El Código da Vinci puso de moda el thriller religioso. Al olor de su indudable tirón comercial surgió una plétora de títulos de más o menos calidad y muy inferiores niveles de venta.
El apóstol número 13, 36 hombres justos o Espía de Dios son algunos de los originales títulos que siguieron al original. Todos compartían los mismos ingredientes: una falsificación del pasado por parte de la Iglesia Católica que, de descubrirse, haría que se conmovieran los cimientos de la fe del común de los mortales; el afán de un grupo de siniestros religiosos por mantener oculto el secreto, para lo cual no dudarán en recurrir incluso al asesinato; los esfuerzos por sacarlo a la luz de unos atractivos jóvenes, prometedores paladines de la verdad, la paz mundial, la solidaridad intercultural y la fraternidad universal… En el camino suelen quedar el rigor histórico y la realidad institucional de la Iglesia Católica, pero qué se le va a hacer: todo sea por engordar la chequera…
La editorial Libros Libres también penetró en este tipo de mercado, pero con un enfoque bien diferente. Lo hizo con el superventas El padre Elías, ambientado en una época convulsa en que la Iglesia Católica ha sido relegada a un lugar marginal de la sociedad y sufre una enorme convulsión interna, protagonizada por quienes han hecho del «renovarse o morir» un absoluto y los que piensan que el mundo se ha equivocado de dirección.
Un políticoempresario convertido en líder euromundial planea conquistar el mundo al amparo de la fraternidad universal, la tolerancia y la «religión del amor», sustituta de los credos teístas… Tocará al padre Elias, un expolíticofraile que tiempo atrás optó por la-descansada-vida-del-que-huye-del-mundanal-ruido, tratar de introducirse en su círculo de influencia para salvar a la Iglesia y al mundo.
El argumento puede resultar simplón –como ocurre con todos los best-seller, un cuasigénero literario que ha hecho mucho por el libro, por las editoriales y por quienes lo cultivan–, pero Michael O’Brien consigue con su estilo que no te separes de sus páginas hasta llegar al punto final. La gran diferencia que separa a El padre Elías de los códigos-da-vinci que por ahí pululan son las cargas de profundidad que alberga aquél: mientras lo lees no tienes la sensación de estar simplemente pasando el tiempo; estás pensando, incluso rezando, ante un trepidante superventas.
La sangre del pelícano es la segunda incursión de Libros Libres en el thrillerreligioso. Su autor, Miguel Aranguren, es un joven renacentista que pinta y escribe y dirige un interesante proyecto de excelencia literaria en el que participan varios colegios de nuestro país. A pesar de su juventud, Aranguren ha conseguido hacer de la cultura, sin subvenciones, su forma de vida. Ésta es su séptima novela, y en ella demuestra dominar las lecciones que imparte a sus alumnos.
El descubrimiento de un tremendo asesinato en el romano parque de Villa Borghese une a un sacerdote con un glamouroso pasado y a un viejo policía de deprimente presente al que la vida le ha ido apartando de su religión. En China, una iglesia renacida a pesar de las persecuciones espera ilusionada la visita secreta de un enviado del Papa. En París, un brujo convertido en estrella mediática se proclama el verdadero representante del único Dios en un espectáculo que siguen millones de personas. Mientras, en el Albaicín granadino unas monjas de clausura sufren una serie de ataques y amenazas en su convento…
La ambientación es envolvente, y suficientemente amplia como para que Aranguren aborde temas como la persecución religiosa en la China comunista, los conflictos entre musulmanes y cristianos en Occidente, la furia adoctrinadora de ciertas organizaciones internacionales o la emergencia de un auténtico show business en torno a la religión. La trama está muy bien hilada, y Aranguren mantiene en todo momento la tensión propia del género. Quizá los únicos problemas sean que el lector puede acabar echando en falta algo más de profundidad en el planteamiento y teniendo la sensación de que el autor, por intentar tocas demasiadas cuestiones, se ha quedado en casi todas ellas a medio camino. Por lo que hace a los personajes, adolecen de cierta superficialidad: son como muñecos al servicio de la trama; sólo el sacerdote y el policía arriba citados parecen tener vida propia.
Aun así, su lectura resulta muy entretenida, y, frente a la receta oficial del thriller religioso, el lector se encontrará en sus páginas con la Iglesia del día a día, perseguida en China, minoritaria en Francia, protegida tras los muros de la clausura en el Albaicín, teñida de púrpura en el Vaticano… Una Iglesia preocupada por la sociedad, volcada con los más débiles y formada por hombres, algunos malos, muchos buenísimos, con sus defectos y sus errores, sometidos a mil tentaciones pero que luchan con denuedo por que reine el Amor en sus corazones.
MIGUEL ARANGUREN: LA SANGRE DEL PELÍCANO. Libros Libres (Madrid), 2007, 478 páginas.
En estos tiempos de ideologías revueltas y mimetismo en pro de la eficacia electoral se agradece que alguien se moleste en dar explicaciones. Aún más cuando se ha puesto de moda distinguir entre conservadores y liberales a base de test, sin que se logre pasar de las tópicas definiciones que parten de la separación entre lo económico y lo social y presentan al conservador como un liberal en lo económico con afán de meterse en la vida de los demás y al socialdemócrata como un intervencionista económico liberal en lo social, como si el secreto fuera ser más o menos liberal.
Por eso resulta tan interesante este libro que David Boaz, subdirector del Cato Institute –think tank liberal norteamericano-, publicó en 1997. Se trata de una obra de divulgación en la que se repasan brillantemente las bondades del liberalismo, su origen histórico y su posición frente a algunos de los problemas actuales.
Lo primero que hace el autor es reivindicar las raíces del liberalismo, anclado en la tradición clásica y entroncado con la filosofía política liberal que dio origen, entre otras, a la revolución americana. Con esta tarjeta de presentación, el autor propone su definición de libertad, heredera de la de Von Mises o Hayek, en la que “cada individuo tiene derecho a vivir su vida como desee, siempre y cuando respete los derechos iguales de los demás” y que determinará todo su planteamiento.
El individuo, cuya naturaleza se encuentra supeditada al puro interés -dice, aunque sin terminar de aclarar cómo se puede medir este-, es el único actor social verdadero. Todos los grupos sociales, de solidaridad o familiares, no son más que creación artificial en la que cada miembro no busca otra cosa que su interés particular, que sirve de nexo de unión a todos ellos. De ahí la necesaria separación entre la sociedad civil, creación voluntaria, y la sociedad política, el Estado, en un momento en el que son muchos los que plantean lo contrario a través de los modelos de gobernanza. Para Boaz, el Estado de bienestar es el culpable de la demolición de la responsabilidad personal. Cualquier pretensión de utilizar el poder para intervenir en la vida social es altamente nociva y está condenada al fracaso. La ley, presentada como el fruto espontáneo del desarrollo humano, no tendrá otro fin que la defensa de la libertad individual, la paz y la seguridad.
Desde esta perspectiva se analizará la sociedad norteamericana y sus instituciones, para evaluar la vigencia actual de los principios liberales ante problemas como discriminación racial, pobreza, salud pública, seguridad social, medio ambiente, educación… Aquí Boaz puede causar extrañeza al lector con sus ejemplos, pero resulta iluminador en sus planteamientos de fondo.
Quizás lo más desconcertante del libro son sus trucos. En demasiadas ocasiones prescinde de contraargumentar las posturas opuestas al liberalismo y se limita a descalificarlas por su origen: así, las objeciones al aborto o la eutanasia como comportamientos contrarios a la dignidad humana no son para Boaz más que fruto de la religión. Mención aparte merecería su visión de la guerra, que presenta como una amenaza global a la libertad individual, una excusa de los gobiernos para justificar su expansión, bajo la premisa que hoy “no existe ninguna ideología agresiva que amenace la vida o la paz mundial”, algo que no sé si compartirán los liberales de este y ese lado del Atlántico. Aunque quizás el problema más grave del libro es su voluntad de presentar el liberalismo como algo natural, frente a otras ideologías artificiosas, ocultando así que el carácter neutro del gobierno supone en sí mismo una opción: la promoción estatal de unos valores, los del liberalismo.
Pequeñas fallas de una atractiva y convincente apología del liberalismo para convencidos, semejante a lo que han hecho otros autores norteamericanos como el conservador Henry D’Souza. Sin duda servirá para la divulgación, para la guerra de la opinión pública; pero se echa en falta algo de munición pesada para la guerra de las ideas. El completo aparato de lecturas recomendadas al final puede cumplir con creces esta función.
La revista Vitral nació en Pinar del Río en mayo de 1994. La suya fue la primera voz independiente que se oía en Cuba desde que, en los años 60, la dictadura de Fidel Castro estableciera el monopolio informativo del Estado. Siguiendo sus huellas, y siempre al amparo de la Iglesia Católica, fueron surgiendo nuevas publicaciones que reflejaban ese ansia de libertad de todo el pueblo cubano.
Desde el principio Vitral fue diferente. Su director, Dagoberto Valdés, optó por hacer una revista «tan abierta y serena como las marinas de Tiburcio Lorenzo, tan cubana como los medio punto de Amelia, tan participada como un danzón de los Rubalcaba, tan audaces y sugerentes como los balcones de Oliva…, tan pinareña como el Valle de Viñales». Vitral era una voz de alarma ante el estado de una sociedad que, asfixiada por el totalitarismo castrista, se iba destruyendo por dentro, empujada por doctrinarios empeñados en el error y seres humanos que sólo podían pensar en sobrevivir al hambre mientras gritaban: «Sálvese quien pueda».
Era una llamada al compromiso, para escépticos, pesimistas, desconfiados, teóricos, idealistas, escapistas, calculadores, tremendistas, mesianistas, egoístas y desorientados. Era una reivindicación constante de cambio. Pero de cambio real, de fondo, como el que acomete el cirujano que no se limita a señalar los problemas, en un país en el que sobran diagnósticos, sino que abre en canal y comienza a operar a corazón abierto. Era una ventana abierta, que lo enseñaba todo y a la que todos se podían asomar. Por sus páginas desfilaron Juan Pablo II, Dulce María Loynaz, Jorge Guillén, José Martí, Alfredo Guevara, Maritain…, cualquiera que tuviera algo que aportar a la verdad.
Vitral era la revista de la diócesis de Pinar del Río, y había convertido en su razón de ser el comienzo de la constitución pastoral Gaudium et spes:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.
No hay que ser cubano, ni cubanólogo, para asomarse a esta ventana. Sus temas son apasionantes; su lógica, plena de sentido común, aplastante; su reivindicación de la persona como centro y de la verdad como idioma, universal. Como Terencio, Vitral asumió desde el principio que nada de lo humano le era ajeno, y ofrecía bimensualmente una dosis de realidad con la que hacer frente al miedo y a la propaganda mesiánica. Por eso se atrevía con todo. No había temas prohibidos para ella: educación, salud, libertad de expresión, derecho a la vida, la cultura… No faltaban en sus páginas las denuncias a la corrupción, la censura, el hambre, la falta de agua o los cortes de luz. Pero su análisis era siempre reposado, siempre profundo. Se trataba de buscar las causas desde la base de la dignidad de la persona entendida como centro y razón de ser de cualquier sistema político, económico y social.
De ahí que su lectura sea recomendable para todos. Los creyentes encontrarán la fe hecha carne, mundo, en el día a día; los no creyentes, una lección de lo que supone vivir en la verdad, a pesar de los pesares, que son muchos. Todos encontrarán un tratado práctico sobre el protagonismo de los ciudadanos, de la sociedad civil; del poder silente derivado del ser coherente cueste lo que cueste; del trabajo como tarea estimulante; de la responsabilidad; de la eficacia de las buenas obras, por pequeñas que parezcan, de su contribución a la construcción del futuro. Puede que incluso a algunos les resulten cercanos problemas como los de la educación doctrinaria o el Estado ateísta…
Vitral dejó de existir en abril de 2007, cuando todos los que la hacían posible fueron animados a abandonar el proyecto. Hoy dicen que Vitral no ha muerto. Pero no es Vitral, aunque así la llamen. Si en marzo de 2003 las sentencias condenatorias de los 75 demócratas encarcelados en la Primavera Negra se fundamentaban en delitos como la posesión de una grabadora, de una máquina de escribir, de periódicos extranjeros, o de la Declaración de los Derechos Humanos, hoy la sentencia no escrita que decidió poner fin a la Vitral que conocimos no tendría más que buscar en este libro para declararla culpable.
Culpable de llamar al diálogo y la moderación (las palabras más repetidas en este libro). Culpable de no casarse con nadie y de sufrir los ataques de todos. Culpable de comprometerse con la verdad, y de contar en sus páginas lo que los medios oficiales ocultaban (el caso Ochoa, la tragedia del remolcador 13 de Marzo, las detenciones de marzo de 2003, el éxito del Proyecto Varela…). Y, sobre todo, culpable de mantener viva la esperanza, que es lo que más temen los que viven de sembrar el miedo y la fatiga. Los enemigos de la libertad.
DAGOBERTO VALDÉS (ed.): LA LIBERTAD DE LA LUZ. COMPILACIÓN DE EDITORIALES DE LA REVISTA VITRAL. Disponible en PDF
Alexander Solzhenitsyn es, con Andrei Sajarov, uno de los disidentes rusos que más han contribuido a la denuncia de las atrocidades del comunismo y a la caída del Muro de Berlín. Sus obras forman parte de “la biblioteca de la historia”. Cualquiera que haya leído El primer círculo, Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Iván Denísovich o El pabellón del cáncer conoce la historia de este premio Nobel de Literatura.
La gran aportación de este libro es asomarse un poco más a su alma. Fruto de una serie de entrevistas personales con el autor y de una buena relación con su familia, Pearce ofrece la faceta más personal del escritor ruso, una vida comprometida y controvertida, en equilibrio constante entre el monje de clausura y la estrella mediática.
La obra recorre las distintas fases de la vida de Solzhenitsyn. Describe su juventud procomunista, en la que formó parte del ejército soviético, y durante la que fue encarcelado y condenado a deambular desconcertado por campos de concentración durante ocho años por el crimen de criticar a Stalin en una carta privada escrita a un amigo. Una vez en libertad comenzó su vida de escritor y cronista de la barbarie comunista, primero desde la disidencia y luego en el exilio.
La parte más desconocida de su vida empieza entonces, en su exilio norteamericano. Desde su vida retirada va descubriendo asombrado los caminos por los que transita su anhelado Occidente, crece su malestar con las costumbres y los modos de vida “occidentales”, y su denuncia, tan lúcida y descarnada como la de antaño, provocaban que cada nueva “salida de su cueva”, en prensa, radio o televisión, supusiera un tremendo escándalo. Al regresar a Rusia, tras la caída del comunismo, su desconcierto será aun mayor al no reconocer nada de aquello por lo que lleva tantos años luchando y, alejado de la vida política donde unos y otros pretenden utilizarle, no puede más que susurrar para quien le quiera escuchar: “no era eso”.
Lo más interesante de esta biografía es la posibilidad de “descubrir al hombre”, hasta llegar a entender sus, a menudo, desconcertantes actitudes. Solzhenitsyn es un escritor profundamente espiritual, y eso inunda toda su obra. Su actitud ante la vida es totalmente coherente: de ahí su desconcierto ante la vida occidental. La sorpresa de su mirada ante actitudes y situaciones que forman parte de nuestro día a día, especialmente ante el consumismo, resultan tremendamente clarificadoras. Sus denuncias a un lado y al otro del Muro parten de su compromiso moral con la vida, con la historia. Sus advertencias ante los peligros que el egoísmo está causando en el medio ambiente, hoy resultan premonitorias. Sus críticas al consumismo y a la deshumanización que provocan las nuevas tecnologías de la información parecen proféticas.
Sus enseñanzas forman parte de la tradición del humanismo cristiano: en línea con autores como Chesterton o C.S. Lewis, brotan de la experiencia del sufrimiento, y reclaman a gritos la vuelta a lo esencial, en la línea del Schumacher de Lo pequeño es hermoso y del mismo Papa Juan Pablo II, con el que siempre manifestó gran sintonía. Quizás fue esto lo que convirtió al novelista ruso de nuevo en disidente, esta vez en Occidente.
A la hora de afrontar cualquier estudio sobre política internacional, conseguir información es algo relativamente sencillo. La tarea más difícil es salir de los libros ajenos y de la mentalidad propia para analizar las cosas en su contexto. Esta labor es todavía más complicada cuando se trata de Estados Unidos, país tan admirado como odiado. De ahí la importancia de este libro que consigue explicar Estados Unidos a los europeos.
Quizás el éxito se debe en parte a que estamos ante un libro escrito por «inmersión». José María Marco se ha metido de lleno en la realidad que describe, y toda su obra está elaborada desde la perspectiva de la sociedad norteamericana, el «otro».
Con un estilo muy ameno y coloquial, pero lleno de rigor y lejos de los prejuicios de otras obras publicadas recientemente, el autor describe la evolución del movimiento liberal conservador estadounidense en la última mitad del siglo XX. Su peculiar estilo combina la explicación didáctica del sistema político, el análisis sociopolítico, los perfiles de sus protagonistas, la anécdota intrascendente pero tremendamente clarificadora todo trenzado de manera inteligente, interesante, atractiva. Un hilo sutil mantiene el ritmo narrativo, y hace que sus más de 400 páginas se lean a la velocidad de un «best seller».
Los estudios sobre la democracia coinciden en señalar la revolución americana como el inicio del constitucionalismo moderno. Basado en el pacto ciudadano, el Estado moderno nace como una creación basada en la dignidad de las personas. Ese «espíritu del pacto» será una constante en la política norteamericana, hasta el punto de que las grandes propuestas políticas como el New Deal de Roosevelt, la Gran Sociedad que propugnaba Kennedy o el Contrato con América, liderado por Newt Gingrich en 1994, guardan relación con este principio «contractual». De ahí se derivan algunos de los elementos imprescindibles para entender la política y la sociedad norteamericana: gobierno limitado, fortaleza de la sociedad civil, carácter sagrado de la propiedad privada y autonomía individual dentro de la ley.
Este es el transfondo básico para entender la rebelión pausada y profunda de una parte de la sociedad norteamericana tras la crisis de los años 60 en la que se destruyen los consensos morales de la sociedad. Y es precisamente a esa reacción social a la que se dedica la mayoría del libro, que va analizando los diferentes actores de esta nueva revolución americana.
En primer lugar analiza el sustrato intelectual del movimiento, que desde los años 60 no ha abandonado la batalla de las ideas en universidades, fundaciones, editoriales, «think tanks», medios de comunicación Con el apoyo de esta base intelectual se han ido construyendo movimientos sociales que han aumentado su extensión y, progresivamente, su identificación con el Partido Republicano. Del análisis de estas instituciones y grupos, de su historia y de la de sus líderes se van extrayendo las claves del éxito: el Partido Republicano no es más que el resultado de esta profunda acción social, y su gran mérito ha sido saber acoger intereses muy diversos y articularlos en torno a unos valores fundamentales. Tras el análisis, el autor se atreve a apuntar una serie de claves del presente y el futuro próximo, al analizar la herencia del presidente Bush y las distintas opciones «presidenciales» que presenta el Partido Republicano de cara al 2008. No oculta ciertos paralelismos de esa vitalidad de la sociedad civil estadounidense con la situación actual en España, en la que se observan fenómenos nuevos, que quizás sean el germen de un movimiento social equiparable al que ha construido la «mayoría silenciosa» en Estados Unidos.
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