Mar 12, 2008 | Artículos
España presta muy poca atención a sus intelectuales. Lejos de los tópicos que los identifican con una u otra España, poco se sabe de sus ideas y de aquello que les movía a actuar, elemento esencial de su propio pensamiento. A modo de una “historia de los ortodoxos españoles”, José María Marco analizó en este libro de 1997, reeditado ahora, la vida y el pensamiento de los santones intelectuales del principio de siglo español y los resultados resultan sorprendentes. En estos ensayos analiza su relación con la libertad, realizando una radiografía del accidentado principio del siglo XX en España, a través de sus protagonistas: Costa, Ganivet, Prat de la Riba, Unamuno, Maeztu, Azaña y Ortega y Gasset.
Si tenemos en cuenta que en algún momento todos ellos han sido proclamados por unos u otros como referencia, “pensadores para todo”, se nos plantea la pregunta sobre la responsabilidad del intelectual, de su capacidad de dejarse llevar por el pensamiento trágico o el heroísmo olvidando que las ideas tienen consecuencias, en ocasiones dramáticas. De una u otra forma, Marco acusa a todos ellos de haber contribuido a la radicalización: “Se acabaron los pactos y los compromisos: ha llegado otra vez la hora de la apelación a los principios insobornables y del entusiasmo por los grandes gestos y los grandes discursos… Triunfan los profetas y los mártires, individuos descomunales, portadores de una palabra trascendente, libres de apoyos sociales y organizaciones políticas”.
La relación entre el vivir y el pensar de los “grandes” hombres también sobrevuela todas las reflexiones. Algunos, como Costa o Prat de la Riba, fueron hombres de acción. Otros, como Maeztu, Unamuno o Ganivet, personajes dignos de sus propias novelas, pero de todos se apoderó en algún momento el afán totalizador de la introspección, la razón razonante que, girando en torno a sí misma, conduce tantas veces a la sinrazón.
Si es cierto que las ideas mueven el mundo y que todo vuelve a sus orígenes, resulta especialmente interesante esta reedición. Desde el dominio del lenguaje, evocador, literario, poético, el autor crea y se recrea en un ambiente de tragedia, al que contribuye el pesimismo vital de los autores estudiados. Desde ahí va dando respuesta a muchos porqués, que hoy son también problemas de nuestro tiempo, del afán por problematizar la vida, de la obsesión por construir sobre el papel a pesar de los hechos, desconociendo realidades culturales, sociales e incluso de la misma naturaleza. Marco acaba demostrando cómo el papel no lo soporta todo, o cómo la realidad termina destruyendo todo lo que soportaba el papel con consecuencias trágicas.
Los temas son tan comunes como variados: España concebida como excepción, como anomalía en Occidente que se aísla aún más en su abstención ante los problemas de su época; el fin del ciclo de la libertad; el redescubrimiento de España: de sus paisajes, sus costumbres y sus gentes. La pérdida de la fe, la pugna eterna entre el espíritu de Don Quijote y el de Sancho… Así fracasará la libertad, traicionada por quienes estaban destinados a ser sus principales valedores. El fin del liberalismo arrastrará consigo a la idea de la nación española. Después todos se arrepentirán, todos echarán de menos el espíritu de la Restauración… Hoy quizás todavía estamos a tiempo.
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Feb 13, 2008 | Artículos
Tras el éxito de Asesinato en Amsterdam (ver Aceprensa 65/07), la editorial Península ha decidido editar este libro sobre los disidentes chinos, escrito en 2001. A pesar de los años trascurridos, el libro es perfectamente actual, y complementario del más reciente El año del gallo, de Guy Sorman (ver Aceprensa 84/07).
El autor, que ha vivido en la región durante muchos años, dedica un amplio espacio a la disidencia interna china y a la de otros países de la zona, que se han convertido en refugio de los disidentes o han generado disidentes contra el propio gobierno. Empezando por Singapur, donde el éxito económico mantiene en el olvido la discrepancia política y la restricción de libertades fundamentales; la independiente Taiwán, que vive en su ínsula democrática desde 1996, tras cincuenta años de soportar la tiranía de Chiang Kai-shek y donde los disidentes han llevado las riendas de la reciente transición a la democracia; Hong Kong, que a pesar del tránsito del imperio británico a China, en 1997, hoy sigue siendo un islote de libertad, en el que los demócratas luchan por no perder espacios de libertad de expresión y respeto de las leyes.
La inmensa China, en la que las oligarquías políticas han construido una mafia económica, también tiene su espacio. En esta situación los periodistas que denuncian la situación y los abogados, que intentan emplear las leyes para limitar los excesos del poder absoluto, son auténticos héroes, que a menudo acaban convertidos en mártires. Los familiares de otros mártires, los oficialmente desaparecidos en Tiananmen, también tienen un lugar en este libro. Igualmente hay espacio para el Tibet, en el que a pesar de la represión del gobierno chino, sobrevive el afán independentista amparado en una fuerte tradición cultural y religiosa.
Aunque la trama es geográfica, el autor enfoca su reflexión en torno a los elementos culturales que inciden en estos procesos. Rechazando la premisa de que la democracia no podrá nunca triunfar en China, analiza distintos elementos que influyen en la naturaleza de la dictadura china y de las distintas formas de resistencia. Sorprende ver cómo el autor, agnóstico militante, no puede dejar de acoger asombrado la extensión del fenómeno religioso entre un gran número de estos militantes que reconocen en la religión el motor fundamental de su activismo pro derechos humanos.
Aunque no se oculta tampoco el “lado oscuro de la disidencia”, con envidias, pugnas por el liderazgo, escisiones, partidarios de la violencia, acusaciones de espionaje, desilusiones, soledades… las estrategias de actuación de los disidentes se cuentan de forma instructiva, real, como verdaderas historias humanas.
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Feb 13, 2008 | Artículos
Los libros de historia suelen reservar un sitio especial en sus análisis a sus protagonistas, convertidos en responsables únicos de sus éxitos y fracasos. La historia se suele ver reducida a un conjunto limitado de decisiones, eventos y relaciones en las que lo personal ensombrece cualquier otro tipo de lección de la “intrahistoria” unamuniana.
Desde esta perspectiva, John O’Sullivan -director del Hudson Center for European Studies, y editor del National Review Magazine– ha escrito un libro de historia contemporánea tremendamente interesante, en el que a través de las vidas y las buenas relaciones de Ronald Reagan, Juan Pablo II y Margaret Thatcher se van conociendo muchos cómos y algunos porqués de las dos últimas décadas de la guerra fría. En estos años vemos la evolución del comunismo en Polonia, y el apoyo material a Solidaridad; la crisis de las Malvinas (con la cambiante actitud de Reagan, y el equilibrio de conciliación de los viajes de Juan Pablo II a los países en guerra); el papel que desempeñaron Reagan y Juan Pablo II en Centroamérica ante la teología de la liberación y las guerrillas comunistas.
Los tres tenían en común su claridad de ideas, basada en su visión trascendente del hombre, su empuje y optimismo vital, que les llevaba a tratar de resolver los problemas sin escudarse en su complejidad, lo que conduce a la parálisis; el haber visto la muerte de cerca, en atentados que a punto estuvieron de costarles la vida; la incomprensión de los que les rodeaban y los ataques, jaleados desde Moscú, de cierta intelectualidad progresista. Quizás el mejor resumen lo hace el autor para referirse a Reagan, pero podría aplicarse al resto: “idealista al elegir sus objetivos, duro a la hora de defenderlos y flexible para lograrlos”.
O’Sullivan va recorriendo de manera cronológica, y en paralelo, los principales acontecimientos de este periodo histórico. Las relaciones entre los tres personajes proporcionan algunas sorpresas como la condescendencia con la que Reagan capeaba las broncas de Margaret Thatcher, o la complicidad total de Reagan y Juan Pablo II en las negociaciones para el control de armamento.
Sorprende especialmente el planteamiento del papel de Juan Pablo II. O’Sullivan ve su tarea como una labor espiritual con un contenido liberador, y por tanto tremendamente eficaz, en la caída del comunismo. Esta perspectiva, deudora de la biografía de George Weigel, se aleja de las clásicas visiones que presentan a la Iglesia como un actor de poder más, juzgando su labor desde parámetros geopolíticos de influencia.
El libro se lee con interés, gracias a su forma cercana y vibrante, y, a pesar de las carencias de la traducción, se parece, en cierta manera, a sus protagonistas: claro en su planteamiento, sencillo en su exposición y tremendamente sugestivo.
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Ene 16, 2008 | Artículos
En 1975 Venezuela vivía un periodo de prosperidad democrática fruto del pacto de Punto Fijo. En ese momento la publicación de este libro de Carlos Rangel pareció a muchos inoportuno o exagerado. Hoy, más de treinta años después, la nueva edición resulta aún más oportuna que la primera, y constata su condición de clásico, de actualidad constante, independiente del momento.
En Del buen salvaje al buen revolucionario, el autor analiza lo que denomina “el fracaso de Latinoamérica” partiendo de una premisa: “en Latinoamérica el subdesarrollo económico es consecuencia del subdesarrollo político, y no al contrario”, y la revolución no es más que el fruto de este subdesarrollo y termina por arruinar aun más lo que pretendía salvar.
Entre las causas de este subdesarrollo político se encuentran, según el autor, el indigenismo, que reivindica la figura del buen salvaje que vivía en armonía hasta la aparición de la propiedad privada y vive reivindicando ese mítico estado de naturaleza; el populismo que impone el divorcio entre discurso y realidad; la teoría de la dependencia, fruto de la retórica leninista adoptada por el movimiento no alineado que supone una dejación de responsabilidad justificante y paralizante; y el antiimperialismo, promovido estratégicamente por el comunismo, que sustentó cualquier movimiento revolucionario de “liberación” nacional. Frente a esto, el autor reivindica el carácter occidental de Latinoamérica y su “normalidad” económica, social y democrática, con lo que supone asumir la responsabilidad del retraso.
A la hora de analizar los actores implicados en el proceso, el texto se detiene especialmente en el papel de Estados Unidos, el proceso de independencia hispanoamericana, y la influencia del marxismo y de la Iglesia católica.
Desde la más profunda admiración hacia el modelo de progreso de los Estados Unidos, Rangel explica las causas del sentimiento antiamericano predominante en Latinoamérica. Lo sitúa en el Corolario Roosevelt, a comienzos del siglo XX, y su explosión en la doctrina Dulles de mediados de siglo que produjo toda una serie de intervenciones de “estabilización” en la región, que instalaban regímenes dictatoriales cercanos a Estados Unidos. Hubo un cambio de orientación, pero no de percepción, con la Alianza para el Progreso, propugnada por Kennedy, para impulsar el progreso político, económico y social.
Con sensación de frustración se analiza el proceso de independencia, que se describe casi como proceso de desintegración. Especialmente interesante resulta su análisis del marxismo y su estrategia de expansión tras la II Internacional. En este punto Rangel apunta al APRA, de Víctor Haya de la Torre, como realidad determinante de la vida política latinoamericana del siglo XX, y principal causante de la expansión de las ideas comunistas que Fidel Castro transformará de mito en realidad.
Quizás lo más sorprendente es el capítulo que dedica a la Iglesia, institución que juzga desde la óptica del poder, y a la que, de manera inconsecuente con la tesis de autorresponsabilidad de todo el libro, declara auténtica culpable histórica de todos los males del continente, proclamándola aliada estratégica del marxismo. A través de una interpretación muy parcial del papel de la Iglesia en el descubrimiento y la conquista de América y la evolución de la Iglesia durante el siglo XX, y siguiendo el esquema weberiano de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Rangel concluye que la diferencia entre el éxito norteamericano y el fracaso latinoamericano es precisamente la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo. No advierte aquí que la llegada del protestantismo a Estados Unidos se produce a mediados del siglo XVIII, cuando en Latinoamérica se empieza a extender entre las elites las ideas del anticlericalismo ilustrado. Lo más curioso de todo es que de esta forma desvincula, aunque sea implícitamente, la labor de la Iglesia de la extensión del espíritu occidental, que se convertirá así en algo sin sustancia, sin raíz, vacío.
Por último cabe destacar el análisis de las formas de poder políticas en Latinoamérica, en las que repasa modelos como el caudillismo, el partido militar, el peronismo, los demócratas a contracorriente como Rómulo Betancourt, o los experimentalismos como el de Allende, para terminar analizando las dictaduras en Perú y Cuba. El conjunto ayuda a entender la realidad actual de Latinoamérica como el fruto de una historia que a la luz de esta explicación resulta un poco más comprensible.
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Nov 14, 2007 | Artículos
Cuando hace 10 años los autores de este libro publicaron su Manual del perfecto idiota latinoamericano no podían intuir hasta qué punto la idiotez denunciada iba a resultar eficaz y prolífica. Hoy podríamos decir que se han visto obligados a revisar lo escrito y actualizarlo, con cierta amarga sensación de haber acertado en el aviso.
Uno a uno repasan con rigor la situación sociopolítica de los países de la región. En primer lugar analizan los países a los que denominan “carnívoros”, partidarios de la dictadura política y la economía estatizada, entre los que Cuba se erige en “viejo patriarca” y Venezuela, en discípulo aventajado, repartiéndose los papeles de “inspiración” y “banca” de esta tendencia. A la zaga en este proceso de expansión del populismo va Bolivia, y en el camino Ecuador, metido de lleno en su reforma constitucional, y una inclasificable Argentina atrapada en el peronismo estrábico de su presidente y su esposa y sucesora. Derrotados han quedado en el camino candidatos apoyados por Caracas en México y Perú. El análisis pormenorizado de la evolución reciente de cada uno de estos países, aunque poco sistemático, va mostrando algunas claves de la situación.
Más reveladora resulta aún la presentación de modelos de “éxito”, los países que los autores denominan de “izquierda vegetariana”, que abrazan la democracia representativa y el mercado y entre los que encontramos a Chile, Perú, Brasil, Uruguay, e incluso Nicaragua. La consolidación del Estado de derecho se presenta como el gran protagonista de la paz social y el crecimiento y la estabilidad económica y, aunque no se analizan con profundidad, la corrupción, la inseguridad, las bolsas de pobreza y las desigualdades siguen siendo sus grandes enemigos.
En un mundo cada vez más globalizado los autores no podían renunciar a analizar la situación en Europa, especialmente en España, y de determinados autores de culto, “idiotas sin fronteras”: Noam Chomsky, James Petras, Ignacio Ramonet, Harold Pinter y Alfonso Sastre. Conscientes de la situación, y del papel motor que cumple la pobreza en la expansión del populismo, se presentan algunos modelos de éxito económico como España, Irlanda, Singapur o los países emergentes de Europa del Este.
Se trata de una buena puesta al día de la situación, algo desordenada en el planteamiento de sus capítulos y demasiado deudora de su autoría coral. Los análisis particulares son clarificadores, pegados a la realidad. Pero al acabar el libro uno no termina de saber en qué consiste eso del populismo latinoamericano y cuáles son, más allá de las arcas de Chávez, las claves de sus recientes éxitos. Quizás el capítulo final en el que se cuestionan los orígenes podría haber dado más de sí.
Pero siempre nos quedará la receta final de antídotos, especialmente en los libros de Carlos Rangel y Jean-François Revel.
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