunque estabamos dispuestos a pagar lo que hiciera falta.

El despertar fue natural, cristiano, a eso de las 12.00, no teniamos prisa, Viena estaba a menos de trescientos kilometros. De Viena ya hablé el año pasado, la sorpresa de los nuevos visitantes, la ciudad monumental, grandiosa, museo habitado al aire libre. Por la noche la ciudad se transforma, y esta vez sin río, nada parece ser como era, y tardamos casi dos horas en llegar al albergue.