Algo tiene el estado de alarma para que casi la mitad de la opinión pública española esté a favor de su renovación y el principal partido de la oposición, que planteó dudas sobre su constitucionalidad, se haya abstenido en la votación en el Congreso. Y eso a pesar de que se incumplieron las causas para su declaración, según el artículo 4.c que rige su aplicación.

En lo referente a su renovación, la Ley Orgánica es cristalina en su artículo primero: la declaración del estado de alarma procede «cuando circunstancias extraordinarias hiciesen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios». Su duración «será en cualquier caso la estrictamente indispensable para asegurar el restablecimiento de la normalidad».

El debate jurídico es un no debate: el jueves la normalidad ya estaba restablecida y renovar el estado de alarma de manera preventiva, aun con amenaza, va en contra de la legislación vigente. ¿Podemos hacer depender el mantenimiento del estado de alarma del final feliz de las negociaciones, y del consiguiente fin de la amenaza?

Es cierto que el estado de alarma ni se nota, ni traspasa a la sociedad, y que incluso en estado de alarma se vive mejor. Pero la falta de respeto a la legislación vigente, aunque sea para alcanzar el bien común, siempre pasa factura.

No es la primera vez que asistimos a un comportamiento así, que va desgastando irremisiblemente a las instituciones: prescindir de informes prescriptivos del Consejo General del Poder Judicial, pasarse al Consejo de Estado por el arco del triunfo, anunciar que se aprobará por medio de leyes lo que ha sido declarado inconstitucional…

No se trata de calcular los daños, ni bromear pensando que mientras el Gobierno duerme tranquilo, resguardado en el artículo 116.5, que impide convocar elecciones, las consecuencias son mucho más graves de lo que pudieran parecer. No hay nada peor para la imagen de España que un Gobierno instalado en el «como sea», que un Estado en el que la seguridad jurídica depende del grado de cabreo de la población.