La iglesia católica no se caracteriza por su inmersión en las nuevas tecnologías. Aunque tanto Juan Pablo II y Benedicto XVI han hecho del potencial evangélico de las nuevas tecnologías una constante en sus mensajes, la iglesia católica, como muchas otras organizaciones, va marcando sus tiempos y penetrando con cautela en este proceloso mundo tecnológico.

Por eso me ha hecho bastante gracia «descubrir» el carácter 2.0 del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que celebrabamos ayer en España, y la rama española de este antecedente católico del manifiesto. Y aunque la red no es muy dada a dogmas voy a explicarlo un poco, como anécdota para empezar bien esta corta semana…

Fue Pio IX el que declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. El día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de una multitud ingentísima de pueblo, lo definía como dogma de fe:

«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

Pero el tema venía de lejos, de muy lejos. Desde los inicios del cristianismo se venían celebrando «encendidas» disputas entre los teólogos sobre si en la Virgen María existía o no la mancha del pecado original, con todo lo que ésto supone. Todos los «gurus» habían manifestado su opinión, y algunos Papas se habían mojado, pero a título «personal». Existe alguna narración más ortodoxa de las disputas teológicas.

Lo sorprendente es que, ya desde el siglo IX se venía celebrando su fiesta.

«La fecha de la celebración (la misma en que la celebran los orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el que mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por los calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebraba también en Irlanda e Inglaterra».

Empezamos con la influencia de Oriente, globalización y flat world, en el siglo IX.

Una vez que la fiesta se extendió por todo Occidente, dejando a los expertos disfrutando de Paris mientras seguían con sus tertulias de lo más encendidas, que a veces llegaban al plano de las familias, maculistas vs inmaculistas, e incluso al ámbito personal.

El pueblo iba por libre y la devoción a la Inmaculada iba extendiendose, cada vez con más fuerza. Como suele pasar los políticos se unieron a un caballo que ya se vislumbraba como ganador, especialmente los reyes españoles, que comenzaron a enviar legaciones a los Sumos Pontífices pidiendo la definición del dogma.

Pio IX no fue ajeno al fenómeno popular, ni al 2.0, «el Pontífice quería conocer la opinión y parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parecía imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia le salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero eficaz y definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito una carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocerse la opinión del episcopado consultándolo por correspondencia epistolar… La carta de San Leonardo fue descubierta en las circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema, y fue, como el huevo de Colón, perdónese la frase, que hizo exclamar al Papa: «Solucionado»»

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Finalmente, al declararse el dogma, la gente, que no había necesitado del Papa para estar convencida, salió a las calles para celebrar el primer triunfo del 2.0 en la iglesia católica. Y como homenaje al «poder del pueblo» el Papa Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara en la romana Plaza de España.