Aunque soy más de leer que de «hacer algo», no soy un buen lector, tiendo a leer rápido, como con ansia, más preocupado por acabar que por disfrutar, y aunque tomo muchas notas, siempre me quedo con sensación de haberme perdido algo. Aprendo más cuando veo vivir a la gente que cuando alguien me explica como vive la gente y por eso reservo mi tiempo de lectura para la literatura. Considero los libros de historia y ensayo parte de mi trabajo (por eso dejo fuera los siempre apasionantes libros históricos de Stefan Zweig, especialmente Fouche y María Antonieta, algo parecido se puede decir de El Caballo Rojo de Eugenio Corti).
Una vez tuve un blog de lecturas (que misteriosamente ha desaparecido de blogspot), El título, nonlegeresedeligere, que copie a Hilario Mendo y su libro, Lecturas inolvidables, venía a decir que en esto del leer, y cada vez en más asuntos en esto del vivir en la sociedad de la abundancia, la calidad era más importante que la cantidad (de ahí la importancia de la elección).
La tesis de partida era que para elegir importaban más las circunstancias, del lector, que el yo, del propio libro. La lectura es algo progresivo, algunos dirán que también progresista, donde aquel que entra desavisado (como suele pasar en los colegios) corre el riesgo de terminar empachado, cerrando la puerta durante muchos años a la alimentación de la lectura, que va ayudando a crecer el alma, y enseñando a vivir.
Como dice con gracia Andrés Trapiello:
comer de todo, y en grandes cantidades, no dice nada, ni en favor ni en contra, de la comida, sino del hígado, del estómago y del bajo vientre. El refinamiento está reñido con la glotonería. Ésta sólo se justifica en épocas de crecimiento. Después, no pasa de ser una anomalía desagradable, tanto más cuando vemos que la glotonería del joven va transformándose en la gula del adulto. A cierta edad hay que empezar a hacer régimen. De la misma manera que se piensa mejor con el estómago no lleno del todo, se lee mejor con la cabeza en blanco. O como decía Juan Ramón: los libros no hay que leerlos, sino espiarlos, así, un poco por encima, sin entrar en más averiguaciones. A uno, al menos, le produce tanta repugnancia ese hombre hecho y derecho que se lee «todo lo que sale», como el viejo al que vemos tragar un plato de fabada, una cazuela de callos, medio besugo al horno con su guarnición, pan, vino en abundancia y de postre qué tiene, de acuerdo, si es casero tráigame usted ese tocinillo de cielo. Café, copa de coñac y un purito. Casi ni yo mismo he podido llegar hasta aquí transcribiéndolo.
De ahí la idea de proponer un itinerario (más que un catálogo de imprescindibles). Yo empecé a leer con los Cinco, Harry Potter, Guillermo Brown, y los cuentos de Narnia de CS Lewis, luego llegaron Julio Verne y Emilio Salgari, y a continuación Tom Clancy, Frederick Forsyth o Lapierre/Collins, son lecturas que descansan y te enganchan a la lectura pero llega un momento que, aunque quedan todavía muchas historias de espías y aventuras el cuerpo te pide más. Y se empieza a subir, o a bajar, por una especie de escalera de la lectura. No son los mejores libros de la literatura mundial, ni una subida hacia la excelencia; yo ni siquiera la he subido en orden, sino a la «buena de Dios», pero mirando hacia atrás creo que puede ayudar a disfrutar de estos excelentes manjares. Seguro que hay muchas escaleras, esta es la mía, totalmente personal pero no intrasferible, encantado si te sirve.
La venganza de Don Mendo (Muñoz-Seca)
Sin noticias de Gurb (Eduardo Mendoza)
Matilda (Roald Dahl)
Memorias de una vaca (Bernardo Atxaga)
Cyrano de Bergerac (Edmund de Ronsard)
Momo (Michael Ende)
Y decirte alguna estupidez, por ejemplo te quiero (Martin Casariego)
Historias extraordinarias (Roald Dahl)
Añado a última hora «La entreplanta» (Baker) aunque no aguantó bien la segunda lectura en su momento me impresionó.
Cualquiera de los episodios nacionales (Galdós)
1984 (George Orwell)
Antes del fin (E Sabato)
La Dama de Blanco (Wilkie Collins)
El puercoespin (Barnes)
El hombre que amaba a los perros (leonardo padura)
Aparición del eterno femenino (Alvaro Pombo)
Ana Karenina (Leon Tolstoi)
Leviatan (Joseph Roth)
La fiesta del Chivo (Vargas Llosa)
Novela de Ajedrez (Stefan Zweig)
Los restos del día (ishiguro)
La boda de Angela (José Jimenez Lozano)
La historia interminable (Michael Ende)
Otra vuelta de tuerca (Henry James)
Noticia bomba (Evelyn Waugh)
Merienda de negros (Evelyn Waugh)
Cuentos de Chejov, (todos son increibles)
El festin de Babbete (Isak Dinesen)
Cinco horas con Mario (Miguel Delibes)
El señor de los anillos (Tolkien)
El secreto de Joe Gould (Joseph Mitchell)
La verdadera vida de Sebastian Knight (Vladimir Nabokov)
Don Quijote (Miguel de Cervantes)
La verdad sobre el Caso Savolta (Eduardo Mendoza)
El mudejarillo (José Jimenez Lozano)
La importancia de llamarse Ernesto (Oscar Wilde)
La condicion humana (Saroyan)
El guardian entre el centeno. (JD Salinger)
El puente san luis rey. (Thorton wilder)
Angulo de reposo (Wallace Stegner)
Un lugar seguro (Wallace Stegner)
El rector de Justin (Louis Auchincloss)
La marcha Radetsky (Joseph Roth)
Cuentos completos (JR Ribeyro)
La silla del aguila (Carlos Fuentes)
Entrevisillos (Carmen Martin Gaite)
Retrato de Dorian Grey (Oscar Wilde)
Retorno a Briedshead, Evelyn Waugh
Lejos de africa (Isak Dinesen)
Crimen y Castigo (Dostoievski)
Conversaciones en la Catedral (Vargas Llosa)
Rosa Kruger (Sanchez Ferlosio)
Henrique V (Shakespeare)
La guerra del fin del mundo (Vargas Llosa)
Cuentos (Medardo Fraile)
La princesa manca (Gustavo Martin Garzo)
La cripta de los capuchinos (Eduardo Mendoza)
Juegos de la edad tardía (Luis Landero)
El cuaderno gris (Josep Pla)
Middlemarch (George Elliot)
Obabakoak (Bernardo Atxaga)
Cuentos completos (Ignacio Aldecoa)
La habitación enorme H. H. Cumming
El Danubio (Claudio Magris)
Otros autores de los que he disfrutado pero no sabría donde poner: Ulhman o Ginzburg, Kadaré, Henry Roth, Denevi (Rosaura a las 10), Calvino,
No soy un gran lector de poesía pero cuando estoy sensible disfruto leyendo en voz alta a Quevedo, Lope de Vega, Machado, Brodsky, TS Elliot, Miguel Dors, y una parte de la obra Miguel Hernandez