Es habitual entre estos intelectuales alabar para Cuba lo que en su país no querrían ni regalado, en una nueva versión de discriminación positiva que hace depender los derechos humanos de la situación geográfica o ideológica del país en cuestión.
Han pasado ya 10 días desde que la noticia de la enfermedad de Fidel Castro destapó las especulaciones en un mundo que ha estado unos días girando alrededor de Cuba. Mientras tanto la isla se iba cerrando aun más sobre sí misma, declarando todo lo que rodea a la salud de Fidel secreto de Estado y prohibiendo cualquier información, por mínima que fuera, sobre la situación del gobierno provisional. Este silencio ha convertido los comunicados oficiales del anciano dictador en textos sagrados abiertos a cualquier tipo de interpretación.
Tras las especulaciones provocadas por el apagón informativo decretado por el gobierno cubano, y la misteriosa desaparición de Raúl Castro, que desde entonces sólo habla «de archivo», sigue habiendo muchos que, tras desear larga vida al tirano, vuelven a cantar loas a su dictadura, a la que adornan con todo tipo de virtudes, algunas casi mágicas, de las que no excluyen la de la vida eterna, y se congratulan de una suerte de destino misterioso y revolucionario que ha permitido sobrevivir por casi 50 años a un régimen basado en el miedo y la represión. Como en la divertidísima novela de Eduardo Mendoza, «Sin noticias de Gurb», con respecto a Cuba siguen siendo muchos los marcianos que, sin noticias de Castro, se dedican a deambular por el paisaje mediático cantando las alabanzas de una revolución que ha arruinado a su pueblo, y, abducidos por el fervor revolucionario, siguen alucinando viendo logros sociales donde no hay más que adoctrinamiento, miseria y miedo. Y más experimentados que el aprendiz de marciano, que contemplaba alucinado la cantidad de rarezas que los hombres convertimos en algo normal, cubren con una patina de normalidad histórica lo que no son más que los últimos coletazos anacrónicos del comunismo, la ideología totalitaria más inhumana y sanguinaria de la historia.
Es habitual entre estos intelectuales alabar para Cuba lo que en su país no querrían ni regalado, en una nueva versión de discriminación positiva que hace depender los derechos humanos de la situación geográfica o ideológica del país en cuestión. Pero, una vez más, Cuba ha provocado el más difícil todavía, querer para nuestro país lo que no queremos para los demás. Así, vemos como los que defienden hasta la irracionalidad la Ley de Memoria Histórica de ZP, predican para Cuba la necesidad de olvidar los agravios pasados –incluyendo el fusilamiento de decenas de miles de personas– para facilitar la paz y la armonía y, por tanto, condenan a los cubanos que tuvieron que huir de su país por no hacerles caso.
Yo, puestos a elegir, prefiero quedarme con la sutil ironía de la Conferencia Episcopal Cubana que, a pesar de las críticas, presenta un historial inmaculado de defensa por la libertad. Entiendo que a algunos, acostumbrados a la diplomacia de la kefia, el «le prohíbo terminantemente» y la «pronta recuperación», les haya extrañado sus palabras que, como todas las de la iglesia, hay que leer entre líneas, conscientes de los siglos de experiencia que las avalan. No es fácil desear un plan mejor para la transición: «paz y fraterna convivencia entre todos los cubanos», y que mientras «Dios acompañe en su enfermedad al presidente Fidel Castro». Recordando un viejo chiste español, podríamos completar la frase: que le acompañe, pero a la eternidad.
Los herederos son un grupo disperso, mal avenidos, que lo único que tienen en común es una inmensa voluntad de poder, heredada de su maestro, Fidel. Sólo su presencia, real o virtual, conseguirá mantener este grupo unido.
Entre el pueblo cubano existe una suerte de fascinación por los títulos nobiliarios, herencia que comparten con otras antiguas colonias de lo que una vez fue el imperio español, que siguen mirando a la metrópoli con esa mezcla de misterio y fascinación. Como si todos a este lado del Atlántico conserváramos algo de rancio abolengo. Esta inconfesada admiración por el oropel de la corte y su monarquía hace que en estos tiempos de incertidumbre, en los que se está decidiendo el futuro gobierno de Cuba, algunos se hayan atrevido a plantear, medio en broma medio en serio, la instauración de una Monarquía en la isla, aunque sea a título provisional.
Desde hace años, todos los que quieren la democracia para la isla se han asomado a la experiencia española, lápiz en mano, intentando recopilar el mayor número de experiencias posibles para el día D, y parece que ese día ha llegado. Ahora que en España estamos empeñados en enterrar la transición y todo lo que la convirtió en un ejemplo para el mundo, no cabe duda que en otros países como Cuba aceptarían encantados la labor activa de un poder moderador, como el de la Corona.
Cuando los castrólogos habían decidido por unanimidad que no cabía más que esperar, Fidel ha vuelto a demostrar que la castrología se acerca más a las ciencias ocultas que a cualquier otra disciplina científica. En su testamento político, que no parece fruto de la improvisación, se cumple la norma de la dictadura hereditaria que cede el poder «provisional» a su querido hermano y divide el imperio entre dos ternas antagónicas. La primera está formada por los «jóvenes» Carlos Lage, secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, Francisco Soberón, presidente del Banco Central de Cuba, y Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores. En la segunda terna están los históricos del Partido Comunista y la Revolución: José Ramón Machado, Esteban Lazo y José Ramón Balaguer. Quedando a un lado algunos ilustres candidatos como Ricardo Alarcón, o Eusebio Leal, convertidos en los «tapados», que quizás más adelante agradezcan haber quedado al margen.
Anunciada la cesión de poder de Castro, ya sea para asentar, retrasar, o ensayar la sucesión, empezarán a sucederse las luchas de poder. Los herederos son un grupo disperso, mal avenidos, que lo único que tienen en común es una inmensa voluntad de poder, heredada de su maestro, Fidel. Sólo su presencia, real o virtual, conseguirá mantener este grupo unido, aunque sea artificial y provisionalmente.
Mientras, con Fidel en la cama, todos siguen esperando el discurso de ese nuevo Arias Navarro que es Raúl para tomar posiciones, y en esa lucha intestina que puede llegar a ser cruenta, no les vendría nada mal una autoridad moral capaz de estar por encima, dinamitar las luchas de poder, y convertir la sucesión de Fidel Castro en una oportunidad para la democracia.
Es cierto que la importación monárquica no suele funcionar, y el último que intentó algo similar por aquellas latitudes fue fusilado al amanecer, pero no es menos cierto que es necesario ese papel mediador, independiente, moderador, capaz de unir exilio e insilio, llamar a la reconciliación nacional y evitar que la pasión termine con la razón democrática. A todos nos gustaría que ese fuera el papel de la comunidad internacional, en la que España y Estados Unidos tienen mucho que decir. Ante las dudas que siembra la reacción de la población cubana ante Estados Unidos, demonizado durante 46 años por la propaganda oficial, y la ausencia de implicación del gobierno español, amnésico en su memoria histórica selectiva y manejando un rancio discurso antiimperialista, algunos han empezado a buscar un Rey provisional. Se aceptan voluntarios.
No es tiempo de enzarzarse en disputas sobre amenazas imaginarias, de corte neopopulista, más propias de la propaganda castrista y de la guerra fría, que de la sociedad globalizada. Es la hora de la democracia en Cuba.
La historia no sabe de vacaciones informativas, y gusta de jugar con los reporteros para dejar claro quién manda aquí. El día 31 de julio, mientras las redacciones preparaban las maletas e impartían a los becarios un curso sobre qué es lo que no se puede hacer, el secretario personal de Fidel Castro anunciaba la renuncia transitoria al poder del dictador más longevo de la tierra, aquejado de una hemorragia que había hecho necesaria una operación de urgencia.
No hay duda que la decisión de informar al país de la enfermedad del Comandante en jefe de la Revolución en un lugar en el que la información está absolutamente controlada no es algo propio del azar, la ignorancia o el despiste del gabinete de prensa de la residencia de Castro en Miramar. De ahí que la noticia haya generado infinidad de especulaciones y algunas reacciones, unas y otras ofrecen elementos de interés.
No deja de sorprender que el Monstruo de Birán, que ha hecho del mantener el poder un arte, que haría las delicias del «Príncipe» de Maquiavelo, haya decidido así de golpe y porrazo abandonarlo, aunque sea temporalmente y en buenas manos. Unos anuncian el principio de la agonía, otros han empezado las exequias, algunos malician que esto no es más que un ensayo general, pero en lo que todos coinciden es en predecir un periodo de inestabilidad sin precedentes en la historia del país.
El elegido es Raúl Castro. Esto, además de instaurar una dictadura hereditaria, significa una apuesta por el modelo continuista. El hasta ahora jefe del ejército lidera, al menos aparentemente, unas Fuerzas Armadas que aglutinan el poder militar y el poder económico, dirigiendo la mayoría de las empresas del país, pero no cuenta con ningún tipo de sintonía con la población y cuenta con un buen número de enemigos entre los dirigentes del régimen, que lo ven como una persona poco capacitada para el gobierno.
Más tarde o más temprano comenzarán las luchas propias de cualquier situación de vacío de poder. Y aquí es donde entramos en el apartado de las reacciones, especialmente en la del gobierno español, que ha comenzado a mirar a otra parte y a desempolvar su discurso antiimperalista, de defensa a ultranza de la soberanía cubana y su integridad territorial, algo que nadie cuestiona. No es tiempo de enzarzarse en disputas sobre amenazas imaginarias, de corte neopopulista, más propias de la propaganda castrista y de la guerra fría, que de la sociedad globalizada. Es la hora de la democracia en Cuba. La comunidad internacional tiene que mandar señales claras a la isla de que apoyará firmemente cualquier planteamiento democratizador. Como ocurrió en nuestro país, los «tapados» del régimen tienen que saber que contarán con todo el apoyo necesario que les haga falta en su camino a la democracia.
La pasividad del gobierno español, que últimamente está siempre más cerca de los enemigos de la libertad y la democracia, no servirá más que para consolidar el modelo continuista, un nuevo error que España no se puede permitir si quiere conservar su dignidad y recuperar el liderazgo que una vez tuvo en Hispanoamérica.
Que un dictador deje el poder, aunque sea temporalmente, siempre puede ser una buena noticia. Como muestra del carácter de monarquía absolutista del régimen serviría una lista de sus cargos: Presidente del Consejo de Estado, Secretario General del PCC, Ministro responsable de Educación, Ministro responsable de Sanidad… quién dijo eso de «le etat ce moi».
El problema se presenta cuando el sustituto es su hermano, tranmisión hereditaria también propia del Estado absolutista, sobre todo cuando es una persona conocida publicamente por su afición a la bebida, su carácter sanguinario y sin oficio reconocido, más que ser «el hermano del dictador».
La AECT solicita a Zapatero que mande un mensaje de apoyo a los buscan una transición pacífica en la isla
Madrid, 31 de julio de 2006– Tras hacerse público el anuncio del cese temporal de Fidel Castro como Primer Secretario del Partido Comunista, presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, la Asociación Española Cuba en Transición ha mandado un mensaje a Zapatero en el que le solicita que mande un mensaje a los miembros del Partido Comunista de Cuba y, sobre todo, a los demócratas cubanos que han padecido décadas de represión de que España apoyará un cambio pacífico en la isla.
Según la AECT el cese provisional supone una oportunidad histórica para que los cubanos puedan finalizar pacíficamente un período marcado por el miedo y la represión sobre el pueblo cubano pero para que esto se produzca es necesario que quienes ostentan el poder encuentren las condiciones para ello. España, debido el peso que tiene en la política europea respecto a América Latina, puede mandar un mensaje de apoyo a la libertad que puede resultar decisivo para que en Cuba se instaure una democracia en la que todos los cubanos puedan vivir en libertad.
“es el momento para recordar a José Luis Rodríguez Zapatero que su apoyo es crucial. Sin los apoyos internacionales, Gorbachov nunca hubiera podido llevar adelante su proyecto de apertura en la Unión Soviética, en Sudáfrica no hubiera sido posible acabar con el apartheid y en España la consolidación de los partidos políticos hubiera tenido que esperar hasta después del franquismo”.
Se abren tiempos de esperanza, como señala la Asociación Española Cuba en Transición, pero también de tremenda incertidumbre, de la actuación de los cubanos durante estos días y del apoyo que pueda prestarles la comunidad internacional, no sólo Estados Unidos depende que el futuro de una Cuba libre deje de ser como dicen en la isla «una mentirita» y convierta, como dicen otros «el mayor deseo», en una realidad.
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