Nunca pensé escribir estas líneas. Confieso que, como todos los que alguna vez hemos estados interesados en Cuba, alguna vez he intentado imaginar lo que dirían los periódicos el día después del “hecho biológico”, pero que Oswaldo Paya fuera a morir sin ver la llegada de la democracia a Cuba no entraba en mis planes:
El 26 de julio de 1953, Bayamo se convertía en un símbolo para los revolucionarios cubanos… Un grupo de jóvenes armados trataron de tomar al asalto el cuartel Carlos Manuel de Céspedes. Los libros de historia cubanos años después contarían como: “La gesta del 26 de julio de 1953 fracasó en el plano militar, pero políticamente resultó exitosa, porque inició el método de la lucha armada como vía para conquistar la libertad, e hizo nacer la organización que encabezaría la lucha y creó condiciones para la victoria.”
Años después la capital de la provincia de Granma, en la que nació Pablo Milanés, ha vuelto a los medios de comunicación de todo el mundo por el fallecimiento de Oswaldo Paya.
Conozco Bayamo, pasé allí un mes. Es un lugar cercano a Santiago de Cuba, en el que no hay mucho que hacer (lo conté en Recuerdo a Barataria) . Todavía recuerdo con horror mi viaje desde La Habana en el tren lechero (que para en todas las puertas) y mi sensación, y la de mis compañeros, al llegar a la estación. ¿Qué vamos a hacer aquí? Y es probable que muchos se pregunten lo mismo, qué hacía Oswaldo Paya recorriendo las deterioradas carreteras cubanas, a más de 700 km de su casa.
Oswaldo Paya estaba visitando a los distintos miembros del Movimiento Cristiano Liberación. No era la primera vez que lo hacía, le gustaba estar cerca de su gente y trataba de visitarlos con frecuencia. Especialmente en los momentos difíciles como la Primavera Negra en el que Oswaldo multiplicó sus viajes para apoyar, incluso económicamente, a las familias de todos aquellos que habían acabado en la cárcel por defender la transición pacífica hacia la democracia en Cuba.
Cuando era posible lo hacía acompañado. Eran viajes incomodos, no exentos de peligro, en los que los miembros de la Seguridad del Estado no desaprovechaban ocasión para delatar su presencia y amenazar a Oswaldo y sus acompañantes. También eran viajes instructivos que permitían conocer la Cuba que no visitan los turistas, convivir con una persona de una categoría humana de las que no se encuentran todos los días… Los que alguna vez le han acompañado recuerdan todavía el asombro que les causa contemplar la vitalidad del movimiento opositor en toda la Isla y la popularidad y cariño con el que la gente por la calle reconocía a Oswaldo (al que los medios de comunicación cubanos han silenciado durante años), la gente se acercaba a felicitarle, a animarle a seguir trabajando, algunos le hacían el gesto de la L de la liberación desde la distancia, …y otros no dudaban en piropearle, ese ciencia tan difícil que los cubanos han convertido en arte, aunque suelan utilizarla en otros menesteres.
Oswaldo falleció mientras recorría el país al que amaba y que nunca quiso abandonar. No debe ser fácil cuando las posibilidades de crecimiento profesional no existen, por motivos políticos, cuando tu familia, especialmente tus hijos sufren en la escuela y en la calle el estigma de ser los hijos del disidente, pero el amor a Cuba podía mucho más. El amor a Cuba, y la convicción de hacer lo que tenía que hacer. Su familia asumió el sacrificio con generosidad dándole su apoyo incondicional, la generosidad aprendida de un hombre de una pieza. Y asumió también los riesgos que corría, y que los sicarios del régimen se encargaban de recordarle casi a diario con pintadas en las paredes de su casa, anónimos o llamadas telefónicas a cualquier hora, del día o de la noche. Estoy seguro que esa decisión, que ha tenido resultados tan dramáticos, es también una de las lecciones más importantes que Oswaldo ha dejado a sus hijos Oswaldo, Rosa María y Reynaldo. Una lección que llega también a los españoles en estos tiempos de crisis. Cuando muchos nos hemos planteado salir a buscar pastos mejores, la vida de Oswaldo en Cuba, llena de dificultades difícilmente comparables con las que vivimos en España, nos dice que quedarse y arrimar el hombro es la única forma de sacar el país adelante.
Le visité en su casa más de una vez. Vivía modestamente, y era un anfitrión entrañable. Hablaba muy lentamente, bajito, como en confianza. Un rato de conversación bastaba para conocer a un hombre sabio, convencido de sus ideas, a pesar de las críticas que le llegaban con frecuencia de unos y de otros, valiente y perseverante para convertir sus ideas en realidad, y con una vitalidad envidiable para ir encadenando iniciativas. Su compromiso y su entusiasmo fue lo que llevó a un grupo de jóvenes españoles a organizar la Asociación Española Cuba en Transición, que durante algunos años quiso dar voz y ayuda a todos aquellos que luchaban en Cuba para conseguir la democracia.
Su actividad política estaba muy pegada a la calle, y precisamente por eso se convirtió en un referente internacional de la oposición pacífica al régimen de los Castro. En torno a las más de 25.000 firmas recogidas en apoyo del Proyecto Varela logró articular un movimiento político con representantes en todas las provincias de la isla. A pesar de lo inusitado de la propuesta, y el valor que demostraron todos aquellos que dijeron al régimen: “me llamo XXX, vivo en XXX y quiero la democracia”, tuvo que ser Jimmy Carter el 14 de mayo de 2002, en medio de una intervención televisada desde la Universidad de la Habana, el que presentara el proyecto a todos los cubanos.
Su éxito le convirtió en una bandera de enganche para todos los que buscaban una transición pacífica, y en una diana tanto para aquellos que le acusaban de complaciente con el régimen, como para el mismo gobierno que se sentía amenazado por un movimiento pacífico y constructivo. Quizás por eso un año después, en lo que se conoció como la Primavera Negra de Cuba, más de 50 promotores del Proyecto Varela fueron encarcelados durante años, y expulsados de su patria. Oswaldo no se rindió y volvió a organizar el movimiento, que a su muerte gozaba de gran vitalidad.
Cuando uno le preguntaba de dónde sacaba tanta energía, Oswaldo acudía con naturalidad a su fe católica, de “la humildad de la cruz donde nació para siempre la liberación” me escribía un día. Esa misma fe también le hizo sufrir mucho, dejado de lado por un jerarquía que, frente a lo que pensaba Oswaldo y muchos cientos de fieles cubanos, estaba convencida que la mejor manera de cumplir su misión, y seguir siendo un pequeño espacio de libertad, pasaba por no molestar al régimen.
Los sueños se distinguen de los cuentos en que terminan abruptamente, sin dejar llegar el final feliz, y yo no puedo negar que, aunque no soy muy soñador, algunas veces me he despertado tras verle tomar posesión como Presidente de Cuba (algo que no estaba en sus planes). No tengo ninguna duda que el pueblo cubano le rendirá pronto un homenaje agradecido. De momento las reacciones de reconocimiento unánime, de toda la oposición democrática dentro y fuera de Cuba y de los principales líderes mundiales, suponen el homenaje merecido que no se atrevieron a concederle en vida ni los organizadores de los Premios Príncipe de Asturias ni los de los Premios Nobel, probablemente para no molestar a un Castro, que con la muerte de Oswaldo parece todavía más eterno.
Yo, mientras sigo esperando, echaré de menos sus palabras, sus recados y sus SMS que no faltaban en fechas señaladas como el Año Nuevo o la Pascua de Resurrección. En su último mensaje me escribía que le llenaba de alegría tener un amigo como yo. Yo nunca podré agradecer suficiente haber tenido la dicha de contarle entre mis amigos.
El 22 de julio de 2012, cerca de Bayamo, fallecía Oswaldo Paya. Su obra seguirá viva y extendiéndose a pesar de las persecuciones. Su muerte servirá para que muchos otros den un paso al frente y motivados por su ejemplo, tomen el relevo de la antorcha de la disidencia pacífica y conseguir que su muerte se trasforme en semilla de libertad.