El pueblo cubano seguirá bromeando sobre el secreto de la supervivencia de la dictadura más longeva de nuestra época, mientras se pregunta en privado: ¿qué he hecho yo para merecer esto?
hablar en estos días, nos ofrece el título perfecto para analizar un nuevo capítulo de otra historia de supervivencia, la de la dictadura cubana. Una historia que ha conseguido mantener la isla congelada en el tiempo, convertida en un museo temático del comunismo, desde que Fidel Castro se alzó con el poder en 1959, logrando, desde entonces, sobrevivir a la caída del Muro de Berlín, el fin de la URSS, el período especial, la muerte de su fundador e incluso un nuevo relevo de poder.
Para conseguirlo Cuba se ha beneficiado siempre de la indiferencia internacional (rozando en ocasiones la admiración) y el apoyo de un «tonto útil» que ha ido cambiando, un país que ofrecía al régimen el dinero y el avituallamiento necesario para sobrevivir, a cambio de disfrutar del «prestigio» revolucionario de la isla cárcel, beneficiarse de misiones sociales (una suerte de esclavitud estatal moderna) en áreas como la salud, la educación o el deporte y, sobre todo, su asesoramiento en las artes del control social. En el comunismo no existe el altruismo, y cada vez que estos «socios revolucionarios» han entrado en crisis, el Gobierno cubano se ha sentado a contemplar cómo paseaban su cadáver, mientras aumentaba la leyenda de la inmortalidad del comunismo caribeño.
El último ‘partner in crime’ de la dictadura cubana ha sido la Venezuela de Chávez y Maduro
El último ‘partner in crime’ de la dictadura cubana ha sido la Venezuela de Chávez y Maduro, con la que ha mantenido una relación de dependencia enfermiza en los últimos años. Mientras Cuba apuntalaba el sistema represivo del ejército y los servicios secretos venezolanos, Venezuela pagaba la factura en forma de subsidios y petróleo casi regalado.
Hoy, los cubanos contemplan con cierta envidia, una vez más, cómo en Venezuela aquellos que han mantenido la dictadura se tambalean ante la fuerza de una sociedad civil que, sin violentar la ley, siempre supo mantener su esperanza y lograr el respaldo de una presión internacional que ya quisieran para sí los cubanos. Mientras, el Gobierno de Díaz-Canel escribe un nuevo capítulo de su propio manual de supervivencia y ha buscado refugio en una reforma constitucional, liderada por Raúl Castro. Un nuevo texto que apuntala las viejas herramientas totalitarias en las que el régimen cubano basa su poder.
La Constitución cubana
La Constitución cubana, que hoy se somete a referéndum, contiene 224 artículos, 113 que reforman artículos ya existentes en la Constitución anterior, de 1976, añade 87 nuevos y conserva 11 artículos mientras elimina definitivamente 13. Se trata de un ejercicio de puro constitucionalismo semántico, según la tipología de Loewenstein. En contra de lo que cualquier Constitución democrática exige, la que el régimen pretende imponer, lejos de servir a la limitación del poder, se convierte en un instrumento de legitimación de quienes llevan décadas ejerciéndolo. La Constitución no cumple con los requisitos esenciales que desde 1789, en el artículo 16 de la «Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», son considerados imprescindibles para hablar de un Estado democrático. No consagra la supremacía del texto constitucional y su aplicación directa, imprescindible para la existencia de un Estado constitucional, ni establece un órgano jurisdiccional para su aplicación; ni siquiera respeta parte de los compromisos internacionales adquiridos por el propio Estado cubano, como la Declaración de Viena de 1993. La división de poderes, connatural a cualquier Constitución, es sustituida por mecanismos deconcentración de poderes, en el que la Constitución se subordina al poder siguiendo la vieja máxima socialista, «no se hace la Revolución con el Derecho sino con la política». La suma de todo lo anterior convierte el texto constitucional en letra muerta, un panfleto incapaz de generar verdaderas obligaciones jurídicas.
La nueva Constitución cubana también se queda muy corta, respecto a constituciones contemporáneas, en lo que se refiere a los derechos fundamentales. Aunque amplía la carta existente en la Constitución anterior, reconociendo la propiedad privada, no se incorpora ni la jerarquía constitucional de los tratados internacionales de derechos humanos firmados por el país, ni la clausula abierta en el reconocimiento de derechos que sí incluyen, por ejemplo, constituciones más recientes. Tampoco se refiere a la universalidad de los derechos, limitando expresamente los mismos a los extranjeros con residencia legal y ni siquiera lo hace en condiciones de plena igualdad, abriendo la puerta a que la ley establezca diferencia de acceso a los mismos entre cubanos y extranjeros residentes. Sorprende, además, cómo derechos como el de la educación y la salud, emblemas simbólicos del comunismo cubano durante muchos años, se desvinculan de la ortodoxia comunista eliminando la gratuidad en el caso de la educación postgraduada, y abriendo la posibilidad que los servicios de salud no sean ofrecidos directamente por el Estado.
Derechos como el de la educación y la salud, emblemas del comunismo cubano durante muchos años, se desvinculan de la ortodoxia comunista
Todo esto mientras consagra al Partido Comunista como fuerza dirigente superior de la sociedad (art. 5) y establece como irrevocable el sistema socialista de partido único (art.4) que, por si quedaban dudas, declara perpetuo (art. 229), estableciendo el «derecho ciudadano» de «combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, (…) a cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido» (artículo 4), una amenaza explícita que institucionaliza los CDR, que no son otra cosa que los Comités de Defensa de la Revolución.
Todo lo anterior nace además viciado desde su origen. El referéndum en el que los cubanos están llamados a ratificar el texto de la nueva Constitución, difícilmente reúne las características para ser considerado como tal. No ha existido la libertad para hacer campaña defendiendo cualquiera de las opciones; ni la igualdad de condiciones en la competición electoral, ni existe la necesaria independencia del organismo electoral, ni la presencia de observadores internacionales en todas las fases del proceso. No se da nada más que la omnipresencia y poder de un Gobierno que ha puesto su enorme aparato de propaganda al servició de la campaña del ‘Sí’, violando de paso su propia ley electoral, mientras reprime a los que intentan hacer campaña por el ‘No’.
De poco servirán los debates celebrados que, a pesar de ser presentados por la propaganda como «el más colectivo de los ejercicios de pensamiento», no se han traducido en cambios relevantes al texto original más allá del rechazo al matrimonio igualitario que formaba parte de la propuesta inicial.
De ninguna manera estamos ante el comienzo de una nueva etapa
Ganará el ‘Sí’. Lo hará, porque de ninguna manera estamos ante el comienzo de una nueva etapa, sino ante un capítulo más del manual de supervivencia del régimen cubano. El camino que el comunismo ha recorrido hasta aquí es el que pretende seguir recorriendo en adelante, mientras aumenta la división de una sociedad que, como señala Rafael Rojas, ha entrado «en una fase imparable de pluralización».
El pueblo cubano seguirá bromeando sobre el secreto de la supervivencia política de la dictadura más longeva de nuestra época, mientras se pregunta en privado: ¿qué he hecho yo para merecer esto?