Si pudiéramos echar un vistazo a la famosa biblioteca del olvido de Nabokov, seguro que encontraríamos miles de libros sobre la revolución cubana y sus consecuencias, incluido, por supuesto, el mío, Regreso a Barataria. Encontraríamos mucha política ficción, mucha psicología, mucho libro de humor, muchísimas hagiografías del Líder Máximo, asombrosos ejemplares más propios de la astrología o el esoterismo…

De entre los libros de asunto cubano que se salvarían de esa particular quema encontraríamos varias memorias y algún ensayo histórico como el que me dispongo a comentar, Iglesia y revolución en Cuba. Enrique Pérez Serantes (1883-1968), el obispo que salvó a Fidel Castro.

Habituados a unas versiones unilaterales de la historia en la que los implicados callan, por ejemplo, por miedo o desacuerdo, para la confección de esta obra el profesor Uría ha buceado en documentación cubana y estadounidense, en testimonios de cubanos de la Isla y de cubanos del exilio y en el archivo personal del arzobispo Pérez Serantes en Santiago de Cuba, que se abrió por primera vez precisamente para posibilitar la elaboración de este estudio. El resultado es un libro que aúna el rigor histórico con la capacidad de tratar con acierto un tema específico –que a algunos les parecerá menor– sin perder de vista un contexto complejo y mucho más amplio.

Son muchos los que, medio en broma medio en serio, culpan a monseñor Pérez Serantes, arzobispo primado de Cuba entre 1948 y 1968, del infierno que padece Cuba desde 1959. Su intervención ante las autoridades batistianas tras el ataque al cuartel Moncada (1953) fue decisiva para que el entonces líder rebelde Fidel Castro salvara la vida.

Desde ese momento, la historia es bien conocida. Lo que quizás muchos ignoran es la decisiva intervención de los católicos (jerarquía y laicos) en la revolución cubana. Fue el mismo Fidel Castro quien pidió al prelado que le acompañara en el histórico discurso que pronunció 1 de enero de 1959 en Santiago de Cuba, en el que prometió democracia, justicia y pan. Y lo hizo no sólo como agradecimiento a quien años atrás le había salvado la vida, sino como reconocimiento de la contribución de tantos cristianos –en su mayor parte católicos– al derrocamiento de Batista. Fue un reconocimiento… y un guiño a unas gentes que empezaban a vislumbrar la amenaza comunista que encarnaban los barbudos de Sierra Maestra (no todos; Huber Matos, por ejemplo, jamás fue comunista).

Las dudas no tardaron en convertirse en certezas y la colaboración inicial dio paso al enfrentamiento y a la persecución anticristiana. Pérez Serantes enseguida se puso, una vez más, del lado de la libertad. Le siguieron miles de cubanos defraudados con el giro comunista de la revolución, y todos terminaron aplastados por la poderosa máquina totalitaria del régimen.

La Iglesia se volvió a quedar en el lado de los más débiles. Se enfrentó al injusto régimen de Batista y al que le sucedió, que llegó predicando la libertad pero inmediatamente mostró su verdadero cariz totalitario y que no dudaba en encarcelar a los sacerdotes críticos en centros de readaptación.

El del papel de la Iglesia en la vida política, sobre todo cuando ésta tiene lugar en un Estado que vulnera sistemáticamente los derechos humanos, no es tema fácil. Desde estas páginas hemos reivindicado el difícil papel de la Iglesia en Cuba, siempre en la cuerda floja, siempre en la compleja situación de mantener su espacio de libertad en la Isla-Cárcel –espacio que la propia Iglesia abre a todos los cubanos (creyentes y no creyentes)– sin dejar de denunciar las violaciones constantes a los derechos humanos. En el otro lado se encuentra el interés del régimen por tender puentes con la única institución cubana verdaderamente no gubernamental que sobrevive en la Isla.

De ahí el interés de este libro. El recientemente fallecido monseñor Pedro Meurice –sucesor de Pérez Serantes en la sede santiaguera–, que tuvo la oportunidad revisar este libro antes de su muerte, tras contribuir activamente a su elaboración, no dudó en considerarlo un apoyo imprescindible para entender el actual estado de debilidad de la Iglesia católica en Cuba. Su actuación no es siempre bien recibida, y algunos cuestionan incluso resultados como la deportación masiva de los prisioneros de la Primavera de Cuba, que han pasado más de siete años en prisión. Este libro da pistas para comprender mucho mejor las raíces de esa aparente contradicción, una constante que, con pequeños altibajos, marca la historia de Cuba y de la Iglesia desde 1959.

IGNACIO URÍA: ENRIQUE PÉREZ SERANTES (1883-1968). EL OBISPO QUE SALVÓ A FIDEL CASTRO. Encuentro (Madrid), 2011, 620 páginas.

Publicado en Libertad Digital