En este nuevo programa de perpetuarse en el poder hay un paso imprescindible, las elecciones presidenciales del próximo 3 de diciembre. Como hemos venido señalando el papel del Presidente de la República es clave tras la Constitución de 1999. La vigente Constitución consagra una de las instituciones presidenciales de toda América Latina. Por una parte consagra competencias exclusivas que permiten controlar de manera casi absoluta, políticas fundamentales de la vida institucional, como lo son la estructuración de la administración nacional y la orientación de la Fuerza Armada. El Presidente goza también de amplísimas atribuciones en el campo de la política internacional y económica, por lo que desaparece el equilibrio de poder, esencial para el funcionamiento de la democracia.

El 1 de agosto comenzó oficialmente la campaña electoral. La mayoría de los partidos de la oposición venezolana acordaron apoyar una candidatura unitaria liderada por el gobernador del estado de Zulia, Manuel Rosales, que en el momento del acuerdo lideraba las encuestas de opinión pública en donde se midió la aceptación de los posibles candidatos.

El acuerdo vió la luz tras la convocatoria de unas elecciones primarias a las que concurrieron ocho candidatos diferentes. Estas contaban con el respaldo de Súmate y el apoyo de un sector importante de los ciudadanos y de la opinión pública, pero planteaban conflictos con los opositores partidarios de la abstención, que se oponen a cualquier tipo de participación electoral hasta que no se garanticen la totalidad de las condiciones demandadas al CNE, y podían encontrarse con una escasa participación, motivada entre otras cosas por el miedo generado por el gobierno a través de la persecución de aquellos opositores que participan en actividades de la oposición como el conocido caso de la lista Tascón.

Finalmente el acuerdo entre los tres candidatos que gozaban de mayor respaldo popular provocó la anulación de las primarias. El efecto no será el mismo. Se ha perdido la oportunidad de presentar una ciudadanía opuesta al régimen, a través de una participación numerosa, y la posibilidad de lograr un cierto nivel de movilización; cuestión que no se logró más allá del voluntariado de Súmate y de muchos de los activistas de Un Nuevo Tiempo y de Primero Justicia.

Algunos han señalado la candidatura única como segunda parte de la fracasada Coordinadora Democrática. La incógnita de la situación de Carlos Ortega, recientemente fugado de prisión, y la candidatura de Benjamín Rauseo, un comediante que se ha hecho muy popular bajo el nombre artístico de El Conde del Guácharo, y que ha prometido su apoyo a Manuel Rosales si el 15 de noviembre este va por delante en las expectativas de voto, erosiona la imagen de unidad democrática que perseguía la oposición. Pero es un hecho que la candidatura única supone un tremendo avance y ha logrado presentar una oposición unida a pesar de las grandes diferencias ideológicas,

El “ticket” unitario liderado por Manuel Rosales como candidato, tiene en Julio Borges, dirigente del partido Primero Justicia a su Vicepresidente y en Teodoro Petkoff, buen amigo de Felipe González, y el candidato socialista más destacado, a su director de campaña. Su objetivo es la formación de un frente democrático unido que aglutine a todos aquellos que no están de acuerdo con la deriva totalitaria y militarista a la que el Presidente Chavez ha llevado al país y el siguiente paso de su estrategia es la movilización anti totalitaria de las fuerzas democráticas.

El dilema con el que se encuentra en la actualidad es si centrar la campaña en torno al proceso electoral, como ha ocurrido en otras ocasiones, o tratar de presentar un programa político de compromiso con Venezuela, que vive una situación económica desesperada, a pesar del altísimo precio del barril de petróleo, y con unas cotas de inseguridad en las calles desconocidas.

Para algunos, los abstencionistas, sólo cabe la primera opción. Participar en unas elecciones en las condiciones actuales supone legitimar el régimen y gastar esfuerzos inútilmente, sembrando la confusión entre los ciudadanos. De ahí que planteen una estrategia de confrontación con el autoritarismo militarista, basada en la denuncia de la inexistencia de un espacio para elecciones libres y limpias y la reivindicación del recuento manual de todos los votos, la publicación y depuración del censo electoral y las garantías del secreto del voto; condiciones indispensables y hoy inexistentes.

La otra alternativa sería confiar en las posibilidad que la presión interna y la comunidad internacional obliguen al CNE a garantizar estas condiciones electorales, y lograr ilusionar con propuestas concretas a todos aquellos, muchos, desilusionados con la situación de la política venezolana.

Sea cual sea la estrategia, la transcendencia de estas elecciones va mucho más allá que la presidencia de la república. Para unos es la misma democracia la que está en juego, quizás la última oportunidad de la oposición democrática, para otros, como señala Juventud Rebelde: “la ocasión para profundizar las transformaciones, o implicar un retroceso. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que no se trata de un hombre, sino del destino de la Venezuela que aún está forjando la Revolución”.