Las (tres) encrucijadas de Errejón

Las (tres) encrucijadas de Errejón

El ex número dos de Podemos se juega ser el representante de un movimiento progresista decisivo o el símbolo de una izquierda que se empeña en imitar a los Monty Python

Íñigo Errejón decidió hace unos meses abandonar su papel de intelectual político. Su decisión de encabezar la candidatura a la Comunidad de Madrid por una nueva fuerza política, Más Madrid, le abrió el camino para convertirse en un político intelectual.

A pesar de las expectativas, el resultado fue agridulce. Un buen resultado si tenemos en cuenta el tiempo y la competencia, pero un resultado fatal por sus consecuencias: la conservación del gobierno de la Comunidad por parte del Partido Popular. A esto se unió el resultado en el Ayuntamiento de Madrid, donde la candidatura de su grupo, Más Madrid, liderada por Manuela Carmena, no pudo revalidar la alcaldía a pesar de su victoria electoral. Las reacciones alternaron la admiración con un tipo de crítica que mezclaba la frustración, la envidia y la incomprensión.

Mientras Iglesias cambiaba Vallecas por Galapagar, Errejón ha cambiado Somosaguas por Vallecas y afronta cuatro años por delante que, lejos del gobierno, pueden convertirse en un auténtico éxodo y hacerse demasiado largos.

Todo lo que conocemos parece llevarnos a las urnas, como en julio parecía llevarnos al gobierno. Una oportunidad para algunos, un riesgo para otros

Pero uno no elige las circunstancias, como señalaba Ortega estas «son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos» y, si nadie lo remedia, unas nuevas elecciones asoman por el horizonte nacional. Aún no sabemos si habrá comicios. Todo lo que conocemos parece llevarnos a las urnas, como en julio todo parecía llevarnos al gobierno. Toda una oportunidad para algunos, todo un riesgo para otros. Y todo un dilema para el joven profesor universitario: presentarse o no.

Errejón se ha convertido en el coco de la izquierda. El «que viene Íñigo» ha sido la principal amenaza que ha sobrevolado todo el proceso de no-negociación para la formación de gobierno. Y aunque el líder de Más Madrid ha negado expresamente esta posibilidad y las encuestas han evitado introducir su nombre entre los posibles candidatos, cada vez son más los rumores que apuntan en otra dirección.

Quietismo o movimiento

El fundador de Podemos deberá decidir, porque es posible que el calendario le obligue a ello. Tiene que optar por recorrer el camino de la candidatura nacional o confiar en abrirse paso en la agenda nacional desde la Asamblea de Madrid. O moverse o quedarse quieto. Si decidiera no presentarse, si optara por la ‘rajoyana’ estrategia de sentarse a ver pasar el cadáver del enemigo, el brillo de la luz que Errejón ha sabido mantener encendido, incluso fuera de la dirección de UP, amenazaría con apagarse ante la dificultad de mantener el interés durante un periodo prolongado de tiempo.

La lista de rutilantes promesas políticas que habitan hoy la biblioteca del olvido es interminable y ser el azote de Díaz Ayuso puede llevarle en unos meses de la sección de nacional a las noticias de Telemadrid. Esa espera, sin presencia en el Congreso durante la próxima legislatura, puede hacerse eterna e incluso baldía, incluyendo la posibilidad de un nuevo liderazgo en Podemos. El riesgo de esta opción es que, pasado el tiempo, cuando eche la vista atrás, Errejón vea que su espera en el andén de los prudentes ha sido inútil porque ese era su único tren.

La única alternativa a esta opción es su contraria, presentarse. Esto, aunque supondría dejar huérfano su proyecto en Madrid, le permitiría ofrecerse como alternativa. Una opción al tremendo desencanto que han generado a uno y otro lado del eje de la izquierda el teatro, los ataques y la incapacidad de ponerse de acuerdo. Una alternativa para todos los que tienen dificultad para entender, más allá del argumentario, que lo que antes era no ahora es sí, y lo que antes era sí ahora es no.

Su decisión también puede propiciar una fragmentación que debilite el proyecto progresista y dar oportunidad como la dio en Madrid, a un gobierno de la derecha. Esto le convertiría en el traidor oficial de la izquierda, una especie de Vox del bloque progresista que en el cómputo final, en lugar de sumar, reste. Pero también, y aunque parezca paradójico, puede acabar convertido en el elemento decisivo para la formación del gobierno del PSOE.

En resumen, presentarse le podría permitir su presencia en la agenda política nacional desde el Congreso, comenzar a estructurar su opción política, ser decisivo para la formación de gobierno e incluso lograr entrar, él o algún representante de su formación política, en el gobierno; pero nada de esto está garantizado.

Ejercer las circunstancias

Si, ante el escenario descrito, decidiera tomar el camino de la Carrera de San Jerónimo, se encontraría ante nuevas encrucijadas.

La primera, y más evidente será elegir una marca electoral. ‘Más España’ sería un posicionamiento evidente, coherente con un pensamiento político que busca disputar a la derecha la idea de España, pero podría generar conflictos entre sus posibles compañeros de camino en lugares como Galicia, Cataluña o la Comunidad Valenciana. A continuación debería elegir entre liderar el proyecto o quedarse en un segundo plano (siempre formando parte de la lista en posición de salida), dejando la cabeza de lista a un personaje independiente similar al que representó Manuela Carmena en Madrid (podría ser ella misma), lo que le permitiría reforzar la imagen de transversalidad, que tan necesaria va a resultar si PSOE y UP no consiguen finalmente ponerse de acuerdo.

También debería decidir dónde presentarse. La alternativa inicial sería hacerlo en todo el territorio nacional (apostando por la popularidad de la cabeza de cartel) o hacerlo solo en la Comunidad Autónoma de Madrid, lo que le garantizaría la formación de grupo parlamentario propio. Pero también puede optar por una solución de geometría variable y seleccionar lugares con mayor implantación donde pueda contar con compañeros de viaje dispuestos a sacrificar su marca. Si lo hiciera así, podría poner en juego su candidatura en circunscripciones en las que, por el número de escaños en juego, tenga la representación parlamentaria al alcance de la mano, evitando la más que probable acusación de estar debilitando a la izquierda. Andalucía, Cataluña, Galicia, la Comunidad Valenciana y la Comunidad de Madrid, en las que se ponen en juego casi 200 escaños, serían una opción más que razonable e incluso podría no presentar candidatura en las provincias más pequeñas de estas Comunidades Autónomas.

Si se presenta y logra unos resultados razonables, se enfrentaría a una tercera encrucijada: conformar grupo parlamentario y proporcionar una serie de votos claves para la investidura como una tercera fuerza de la izquierda, de ámbito nacional, procurando incluso entrar en el gobierno, o asaltar a Unidas Podemos, emulando el camino de vuelta que, en su partido, recorrió Pedro Sánchez, patrono de la resistencia. Cualquier decisión en este sentido se interpretará como un perdón que abre la puerta a la necesaria cooperación o como la revancha que conduce a la inevitable venganza.

Sea cual sea su decisión supondrá ver a un nuevo Errejón, más próximo a la acción que a la reflexión y esa es quizás su principal encrucijada

El resultado le obligaría también a un rápido pero forzado crecimiento. La rapidez no se correspondería con la capacidad de organización y se vería ante la misma tesitura en la que ya se vieron otras formaciones como Unidas Podemos o Ciudadanos, para las que gestionar el éxito fue, y aún es, el principal obstáculo hacia su madurez política.

Errejón tiene que elegir. Y en su decisión se juega ser el representante de un movimiento progresista decisivo, amable y moderno, o el símbolo de una izquierda que elección tras elección se empeña en imitar a los Monty Python. Sea cual sea su apuesta supondrá ver a un nuevo Errejón, más próximo a la acción que a la reflexión y esa es quizás su principal encrucijada, recordar a DeLillo: «¿Cómo se despide uno de sí mismo? (…) un dilema existencial de lo más jugoso».

Publicado en El Confidencial

Pactos de gobierno: el retablo de las maravillas

Pactos de gobierno: el retablo de las maravillas

Los líderes del Partido Socialista y Unidas Podemos están atrapados en una realidad alternativa que ambos por su cuenta han trazado.

La teatralización forma parte del ADN de la política, aquellos que lo ignoran acaban cometiendo enormes errores de juicio con graves consecuencias. Aunque esto no es algo nuevo, ni exclusivo de la investidura, es cierto que en los últimos meses la política española parece haberse aficionado a la ficción y aunque en ocasiones se intenta hacer guiños a ‘Borgen’, ‘Sucesor Designado’ o ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, el día a día se parece más a ‘Veep’ o a un episodio chusco de ‘House of Cards’.

Como ocurre en las series, donde siempre se encuentran referencias a la actualidad, también en el teatro es habitual el uso de elementos metateatrales, en los que se entrecruzan hasta confundirse ficción y realidad y entre los que destaca un artificio extremadamente complejo, el llamado «teatro en el teatro».

Este recurso, entre otros, fue utilizado por Cervantes en ‘El retablo de las maravillas’, un pequeño entremés, en el que dos comediantes, Chanfalla y Chirinos, llegaban a un pueblo para representar una función, entre la improvisación y la chapuza, bajo la falsa premisa de que solo los más capacitados, los «leídos y escribidos» de los que habla D. Miguel, serían capaces de apreciar la obra en toda su grandeza. El nivel de desconcierto del público es tal que en un momento dado, al ver aparecer a un Furrier al mando de una compañía de 30 soldados lo consideran también parte de la ficción, lo que acaba con el castigo del ejército al pueblo y sus habitantes.

Parapetados en la guerra del relato, en las últimas semanas Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, como Chanfalla y Chirinos, han organizado su propia representación. El teatro es ficción y puede, al mismo tiempo, disfrazarse de realidad, pero cuando hablamos de política podríamos decir que esta debería ser, ante todo, realidad y cuando se disfraza de ficción corre el serio peligro de terminar irremediablemente confundida con ella.

Parapetados en la guerra del relato, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, como Chanfalla y Chirinos, han organizado su propia representación

Una de las condiciones para que el «Teatro en el Teatro» sea efectiva es que esta se encuentre claramente distinguida, en el tiempo y en el espacio, de la realidad, para que fuera de ese espacio de ficción, la realidad pueda seguir su camino. Cuando en política se ofrece a la opinión pública una parte de su contenido identificado claramente como ficción, aunque no deja de ser política, dificulta su distinción con el resto de la pieza.

Existe el peligro adicional de que la ficción vaya construyendo su propia realidad y cuando el actor quiere abandonar la ficción de la que es protagonista, como ocurre en ‘El show de Truman, termina atrapada en esa realidad, que en ese momento ha dejado de ser ficción para volverse realidad alternativa. Algo que también les ha ocurrido a los líderes del Partido Socialista y Unidas Podemos, atrapados por su actuación en una realidad alternativa al escenario original que ambos por su cuenta habían trazado.

Este «teatro en el teatro» puede ir aún más allá, cuando consigue convertir al público en un personaje más de la representación. Un público que, lejos de ser espectador pasivo, acaba asumiendo el papel protagonista. Así ocurre en ‘Por los Pelos’, (adaptación de la obra de Paul Pörtner ‘Shear Madness’, que esta semana acaba sus representaciones en Madrid). En esta comedia, tras el asesinato ocurrido en una peluquería de moda, el público se convierte en investigador principal, marcando con sus preguntas el sentido de la investigación hasta terminar decidiendo en votación quién es el asesino.

Los líderes del Partido Socialista y Unidas Podemos, están atrapados en una realidad alternativa que ambos por su cuenta han trazado

Cualquiera con un interés medio en la vida política, se habrá sentido identificado con esta trama. Tras el fracaso del primer intento de formación de gobierno en España el escenario de negociación se ha trasladado al patio de butacas. Como si el público se volviera el verdadero protagonista, con capacidad de escribir un final distinto del previsto por los autores del libreto. Los regidores, con la colaboración desinteresada de sus medios y periodistas de cabecera, han comenzado a desvelar pistas, verdaderas y falsas; los actores, con la ayuda inestimable de sus apuntadores, se han lanzado a repetir sus parlamentos; los extras, Ciudadanos y el PP, se debaten entre ejercer de figurantes o seguir la comedia desde la platea, mientras se reparten los papeles que oscilan entre el silencio y el no rotundo.

Y los espectadores no terminamos de saber si han cambiado las reglas o simplemente nos hemos convertido, «teatro en el teatro«, en actores de un nuevo acto de esta tremenda obra de ficción, ahora ampliada por exigencias del guion. Lo único seguro es que si no llegan a un acuerdo antes del 23 de septiembre, el próximo 10 de noviembre, corresponderá al público señalar al verdadero culpable y cualquiera puede ser el elegido.

Mientras los protagonistas no harían mal en recordar la advertencia del manco de Lepanto «Maravilla será si no nos apedrean, porque tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida» y dejar de proclamar a sus respectivos públicos: «¡Vivan Chirinos y Chanfalla!».

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La encrucijada de Ciudadanos

La encrucijada de Ciudadanos

Unos resultados tan abiertos en cuanto a la gobernabilidad como los del 26-M han provocado que los vendedores de consejos y especulaciones abran la persiana para hacer su particular agosto.

Nada como unas elecciones para desatar interpretaciones y análisis. La propia noche electoral del 26-M fue una escenificación de las distintas lecturas que los partidos hicieron de sus propios resultados y, sobre todo, de las posibilidades de pactos y acuerdos que esos resultados arrojaron la misma noche —y llevan días arrojando por los problemas en el recuento en algunas circunscripciones—. Si las elecciones sirven para abrir el paso a interpretaciones, unos resultados tan abiertos en cuanto a la gobernabilidad como los del 26-M han provocado que los vendedores de consejos y especulaciones abran la persiana para hacer su particular agosto, sin andar el difícil trecho que separa la realidad del deseo.

Pero la realidad es resumible y asumible para cualquier observador, al menos a grandes trazos: el PSOE ha confirmado su buena racha electoral, aunque nadie mejor que Sánchez sabe que en política, y más en la política del siglo XXI, nunca nada es para siempre y que los tiempos se consumen hoy a una velocidad mucho mayor que hace diez años. Cuatro años es una eternidad. En política siempre lo ha sido. Pero hoy, además, pueden ser una odisea.

En el bloque del centroderecha, por su parte, todo lo andado en las semanas transcurridas entre el 28-A y el 26-M, ha tenido que desandarse. Se vuelve a la casilla de salida, después de que Ciudadanos tratara de presentarse y afincarse en el liderazgo del bloque. Casado ha logrado superar la prueba decisiva con algo más que honra: y casi podríamos decir que, sea cual sea el resultado de las negociaciones, ha logrado su objetivo: contar con el tiempo suficiente para poner en marcha su proyecto de «reconstrucción del centroderecha» con cuatro años por delante y la ventaja de haberse consolidado como el único contrapeso territorial al éxito electoral del PSOE. La derivada decisiva, sin embargo, no está hoy en el PP sino en Ciudadanos.

Ciudadanos: en busca de criterio

Desde la misma noche electoral del 28-A, Rivera lanzó el ‘boomerang’ del liderazgo del centro derecha. El 26-M se lo ha devuelto y, como suele suceder con las decisiones arriesgadas, ha vuelto a sus manos pesando más que cuando lo lanzó. Ciudadanos se enfrenta hoy a una encrucijada estratégica que parecía resuelta.

La formación de Rivera, desde su fundación, ha hecho un esfuerzo por encontrar su espacio en un mapa político en el que PP y PSOE parecían monopolizar la vida política del país. Y es una realidad que, con mucho esfuerzo, han logrado hacerse ese hueco. Pero lograrlo no ha sido fácil y les ha obligado a ir ajustando su posicionamiento según las circunstancias. Es paradigmático el caso de Andalucía, en donde han pasado de apoyar a un gobierno del PSOE de Susana Díaz, a cogobernar con el PP de Juanma Moreno, con los votos de Vox.

La última vuelta de tuerca llegó durante las elecciones generales cuando, ante las dudas sobre su posible pacto con el PSOE, su ejecutiva cerró unánimemente todas las puertas a un acuerdo con el PSOE. Desde entonces, y con la ayuda inestimable de la foto de Colón, Ciudadanos se situó como parte del bloque de centro derecha. El resultado de las urnas el 28-A parecía confirmar el acierto de esta decisión, pero el 26 de mayo ha puesto a los dirigentes de Ciudadanos en una encrucijada que va mucho más allá de la aritmética.

Ciudadanos, que sufre desde el 28 de abril las presiones que pretenden su abstención en la moción de investidura para evitar que los votos de los independentistas catalanes se hagan indispensables, y a un coste desconocido, está en una condición envidiable que le permitiría apoyar la formación de gobiernos en un buen número de ciudades españolas y algunas comunidades autónomas. Aunque los discursos anteriores, y la actitud socialista que celebró su victoria el 28 de abril al grito de «¡Con Rivera, no!», hizo suponer en un principio que Ciudadanos apoyaría al PP siempre que sus votos fueran necesarios, contando con la reciprocidad del PP cuando la situación fuera la inversa, el veredicto de las urnas ha hecho que nada sea tan sencillo como parecía.

Los de Rivera han quedado situados como tercera fuerza política en la inmensa mayoría de estos lugares. En las 50 capitales de provincia Ciudadanos suma con el PP en 8, un número que se elevaría hasta 23 con el apoyo de Vox, y que sumando con el PSOE sería de 20. Algo parecido ocurre en los 141 municipios con más de 50.000 habitantes, donde los naranjas han obtenido mejores resultados, Ciudadanos suma una mayoría suficiente con el PP en 21 municipios, contando con los votos de Vox el número alcanzaría los 56, mientras que junto al PSOE la suma alcanzaría la mayoría en 64 localidades.

Los de Rivera han quedado situados como tercera fuerza política en la inmensa mayoría de estos lugares

De esta manera sus votos son decisivos porque están en condiciones de apoyar gobiernos tanto del PSOE como del PP. Y en ese valor crucial para la gobernabilidad está la encrucijada. Tienen que elegir entre apostar por liderar la oposición dentro del espacio de centroderecha, como anunciaron tras el 28-A, o aprovechar su envidiable posición para retomar su posición inicial y reivindicarse como un partido bisagra, con capacidad de poner y quitar gobiernos en función de criterios más o menos objetivos.

Ambas posiciones tienen una serie de pros y contras. Decidirse por la pugna por liderar la oposición supondría toda una apuesta de confianza en las propias fuerzas. Supondría renunciar a las ventajas de visibilidad que obtendría la marca si llegan a formar parte de los gobiernos locales y autonómicos, además de renunciar la consolidación de sus cuadros, la construcción de programas, la experiencia de gestión y la implantación territorial que vienen aparejadas a lograr el gobierno en distintos enclaves.

Los riesgos de esta opción tampoco se ocultan. Por un lado, supondría renunciar ¿definitivamente? a un votante socialdemócrata moderado (no sanchista) y por otro, y más importante, les introduciría en una batalla por liderar la oposición con el Partido Popular, donde, tras perder la ventaja inicial, existen riesgos de caer en la sobreactuación mutua o simplemente de ser superados por una mejor ‘performance’, fruto de la experiencia que aún atesoran parlamentarios y gobernantes populares. Perder esta carrera podría ser mortal en cuatro años para el liderazgo de Albert Rivera que, tras 13 años en política, aspiraría a liderar por cuarta, y probablemente última vez, la candidatura de los naranjas.

Por un lado, supondría renunciar ¿definitivamente? a un votante socialdemócrata moderado y, por otro, les introduciría en una batalla por liderar la oposición

Por el otro lado, estaría el apoyo total a los socialistas en plazas como Barcelona, Aragón, Murcia, Castilla y León o Madrid, a cambio de algún gobierno simbólico como el de la ciudad de Madrid. Esta decisión, a la luz de las encuestas publicadas en el periodo electoral, y a salvo de la mala memoria política, podría poner en riesgo la mitad de sus apoyos, sin que parezca tan claro que pueda llevarle a nuevos caladeros de votos. Y habría que añadir una dificultad añadida: compatibilizar este apoyo con el liderazgo de una oposición a nivel nacional en el Parlamento.

Al mismo tiempo, cundiría cierta sensación de traición, y una gran confianza en las capacidades propias, que gracias a los recursos y la visibilidad de cogobernar un número tan amplió de lugares, podría hacer aumentar sus apoyos (apelando a la mala memoria política, y a la eternidad que suponen 4 años en política). El principal riesgo de esta política, sin embargo, de esta política sería atar su destino a un socio que, hasta la fecha, se ha mostrado poco fiable, con el que resultaría difícil romper de una manera clara, y que en la mayoría de los lugares seguiría gobernando, aunque Ciudadanos le retirara su apoyo. Las noticias que nos llegan sobre los pactos en Navarra pueden servir de ejemplo.

El camino intermedio es el más difícil todavía. Requeriría adoptar una política de geometría variable, que o se afianza en una serie de criterios objetivos entre los que se adivinan la apuesta por el cambio, la renuncia expresa al sanchismo (de imposible realización), o el castigo a aquellos gobernantes sobre los que pese la sombra de la corrupción. Estos criterios objetivos puede que en ocasiones no coincidan con la sintonía personal entre sus líderes o los supuestos beneficios…, o corre el peligro de consagrar esa imagen de veleta, que se ha ido consolidando en la opinión pública. En todas ellas, la cesión debería incorporar cogobierno e incluso tratar de obtener el liderazgo en alguno de los territorios.

Las tres son decisiones arriesgadas, transcendentales que deberían adoptar por motivos estratégicos y muy conscientes de sus capacidades; equivocarse o no terminar de decidirse podría resultar fatal.

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Tu voto cuenta. Anomalías del voto al Senado el 28-A

Tu voto cuenta. Anomalías del voto al Senado el 28-A

A pesar de ser elegido mediante un procedimiento distinto, el Senado suele ser un reflejo de aquellos partidos que han obtenido la mayoría de los votos en cada provincia.

Siempre que se celebran elecciones generales en España, como las del domingo 28 de abril, nos centramos en el reparto de escaños en el Congreso de los Diputados, y su influencia en la formación de gobierno. A pesar de ser elegido mediante un procedimiento distinto, el Senado suele ser un reflejo de aquellos partidos que han obtenido la mayoría de los votos en cada provincia (3 de los cuatro senadores para el primero y el cuarto, para el segundo). Y quizá por esto, pasa desapercibido y no es objetivo un análisis sosegado.

El histórico nos dice que esta lógica mayoritaria del reparto de senadores se ha ido cumpliendo con regularidad desde las elecciones de 1979. En las 12 elecciones celebradas en España hasta el año 2016, 4 veces ha sido así en todas las circunscripciones (1989, 1996, 2000 y 2011), 5 veces hubo una sola excepción (1986, 1993, 2008, 2015 y 2016), 2 veces hubo dos excepciones (2004, 1982) y solo una vez, en 1979, el número de circunscripciones en las que no se cumplió la regla general fue de 7. De esta forma se confirma la sensación de que, a pesar del sistema de votación de lista abierta en la que se puede elegir hasta tres candidatos (independientemente de los partidos), los votos al Senado son, en cada circunscripción, una reproducción más o menos fiel de la votación a las listas cerradas del Congreso de los Diputados.

Pero las elecciones de 2019 han sido diferentes. Lo han sido en muchos aspectos, algunos de los cuales quizá ni siquiera alcancemos a calibrar ahora. Y lo han sido, también, en el Senado. De todos los senadores elegidos, ocho no lo han sido según la norma no escrita de las mayorías, producto no tanto del sistema electoral como de la forma con que los votantes se ponen frente a la papeleta anaranjada. Nueve excepciones que, quizá precisamente por eso, nos dicen mucho del votante.

La primera de ellas no se trata propiamente de una anomalía, sino la de los que conociendo la fórmula habitual de voto, optaron por la presentación de una lista conjunta en Navarra, donde UPN, PP y Ciudadanos fueron capaces de alcanzar un acuerdo que logró que sus 3 candidatos fueran los más votados en la provincia. Y de esto, podemos obtener la primera nota diferencial de estas elecciones: de haberse repetido el acuerdo navarro a nivel nacional, y bajo la advertencia de que la unión en una lista pudiera tener efectos secundarios, la suma de los votos obtenidos por cada senador en cada provincia nos dice que si Vox o Ciudadanos hubieran presentado listas conjuntas junto al PP, el resultado hubiera cambiado radicalmente. En ambos casos (PP+Vox o PP+Ciudadanos) la conjunción de fuerzas hubiera obtenido 134 escaños, frente a los 51 que hubiera logrado el PSOE.

Entre el 1+1+1 y el voto de consolación

Pero esto es lo que pudo haber sido de haber sido de otra forma. Un trabalenguas político de ‘posterioris’ que cae dentro de los ejercicios inútiles y vanas melancolías. Lo anómalo realmente lo encontramos en 7 circunscripciones en las que el reparto de senadores ha seguido una lógica contraria a la lógica asentada en las elecciones anteriores. En primer lugar, el caso de Segovia, Murcia, Zamora, Palencia y Soria (donde el PP fue segundo en intención de voto y en lugar de 1 ha conseguido 2 senadores) y, a continuación, los casos de Málaga y Madrid (donde la tercera fuerza más votada, en este caso el PP, logró un senador «arrebatándoselo» a Ciudadanos en el primer caso y al PSOE en el segundo en un reparto 2-1-1). En total, 8 escaños que no respondieron a esa norma no escrita.

Tratar de buscar una explicación a tanta anomalía ofrece algunas pistas sobre la importancia de cada voto, ya que es posible que la causa sea la mezcla entre la campaña del 1+1+1 y el voto de consolación al PACMA, una mezcla que se da en la mayoría de las provincias. Los mensajes que promovían el voto al primero de la lista del PP, Ciudadanos y Vox, el 1+1+1, se convirtieron en uno de los virales de la campaña. Es difícil encontrar un español con WhatsApp que no haya recibido un mensaje vinculado a este mecanismo de voto táctico, más o menos específico, a favor o en contra. Más allá de explicaciones interesadas o simplemente falsas que se intercambiaron ‘a priori’ con la mera intención de orientar el voto en uno u otro sentido, la única crítica razonable era la de la dificultad de coordinar ese tipo de voto, y sus daños colaterales, en caso de incumplimiento por parte de votantes de una opción política. El votante de una de las tres opciones políticas, al hacerlo, confiaba en que los votantes de los otros dos partidos adoptarían un comportamiento similar, lo que no fue siempre así.

Cuando se observa el resultado se puede decir que en la inmensa mayoría de las provincias hubo un buen número de electores que asumieron el riesgo. Mientras el voto al primer senador del PSOE coincide prácticamente en todas las circunscripciones con el número de votos obtenidos por su partido en el Congreso, el del PP obtiene, con respecto a la lista al Congreso, un número de votos superior; un incremento que se corresponde mayoritariamente con la diferencia de votos entre el primero y el segundo de las listas de Ciudadanos y Vox al Senado. Sin embargo, y aunque en todas las provincias parece que esta forma de votar ha superado el 10% de los votos, solo en algunas, que ya hemos señalado, ha tenido consecuencias.

De estas observaciones podemos apuntar que los votantes de Vox, y en mucha menor medida los de Ciudadanos, son los que más han elegido esta fórmula, mientras que los del PP han votado a los tres candidatos de su lista mayoritariamente. Se podría decir que la mayor generosidad de votantes de Vox y Ciudadanos, con ese tipo de voto cruzado, ha permitido en varias provincias la entrada de un senador más del PP de los que le «corresponderían» con la regla tradicional, mientras que el esfuerzo realizado por el PP para negar la utilidad del voto logró que sus votantes rechazarán de plano ni siquiera intentarlo.

El esfuerzo realizado por el PP para negar la utilidad del voto logró que sus votantes rechazaran de plano ni siquiera intentarlo

La segunda explicación complementaria, y que se puede observar en un buen número de provincias, sería cómo este efecto de cruzar voto debilita en el Senado el voto en bloque al PSOE y favorece al PACMA, cuyo primer candidato en muchas provincias duplica en votos al segundo y al tercero de la lista. En Zamora, por ejemplo, su primer candidato al Senado obtuvo casi el triple de votos que su par para el Congreso; un reparto sin resultados efectivos para los animalistas pero que dejó fuera a un senador socialista y a pocos votos de dejar sin escaño al segundo del PSOE. Otro tanto sucede en Segovia, en donde a pesar de conseguir más votos en el Congreso, estuvo a punto de dejar fuera al segundo senador del PSOE por una veintena de votos y dejó fuera al tercero de la lista, mientras que el PACMA roza los 1.500 (casi mil más que su homólogo al Congreso, que obtuvo 607 votos). Igualmente en Palencia, donde al tercer senador del PSOE le faltaron 500 votos para obtener escaño, mientras el PACMA obtuvo 700 votos más al Senado que al Congreso. Murcia y Soria, por su parte, son otro ejemplo: el tercero del PSOE al Senado se quedó fuera por 7.000 votos, mientras el PACMA obtuvo más de 12.000 votos.

La suma de ambos fenómenos, 1+1+1 y el 2+1 con PACMA, explicaría también el caso de Madrid, donde el senador del PP fue el segundo más votado de los cuatro. Y donde, a pesar de eso, el primer senador de Ciudadanos logró arrebatarle su sitio al 3 de la lista del PSOE, en este caso de nuevo porque el candidato del PACMA duplica el voto del candidato de su partido al Congreso (110.000/50.000) y deja fuera al tercer senador del PSOE por solo 2.000 votos. También en Madrid donde el número 1 del PP en el Senado obtuvo 216.000 votos más que el candidato al Congreso, la diferencia entre el 1 y el 2 de Ciudadanos y Vox supera, en ambos casos, los 300.000 votos.

¿Y si…?

Una visión general muestra cómo, más allá de las excepciones señaladas, más habituales de lo normal, para que el 1+1+1 hubiera sido un éxito y hubiera permitido mayoría de PP+Vox+Ciudadanos hubiera sido necesario que en un gran número de las provincias el porcentaje de votantes del PP y Ciudadanos que hubieran asumido esa fórmula superara una horquilla entre el 40 y el 60% del número total de sus votantes. Algo que, a la luz del porcentaje de votantes que finalmente eligieron la opción, incluso entre partidos como Vox que han promovido activamente este voto, resultaría casi imposible.

En tiempos donde la acción colectiva tiene menos barreras que nunca, y la iniciativa particular puede protagonizar con éxito actuaciones políticas coordinadas sin contar con el apoyo de las organizaciones políticas, estoy seguro de que en próximas elecciones veremos más experiencias de ese tipo, mientras nos conformaremos lamentándonos por lo que pudo ser y no pasó.

Publicado en El Confidencial

 

¿Qué culpa tendrá d’Hondt? Paradojas del voto útil

¿Qué culpa tendrá d’Hondt? Paradojas del voto útil

Un fantasma recorre la campaña electoral española: el fantasma del voto útil.

El tablero electoral español se divide en dos bloques bastante uniformes, pendientes de su capacidad de movilización, pero con una gran volatilidad interna. Esta indecisión especialmente en el bloque formado por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox ha provocado desde muy pronto, en plena precampaña, un intercambio recurrente de declaraciones y vídeos que tratan de reivindicar que el voto solo es útil si recae sobre las propias siglas.

Para hacerlo, los partidos seleccionan cuidadosamente las cifras elegidas para que, oh casualidad, los «datos» corroboren la tesis establecida previamente. En los tiempos de la verdad a la carta no hay nada más mentiroso que un dato cuidadosamente elegido. Al hacerlo confunden, quién sabe con qué intención, entre el todo y la parte y, con esa necesidad posmoderna de simplificar asuntos complejos, culpan de todo a Víctor d’Hondt, un jurista belga que hace 141 años ideó un sistema proporcional de reparto de escaños empleado hoy en más de 40 países.

Las críticas se centran en que esta fórmula de reparto de escaños no resulta proporcional, favoreciendo a los partidos mayoritarios y perjudicando a los que tienen un respaldo electoral menor, lo que no es del todo cierto.

Lo primero que habría que decir es que el sistema electoral puramente proporcional no existe. Solo podría existir si se distribuyeran el mismo número de escaños que de votos, pero como no es así, todo sistema tiene que pensar en una fórmula matemática de reparto de los «restos». Esto es precisamente lo que intentan resolver tanto la citada ley d’Hondt, como otras fórmulas como Sainte-Laguë o la del mayor resto. Y en cierta medida, lo ha logrado. Así lo muestra la historia reciente de nuestro país en la que a pesar de las críticas coincidentes en que favorece el bipartidismo, nos encontramos actualmente con cuatro partidos por encima de 10% de los votos y escaños, algo que, según las encuestas, puede hacerse extensible a un quinto partido.

Dicho lo cual, es cierto que el sistema electoral en España favorece a los partidos mayoritarios, pero lo que afecta a la proporcionalidad no es tanto el desequilibrio que genera una opción u otra del reparto de los restos, sino el número de escaños que el sistema reparte entre las distintas circunscripciones. La LOREG, que regula el sistema electoral, reparte los escaños por provincias en función de su población, tras conceder a todas ellas una representación mínima de dos escaños, independientemente de su tamaño o población.

En Soria, que desde 2008 es la única provincia que reparte solamente dos escaños, nunca se ha obtenido uno con menos del 23% de los votos

Este reparto inicial es el que realmente afecta a la proporcionalidad y hace que 35 circunscripciones, que representan el 67% del total, repartan un total de 145 escaños. El 41% de los escaños en juego, para el 30% de la población (14.488.041 de un total 46.723.000) según los datos del INE.

De esta manera, en estas provincias resulta más difícil conseguir escaño para aquellos partidos que resultan terceros o cuartos en el recuento. Los datos históricos de estos 42 años nos señalan el porcentaje mínimo para obtener un escaño en las provincias de estas características. Por ejemplo, en Soria, que desde 2008 es la única provincia que reparte solamente dos escaños, nunca se ha obtenido uno con menos del 23% de los votos, en las ocho provincias de tres escaños nunca se ha obtenido un diputado con menos del 17,6% de los votos, en las diez de cuatro, el escaño obtenido con un porcentaje menor de votos se consiguió con el 12,2%, en las siete provincias de cinco con un 9,7% y, paradójicamente, en las siete de seis escaños el mínimo de votos necesario para lograrlo fue un 10,8%.

En estos mismos datos de las ocho elecciones generales celebradas en España vemos que cuando hablamos de promedio de votos, el porcentaje de voto para obtener dos escaños es de 30,89%, en las de tres escaños se sitúa en el 23,5%, si la circunscripción reparte cuatro escaños la media es del 17,8%, 14,8% para las de cinco escaños, y 12,6% para las de seis. Si proyectamos sobre este promedio el resultado medio de las encuestas publicadas hasta esta semana, que otorga un 27,4% de los votos al PSOE, un 20,5% al PP, un 16,8% a Ciudadanos, un 13,8% a Podemos y un 10,9% a Vox vemos cómo tres de los cinco principales partidos políticos rondan estos porcentajes y corren serio riesgo de quedarse fuera del reparto en casi todas estas circunscripciones, sin poder aprovechar los votos recibidos en esa provincia.

Caso aparte es el Senado. Con el objetivo de favorecer la representación de los territorios, se dispara la falta de proporcionalidad al repartirse el mismo número de escaños por cada provincia. Una asimetría que aumenta, aún más si cabe, si le añadimos que el sistema de reparto concede el escaño a los candidatos con mayor número de votos, escogidos en listas cerradas, pero no bloqueadas, que permiten al votante escoger tres nombres de diferentes partidos, algo, por cierto, poco habitual. De esta forma podemos decir que aquel partido que en cada provincia consiga el mayor número de votos,obtendrá tres de los cuatro escaños en juego, lo que, una vez más, a la luz de la mayoría de las encuestas publicadas, proporcionaría al PSOE un número de representantes suficientes (146 sobre los 206 asientos que se eligen), para tener mayoría absoluta sobre los 266 senadores que forman la Cámara, una vez incorporados los senadores de designación autonómica.

No es casual, por tanto, que hayan surgido ofertas del Partido Popular para unir fuerzas en estas provincias ni que, tras no ser aceptadas estas por Vox y Ciudadanos, comience la apelación a la utilidad que pretende maximizar el voto dentro de cada uno de los bloques. Estas apelaciones, si no se concretan en una serie de provincias donde el escaño está en competencia con PSOE o Podemos, corren el peligro de terminar produciendo el efecto contrario al que pretenden, perjudicando a la suma dentro del mismo bloque y, consiguientemente, a la posibilidad de formar Gobierno. Un objetivo que, más allá de los juegos aritméticos, pasa por un juego de alianzas que, a día de hoy y a todas luces, debería unir a PP-Ciudadanos-Vox o PSOE-Podemos-Nacionalistas, (aunque, según las encuestas, muchos españoles aún contemplan y aceptan la posibilidad de que Ciudadanos cambie la posición adoptada por su ejecutiva, y pase a apoyar al PSOE o al menos permita su investidura con la abstención).

Un objetivo que pasa por un juego de alianzas que, a día de hoy y a todas luces, debería unir a PP-Ciudadanos-Vox o PSOE-Podemos-Nacionalistas

Está por ver el efecto de los ataques cruzados que se dediquen los partidos a cuenta de si el voto útil es de uno o de otro. En primer lugar, está el efecto que pueda tener en el resultado final del bloque, que puede sufrir esta guerra de desgaste y que aumentaría la dificultad de formar un Gobierno alternativo al del PSOE con Podemos y los nacionalistas. En segundo lugar, está la cuestionada eficacia de este tipo de campañas, basadas en las encuestas, salvo que se realicen en los últimos días o, como ocurrió en 2016, tengan lugar muy cerca de unas elecciones anteriores. Los ciudadanos al votar no piensan tanto en la utilidad de su voto como en sus consecuencias. Y es, precisamente, en las consecuencias donde se encuentra el riesgo principal, a medio y largo plazo. Si nos atenemos a las encuestas publicadas es probable que su voto sea un voto que la misma noche electoral dejará de ser útil o inútil, quedará libre de consideraciones y cálculos para ser, sencillamente, un voto que permita gobernar a Pedro Sánchez. Esta es la gran paradoja a la que se tendrán que enfrentar muchos votantes: queriendo echar a Sánchez, habrán colaborado a mantenerlo.

Publicado en El Confidencial