Tras las críticas recibidas por la web de la Presidencia Española, y las expectativas generadas dentro del MAE, he comenzado a leer un poco sobre el tema. Las relaciones internacionales no son una excepción en las modificaciones que en la forma de estructurar las instituciones políticas que está introduciendo la sociedad del conocimiento. Los Ministerios de Relaciones Exteriores han comenzado a modificar sus estructuras, adaptándolas a los nuevos tiempos, algo que con el tiempo terminará provocando cambios también en el perfil del diplomático, que en el imaginario público sigue asociado a un relaciones públicas de clase alta, buena familia, con dominio de los idiomas, y un 10 en saber estar, cambios que ya se están notando en las nuevas generaciones de las escuelas diplomáticas, no sólo de España sino de muchos otros países…

Joseph Nye Jr nos advertía hace ya unos años que “La revolución de la información está alterando drásticamente el mundo de la política exterior, haciendo que a los funcionarios les resulte más difícil de organizar…Está cambiando la naturaleza de los gobiernos y la soberanía, incrementando el poder de los agentes no estatales y ampliando la importancia del poder blando en la política exterior” (NYE, J. (2003), La paradoja del poder norteamericano, Madrid, Taurus). De esta manera, aunque las relaciones exteriores tradicionalmente se conciben al margen de la ciudadanía, desde hace un tiempo ha empezado a cobrar importancia el concepto de “poder blando” que frente al poder duro, que impone su voluntad de manera coercitiva, “se vincula directamente a la información, procede de organizar bien el programa político (la agenda) y, sobre todo, sentar las bases para el diálogo” , influyendo en la forma de pensar de los Estados, especialmente de las sociedades que los forman, tratando de interactuar con una diversidad de actores. En este camino frente al poder duro en el que influyen factores como el producto nacional, las fuerzas armadas, la posición histórica y geográfica, etc., el poder blando se configura como un concepto intangible, vinculado a la imagen del país, formada por la ideología, la percepción internacional de su estabilidad institucional, su imagen acogedora, rentable para invertir, culturalmente interesante, turísticamente atractivo, tecnológicamente avanzado,…

De esta manera los Estados, para poder mantener su papel en el concierto internacional, necesitarán de nuevas herramientas, dirigidas a mejorar sus relaciones no sólo con los Estados sino, principalmente, con los actores de la “opinión pública internacional” y el público en general. La diplomacia, tradicionalmente reservada a las relaciones entre Estados, se ha visto obligada a ampliar su público para seguir defendiendo con eficacia los intereses de los Estados a los que representa. Se amplia incluso su misión, que va mucho más allá de la representación oficial del Estado ante otro Estado, o ante los organismos internacionales, y pasa por la promoción exterior de los intereses nacionales e internacionales de sus ciudadanos y empresas, en campos como el económico o el turístico, la cooperación internacional, la promoción de la democracia.. Nye nos advierte que “el acceso al poder blando es más dificil para el gobierno que el poder duro, pero eso no implica el rechazo, o la renuncia al mismo”.

Surge así el concepto de “diplomacía pública”, que respondería a la forma en la que los gobiernos intentan ejercer (Nye dice gestionar) este poder blando. Según la definición de Melgar, podríamos definir diplomacia pública como “el conjunto de estrategias e instituciones deseadas para la proyección de la imagen de un país en la opinión pública internacional”(Tesina de Luis Tomás Melgar Valero para la Escuela Diplomática, Madrid, 1 de junio de 2009, pág. 13).

Aunque si nos atenemos a las definiciones clásicas la diplomacia pública estaría compuesta por factores tan heterogéneos como la acción cultural en el extranjero, la labor de proyección exterior realizada por los medios de comunicación o los intercambios educativos y comerciales , en las que el Estado sigue siendo protagonista, pensamos que la característica fundamental de la diplomacia pública no está en sus componentes sino en su carácter reticular y su bidireccionalidad, basada en el diálogo y la necesaria retroalimentación de la opinión pública a la que va dirigida.

La diplomacia pública abre de manera infinita el campo de juego de las relaciones internacionales, y hace que difícilmente los Estados puedan cubrir, con sus propias fuerzas, todos y cada uno de los espacios. La política exterior no será ya más el coto privado de los gobiernos. Tanto los individuos como las organizaciones privadas están comenzando a intervenir directamente en la política internacional, estableciendo pautas y estrategias que afectan enormemente a la política pública, que antes estaba sólo en manos de los Estados. “La difusión de la información significará que el poder estará más distribuido y las redes extraoficiales disminuirán el monopolio de la burocracia tradicional. Los gobiernos tendrán un menor control de sus estrategias, también de las de comunicación. Tendrán un menor grado de libertad al tener que responder de los hechos y tendrán que compartir escenario con más actores. Aumentarán las sociedades público-privadas y la “privatización” de funciones” , que recaerán en muchas de estas organizaciones revestidas de un poder blando propio, al tiempo que los ciudadanos comenzarán a agruparse en torno a coaliciones que ignoran las fronteras nacionales.

La diversidad de los públicos y los terrenos de juego en los que se juega ese poder blando, hace que la mejor estrategia sea una estrategia en red, que pase por construir y mantener relaciones de confianza que involucren a un número lo más grande posible de actores .

Esta estrategia en red puede ser de dos tipos, que atendiendo a la clasificación de Melgar podría definir como:
– Las mega-redes, que estarían formadas por los Estados y sus relaciones oficiales, a través de convenios, y de una amplia gama de organismos internacionales, que tendrían en la ONU su centro. Desde hace un tiempo existe la tendencia de incorporar a estas redes a tecnócratas, representantes corporativos, grupos de presión y ONG’s. Estas mega-redes se presentan así como “la evolución natural de la diplomacia tradicional”.
– Lo realmente novedoso en este planteamiento serían, siempre según la terminología de Melgar, las micro-redes, que, además de identificarse con la diplomacia pública, suelen identificarse por conceptos como la multy-track diplomacy o la diplomacia civil. Se trata de redes informales, en ocasiones temporales, con fines concretos, y vienen configuradas por unas pautas de interacción social que pueden tener la Embajada o el instituto cultural en el exterior como un nodo, más o menos central, y que incluye una lista enorme de actores con relevancia para la diplomacia pública del país entre los que, además de las empresas, ongs y expertos antes mencionados, se encontrarían en un papel destacado a cooperantes, líderes de opinión, periodistas, centros religiosos, etc. y se irían alimentando con miembros de la comunidad en la que se desarrollan estas redes, que no tienen que compartir la nacionalidad del país que promueve estas estrategias, ni siquiera tener una motivación estrictamente nacional.

Las nuevas tecnologías pueden contribuir en gran medida con este proceso de adaptación de la diplomacia tradicional a la diplomacia en red. No en vano los países como Canadá, Estados Unidos, Israel o el Reino Unido, que fueron pioneros en la diplomacia pública, son los que han tomado la iniciativa a la hora de utilizar las herramientas tecnológicas como claves para su labor diplomática, reservando su lugar entre los países más influyentes de la tierra.

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