La verdad es que no se si debería escribir este post. Vaya por delante que difícilmente he superado las 40 horas en Montevideo, con las correspondientes 8 horas de sueño, y que mi visión debe ser muy parecida a la que se llevan de Madrid los que se suben al Turibus para ahorrarse pasear la ciudad, mientras se van perdiendo todo el sabor que se esconde en sus calles…

En el equipaje de prejuicios con el que llegué a Montevideo llevaba mi corazón atlético (que desde hace un par de años ha convertido el «uruguayo» en el grito de guerra favorito del Calderón), algún buen amigo Uruguayo, y una excelente impresión general de la “Suiza de Sudamérica”, que se confirmó nada más aterrizar (quizás el contraste con el Aeroparque porteño ayudó a resaltar el nuevo aeropuerto recién estrenado). El primer consejo para el viajero que viaja desde Madrid, y no encuentra vuelo directo con facilidad, es echar un vistazo a las combinaciones en barco desde Buenos Aires, hay un par de compañías, el precio puede llegar a compensarse con los horarios, y la experiencia de cruzar el río de la Plata es muy recomendable.

La ciudad todavía disfrutaba del Mundial y, como las banderas de España que se han quedado olvidadas en los balcones de nuestras ciudades, la ciudad se encuentra todavía decorada con mensajes de ánimo, anuncios comerciales que usan el mundial, posters de la selección y fotos de Diego Forlán. De ahí que me cogiera de sorpresa la primera pregunta del señor que viene a recogerme al aeropuerto ¿qué tal con la crisis?. La visión de la situación de España vista desde Montevideo causa escalofríos, hablan de nuestro bienestar en pasado, y de nuestro recorrido como una historia de la que hay que aprender para evitar nuevos fracasos “es lo que le digo a los turistas brasileños, que ahora van muy rápido pero… tengan cuidado no les vaya a pasar lo que a España”.

Lo primero que llama la atención al llegar a la ciudad son sus calles vacías. Eran las diez de la mañana y no había nadie, ni coches ni peatones, como en Madrid en agosto… en medio de la jornada laboral. Si no hubiera visitado la ciudad a media tarde hubiera vuelto convencido que Montevideo es una ciudad antifantasma, en la que las personas se esconden con la luz, desapareciendo al caer la tarde y apareciendo bien entrada la mañana, casi a la hora de comer. Aún así son muchas las calles de la ciudad a las que se puede llegar andando desde el centro, en las que pueden pasar horas sin ver pasar una persona, ni un coche. No se si será consecuencia del frío 4-6 grados que contrastan con los 40 que dejé en Madrid, y atacan sin piedad mi chaquetita informal (que permite combinaciones con o sin corbata pero no soporta el frío), pero creo que esta ausencia forma parte del sabor de la ciudad, y es interesante perderse por barrios como el de la antigua estación de tren, cuya fachada sigue llenando las portadas de los folletos mientras se va pudriendo por dentro y llenando de basura y pinturas por fuera, víctima del abandono (algunos comentan que capital español pensaba levantar dentro un gran centro comercial, aunque dudan que la oferta siga en píe). La ciudad está más sucia que lo que uno podría esperar de una Suiza bis, pintadas por lo general políticas, casas abandonadas, solares vacíos, lemas “revolucionarios”…

En el centro de la ciudad, la Ciudad Vieja, han reservado un par de calles peatonales para el recorrido turístico. Son calles que van del centro histórico al Mercado del Puerto (que merece una visita), paseables, agradables que logran, y no es poca cosa, despertar el deseo de conocer Buenos Aires (que se intuye hermana mayor de Montevideo). Hay unas cuantas librerías grandes, en las que perderse, aunque todo suena a conocido y es difícil encontrar algo original, más allá de libros sobre historia y política local, de los que no pude evitar hacerme con un par de ejemplares.

He dejado para el final el lugar al que dedique el 80% de mi tiempo, el Palacio Legislativo, obra del italiano Cayetano Moretti, un edificio imperial con abundantes grupos escultóricos en el exterior, y una gran linterna adornada por 24 cariátides de mármol blanco. Ambas cámaras comparten un edificio de principios de siglo (1908-1925), diseñado por el arquitecto del Congreso de Buenos Aires (orgullo fraternal) que no llegó a realizarlo. El Senado (30 Senadores y el Vicepresidente de la República que preside la cámara, y cuenta con voz y voto); el Congreso 99 diputados en representación de los 19 departamentos del país.

En el interior se encuentran estupendos mármoles, granitos y basaltos del país y preciosas maderas, paraguayas unas y otras traídas desde Italia. Me ha llamado la atención la ausencia de despachos (hasta la construcción posterior de un edificio anexo de oficinas); un enorme salón de los pasos perdidos que hace de puente y lugar de encuentro entre Congresistas y Senadores, bajo cuyas puertas se encuentran vidrieras que representan la justicia y el trabajo, y que recuerda a la planta enorme de una iglesia sin bancos en la que unos soldados custodian las Actas de la declaración de independencia; una cámara de baja en el que se sigue votando a mano alzada, tras algún intento fracasado de instalar los botones de voto, (un buen sitio para hablar de la modernización de los parlamentos)…


En resumen: una ciudad para 24 horas, que bien se pueden complementar con un par de visitas fuera de la ciudad, Colonia y Punta del Este, aunque esta vez no hubo tiempo.

Para dormir no puedo recomendar sitio alguno. Volvió a tocar el Radisson, que es como todos los Radisson: símbolo de la globalización y la imagen de marca. Uno consigue olvidarse de donde está y volver, por unas horas, a la ciudad de “Radisson”, no es sólo las camas y la tele por cable… la misma alfombra, los mismos ascensores y hasta la misma antipatía en la recepción, como un adn de origen al que no pueden renunciar los miembros de la cadena. Si de mi dependiera buscaría otro sitio, pero si toca, el sitio, en la plaza principal, es inmejorable, y las vistas al mar desde el Restaurante, planta 24 o 25, dignas de atención.

Para comer muy recomendables tanto Paninis, como el Milongón (con espectáculo histórico-folclórico incluido). Pasta deliciosa, carne suculenta, y unos postres en los que el dulce de leche no puede faltar. Tampoco estuvo nada mal el cateríng del Congreso, aunque el primer día situaron en la entrada del comedor a una especie de modelo que no se movió de su puesto mientras se dejaba mirar por los comensales, sin justificar muy bien su labor. Creo que ellos mismos se dieron cuenta de lo ridículo de la situación y el segundo día renunciaron al «exceso» de personal.

PS. 1 aviso y 2 pequeños descubrimientos para viajeros express. Si hacéis escala en Buenos Aires es mejor mirar el billete antes. He descubierto que las compañías, especialmente Aerolineas Argentinas, tienen cierta tendencia a considerar como una simple escala todo un cambio de aeropuerto, sin avisar, ni facilitar la labor de ninguna manera y uno se descubre a las 5 de la mañana, desorientado, obligado a apostar entre el taxi o el autobús de linea (ambos a costa de su bolsillo), en un recorrido que va de los 45 minutos a las 2 horas, según a quien preguntes, y que, en mi caso, se acercó más a las dos horas, de manera “excepcional” a causa de un accidente y sus consiguientes atascos.

Los dos descubrimientos son que el dulce de leche se considera líquido, a efectos de controles de seguridad, especialmente en aeropuertos europeos, y que la policía en España ha empezado a probar unas máquinas que permiten hacer el control de pasaportes electrónicos (o dni electrónicos) de manera automática. De momento (agosto, 2010) la práctica deja mucho que desear, con instrucciones de uso poco claras, tendencia a bloquearse y, sobre todo, sin marchar atrás. Una vez que uno es absorbido por la versión moderna de “la cabina”, no hay forma de salir, con o sin papeles en regla, ni siquiera un botón para comunicar la incidencia… no me quedó otra que intentar la fuga, para delante y para atrás, y hacer saltar la alarma una y otra vez (solo tiene 3 pitidos), hasta que llegó una amable policía que mientras comentaba como por encima: “están fallando mucho”, parecía decir “otro friky que pica”.