La política está prohibida en los países totalitarios. En ellos sólo cuenta una opinión: la del jefe. De ahí que los demócratas se vean obligados a celebrar sus reuniones en secreto o a desplazarse a lugares en los que reunirse no sea considerado un acto contrarrevolucionario.

En España recordamos cómo el régimen franquista persiguió y encarceló a los participantes en el contubernio de Munich, celebrado en la ciudad bávara en 1962 y que reunió por primera vez a un buen número de representantes de las fuerzas políticas antifranquistas. En Cuba ni siquiera esto es posible, dada la prohibición de viajar al extranjero que pesa sobre los cubanos que viven en la Isla. Solo a través de conferencias telefónicas o mensajes grabados en video pueden los demócratas que viven en Cuba participar en reuniones de ese tipo.

La Presidencia de turno de la Unión Europea ha hecho que, una vez más, Alemania haya sido la anfitriona de un encuentro de estas características: el congreso «Democracia en Cuba: buscando Iniciativas comunes», organizado por la Fundación Konrad Adenauer y el Comité Internacional para la Democracia en Cuba, en el que han participado representantes de 22 países y 17 ONG. Todos ellos coinciden en respaldar una transición pacífica hacia la democracia en la mayor de las Antillas.

Mientras el país sigue congelado en el olvido y atenazado por la represión, y los cubanos esperando el día en que puedan informarse de manera independiente, ya sea en la prensa escrita, la radio, la televisión o internet, se va afianzando una elite que reconoce la continuidad del sistema político y excluye cualquier cambio de régimen pero, al mismo tiempo, lleva a cabo una reforma potencialmente profunda: pasar de un fidelismo personalista, carismático y ambivalente respecto de las instituciones a un socialismo burocrático, de fuerte acento institucional, bajo las órdenes de un grupo dirigente, con Raúl Castro como primus inter pares.

Próximamente, en junio, el Consejo revisará la posición común europea respecto a Cuba. La estrategia adoptada por iniciativa del Gobierno español: suspender las sanciones adoptadas tras la primavera negra de 2003, no ha producido efecto alguno, y desgraciadamente la Isla no ha experimentado avances hacia la democracia. Nos encontramos en un momento crucial para el futuro de Cuba. Los cambios deben ser un asunto exclusivo de los cubanos, que jamás aceptarán planes, propuestas o presiones del exterior, pero es preciso apoyar a la sociedad civil cubana. Es aquí donde la sociedad internacional, y en concreto la UE, debe desempeñar un papel importante.

Aunque en este tema los países europeos comparten los objetivos de más democracia y libertad, difieren en cómo alcanzarlos. Tras la confianza depositada en el Gobierno español en enero de 2005, hoy son cada día más los partidarios de introducir cambios en la estrategia de promoción de la democracia en Cuba. La reciente visita del ministro Moratinos y su cohorte, aún no sabemos con qué intenciones, no ha hecho más que empeorar las cosas. Frente a la relación «privilegiada» del Gobierno español con La Habana, se ha extendido entre las cancillerías europeas la necesidad de que la Unión hable con una sola voz y no acepte condiciones del régimen comunista cubano sobre conversaciones con disidentes o la liberación de presos políticos. De ahí que esté cobrando fuerza entre los países europeos la idea de que, para avanzar en el futuro de la democracia en Cuba, la UE conceda, en junio, mayor relevancia a la sociedad civil cubana. La decisión requiere unanimidad, y España bien pudiera utilizar su derecho de veto, adoptando una postura «estratégica» de priorizar el diálogo con los opresores frente a los oprimidos.

La sociedad civil europea tiene que trabajar para que la UE adopte una posición común solidaria con los demócratas cubanos. Ellos han sufrido y sufren en sus vidas el precio de pedir la democracia, y han inspirado y llevado a miles de compatriotas a creer en aquélla. Frente a la mentira y la propaganda, han afrontado los mayores riesgos para que el mundo conozca la situación de los Derechos Humanos en su patria. Algo que conocen bien algunos de los asistentes a la reunión de Berlín, como el checho Václav Havel o el alemán Markus Meckel, disidentes frente al comunismo que, tras lograr que la democracia se instalara en sus países, desempeñaron y desempeñan un papel fundamental en la vida política de éstos.

El apoyo a los demócratas cubanos es hoy más necesario que nunca: el movimiento democrático está creciendo irremisiblemente; a pesar de la represión, cada día son más los cubanos que reclaman sus derechos, a través de proyectos como el Varela; muchos se han unido a la campaña de no cooperación con el régimen, con lo que se niegan, por ejemplo, a participar en actos de repudio o a colaborar en el cumplimiento de las cuotas de producción. Todas las fuerzas políticas representativas se han unido para firmar el manifiesto Unidad por la Libertad, frente a los que pretendían desechar la opinión del pueblo de Cuba utilizando la supuesta división y la supuesta pasividad de éste como excusa de su propia pasividad.

Así lo señalaron Osvaldo Alfonso Valdés y Manuel Vázquez Portal, detenidos en la primavera negra de 2003 y exiliados de su país tras obtener una licencia extrapenal. Con la experiencia que les dan sus años en las trincheras, denuncian la posición de la UE, que, a pesar de repetir constantemente que son los cubanos los que deben decidir su futuro, no escucha a la sociedad cubana y se somete a las condiciones que el Gobierno cubano le impone para sentarse a dialogar.

Los demócratas cubanos no quieren suscitar pena ni admiración en los políticos europeos; quieren ser tratados con respeto y consideración, como verdaderos protagonistas de su futuro. No quieren ser considerados como héroes, sino como personas con criterio e ideas propias para el mañana de Cuba.

Son muchas las cosas que pueden hacer las sociedades y Gobiernos europeos, como apoyar a la Cruz Roja Internacional en su empeño por visitar las cárceles de la Isla (el régimen castrista lleva décadas denegándole el acceso a las mismas). Hasta el día de hoy, sólo las denuncias internacionales, el escándalo, han logrado una mejora relativa de las condiciones de los presos políticos.

Otra medida necesaria es el apoyo a los partidos políticos cubanos, que, aunque ilegales, son verdaderas formaciones. Como en cualquier lugar del mundo, necesitan recursos para desempeñar su labor. Tienen mucho trabajo por delante, que ya están acometiendo, con aquellos que no han conocido jamás la libertad: los jóvenes, enfermos de fatiga vital y que sólo tienen una preocupación: marcharse y poder desarrollar su vocación en algún otro sitio. Sólo con la ayuda internacional podrán trasladar a la gente un discurso centrado en sus necesidades y en la democracia entendida como verdadera prosperidad.

Quienes sufren deben saber que no están solos: la comunicación con ellos, cada día más difícil, es hoy todavía más necesaria, para transmitirles apoyo y dar a conocer al mundo la realidad cubana. Acciones de solidaridad como la de los cinco diputados italianos del Partido Radical que en el cuarto aniversario de la primavera negra se manifestaron junto a las Damas de Blanco en defensa de sus familiares, y no gestos como el del viaje del Ministro de Exteriores español, que dejó la Isla sin alzar su voz en favor de ningún preso y sin reunirse con los demócratas cubanos, son las que realmente proporcionan esa imprescindible compañía.

Hoy, el cubano es el pueblo más indefenso de la Tierra. Sólo la solidaridad internacional le permite no sentirse solo. Son muchos los que sienten esta compañía desde su celda, como recordaba Vázquez Portal: gracias a ella pueden olvidar, siquiera un instante, los malos ratos. Somos nosotros los que no podemos olvidarnos de los que aún siguen padeciendo la pesadilla de la falta de libertad.

Publicado en Libertad Digital