Recluido involutariamente en casa, esperando que la gripe porcina se manifieste pero sin mucha esperanza, tengo cierta sensación absurda, como esperando nada. La alternativa, ser declarado irresponsable number one y enemigo público de la sociedad tampoco me termina de seducir así que no queda otra que aprovechar.

Recluido involutariamente en casa, esperando que la gripe porcina se manifieste pero sin mucha esperanza, tengo cierta sensación absurda, como esperando nada. La alternativa, ser declarado irresponsable number one y enemigo público de la sociedad tampoco me termina de seducir así que no queda otra que aprovechar.

Entre libro y libro (F. Werfel sublime, Sharpe vomitivo, el niño del pijama a rayas, sobrevalorado…) me he puesto a ordenar el despacho. Los trasteros suelen ejercer de excusa literaria, y aunque pequen de obvios, se convierten en una cámara sin gravedad en el que quedar aislado, sin sonido ni tiempo. Entre folios, apuntes, carnets antiguos y periódicos viejos he encontrado fotos de viajes que estaban muy escondidos en mi memoria, el guión de una obra de teatro infantil/musical que se representó con acierto, y, sobre todo, cartas y más cartas. Todavía no me he recuperado de la impresión, ha sido como sumergirme en el pasado, refrescar la memoria, remover la nostalgia, avivar la emoción, recordar lo que pudo ser, volver a vivir… No hay prueba más evidente de la necesidad de las cartas con sello, de puño y letra.

Hasta el cerebro, engañado, se empeñaba en pinchar la banda sonora de la época (Julio Iglesias, Duncan Dhu, Bosé, Serrat, Silvio, Perales… ) He pasado un rato agradable con compañeros de colegio, me he reído con los de la facultad, he vuelto a ser soldado alumno en Armilla, Granada y a ser alférez de reemplazo en Torrejón, he celebrado muchas veces la Navidad, he revisitado Tecpan (Guatemala) con las niñas del orfanato de Guadalupe, Praha acompañado por Luis Blázquez, Cuba con Nacho, Poli y Mariano en coche de alquiler, he ido de congreso en congreso en Italia o en Boston, Harvard, la biblioteca del Congreso… Setúbal, Calcutal, Adis Abeba, Europa de punta a punta en furgoneta… hasta he vuelto a México enterrando el miedo a la gripe porcina que me retiene en casa, Df-Chalco, Chalco-Df, y todo en hora y media. Cuantos amigos que quedaron en el camino, y ahora me pregunto por qué, cuanta gente a los que una vez llamé hermanos y de los que no he vuelto a saber, antiguos jefes, (cuánto PAU, cartas y cartas, tan originales, decoradas con esos ojos omnipresentes que tanto le ayudaban, tan agudas, ingeniosas, cariñosas, tan geniales que dan ganas de llorar), han sido tantos y hoy sólo quedan algunos, aunque habrá que buscar en facebook para ver si encontramos más…