Por Rafa Rubio, @rafarubio, Consultor y profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid

Llevábamos mucho tiempo sin oír hablar de ciudades como Mosul o Nasirya. Su recuerdo estaba asociado a la guerra y al terrorismo del ISIS. Hasta que hace unos días, un señor de 85 años, incluyó estas dos ciudades en su gira de tres días y más de 1.500 kilómetros, saliéndose de la ruta habitual de tocar y salir corriendo, habitual en los jefes de Estado en sus visitas a Irak.

Si alguien hubiera dicho que un Papa iba a visitar Irak hace unos años nos hubiera parecido una broma macabra. En su momento ya lo intentó Juan Pablo II, que derribó muros más altos, pero chocó con los miedos de propios y extraños. Por eso Francisco, que ha demostrado ya muchas veces que la tozudez no tiene por qué ser siempre un pecado, se ha empeñado tanto en no decepcionar al pueblo iraquí por segunda vez. Quizás pueda resultar ingenuo o incluso provocador que cuando Roma lleva años en el centro de las amenazas del ISIS, el Papa responda visitando, la que no hace tanto tiempo era la capital de sus feudos.

Una visita para todo el pueblo iraquí

El ISIS ha perdido fuerza y presencia, pero Irak sigue siendo un país lleno de violencia, donde la religión musulmana es la religión oficial y otras religiones minoritarias son perseguidas.

A los católicos que allí viven (de rito Caldeo) no se les reconoce como ciudadanos con plenos derechos, y aun hoy siguen temiendo por sus casas e iglesias, que no dejan de sufrir ataques, aunque el culto esté permitido.

De ahí que algunos hayan leído el viaje del Papa como una reivindicación al gobierno iraquí de justicia, igualdad de ciudadanía y responsabilidad para los católicos, pero su mensaje no era sólo para las autoridades iraquíes, ni sólo para proteger a los suyos. El Papa ha condenado la violencia, especialmente la ejercida en nombre de Dios. Ha defendido a la mujer, víctima silenciosa de los terroristas que las utilizan como esclavas sexuales, reivindicando su papel como “conductoras de la historia”. La inmigración también ha tenido un sitio en su viaje, encontrándose con el padre de Alan, cuya foto muerto en la costa turca conmocionó al mundo, y que el Papa insiste en resucitar del olvido como “un símbolo de civilización, de la humanidad”.

Un Papa de gestos

En Ur de Caldea, la tierra de Abraham, el patriarca reconocido por judíos, católicos y musulmanes, el Papa celebró su acto más simbólico. Un encuentro interreligioso, con el Gran Ayatollah Ali al-Sistani, el líder chiíta de Irak. Un paso más en la búsqueda de “la fraternidad humana”, que es como le gusta describir a Francisco el reto del diálogo interreligioso, que se une a la firma de una declaración conjunta con el Gran Imam Ahmed el-Tayeb of Al-Azhar, referencia del islam sunní, en 2019.

Pero en la historia de la política reciente es difícil encontrar una imagen más poderosa que la del Papa Francisco conmovido entre las ruinas de las cuatro iglesias cristianas en Hosh al-Bieeya (la plaza de la iglesia) de Mosul, un lugar convertido en prisión por el ISIS dentro de una ciudad que, tras sobrevivir a la invasión norteamericana de Irak fue literalmente arrasada por la brutalidad del Estado islámico, causando miles de muertos y condujo a más de medio millón de personas (120.000 cristianos) al exilio.

Es la imagen del Ave Fénix que se resiste a la destrucción y resurge entre la barbarie, y lanza un mensaje de reconstrucción moral, convencido de que su mensaje de amor puede vencer a la crueldad humana, aunque pueda alcanzar límites inimaginables. Francisco no ha liberado Mosul del ISIS, pero ha liberado su nombre, que tras su visita será, a los ojos del mundo, una ciudad sufriente, en la que brotan gestos de amor y fraternidad. Todo el mundo ha podido contemplar una imagen del pueblo iraquí, alejada de la imagen habitual. Una imagen más brillante, tolerante y pacífica del país, a pesar de los muchos desafíos económicos, políticos y de seguridad que Irak sigue enfrentando.

El Papa ha querido marcar el camino de la reconstrucción. Una reconstrucción basada en la tolerancia del diferente, en el perdón y en el diálogo y el trabajo conjunto de musulmanes y cristianos, como único horizonte de paz en un país que cuenta su historia reciente en años de guerra y de violencia.

En consecuencia, el Primer Ministro iraquí ha declarado el 6 de marzo como Día Nacional de la tolerancia y la coexistencia, dejando para siempre la visita de Francisco en la memoria de Irak. Solo el tiempo podrá decir si la visita supone además un cambio real tras años de sangrienta inestabilidad en el país. Si la visita ha sembrado un futuro en el que la violencia y el terrorismo no tengan la última palabra. A la luz de las imágenes, parece que son muchos los que están preparados para trabajar duro para que sea así.

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