Cronicas de Calcutta
Es una maravilla ver como en esta parte del mundo todavía es posible estar comunicado. Reviso el correo electrónico y veo con placer como me han llegado más de quince mensajes que siento no poder contestar personalmente, esto del «internes» en Calcuta es barato pero suele haber unas colas alucinantes. En un vagón de tercera (No AC), acompañado de Chechu y una pareja de australianos recién conocidos, camino de Calcuta. Y aquí estoy yo con ropa de dos días y barba de cuatro, sueño de tren e ilusionado.
El viaje desde Madrid fue duro, como empiezan a ser todos los viajes. Esta vez no hizo falta «efecto azafata», sólo angustia: Diego de León, 6 a.m. Mientras espero el viaje voy contemplando a los jóvenes «de recogida»: mirada perdida, sonrisa puesta, cabeza alta… algunos aprovechando la última copa, buscando taxi, o su propio coche y no desaprovechando las últimas oportunidades de caza que a la luz del amanecer suele ser más difícil. Madrid-Zurich, de transición: lectura, música y algo de conversación. Zurich-Dehli: Chechu duerme y yo, sin nada que ver en las pantallas personales de Swiss Air, empiezo a pensar y acabo fatal: un mes por delante, cantidad de asuntos sin resolver… Llegamos tarde, muy tarde, a eso de las 2.00 am, sin hotel reservado, sin contactos, sin amigos.. Solo saber hacer y buenas intenciones (que al final fueron suficientes).
La llegada al aeropuerto es muy similar a otros aeropuertos conocidos, México, Guatemala, un mar de personas que te gritan, te preguntan, te ofrecen, la locura para el viajero desconcertado que solo quiere un lugar donde dormir y somnoliento tiene que empezar a regatear. El pre-paid taxi es la primera escuela de negociación: desde el principio trata de entablar conversación, redirigirnos a «su hotel», sin reparar en razones: un mal barrio, peligroso, sin luz… (pero barato); unos dueños que tienen fama de…, ratas, un accidente, derrumbamientos, inundaciones, terremotos… todo vale para intentar engañar al incauto que sólo puede fiarse de la guía de viajes, la omnipresente LONELYPLANET. Desde el aeropuesto a la ciudad hay unos cuantos kilómetros poco poblados. Poco a poco nos vamos adentrando en la ciudad, el aspecto es de arrabal, y esperamos, con esperanza, ir entrando en zonas mejores. El conductor anuncia «Esto es Ja???», pensamos que por interés turístico, ya que por lo que podemos observar se trata de un barrio especialmente pobre, en el que nunca andaría solo, ni a plena luz del día, yo lo considere como un comentario anecdótico, sobre algo especialmente llamativo, una zona marginal dentro de la ciudad… pero el conductor nos avisaba de que ya habíamos llegado al barrio de nuestro hotel ¡¡¡¡glubbb!!! Son las dos de la mañana, calles oscuras, barro, suciedad, gente paseando, sentada, tumbada en la calle… y al llegar al hotel con el que habíamos hablado desde el aeropuerto… No Places, tremenda sorpresa, pero como todo en la India, el problema tenía solución, a escasos metros (quince minutos andando) el dueño tenía otro hotel en el que, en principio, sí quedaban camas. 2.00am, Dehli, más de quince minutos, el paseo fue estremecedor, gente durmiendo en la calle, suciedad, miseria, para doblar a cualquiera.. Tu lo quisiste fraile mostén… Calle arriba, mochila al hombro, agotados del viaje… la calle, pese a la oscuridad, no da mucha seguridad. Un policia se interesa por nuestra situación y al llegar al hotel, renegociación de precios, labor que empieza a convertirse en rutinaria. La habitación doble, por 800 ptas, no asusta: cama ancha, medio baño que comparten la ducha y un extraño agujero.
El primer día, la habitación tiene cuerpo de calor húmedo, palpable. Es domingo y hay que madrugar en busca de un billete y una Misa, en una ciudad que, los domingos «no está muy católica». La salida del hotel resulta impactante, la calle es un río informe en el que se mezclan personas y animales, coches, motos y bicicletas. Los sentidos se saturan, la vista ante la diversidad de colores y la cantidad, el olfato por el olor penetrante e intenso, el tacto en una lucha constante por ganar la posición, rodeado de gentes que empujan por delante y por detrás para tratar de hacerse un hueco, el oído por el pitido constante, gritos, bocinas, timbres… que parecen ser un elemento más de los vehículos de motor de Delhi, luego descubriríamos que de toda la India… Aquí todo funciona por comisiones, todos son casi hermanos, tienen cientos de amigos en España, y no quieren tu dinero, solo tu seguridad. al final tienden a engañar y hay que regatear hasta en los transportes públicos. El tráfico es un caos, pero no muy superior al de Guatemala, los coches pitan sin parar, las maniobras se avisan brazo en alto. Como veis esta fue mi primera impresión, nada alentadora. La habitación era pequeña pero mas o menos limpia y no muy calurosa y eso si baratísima, 800 ptas por los dos. A la mañana siguiente, domingo, salimos en busca de una Misa y un billete de tren para Varanasi, ninguna de las dos resultó, como se verá, misión sencilla. La salida del hotel fue mucho mas impresionante que la llegada, desde la ventana se podía observar un día lluvioso, y la calle inundada de personas, entre puestos, ruidos, suciedad. La salida fue peor, llovía y andar se hacia dificultoso entre coches, rickshow, bocinas, pitos, gente gritando desde las tiendas. era un inmenso atasco mixto de vehículos, personas y animales.. .no hay aceras. Todos eran nuestros amigos y nos querían llevar a estupendas agencias de viajes con magnificas ofertas. aunque aquí hay unas plazas especiales en el tren reservadas para extranjeros la oficina estaba cerrada y era tal el mareo que nos empeñamos en comprar los billetes en las taquillas normales, en las de los indios. Aquí las colas no existen es cuestión de ganar la posición y, como educados occidentales se nos colaban, una y otra vez los agentes de viajes realizaban sus últimos intentos, persuadiéndonos de que allí sería imposible comprar un billete y conseguían sacarnos de la cola con distintas excusas: ahora rellene un papel, no va a encontrar sitio, pregunte primero… los precios suben y bajan en cada viaje pero al fin conseguimos billete para la tarde… en una misteriosa lista de espera, con el numero cuarentaypico, seguía la incertidumbre. Más tarde conseguimos encontrar la iglesia Católica, nadie tenia ni idea de donde estaba y conseguimos llegar de chiripa a bordo de una motorickshow divertidísimo (ya veréis las fotos).
La Misa fue muy emotiva: al hecho de volver a comprobar la universalidad de la Iglesia, sentirse como en casa entre aquellos mismos que en la calle no generaban más que desconfianza se añadió que el obispo de la diócesis de Calcuta acababa de fallecer en Polonia en una peregrinación, y toda la comunidad católica se encontraba reunida. Luego nos quedamos bastante rato en oración, agradeciendo el viaje. La experiencia fue común, para Chechu y para mi, el tiempo se paso volando y estuvimos más de una hora. Todavía quedaban otras dos para que saliera el tren, aun no sabíamos si con nosotros dentro, y recorrimos la ciudad que dormía, por ser domingo. Sin poder evitar todo tipo de ofertas desde flautines, coca, viajes alucinantes, juegos de ajedrez, (no-thanks que empieza a ser automático, sin mirar, a la remanguille) que nos hacían los infinitos indios que parecen vivir del turista en esta ciudad, comimos en un restaurante con nombre indio que resultó superoccidental y nos fuimos a recoger las maletas para intentar coger el tren. Durante el trayecto conseguimos caer solo en dos o tres tiendas, agencias… y al fin llegamos al hotel. Digo lo de las tiendas porque cada una de ellas, aunque parezca mentira, era un alivio del agobio de la calle, no solo por el aire acondicionado y la ausencia de ruidos y olores, sino por la cabeza, que descansaba un rato. En el hotel recogimos las mochilas y nos dirigimos a la estación, ¿misión imposible?…
Cada salida a la calle vuelve a asustar, y afrontamos el trayecto a la estación cargados y con miedo, no sin razón, en las cercanías la gente se apelotona en las escaleras, los andenes, las vías… todos esperan a qué, cuando el primer tren hace su entrada vemos que debe ser la voz de «marica el último» la que esperan porque unos y otros se abalanzan sobre los vagones comenzando la labor de acoplamiento. Al llegar a nuestro andén, el ocho, comprobamos las listas de los admitidos en las que, por supuesto, no aparecíamos, ya se arreglaría. Intentamos hablar con alguna persona de la compañía ferroviaria y nada; con la policía que mostraba interés pero decía no poder ayudarnos, nos pusimos dramáticos: tenemos que llegar a Varanasi, en cualquier sitio, a cualquier precio: NADA.. Dicen que fue aquí en la India donde nació la resistencia pasiva, y mientras Chechu subía y bajaba yo me tumbe en mi mochila, abatido, me veía una noche más en Dehli y necesitaba de la panda que nos esperaba en Venares: Nachos, Alex… a todos a los que metí en este lió para el mes de julio y que ahora volvían a Dehli con su misión cumplida y felicísimos. La estación se iba llenando de gente, era imposible que todos cupieran en el mismo tren, la esperanza se evaporaba. Minutos antes de la salida volvimos a intentarlo y esta vez la policía nos recibió asustada e insistió a los empleados del tren que trás muchísimo esfuerzo accedieron, aunque sólo hasta Kartum, a unas seis horas de Dehli, luego veremos… la incertidumbre continuaba. Nos acomodó en primera clase, alguna ventaja tenía que tener, y empezamos el viaje con la incertidumbre a cuestas, y con tanto sueño que a pesar del inmenso numero de gente que se paseaba por el vagón ofreciendo té, especias, comidas indescifrables. conseguimos dormir de un tirón. No desaprovechamos la ocasión de, entre cabezada y cabezada, entablar conversación con un señor de por allí, nunca se sabe. Llegando a Kartum la temida llamada: hasta aquí hemos llegado y esto tiene un precio, 8000 ptas, NO; 4000, No… al final lo dejamos en 1600 Ptas. Ahora nos tocaba a nosotros, que no teníamos ninguna intención de conocer Kartum a las 2.30 de la madrugada. Chechu se fue a un vagón de tercera, mientras que yo seguía en el mismo sitio; la dicha duró poco tiempo porque rápidamente el nuevo revisor me invitó a mostrarle mi billete y, acto seguido, a abandonar mi sitio y a buscarme la vida. No parecía muy propio explicarle que ya había sobornado a su compañero y trataba de convencerle de que estaba todo «arreglado». La historia se ponía emocionante, al menos no me había echado del tren, rápidamente fui en busca de Chechu y tras un rato de ejercicios de contorsionista conseguimos meternos, los dos, en la misma cama, una tabla en la que no cabe ninguno y a la salida no podíamos creernos que hubiéramos entrado allí los dos. Misteriosamente seguimos durmiendo y amanecimos en Benaresh a eso de las 5.00 am.
Varanasi, la antigua… la llegada es más de lo mismo, gente ofreciendo transporte, precios, regateo… y una vez que uno está dentro del rickshaw… mil intentos de cambio de planes: su hotel? Ha habido un derrumbe, se fue la luz, no sé exactamente como llegar, no es seguro, puedo llevarle a un hotel mucho más cómodo…
Al llegar al hotel, a las 5.15, nuestros amigos no aparecen por ningún lado, ya todo nos hace dudar, estamos tan cansados que subimos a ver la habitación y nos quedamos dormidos hasta las 11.30. Pronto van apareciendo, la alegría es mutua, yo voy superando mi ansiedad, sintiéndome en casa y ellos me van contando sus aventuras, como con la satisfacción de demostrar que se las han arreglado muy bien, que han pasado la prueba con nota. Hay en sus palabras un tono como de «estar de vuelta» de «cuando tu vas nosotros estamos volviendo» por primera vez y se regocijan en su papel de consejeros del «maestro» que se siente orgullosísimo de tan grandes discípulos. Todo es alegría, buen rollo y los clásicos consejos de los que se lo han sabido montar «sin privarse de nada» y por cuatro duros: comidas y cenas en Blue Sky, de nuestra parte, camisas a medida, cerveza, el cine… se repite la impresión «alucinante», el deseo de volver y la admiración hacia el ambiente de voluntariado, «lo mejor de España se ha venido a Calcuta», todos coinciden además en el primer efecto shock y la posterior evolución favorable, lo que me deja mucho más tranquilo. Varanasi es Ciudad Santa (Ciudad de Shiva) y el lunes celebra la fiesta de una de las innumerables deidades hindis. Mark Twain escribió «Benarés es tan antigua como la historia, tan vieja como la tradición, más vieja incluso que las leyendas y parece dos veces más vieja que toda esta antigüedad acumulada». La zona antigua de la ciudad se encuentra repleta de gentes, puestos y vacas sagradas… todo converge hacia el río, el Ganga que está en hora punta, hombres y mujeres se arremolinan en los Gahts para poder lavarse en el río sagrado y borrar así todos sus pecados. El río ha sufrido una de sus famosas crecidas, ha inundado los Gahts y sus aledaños y baja con muchísima fuerza. Alrededor gente lavándose, afeitándose, nadando, haciendo yoga, comprando polvos sagrados, hierbas, velas… lo sagrado y lo mundano se mezclan, vida y muerte, pecado y suciedad bajan juntos por el río, marrón de tanta carga. Los Nachos logran, como no, convencer a un barquero para salir al río, pronto la excursión fue cancelada por la policia, ¿qué le vamos a hacer? En la zona antigua, Guddia, las calles son estrechas, de barro y llenas de suciedad, el olor es distinto, a incienso igualmente penetrante. No es extraño encontrar comitivas que llevan al muerto de despedida en procesión por la ciudad (ticket to the heaven). Pronto llegamos a los crematorios: morir en la Ciudad Santa es señal cierta de predilección, una puerta para abandonar el ciclo de la reencarnación, y la ciudad tiene un encanto sagrado. Junto a los crematorios se levanta el Templo de oro y muy cercana una mezquita musulmana, una de las tres más grandes de la India, desde la que los Mujaidines parecen retar a diario a la Ciudad Sagrada. La Mezquita se encuentra protegidísima por un regimiento de soldados ya que tras las últimas elecciones ha sido objeto de múltiples amenazas. Como siempre junto a la más elevada espiritualidad habita un refinado gusto por la vida, Benaresh es famosa por sus telas y es un buen sitio para empezar a cumplir con los regalos: sharis, kurtas, punjabs, pasminas… Dicen que Baranasi es el reino de la seda y sus tenderos actuan de embajadores, no venden, enseñan mercancía, en un despliegue de diplomacia digna del Vaticano: nunca quieren vender sólo hacer amigos, y la venta es toda una ceremonia. Lo primero es invitar a pasar, los invitados se descalzan y son introducidos en una sala forrada de telas donde se acomodan a tomar el te, durante una buena parte no se habla de negocios, es de mal gusto, y el huésped trata de que sus invitados pasen una agradable velada.
Calcuta, the white town
Kaligat es la primera casa que fundó la Madre Teresa, es el hogar de los moribundos. Una casa que es el hogar de más de cien personas recogidas en las calles de Calcuta a las que en los hospitales se han negado a recibir. En la entrada llaman la atención unas fotos de la Madre con el Santo Padre recorriendo juntos la casa e inmediatamente unas «instrucciones» de la Madre a los taxistas de Calcuta que desprenden cariño «No olvideis nunca preguntar su nombre y dirección y traerlos aquí solamente cuando os hayáis asegurado de que no son aceptados en ningún sitio»… y ahí están, un tablero informa del «estado de ocupación» de la casa, hoy hay 47 hombres, 43 mujeres y, gracias a Dios, ningún fallecido. Este es el hogar de los desahuciados, los desechos de una ciudad que ya es bastante desecho. En su gran mayoría no pueden hablar, solo algunos pueden andar… tumbados en camillas ocupan una gran habitación en la que al entrar reina el silencio. Con la llegada de los voluntarios empieza la jornada, con el desayuno. Los dos primeros días me ha tocado alimentar a un señor mayor, sin ninguna fuerza, tras incorporarle lo he apoyado sobre mi pecho para sostenerle y poderle dar de comer. No tiene fuerza para masticar y la comida hay que triturársela y metersela literalmente en la boca en cantidades diminutas, la primera vez, al meter los dedos en la boca, al contacto con la saliva he sentido una extraña situación, en seguida me he acordado de la Madre Teresa, de ese Cristo que es cada enfermo… y menos mal porque la jornada preparaba muchas sorpresas. He tardado bastante tiempo en darle de comer y enseguida, mientras otros fregaban y lavaban las sábanas hemos empezado a bañar a los enfermos. Es algo espeluznante, todos están en los huesos, de manera literal, en bastantes el culo ha desaparecido y la espalda termina en agujero, los huesos sobresales, llagas, úlceras… A muchos hay que cogerlos entre dos y lavarles tumbados, luego hay que vestirles con ropa nueva, y en algunos ojos parece brillar la alegría de la dignidad, el agradecimiento… La lavada lleva su tiempo y es muy dificultosa, hay que cargar, frotar… después viene el afeitado, en el que la piel es una finísima capa que se ciñe a los huesos de la mandíbula, lavar el pelo era, básicamente, quitar piojos. No me sentía capaz de llevar guantes, me parecía como inhumano, la cara, los ojos amarillos que revelaban un estado de malaria avanzadísimo, me asustaba la sangre pero… otra vez Cristo. El descanso de las 10.30 ha sido, para mi, más merecido que nunca; las hermanas habían preparado unas deliciosas croquetas con el típico spice hindú y el te, como siempre, ardiendo. Estos ratos son ideales para conocer gente y, después de cinco días uno no deja de sorprenderse… Vuelta al trabajo, ahora toca repartir la comida: arroz, patatas y pescado… tratando de evitar la picaresca de los más avispados. Después, mientras me dedicaba al noble oficio de fregar y secar platos una japonesa se ha ofrecido a colaborar con un chico canadiense a enjuagar los platos, empezando, desde el principio, la conquista: primero el bombardeo de preguntas, luego la cita, vamos juntos en el Metro… mientras nosotros tratábamos de ir arreglando el estropicio que iba formando al desperdigar vasos a uno u otro lado sin prestar atención… l´amour. Tras un intento de siesta nos hemos ido de excursión. Una visita en barco a la ciudad de Calcuta. El río, afluyente del Ganges divide la ciudad y el barco supone el medio habitual de transporte, así que el paseo turístico se realiza entre bolsas, animales, tres transbordos… todo por ocho pesetas. El barco recorre Calcuta por el río y se descubren distintas zonas de la ciudad, alguna con pinta de edificios gubernamentales, llama especialmente la atención.
Después algunos templos, un crematorio… las orillas del rio se encuentran habitadas en chabolas de miles de personas que gozan del privilegio de tener una cas al orillas del río. Al fin llegamos a Bombazar un pueblito pequeño con sus calles, su templo y, sí, también aquí, su campo de fútbol. El templo me recuerda la tendencia de las religiones indias a mezclar lo humano y lo divino, a personificar, y los dioses son seres barbudos, barrigudos que no me dejan de asustar. La vida en la calle Quizás pueda hablar de las calles y de las gentes, que hemos encontrado por aquí. Dicen que en el concepto mediterráneo de ciudad, la calle es punto de encuentro, aquí la calle lo es todo, punto de encuentro, sala de estar, cuarto de baño, dormitorio y cocina, e incluso lugar de negocio, las calles son puestos, no existen las aceras, en las calles se confunden los vehículos, los animales y las personas, coches, autobuses, motocicletas, motorickshaw y rickshaw manuales avanzan entre la gente, los perros, los gatos. claxon en ristre, la calle es un ruido continuo y cuando llueve se convierte en charco, en el que no es posible avanzar sin calarse. Junto a esta riada que lo arrastra todo a su paso, se confunden los puestos, en los que se puede encontrar de todo, postales, juguetes, artículos de perfumería, comida caliente, bebida fresca. todo cocinado al instante y servido en plena calle, mientras dos indios se bañan a tu lado, y un pobre viejito tira de su rickshaw en el que lleva tres personas. El extranjero, pese a todo, es también extraño en el caos, y las miradas se vuelcan en él, lo mas llamativo entre tanta normalidad. Todos se vuelcan sobre él: niños con la mano abierta, viejos que quieren mostrar las maravillas de la ciudad. repiten de memoria, Hellow!!!, españolo!. Por la noche las calles se convierten en dormitorios improvisados en las que duermen familias enteras, cunas, camas de matrimonio. por la mañana el aseo es en la calle y cuando vamos a empezar a trabajar a eso de las 5.30, el paisaje de la ciudad despertando resulta desolador. Gente maravillosa Dicen por aquí, que lo mejor de España se ha venido a Calcuta y no andan muy descaminados, pero no solo lo mejor de España sino lo mejor del mundo. Sé que exagero, aunque lo cierto es que el ambiente es inmejorable. Por aquí hay gente de todo el mundo, nosotros hemos formado una entente latina con franceses e italianos, y somos un grupo de lo más divertido. Hay gente de todo tipo: filántropos y misioneros; solidarios; aventureros extraviados, entre Dehli y Bangkok, que quedaron enganchados; ejecutivos en busca del karma; sociólogos argentinos; jubilados activos; gente joven: profesionales, estudiantes. También suele ser frecuente encontrar gente de otros países en su año de descanso, una vez terminada la universidad. Así hemos conocido un chico de Barcelona, Joseph, que lleva años viviendo en Israel, un argentino, Marcelo, un polaco, Radek,… hemos hecho mucha amistad con una pareja de australianos que conocimos en el tren y fichamos para trabajar con la madre Teresa. El abanico por nacionalidades es amplísimo un israelí, dos koreanos, un polaco, un francés, veinte italianos, un grupo de japoneses y tropecientos españoles, aquí también somos mayoría y lo cierto es que se nota en el ambiente. No se oyen quejas ni sobre la ciudad, ni sobre el trabajo, ni sobre el tiempo, se nota que hay algo en común y enseguida se cae en la intimidad. Uno descubre historias preciosas, uno que vino para un mes y va a cumplir su segundo año, un matrimonio en luna de miel. El trabajo Para describir el trabajo me vienen a la cabeza una frase de Rambo y otra de Blade Runner que se compensan y que me parece que forman un compendio perfecto de lo que es posible ver por aquí: «Yo he visto cosas que vosotros no creeeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión… He visto Rayos D brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhausser… Todos esos mundos se perderán como lágrimas en la lluvia». (Blade Runner, Ridley Scott 1982) «Es capaz de comer cosas que harian vomitar a una cabra» (Acorralado, 1982) Y, aunque parezca exagerado, ambas cosas se confunden, ahora lo entenderéis.
Estoy trabajando en dos sitios diferentes; por la mañana en un dispensario médico situado en la estación de tren, al que acuden durante todo la mañana personas a las que no admiten en los hospitales para ser atendidos, en cuatro días puedo decir que he visto y he tratado de aliviar un poco todo tipo de enfermedades:, (AQUI EMPIEZA UNA PARTE ESPECIALMENTE DESAGRADABLE) Sarna, lepra, heridas llenas de gusanos, fimosis… el impacto inicial es muy fuerte, como de impotencia, los medios mínimos, acuden al dispensario gente de todas las edades, en busca de alguien que les alivie un poco el dolor, y desde que se abre hasta que se cierra uno no para de trabajar, es un trabajo intenso, agotador, muy duro; desde el principio el sudor empaña las gafas, se mezcla el sudor y el sufrimiento. Por la tarde trabajamos en khaligat, el primer centro de la Madre Teresa, también llamado el mortuorio. Es una residencia para enfermos terminales dónde la primera impresión es una pizarra en el que se informa del «estado de ocupación», Males/females, los recién llegados y los fallecidos durante ese día. El trabajo es variadísimo, de ama de casa: a primera hora servir el desayuno, maiz y una taza de te, fregar los platos, bañar y cambiar la ropa de todos los enfermos, lavar la ropa y servir la comida. Cada cual hace lo que puede, nadie manda nada y los nuevos voluntarios van arrimando el hombro poco a poco con respeto, hasta que se ven totalmente involucrados. El coordinador, Korak, es un chico indio, voluntario que estudia para ser director de cine y está absolutamente enganchado a Khaligat. Tiene una visión de la vida distinta, al menos de la mía (de cual va a ser): de un humanismo radical que ve al hombre como Dios y se deja la vida en servir a la humanidad. Los resultados son los mismos, y además coincidimos en mil cosas, culturales, cinematográficas, vitales… hay un equipo de indios más o menos estables, los brothers Calcuta cada día trae una sorpresa. Hoy nos levantamos con la amenaza de una huelga general, todos hablan de la strike pero nadie sabía exactamente el cómo ni el por qué. Las hermanas nos pidieron prudencia, que comprobáramos el estado de la calle antes de la Misa pero, como siempre, a las cinco la calle estaba casi vacía. La Misa la ha celebrado un sacerdote norteamericano, newyorker de nacimiento. Los de New York son los argentinos de Norteamérica, desprenden seguridad, saber estar aun en las circunstancias mas extrañas. Pueden parecer autosuficientes pero a mi me parece confianza y capacidad de adaptación al medio. Hoy he empezado a trabajar en el dispensario, la fórmula es buena porque permite trabajar por la tarde en kalygat y la experiencia ha sido inolvidable. Al llegar he observado, ocupándome de las tareas ordinarias de limpiezas, orden y preparación del material. Enseguida he empezado a trabajar con tanta seguridad (mi vena de newyorker) que me han preguntado si era médico. El equipo es inmejorable, los antiguos del lugar: Santiago, Pedro y Santiago, dos médicos italianos y Francesco, mi amigo maquillador. Pronto han empezado a entrar pacientes: llagas, quemaduras, úlceras en carne viva, heridas infectadas… para todos la solución es muy parecida; limpieza con alcohol, desinfección con Betadine y algún tipo de crema o antibiótico, para luego vendar, poner una gasa o dejar al aire. He ido cogiendo el truquillo, con Francesco de enfermero, uno a uno los enfermos van pasando, sin parar. Ya casi al final una señora me ha enseñado dos pequeñas heridas, no muy infectadas, que he explotado y limpiado a fondo, luego los ojos brillantes, rojos; la temperatura, alta. Al fin me ha enseñado el bajo vientre, cubierto con sarna. He comenzado a frotar con betadine, limpiado, desinfectado, frotado para aplicar al final una crema limpiadora. Recien terminado me he puesto con un hombre cubierto de llagas que he limpiado a fondo, una de ellas, incrustada en su barba de chino me ha obligado a afeitarle con muchísimo cuidado. Santiago me ha dicho que continuara pero que parecía grave, y terminada la limpieza me ha enseñado una llaga enorme, el pito en carne viva, he tenido que limpiar a fondo.
Bye Calcutta
Viajo en sleeper, 3ª clase, camino de Agra, en busca de una de las pocas 7 maravillas del mundo, que no son ni 7 ni tan maravillosas. Hoy ha sido un día intenso, deprisa-deprisa, Madrid en Calcuta: Sta. Misa, trabajo en la estación, billetes, kalighat, oración, últimas compras, cena y corriendo al tren. Cada día que pasa sigue apareciendo gente maravillosa, hoy una pareja de Setem, Barcelona. El tren, sleeper 3ª, cochecama, es un desfile de gentes, mendigos traumatizantes y vendedores ambulantes que gritan, cantan, ofreciendo distintas cosas a cambio. El paisaje es de un verde muy verde, campos inundados y rios marrones… de vez en cuando, un pueblo.