La hija del ministro no es otra novela más sobre los años de la II República y la Guerra Civil, con una diferencia, acaso, en el enfoque del drama humano. Ni siquiera se trata de una respuesta literaria a una ley de memoria histórica parcial para contar la historia desde el otro lado. No. Es una novela histórica en la que la obra, los personajes, sus aventuras están por encima de la historia, que no deja de estar muy presente, de ser un personaje más.

Resultado de imagen de La hija del ministro: la apasionante novela de una aristócrata que conoció el amor, el odio y el dolor en tiempos de la RepúblicaSu autor, Miguel Aranguren, un joven pero brillante escritor que puede presumir de una producción numerosa, diversa y acertada, se atreve en esta su primera novela histórica con uno de los periodos más convulsos de la historia de España, el que trascurre entre 1920 y el final de la guerra. Y lo hace desde una perspectiva poco habitual, la de una familia acomodada, cercana a la Familia Real, cuyo paterfamilias asume como ministro en el último gobierno de la Monarquía.

La excusa narrativa es sencilla, quizás innecesaria pero eficaz: la chica de servicio de una señora anciana, Elvira Bossana, cuya vida ha sido un misterio para todos los que la han conocido, va descubriendo, a través de unos diarios que permanecían ocultos, la tremenda historia de su señora y la familia de ésta. Poco a poco va descubriendo las tensiones que tuvieron que sufrir por ser monárquicos en las horas bajas de la Monarquía y en las altas de la República; las burlas que hubo de sufrir el cabeza de familia por ser un servidor público íntegro en unos tiempos en los que la política se asociaba a las prebendas, los privilegios y las arbitrariedades; los peligros que afrontaba cualquier persona por ser católica en plena ola de persecución religiosa; lo arriesgado que resultaba ser empresario durante la revolución del proletariado. Y lo dramático que resulta amar en tiempos revueltos.

Se trata de una novela-novela, en la que brillan las cualidades de Aranguren, que ya comentamos aquí mismo a cuenta de otra de sus obras (La sangre del pelícano): la agilidad narrativa, los personajes con vida propia, la pericia descriptiva (del Madrid de los años veinte, de la vida de los alrededores de la Corte, del Ministerio)… Pero también hay precisión histórica; de hecho, no es fácil evitar la curiosidad de identificar a los distintos personajes, especialmente al padre de Elvira, el Duque de Paraná, ministro durante la dictablanda de Berenguer, hombre íntegro y de profundas convicciones; a sus numerosos hijos, que se van involucrando progresivamente en actividades primero militares y luego políticas, entre el orgullo y el disgusto de su progenitor; a sus hijas, que no salen indemnes de otras batallas, las del amor, lo que genera situaciones dramáticas. Hay otros personajes bien perfilados, como el portero de la finca en la que vivió durante años la familia Bossana, que va acumulando odio revolucionario, al que dará salida por las calles de Madrid tras el estallido de la guerra; o el tío-abuelo de Elvira, un bon vivant de la época en el que las buenas intenciones y la debilidad avanzan en lucha constante. También hay guiños a otros personajes, los sacerdotes que se jugaron la vida, tantas veces hasta perderla, por seguir ejerciendo su labor espiritual o social (se descubre entre las sombras, bajo el nombre de Mariano, con el que le gustaba subrayar su amor a la Virgen, al fundador del Opus Dei, que en esos años iniciaba su andadura en los arrabales de Madrid).

Detrás de estos personajes se encuentran diversas historias. Trágicas historias de amor, como la que sirve de hilo argumental a la novela, tronchadas por la guerra, por la muerte o, lo que es peor, por la traición. Historias de heroísmo y entrega en defensa de unos nobles ideales. Historias de odio y venganza, de perdón y arrepentimiento… Como cada vez que lee sobre los acontecimientos de la Guerra Civil, uno se pregunta cómo pudimos llegar a esto, cómo es el hombre capaz de convertirse en una bestia y devorar a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo… Pero en este catálogo que nos brinda Miguel Aranguren nos encontramos con una variada gama de reacciones humanas ante la diversidad que también comprenden el sacrificio, la entrega o el auténtico heroísmo, que supera a la naturaleza humana.

Es en este punto donde se encuentra la principal carencia de la novela, cuando Aranguren aborda los sentimientos desbordados en una época en que la vida era una incógnita y un regalo. En ocasiones el autor se queda un poco corto, en otras resulta excesivo, poco creíble, de novela; como si le faltara todavía un poco de vida, no de años, para transmitir con crudeza las grandes pasiones, las emociones, el sufrimiento… Aun así, uno termina estas páginas casi sin darse cuenta y con un cierto regusto dulce; como si siempre quedara una esperanza, aun en medio de las mayores desgracias, de alcanzar la felicidad.

MIGUEL ARANGUREN: LA HIJA DEL MINISTRO. La Esfera (Madrid), 2009, 506 páginas.

Publicado en Libertad Digital