Guinea es demasiado grande para ser una finca y demasiado pequeña para ser una colonia, según la boutade de Romanones, pero tiene las dimensiones cortijeras ideales para los insaciables robos de Obiang. El avión del pueblo se posará en el aeródromo de Torrejón y ya se convocan manifestaciones en su favor y se prohíben manifestaciones en su contra por parte del gobierno que años atrás mezclaba dialécticamente la sangre y el petróleo. Desde luego, a nadie se le ocurriría prohibir manifestaciones contra Bush, como puede verse aquí y allá.
A los ecuatoguineanos en exilio, Obiang les robó las casas y las plantaciones de banano y al final les robó el país. A Carlyle, según el emocionante volumen de Vicente Llorens, los liberales españoles huidos a Londres le dejaron la impresión de “leones enjaulados”. Todos los exilios se parecen y hubiese sido más prudente organizar los gritos de doscientas personas en la Puerta del Sol que lamentar los destrozos en la nueva embajada –todo mármol, todo maderas- de Guinea Ecuatorial. No hay motivos para el destrozo pero sí para el despecho: Teodoro Obiang viene y no pueden venir Avelino Mocache o Plácido Micó, ni queda sitio en España para Severo Moto. A Obiang se le ofrece el gota a gota de la cooperación española que llena de land-rovers las calles de Malabo para que el régimen siga con el deporte del pillaje hasta el final. Hace mucho que el país de la ceiba es una excusa para el robo.
Entre los datos menos entrañables de la política exterior del zapaterismo está la atracción por los regímenes autoritarios, el socialismo espeso, el partido único, el imperio del robo, la confiscación de las energías de un país. Ahí están Assad y Arafat y el propio Obiang, responsables ahora o antes de sociedades domesticadas, vueltas a la infancia, moralmente desarmadas ante el abuso del poder. Como por ironía, quizá el representante más perfecto era Saddam. Manejar el dossier de Guinea siempre fue difícil y hubiésemos necesitado los oficios de un afinador de pianos cuando no hemos hecho más que mandar, año tras año, al mozo de almacén. Es la diplomacia del “como sea” y del resolverlo todo en un almuerzo o una cena. A veces es complicado pensar que las cosas se hubieran podido hacer peor. En todo caso, Obiang viene a recibir los honores que España se rebaja a dar, seguramente en olvido del buen hacer y la decencia. Cualquier día Obiang se muere y entonces habrá que llamar a Miss Rice, destacada afinadora de pianos. / Ignacio Peyró, El Confidencial Digital, 14 XI 06.