Cuando política y políticas se convierten en un mero instrumento de comunicación (y no al revés), la política se convierte en cuestión de forma
La reciente repetición de las elecciones y el papel asumido por los distintos partidos políticos ante la sentencia del Tribunal Supremo, ha desatado la busca y captura de culpables. Al preguntarnos cómo hemos llegado a esta situación, destaca una respuesta que plantea ambas circunstancias como el fruto de decisiones tacticistas que solo buscan el poder por el poder, centradas en las elecciones y no en las futuras generaciones, la lógica de Estado vencida por la lógica táctica que se personaliza en el consultor político. Y tanto se ha elevado el nivel de acusación que a menudo se les hace responsables de los males de la democracia.
Más allá del cruce de reproches despertado, la acusación no es una acusación gratuita y afecta de lleno a la propia naturaleza de la política contemporánea.
El gobierno del siglo XXI podría esquematizarse en la forma de un triángulo. En uno de sus ángulos se situaría la labor administrativa, el diseño, la implementación y la evaluación de políticas públicas (policies); en otro, la articulación de intereses y la búsqueda de consensos (politics) y en el tercero, la comunicación, la capacidad de conocer y transmitir a los ciudadanos las labores realizadas para hacerles partícipes de esas políticas y lograr su apoyo. O lo que es lo mismo: la política entendida como taburete que se apoya en las políticas, la búsqueda de acuerdos y consensos para poder sacarlas adelante y la comunicación para hacerlas accesibles a la ciudadanía. Por eso, decir que se puede gobernar bien y comunicar mal, o viceversa, es una contradictio in terminis.
El gobierno del siglo XXI podría esquematizarse en la forma de un triángulo: en sus vértices están el diseño de políticas, la búsqueda de consensos y la comunicación.
Cuando la política es entendida solamente como comunicación y la comunicación entendida como la totalidad de la política, el taburete del gobierno se queda cojo e inestable. Se confunde tomar decisiones (algo que tiene una indudable proyección en la opinión pública) con plantearse cómo afectan estas a la ciudadanía. Y el consultor de comunicación se convierte en decisor, al que se pregunta qué hacer y no cómo hacerlo.
Quizás el problema tiene más que ver con el exceso de protagonismo de la comunicación. Cuando política y políticas se convierten en un mero instrumento de comunicación (y no al revés), la política se convierte en cuestión de forma. Así, no nos puede extrañar que el político sea sustituido por el consultor y que este, a su vez, se acostumbre a diseñar políticas y construir política como si no hubiera otro objetivo que el de obtener una opinión pública favorable. Sin embargo, cuando el asesor, olvidando un principio básico de la profesión, comete la irresponsabilidad de extralimitarse y acaba por sustituir al líder, el problema no está en el sustituto sino en el sustituido.
¿Maquiavelos o gurús?
No es de extrañar que hoy los asesores políticos se identifiquen fundamentalmente con los consultores de comunicación, dejando a un lado otros papeles que antaño tuvieron un papel político relevante como el de los intelectuales cercanos a los partidos (Jorge Semprún o Manuel Vázquez Montalbán) o los técnicos, que también cumplen una labor de asesoría política. No solo se han sustituido a estos asesores por comunicadores, sino que se han confundido también sus papeles (ambos imprescindibles y complementarios). Una buena muestra es ver cuantos consultores de comunicación asumen roles claramente políticos, como diputado, senador, consejero o jefe de gabinete, y sustituyen las lógicas de decisión dentro de los partidos (que en sus procedimientos internos siguen respondiendo a la lógica de la intermediación).
Las causas de esta confusión las analiza con acierto el que probablemente sea el mayor experto español en la figura y el trabajo de los consultores políticos, Toni Aira, en el último número de la revista de ACOP.
Por un lado, la identificación de la política con las elecciones, en torno al concepto de campaña permanente. Por otro, la necesidad de simplificar la realidad y dibujar la estrategia política como algo negativo, nacida del cálculo y la falsedad, con la que se pretende modificar los comportamientos de la ciudadanía. El consultor sería aquí el muñidor, el corruptor que quiere embaucar con su persuasión a la sociedad sin tener refrendo democrático alguno. Y por último, la competencia en el sector. España, además de tener un seleccionador nacional en cada español, tiene también un consultor político capaz de solucionar en dos tardes los problemas políticos más complicados.
Con el consultor elevado al papel de protagonista por encima del líder, puede atacar ese liderazgo atacando al consultor sin enfrentamientos abiertos
Este análisis arroja, sobre todo, una nueva deriva de la confrontación política. Con el consultor elevado al papel de protagonista por encima del líder, puede atacar ese liderazgo atacando al consultor sin enfrentamientos abiertos. Se extiende la fama de oscurantismo, el cálculo permanente con el que se los dibuja y se recalca el hecho de que nadie los ha votado, y se consigue erosionar el líder y a su liderazgo.
Más Veep que El ala oeste de la Casa Blanca
A esto hay que añadir la mística de la consultoría política que se viene construyendo en los últimos tiempos, fomentando el misterio de una profesión que se desarrolla en las bambalinas del poder. Cuando los consultores convierten su trabajo en escaparate para contratos futuros, se regodean en el poder que se les atribuye y alimentan la fama de magos, haciendo sus tácticas y trucos demasiado explícitos, “se hace visible aquello que debería ser invisible al servicio de una representación óptima del cliente”, muchas veces perpetrado reiteradamente por periodistas de cabecera a los que se les concede acceso y una versión en primera persona, obviamente interesada, de los acontecimientos.
También contribuyen a esta mística las numerosas series de televisión que ofrecen una visión de la política como un mundo autónomo y todopoderoso, en el que no existiera la casualidad, ni la improvisación, que suelen ser parte esencial de la historia.
El ala oeste de la Casa Blanca, en la que siempre con un café en la mano y de pasillo en pasillo, se resolvían crisis internacionales con dos llamadas, y el asesor siempre tenía todo previsto en una estrategia perfecta, ha ensombrecido la realidad de la política. La mística de la consultoría política muestra, siempre a posteriori, una profesión donde todos los escenarios están previstos, y donde hasta las casualidades más evidentes son fruto de ocultas maquinaciones. Como señala Aira, los consultores son, en el fondo, constructores de historias y no pueden resistirse a la tentación de escribir la suya propia, convirtiendo, la casualidad en causalidad. Quizá, la comedia Veep, en la que una desastrosa vicepresidenta de los Estados Unidos se ve envuelta en una permanente improvisación, se acerca más a la realidad.
Además, es necesario entender que, frente al aparente monopolio de los consultores, en política intervienen, además de los representantes electos y los partidos, infinitud de ‘stakeholders’ como patronales, sindicatos, organizaciones no gubernamentales… El comportamiento de cada uno de ellos, no solo el del consultor, y el hecho de que algunos de ellos hayan dejado en ocasiones de cumplir con su función original afecta al día a día de la política. No se puede atribuir toda la culpa, ni siquiera la mayor parte de la culpa a los consultores, hay que mirar también a los políticos que en ocasiones hacen suya la interpretación literal de Machado cuando dice que “en política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire”, y asumen la realidad que les presentan los análisis como algo a lo que adaptarse y no sobre lo que intervenir.
Cuando los medios dibujan un terreno delimitado por la dictadura del click, el titular y el mensaje encapsulado, obligan a consultores y políticos a tratar de adaptarse
Igualmente, los periodistas, que con su trabajo dibujan el terreno en el que opera y se mueve la política, tienen su papel. Cuando los medios dibujan un terreno delimitado por la dictadura del click, el titular y el mensaje encapsulado, obligan a consultores y políticos a tratar de adaptarse para entrar en el terreno dibujado, o buscar terrenos de juego alternativos. Poner la información política al servicio de la anécdota, de la creación de mitos, de la exhibición de lo espectacular, en vez de en priorizar el contenido informativo y el análisis, obliga a todos los actores a adaptarse. Si los medios priorizaran la calidad informativa, el resto de actores políticos, incluidos los consultores, no tendría más remedio que adaptarse, pero no siempre lo hacen, aunque sigan reivindicando el monopolio de la influencia política.
Todos debemos hacer un esfuerzo por quitarnos importancia y devolver a la política lo que es suyo. Convertir al consultor en protagonista solo genera que los que no conocen el día a día de la política terminen pensando que, efectivamente son los consultores los que tienen el poder y nada más lejos de la realidad. La culpa es de los gurús, de todo tipo. Dejemos al consultor que asesore, al político que decida y al periodista que informe, y mejorará la política.
Los estrategas de campaña han empezado ya a mostrar sus cartas. Un primer vistazo indica que casi todos los partidos han apostado por España y el desbloqueo en sus campañas
Aunque a veces parezca lo contrario, en política no todo es «relato». A pesar de las noches de gloria que esta teoría ha dado a tertulianos y columnistas patrios, existen otras aproximaciones a la comunicación que tratan de explicar cómo y por qué la gente centra su atención en determinados aspectos de la realidad y no en otros, como la de la agenda ‘setting’, la triangulación o el ‘framing’. El uso conjunto de estas teorías, popularizadas por teóricos como McCombs y Shaw, consultores como Dick Morris o profesores de lingüística como George Lakoff nos ayudan a entender de una forma más completa las estrategias electorales de los partidos de cara a las próximas elecciones y a concluir que aquel partido que, a través de la selección de temas y el uso del lenguaje sea capaz de asentar su «marco» de referencias e introducirlo en la agenda de la campaña, será capaz de obtener un resultado electoral mejor.
Hay ejemplos como el de las elecciones que en 1992 llevaron a Bill Clinton a la Presidencia de los Estados Unidos, imponiéndose a un presidente Bush que, tras sus éxitos en la I Guerra del Golfo, parecía destinado a la revalidar su cargo. En esta elección, el consultor James Carville pintó en la pizarra del War Room una frase a la que se achaca el éxito: «Es la economía, estúpido», y así fue. O el de la victoria de George W. Bush en 2004, que logró convertirse en el padre protector de la seguridad de los norteamericanos. Economía, Clinton. Seguridad, Bush hijo. Ambos lograron poner sus temas en la agenda, y alineando temas y marco, ganar la batalla a sus contrincantes.
El consultor James Carville pintó en la pizarra del War Room una frase a la que se achaca el éxito: «Es la economía, estúpido», y así fue
En nuestro país vivimos algo parecido durante las últimas elecciones. La disputa estaba entre la ruptura de España, que denunciaba el centro derecha y la involución democrática, sobre la que alertaba la izquierda. La foto de Colón y el pacto de gobierno de Andalucía inclinaron la balanza hacia esta segunda opción, provocando una movilización altísima (77%), muy similar a la de 1996 (78%) y 2004 (77%) y solo superada por la participación de 1982 (80%). Si en Estados Unidos en el 92 fue la economía y en el 2004 la seguridad, en España, en 2019, fue el «trifachito», que según estimaciones de Andrés Medina a la luz del poselectoral del CIS, habría movilizado tres veces más votantes que el tema «Cataluña«.
Elegir el tema no basta, es necesario que los votantes perciban su importancia en el momento actual y, sobre todo, que el tema elegido refuerce el marco más favorable, lograr que la conversación política en los días de campaña se alinee con los principios y valores que el votante asocia con cada opción política. Existe el peligro que un tema de interés no logre convertirse en el centro del debate público o que, aun consiguiéndolo, no se sitúe en el marco de valores asociados con el partido y resulte increíble la asociación de ambos.
España se mueve para el PSOE y Ciudadanos
Los estrategas de campaña han empezado ya a mostrar sus cartas. Un primer vistazo a lo sucedido esta semana parece indicar que ante la inminencia de la sentencia del Tribunal Supremo y la imposibilidad de formar gobierno, casi todos los partidos hayan apostado por España y el desbloqueo como temas de campaña.
El PSOE se lo juega todo a la estabilidad en tiempo de crisis. Su primer mensaje, que cuelga de la fachada de Ferraz, habla de «Ahora Gobierno, ahora España» que, unido a las intervenciones públicas de su candidato, parece dibujar ya un marco en el que el concepto clave sea el de la estabilidad. El partido del presidente del Gobierno se lanza así, en un «plagio» evidente a la estrategia del PP en 2016, a crear ese marco de estabilidad, de serenidad y continuidad que ofrece siempre el partido que está en el poder, pero lo hace poniendo el acento en lo territorial. La utilización de palabras como ‘España’, ‘Gobierno’ y ‘Ahora’ priorizan, dentro de ese mismo marco conceptual, los grandes temas de la campaña: la formación de gobierno y la estabilidad territorial frente a otros tipos de estabilidad, como la posible crisis económica que algunos analistas ya dicen que se nos avecina.
O dicho de otro modo: los estrategas socialistas creen que esta vez sí, y no como en las anteriores, Cataluña, por la sentencia del ‘procés’ y las reacciones que despierte, marcará la agenda electoral y Sánchez en un ejercicio de triangulación de manual es, de entre todos los candidatos, el único que tiene a su disposición las herramientas y los símbolos para personificar el Gobierno. Que haya sido un presidente en acercamiento permanente a los separatistas no les preocupa ni a los estrategas ni al propio candidato. El presidente confía en la mala memoria de la sociedad y, sumergido en un presente continuo, proclama el Ahora como si no hubiera ni ayer ni mañana.
Es un «plagio» evidente a la estrategia del PP en 2016, a crear un marco de estabilidad y serenidad que ofrece siempre el partido que está en el poder
Está por ver si la elección de un tema que no se asocia de manera natural con el «marco socialista» produce efectos y si la apuesta por la gobernabilidad logra superar la percepción de la opinión pública, que culpa mayoritariamente al PSOE de la repetición de las elecciones. Además, las posibilidades de formar gobierno que señala el liderazgo en las encuestas tampoco son tan claras y la dificultad de sentar en la misma mesa a Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, algo que sería imprescindible a la luz de estas mismas encuestas, enturbian la visualización del soñado gobierno progresista.
A diferencia del PSOE, o del PP, que cuentan de inicio con una base del electorado considerable, Ciudadanos tiene que salir a cada elección a ganar de nuevo a su electorado, como si nunca le hubieran votado. Ahora, parece que esta tendencia se recrudece porque, tras todo lo vivido en estos meses, todas las encuestas indican que es el partido más castigado por la repetición electoral. Los estrategas naranjas parecen asumir que la presencia de Cataluña en la agenda y ofrecerse como la pieza clave para el desbloqueo, «España en marcha», junto a la habilidad de su líder en los debates, pueden ser elementos suficientes para intentar la remontada. En este caso también marco y tema irían de la mano, al menos en el caso de Cataluña, pero los reiterados cambios de posición en su política de alianzas pueden tener un límite y afectar a la credibilidad de Rivera, quizás de forma definitiva.
Entre el Gobierno y España
En el plano de los que apuestan solo por uno de estos dos pilares estarían Vox, Unidas Podemos y Más País.
Vox también se suma a la tendencia de introducir España en su eslogan de campaña con su España Siempre. Aunque la alineación entre tema y marco es indudable, corre el peligro de los que se dejan llevar por las circunstancias y no son capaces de dejar pasar la oportunidad de un «zasca», confiando en que la bandera siga siendo un motivo suficiente para mantener la mayor parte de su electorado de abril.
Por Unidas Podemos parece no haber pasado el tiempo, ni la negociación, y dejando un lado el eje de España se presenta como la única garantía de un gobierno progresista, apostando porque los suyos no quieren tanto formar parte de un gobierno, como que este se sitúe en la izquierda, sin dependencias de partidos como Ciudadanos o el PP. Desbloqueo por la izquierda y con muchas condiciones, que tras el anuncio de Rivera se introducirá con fuerza en la agenda pero que puede resultar poco creíble tras lo sucedido estos últimos meses en la negociación, y la entrada de Errejón en el escenario, que para muchos aleja, más que acercar, las posibilidades de un pacto.
Más País también ha hecho del desbloqueo su palanca de voto. El partido de Errejón, que ha hecho del gobierno progresista su razón de ser, además trata de aprovechar el descontento para hacer de la forma, propuesta y ofertar una forma diferente de hacer las cosas (sin hacer excesivo énfasis en una agenda de políticas públicas en las que resultaría difícil encontrar diferencias con Unidas Podemos y el PSOE).
El PP va por libre
El PP, por su parte, que no ha hecho público su lema de campaña, de momento es el partido más alejado de los temas mencionados de Cataluña y desbloqueo. El partido de Casado parece querer disputar también el concepto de estabilidad, aunque en su caso sea estabilidad económica. Y tras una primera etapa llamando a la unión de los partidos de la derecha, opone al PSOE y a las ventajas que le ofrece estar en el gobierno, su experiencia de gestión y su historial de éxitos económicos, reconocidos de forma general por la sociedad española. En este caso, marco y tema van de la mano. La dificultad está en que logren imponerse en la agenda de la campaña, y la sombra de la crisis vaya a ser capaz de imponerse al ruido que sin duda provocará la sentencia del 1-O.
La agenda de los ciudadanos
En resumen, podemos apreciar una apuesta generalizada por las ideas de España y el movimiento. El problema está en que ninguno de los dos depende totalmente de los que han elegido estos temas como claves y ambos dependen fundamentalmente de la reacción de terceros. Además, y esto es lo más importante, los partidos por mucho que se esfuercen no siempre logran imponer su marco, y en ocasiones la realidad se impone en forma de acontecimiento imprevisto o de clamor popular. Y esta vez el sentir de los ciudadanos, a la luz de los últimos barómetros del CIS publicados, oscila entre el hartazgo y el que se vayan todos, y este estado de ánimo suele deparar enormes sorpresas.
La verdadera transparencia no trata de ocultar el contenido de las negociaciones, sino de evitar que con motivo de su exposición, acabe por alterar este contenido
La democracia se sostiene en la creencia de que el diálogo es la mejor forma de adoptar decisiones, y que cuando estas son fruto de la negociación se acercan más al interés general que cuando se adoptan de manera unilateral y se imponen a los demás por cualquier vía. No es de extrañar que, en consecuencia, la falsedad sea el enemigo público número uno de la democracia, sobre todo cuando, en determinados ambientes, no hay nada más eficaz que un “sinceramente” para activar todos los detectores de mentiras.
En este contexto, desde hace un tiempo se viene asumiendo que no hay nada mejor que exponer al público las actuaciones de nuestros líderes políticos, para garantizar que sus acciones se orienten siempre al interés público. De esta manera se abre paso una concepción cuantitativa de la transparencia, una transparencia radical, que vincula proporcionalmente su calidad con el volumen de información ofrecida. A esto hay que añadir el tiempo; un segundo elemento que a la necesidad de exponer públicamente sus acciones añade la de hacerlo en directo, en tiempo real y sin retraso de ningún tipo.
En la mayoría de los casos este nuevo ‘reality’ político solo tuvo el capítulo piloto, sin ir a más
En 2015, la tendencia alcanzó su cenit cuando, en una mezcla de buenismo e ingenuidad, se empezó a anunciar que las negociaciones para la formación de gobiernos se realizarían frente a las cámaras y en rigurosísimo directo. Podemos y el PSOE en Extremadura, Zaragoza en Común, Somos Alcalá o Sí se puede Valladolid aseguraron que, para que quedará constancia, grabarían todas sus reuniones con los grupos políticos y las subirían a internet. En la mayoría de los casos este nuevo ‘reality’ político solo tuvo un capítulo, capítulo piloto, sin ir a más. Sólo cuando se cerraron las puertas y continuaron las reuniones, se lograron pactos, un final feliz para los partidos. Es sintomático que de aquellas reuniones grabadas hoy no quede ni rastro y que en este 2019, cuando ha habido que sentarse de nuevo en torno a una mesa para negociar nuevos gobiernos, se haya hecho sin rastro del streaming.
Sin embargo no han cesado las coberturas en tiempo real, con minuto y resultado, que al pretender convertir lo anecdótico en categoría terminan ofreciendo un contenido que no difiere mucho del ofrecido en la cobertura de «la boda del siglo» de cada año: qué llevaban puesto los invitados, por dónde accedieron al local, la hora exacta o el menú degustado, o temas con mucho más interés político como si usan Telegram o Whatsapp, quiénes son los negociadores en la sombra, o si la comisión es o no paritaria. La información queda sepultada entre millones de datos y anécdotas. Hay sitio para la distracción, para el misterio, la intriga, la sorpresa… Mientras que las preguntas verdaderamente importantes quedan sin responder. Sobra transparencia y falta política.
El selfie contra la política
La transparencia en tiempo real se convierte en postureo. Un selfie permanente en el escenario político, donde el objetivo buscado queda en un segundo plano, superado por la prioridad de que conste en acta. La negociación deja de ser un medio y se convierte en un fin en sí mismo. Y en consecuencia, se adoptan posiciones para la foto, independientemente de que puedan alejar o acercar el acuerdo. Hacen como aquellos que prefieren ir cambiando el decorado en lugar de viajar, convencidos de que así pueden viajar sin salir de casa. El problema es que, como estos turistas de cartón piedra, entre selfie y selfie nuestros líderes dejan de lado el fin de la política.
Llega hasta tal punto la distancia entre la negociación y su representación que las instituciones dejan de ser el lugar donde se adoptan las decisiones políticas para convertirse en el escenario donde esa decisión se hace pública. No en vano algunos órganos, a los que la ley ha sometido a esta transparencia radical haciendo obligatoria la publicidad de las deliberaciones entre sus miembros, han adoptado la costumbre de reunirse previamente a la sesión pública para adoptar su decisión, que luego escenifican ante las cámaras.
La transparencia en tiempo real se convierte en postureo. Un selfie permanente donde el objetivo buscado queda en un segundo plano
La negociación se vuelve puro espectáculo. Se convierte el diálogo, que debería ser un ejercicio fundamentalmente racional, en una actividad puramente emocional, en una especie de pulso narrativo en el que se buscan giros; una reacción destemplada o una decisión a destiempo que consiga debilitar la posición del adversario frente al público. Así no es de extrañar que en esta sucesión de monólogos las ofertas se hagan cara a la galería, antes de llegar siquiera al otro lado de la mesa, poniendo de manifiesto quién es el auténtico destinatario, y cuál el verdadero objetivo.
La negociación se vuelve pura táctica, más de zasca que de acuerdos, y la competencia se impone a la cooperación. Se sustituye la colaboración por la batalla, y en lugar de buscar objetivos compartidos, la negociación busca debilitar la posición del otro para poder imponer la posición propia. Se cumple indefectible la fórmula mágica por la que, a mayor cantidad de ruido, menor posibilidad de acuerdo.
Las redes sociales se convierten en el escenario ideal para este espectáculo. En ellas se puede reaccionar en tiempo real, exponer impresiones, llamar la atención a la vista de todos, para disfrute del estimado público. No es de extrañar que alguno de los líderes políticos de antaño haya advertido que si hubiera existido twitter no habría salido adelante nunca la Transición.
La negociación se vuelve pura táctica, más de zasca que de acuerdos, y la competencia se impone a la cooperación
La verdadera transparencia, la que puede ayudar a consolidar la democracia, no trata de ocultar el contenido de las conversaciones, sino de evitar que con motivo de su exposición, acabe por alterar este contenido. Para lograrlo, lo imprescindible es hacer público el acuerdo, una vez adoptado, para que los ciudadanos puedan conocer todos sus extremos y evaluar su cumplimiento.
No se trata de demonizar la transparencia pero tampoco de convertir una concepción radical de la misma, que no es compartida por todos, en el criterio más importante para valorar el estado de nuestra democracia. Si bien es cierto que “la luz del sol es el mejor desinfectante” estamos descubriendo que el panóptico de Bentham en el que todo está a la vista es el camino más directo a la parálisis política. Y en último término y como advertía Byun-Chul Han, «el final de los secretos sería el final de la política«.
Los siete capítulos de «La voz más alta» retratan abusos de poder y relaciones de dependencia, en un ambiente entre el miedo, la incredulidad y la condescendencia.
Decíamos hace unos días, al hablar de El gran hackeo, que las series se están convirtiendo en los nuevos libros de historia. Incluso desde la ficción muchas tratan de reproducir personajes y situaciones de la historia reciente y no es difícil, por ejemplo repasar, repasar de serie en serie la historia de la política norteamericana de los últimos 20 años. En esa historia, desde 1996, hay un elemento recurrente: Fox News estaba allí.
Fox News revolucionó la televisión por cable, creando un modelo de negocio de fácil producción y una gran influencia que, más allá de la ideología, ha creado tendencia en muchos otros países. En un momento en que solo la CNN ofrecía este tipo de televisión, la conjunción del magnate mediático Rupert Murdoch y el experto ejecutivo televisivo, recién salido de la CNBC, Roger Ailes, logró convertir las noticias en un producto de entretenimiento.
Fox es una apuesta por el protagonismo mediático de la política, un protagonismo que llegó a ser muy rentable pero que no renuncia a “educar a la sociedad a través de los medios de comunicación”. Como señala Ailes, interpretado magistralmente por Russell Crowe en la serie: “Nosotros no nos sentamos a esperar, cada día es una lucha entre el bien y el mal. Nosotros creamos las noticias, estamos cambiando el mundo”.
Su receta, la política como espectáculo en directo 24/7. Algo que en España denunciaba recientemente Josu De Miguel en El Correoy cuyas consecuencias estamos sufriendo, por ejemplo, en la negociación de la formación de Gobierno de nuestro país. De esta manera, como alertó Sartori, la política se vuelve sentimiento, porque, como vuelve a señalar el protagonista de la serie: “A las personas que no saben qué creer, si les dices qué tienen que pensar los pierdes, pero si les dices qué tienen que sentir son tuyos”.
Además de cambiar definitivamente el modelo de negocio de las televisiones, Fox revolucionó el mundo conservador y, por extensión, el de la política norteamericana.
Ailes siempre concibió Fox como un canal de cable para un público conservador que no tenia suficiente oferta informativa, y contó con el apoyo de Murdoch, atraído por las perspectivas de un nuevo mercado. Desde su creación en 1996, la cadena, con su estilo propio, ha logrado convertirse en una referencia informativa de este sector amplio de la sociedad norteamericana. Su gran éxito sería el de haber creado el marco de la política norteamericana: el relato del declive imparable de Estados Unidos y la posibilidad de renacer de la mano de la vuelta a los valores tradicionales. Un relato que convirtió a la cadena de noticias en la número 1 durante muchos años.
Muchos atribuyen a este relato gran parte de la responsabilidad de la creciente polarización de la política norteamericana. Una polarización que se nutre del malestar ante las élites (académicas, económicas, mediáticas y, cómo no, políticas), basada en mensajes antiélites propagados paradójicamente por parte de esas élites, el famoso 1%. Un clima de polarización que, transformado en cabreo, sería terreno fértil para soluciones de corte populistas como las que auparon a Donald Trump al poder.
Nosotros no nos sentamos a esperar cada día es una lucha entre el bien y el mal. Nosotros creamos las noticias, estamos cambiando el mundoRoger Ailes
El modelo “Ailes” asume que “el sesgo está en todas partes, así es como funciona esto” y no se preocupa de aparentar neutralidad, aunque esto suponga poner la realidad en un segundo plano. Se trata de no dejar espacios, inundar de noticias la realidad. Otra vez es Ailes el que nos da las fórmulas: “Crea la noticia, arma escándalo y obliga a todos a comentarlo”. O “repetir, repetir y repetir, al final la gente siempre acepta la verdad que le resulta más familiar”.
La serie, basada en el libro que contiene las investigaciones de Gabriel ShermanThe Loudest Voice in the Room: How the Brilliant, Bombastic Roger Ailes Built Fox News-and Divided a Country, asumela tesis de la responsabilidad de la cadena y de su máximo responsable en la creación de un ideario conservador. Esta tesis deja de lado, como también hacía El gran hackeo, un elemento previo y clave para el ‘éxito’ del pensamiento conservador norteamericano: el mundo de la ideas.
Es en este mundo en el que, como se ha recordado recientemente tras el fallecimiento de David Koch y retrató de manera magistral José María Marco hace unos años en La nueva revolución americana, la derecha norteamericana fue capaz de construir toda una red de instituciones privadas como Cato, American Enterprise o Heritage, para hacer hegemónico su pensamiento. Y en esta labor el pensamiento conservador necesitaba un medio de comunicación de masas para llegar a la población norteamericana, y lo encontró en la creación de esta cadena de televisión.
Lo que más llama la atención en esta subtrama es la ausencia de cualquier tipo de conflicto moral en el propio Roger Ailes
Sin dejar de lado la capacidad performativa de la realidad que tiene la comunicación, y la importancia de Fox News durante los últimos 20 años, es importante señalar cómo la cadena era solo uno de los exponentes de la divulgación del pensamiento conservador en los últimos veinte años, probablemente el más importante y el más efectivo, pero una herramienta de divulgación.
En esta atribución de ‘responsabilidades’, La voz más alta concentra toda la responsabilidad en el padre del proyecto: el todopoderoso Roger Alies, natural de Warren, Ohio, lugar que contempló durante toda su vida como una especie de Arcadia idealizada que intentó reproducir. Ailes fue durante toda su vida ejecutivo de medios de comunicación y asesor político de presidentes republicanos como Richard Nixon, Ronald Reagan, George H. W. Bush e incluso Donald Trump, en su campaña electoral. Además, fue autor del bestsellerTú eres el mensaje, que, como su teoría del foso de orquesta (que explica la tendencia de los medios al espectáculo), convirtió en máximas universales de la comunicación.
La serie no termina de aclarar si estamos ante un hombre que se sabe llamado a una misión, o se trata simplemente de un oportunista tan brillante como ambicioso que no dejaba pasar ocasión. Si creía realmente ser uno de los elegidos para liderar el bien en su lucha contra el mal, como dice en algún momento de la serie, o descubrió en esta lucha la vía infalible para colmar su ego y su ambición de poder y de dinero.
De hecho, en ocasiones las motivaciones de Ailes parecen más personales que sociales. Como su posición ante Barack Obama, que la serie plantea como el fruto de una cita frustrada en la que el presidente norteamericano le dio la espalda dejándolo con sus asesores y que tendría como consecuencia la posición de Fox News como la más dura oposición a la Casa Blanca de Obama.
Lo que no ofrece espacio para la duda es que estamos ante una persona que vivía en, por y para la teoría de la conspiración, manipulador, obsesivo posesivo, hasta el punto de llenar su casa y sus oficinas de cámaras para ejercer el control sobre su familia y sus empleados, a los que no dudó en ordenar seguimientos cuando sospechaba de los mismos, y que vivía atemorizado hasta el punto de construir en su lujosa residencia un refugio para sobrevivir aislado durante semanas.
El #Metoo republicano
Las series se han convertido también en un instrumento para hablar de los problemas de nuestro tiempo, y por este camino de sexo, poder y dominación se adentra la segunda trama de esta miniserie.
El declive de Roger Ailes vino de la mano de una serie de acusaciones de acoso sexual de algunas mujeres con las que había trabajado, principalmente en Fox. En esta línea, los siete capítulos de esta miniserie retratan abusos de poder, relaciones de dependencia, en un ambiente entre el miedo, la incredulidad y la condescendencia, y en los que se plantean diversos conflictos de manera desigual. La serie acierta, especialmente en los dos últimos capítulos, a dibujar el clima laboral donde se produce este acoso y las dificultades de las denunciantes y de la propia verdad para salir adelante, al enfrentarse no solo al agresor, sino a la opinión consolidada de su “tribu” que, frente a las evidencias, opone la teoría de la persecución.
La serie no termina de aclarar si estamos ante un hombre que se sabe llamado a una misión, o se trata simplemente de un oportunista tan brillante como ambicioso que no dejaba pasar ocasión
Pero lo que más llama la atención en esta subtrama es la ausencia de cualquier tipo de conflicto moral en el propio Roger Ailes. El guion no plantea cuestión alguna sobre la evidente contradicción que supone que un ferviente defensor de la familia, que mantiene una buena relación con su mujer, sea un auténtico depredador sexual. Una doble vida que solo podría “explicarse” por un cinismo que se apodera de la personalidad hasta volverlo inhumano, la consideración del sexo como algo meramente superficial o una mera relación de poder, sin relación alguna con sus relaciones familiares.
La decadencia de Ailes, además de su deplorable comportamiento, tiene mucho en común con la de otros hombres que un día fueron muy poderosos, subestimando los peligros y amenazas que les rodeaban, considerándose intocables, blindados por su poder.
Ailes falleció sin llegar a ser juzgado en un accidente, en mayo de 2017. Fox News también comenzó una nueva época, al menos para el presidente Donald Trump, que recientemente acusaba a la cadena de haber abandonado a los “suyos”, haciéndose demasiado acogedora para los demócratas y animándolos a buscar nuevas fuentes de información.
El ex número dos de Podemos se juega ser el representante de un movimiento progresista decisivo o el símbolo de una izquierda que se empeña en imitar a los Monty Python
Íñigo Errejón decidió hace unos meses abandonar su papel de intelectual político. Su decisión de encabezar la candidatura a la Comunidad de Madrid por una nueva fuerza política, Más Madrid, le abrió el camino para convertirse en un político intelectual.
A pesar de las expectativas, el resultado fue agridulce. Un buen resultado si tenemos en cuenta el tiempo y la competencia, pero un resultado fatal por sus consecuencias: la conservación del gobierno de la Comunidad por parte del Partido Popular. A esto se unió el resultado en el Ayuntamiento de Madrid, donde la candidatura de su grupo, Más Madrid, liderada por Manuela Carmena, no pudo revalidar la alcaldía a pesar de su victoria electoral. Las reacciones alternaron la admiración con un tipo de crítica que mezclaba la frustración, la envidia y la incomprensión.
Mientras Iglesias cambiaba Vallecas por Galapagar, Errejón ha cambiado Somosaguas por Vallecas y afronta cuatro años por delante que, lejos del gobierno, pueden convertirse en un auténtico éxodo y hacerse demasiado largos.
Todo lo que conocemos parece llevarnos a las urnas, como en julio parecía llevarnos al gobierno. Una oportunidad para algunos, un riesgo para otros
Pero uno no elige las circunstancias, como señalaba Ortega estas «son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos» y, si nadie lo remedia, unas nuevas elecciones asoman por el horizonte nacional. Aún no sabemos si habrá comicios. Todo lo que conocemos parece llevarnos a las urnas, como en julio todo parecía llevarnos al gobierno. Toda una oportunidad para algunos, todo un riesgo para otros. Y todo un dilema para el joven profesor universitario: presentarse o no.
Errejón se ha convertido en el coco de la izquierda. El «que viene Íñigo» ha sido la principal amenaza que ha sobrevolado todo el proceso de no-negociación para la formación de gobierno. Y aunque el líder de Más Madrid ha negado expresamente esta posibilidad y las encuestas han evitado introducir su nombre entre los posibles candidatos, cada vez son más los rumores que apuntan en otra dirección.
Quietismo o movimiento
El fundador de Podemos deberá decidir, porque es posible que el calendario le obligue a ello. Tiene que optar por recorrer el camino de la candidatura nacional o confiar en abrirse paso en la agenda nacional desde la Asamblea de Madrid. O moverse o quedarse quieto. Si decidiera no presentarse, si optara por la ‘rajoyana’ estrategia de sentarse a ver pasar el cadáver del enemigo, el brillo de la luz que Errejón ha sabido mantener encendido, incluso fuera de la dirección de UP, amenazaría con apagarse ante la dificultad de mantener el interés durante un periodo prolongado de tiempo.
La lista de rutilantes promesas políticas que habitan hoy la biblioteca del olvido es interminable y ser el azote de Díaz Ayuso puede llevarle en unos meses de la sección de nacional a las noticias de Telemadrid. Esa espera, sin presencia en el Congreso durante la próxima legislatura, puede hacerse eterna e incluso baldía, incluyendo la posibilidad de un nuevo liderazgo en Podemos. El riesgo de esta opción es que, pasado el tiempo, cuando eche la vista atrás, Errejón vea que su espera en el andén de los prudentes ha sido inútil porque ese era su único tren.
La única alternativa a esta opción es su contraria, presentarse. Esto, aunque supondría dejar huérfano su proyecto en Madrid, le permitiría ofrecerse como alternativa. Una opción al tremendo desencanto que han generado a uno y otro lado del eje de la izquierda el teatro, los ataques y la incapacidad de ponerse de acuerdo. Una alternativa para todos los que tienen dificultad para entender, más allá del argumentario, que lo que antes era no ahora es sí, y lo que antes era sí ahora es no.
Su decisión también puede propiciar una fragmentación que debilite el proyecto progresista y dar oportunidad como la dio en Madrid, a un gobierno de la derecha. Esto le convertiría en el traidor oficial de la izquierda, una especie de Vox del bloque progresista que en el cómputo final, en lugar de sumar, reste. Pero también, y aunque parezca paradójico, puede acabar convertido en el elemento decisivo para la formación del gobierno del PSOE.
En resumen, presentarse le podría permitir su presencia en la agenda política nacional desde el Congreso, comenzar a estructurar su opción política, ser decisivo para la formación de gobierno e incluso lograr entrar, él o algún representante de su formación política, en el gobierno; pero nada de esto está garantizado.
Ejercer las circunstancias
Si, ante el escenario descrito, decidiera tomar el camino de la Carrera de San Jerónimo, se encontraría ante nuevas encrucijadas.
La primera, y más evidente será elegir una marca electoral. ‘Más España’ sería un posicionamiento evidente, coherente con un pensamiento político que busca disputar a la derecha la idea de España, pero podría generar conflictos entre sus posibles compañeros de camino en lugares como Galicia, Cataluña o la Comunidad Valenciana. A continuación debería elegir entre liderar el proyecto o quedarse en un segundo plano (siempre formando parte de la lista en posición de salida), dejando la cabeza de lista a un personaje independiente similar al que representó Manuela Carmena en Madrid (podría ser ella misma), lo que le permitiría reforzar la imagen de transversalidad, que tan necesaria va a resultar si PSOE y UP no consiguen finalmente ponerse de acuerdo.
También debería decidir dónde presentarse. La alternativa inicial sería hacerlo en todo el territorio nacional (apostando por la popularidad de la cabeza de cartel) o hacerlo solo en la Comunidad Autónoma de Madrid, lo que le garantizaría la formación de grupo parlamentario propio. Pero también puede optar por una solución de geometría variable y seleccionar lugares con mayor implantación donde pueda contar con compañeros de viaje dispuestos a sacrificar su marca. Si lo hiciera así, podría poner en juego su candidatura en circunscripciones en las que, por el número de escaños en juego, tenga la representación parlamentaria al alcance de la mano, evitando la más que probable acusación de estar debilitando a la izquierda. Andalucía, Cataluña, Galicia, la Comunidad Valenciana y la Comunidad de Madrid, en las que se ponen en juego casi 200 escaños, serían una opción más que razonable e incluso podría no presentar candidatura en las provincias más pequeñas de estas Comunidades Autónomas.
Si se presenta y logra unos resultados razonables, se enfrentaría a una tercera encrucijada: conformar grupo parlamentario y proporcionar una serie de votos claves para la investidura como una tercera fuerza de la izquierda, de ámbito nacional, procurando incluso entrar en el gobierno, o asaltar a Unidas Podemos, emulando el camino de vuelta que, en su partido, recorrió Pedro Sánchez, patrono de la resistencia. Cualquier decisión en este sentido se interpretará como un perdón que abre la puerta a la necesaria cooperación o como la revancha que conduce a la inevitable venganza.
Sea cual sea su decisión supondrá ver a un nuevo Errejón, más próximo a la acción que a la reflexión y esa es quizás su principal encrucijada
El resultado le obligaría también a un rápido pero forzado crecimiento. La rapidez no se correspondería con la capacidad de organización y se vería ante la misma tesitura en la que ya se vieron otras formaciones como Unidas Podemos o Ciudadanos, para las que gestionar el éxito fue, y aún es, el principal obstáculo hacia su madurez política.
Errejón tiene que elegir. Y en su decisión se juega ser el representante de un movimiento progresista decisivo, amable y moderno, o el símbolo de una izquierda que elección tras elección se empeña en imitar a los Monty Python. Sea cual sea su apuesta supondrá ver a un nuevo Errejón, más próximo a la acción que a la reflexión y esa es quizás su principal encrucijada, recordar a DeLillo: «¿Cómo se despide uno de sí mismo? (…) un dilema existencial de lo más jugoso».
«El gran hackeo» se centra en los datos, a los que “culpa” de los resultados del ‘brexit’ y la victoria de Donald Trump. Dos horas de duración en los que, más allá de la denuncia, no es posible encontrar ninguna respuesta.
Las plataformas de contenido audiovisual han encontrado un filón en la adaptación a su medio de sucesos históricos que en su día despertaron interés. Chernobyl (HBO), The People vs OJ Simpson (Netflix) o El Pionero (HBO), son la muestra del poder que el audiovisual tiene para consolidar imágenes en la sociedad y desplazar a las hemerotecas e incluso a los libros de Historia.
Entre los títulos que este verano han sustituido al cine, novelas y ensayos como tema de conversación hay dos muy vinculadas a la historia política reciente de Estados Unidos. El documental El gran hackeo (The Big Hack, Netflix), sobre el caso Cambridge Analitica. y La voz más alta (The Loudest Voice, HBO), sobre Fox News y su fundador. A ellas voy a dedicar mis primeros artículos.
Ambas se complementan para analizar las que, según algunos, serían las dos principales formas de comunicación sobre las que Donald Trump construyó su victoria electoral en 2016. Esta combinación, que sería la sucesora de otros elementos claves como la economía (1992), las palabras (1996), el frame (2000), el relato (2004), las redes sociales (2008), y la hipersegmentación (2012). La fórmula de 2016 habría sido el poder de una cadena de televisión por cable y la personalización del mensaje a través de los datos obtenidos, especialmente, de las redes sociales.
Nunca en la historia de las elecciones americanas se obtuvo tanta rentabilidad de los votos
La estrategia electoral de Donald Trump en 2016 se centraba en aprovechar el sistema de reparto de delegados por Estados para lograr la victoria en aquellos que podrían resultar más proclives y determinantes, sin importarle ni la diferencia de votos, ni el resultado en aquellos Estados que no se seleccionaron como prioritarios.
Para conseguirlo era necesario un paso más en la estrategia de hipersegmentación, tradicionalmente centrada en el cruce de bases de datos sociodemográficas. Ese paso más se dio al basar esta segmentación en datos personales extraídos de las redes sociales. No en vano, la aparente “derrota” electoral del magnate en el voto popular de 2016, tan repetido por sus oponentes, supone la demostración evidente de su mayor victoria. Nunca en la historia de las elecciones americanas se obtuvo tanta rentabilidad de los votos.
El secreto que marco la diferencia fue la identificación de los perfiles de unos 75.000 votantes, de entre millones de usuarios de Facebook, a los que se bombardeó con información adaptada a su perfil psicológico para lograr su voto
El secreto que marco la diferencia fue la identificación de los perfiles de unos 75.000 votantes, de entre millones de usuarios de Facebook, a los que se bombardeó con información adaptada a su perfil psicológico para lograr su voto. Un número menor que no lo es tanto cuando se descubre el porcentaje mínimo con el que Trump alcanzó la victoria en los estados que al final resultaron determinantes. Un hito basado en la automatización de procesos de personalización en una acción híbrida mezcla de psicología política y explotación de los datos personales.
Esto es lo que pretende mostrar El gran hackeo que se centra en los datos, a los que “culpa” de los resultados del brexit y la victoria de Trump. Dirigida por Karim Amer y Jehane Noujaim y distribuido por Netflix, el documental, de manufactura bastante básica, se estructura en torno a declaraciones alternas de tres personajes: la periodista de The Observer que lideró la investigación, Carole Caldwallardr. El profesor británico, David Carroll, que solicitó a Facebook sus datos personales que obraran en poder de la compañía, y Britanny Kaiser, una de las ejecutivas de Cambridge Analytica (directora de desarrollo de negocio). A estos se unen además los testimonios de Christopher Wilie y Julian Wheatland, empleados de la compañía que adoptaron posiciones distintas frente al escándalo. Todo, entre idas y venidas a comisiones de investigación del Congreso norteamericano y del Parlamento británico.
¿Qué diferencia este uso político por parte de terceros como Cambridge Analytica y el que Facebook hace de los datos para ofrecer determinadas publicaciones y, sobre todo, para su negocio publicitario?
Más allá del ritmo torpe y de su ambientación ligeramente surrealista, el documental logra llamar la atención, sin entrar en detalles técnicos, sobre los peligros políticos del uso indiscriminado de datos personales, que la periodística británica resumió con acierto en este TED Talk . Prácticas confirmadas, entre otras cosas, por las declaraciones del CEO de Cambridge Analytica, obtenidas por el canal británico Channel 4 mediante cámara oculta, en las que presumía de las artimañas realizadas para influir en los resultados de numerosas campañas electorales, y que recoge el mismo documental.
Esto supuso el cierre de la compañía y una reacción de los distintos Estados, organismos internacionales y, también, de las plataformas sociales, que aún siguen buscando cómo dar una respuesta eficaz a esta amenaza.
Las tres amenazas de los datos
La amenaza consta de tres partes, distintas pero relacionadas entre sí: la obtención de los datos, su tratamiento y su utilización política.
1. Obtener los datos
Sobre la obtención y el almacenamiento, los datos utilizados por Cambridge Analytica se obtuvieron a través de una aplicación que se compartía dentro de la plataforma social y realizaba test de personalidad con la información ofrecida por el usuario, algo similar a FaceApp, la aplicación que proyectaba cómo sería en el futuro el rostro de las personas con las fotos proporcionadas por ellas mismas y que hizo fortuna hace unos meses. En su momento esta aplicación operaba de acuerdo con los términos de uso de Facebook que en su día permitía recoger, almacenar y utilizar estos datos a desarrolladores externos. Se trata de información obtenida gracias a la autorización de Facebook y que, sobre todo, representa una parte mínima de toda la que la compañía ha recopilado y sigue recopilando, desde que se fundó y siempre con nuestra colaboración, nuestro consentimiento o nuestra ignorancia.
Sabemos que Cambridge Analytica comunicó a la compañía la destrucción de los datos pero nunca la llevó a cabo.
Años después de haber obtenido toda esa masa de datos la compañía cambió su política de privacidad impidiendo a desarrolladores externos almacenarlos e instando, a aquellos que lo venían haciendo durante años, a destruir aquellos que obraran en su poder, sin esforzarse en comprobarlo. A la luz de lo sucedido sabemos que Cambridge Analytica comunicó a la compañía la destrucción de los datos pero nunca la llevó a cabo.
En este punto, y más allá de la mentira evidente de Cambridge Analytica, cabe preguntarse si un cambio en las condiciones de Facebook supone un cambio en las que ya se habían aceptado previamente. Dicho de otro modo ¿cabe modificiaciones retroactivas? ¿afectan estos a terceros? Pero sobre todo merece la pena destacar que, como señalábamos anteriormente, esta información, incluso cuando haya sido destruida por todos los desarrolladores externos, obra en poder de Facebook junto a otra información, algunos la cifran en 5.000 puntos de datos, que la plataforma viene recogiendo y almacenando por su cuenta, y que es infinitamente superior, cuantitativa y cualitativamente, a la que podían recoger estos desarrolladores individualmente.
2. Tratar los datos
En segundo lugar, estaría el tratamiento de los datos obtenidos. Este consiste en la creación de fichas personales pormenorizadas que permitirían conocer la personalidad de los usuarios a la luz de los datos proporcionados por cada uno y, sobre todo, de sus interacciones en la plataforma social, y que a través de su tratamiento permitía conocer más de 5.000 puntos de datos sobre cada votante estadounidense, según el documental.
Este tratamiento resulta acorde a los términos de uso de Facebook, pero atenta contra un buen número de legislación de protección de datos, especialmente cuando, entre otros tipos de información, se trata de información referente a la orientación política, información que goza de una especial protección, pero que resulta esencial para que Facebook pueda ofrecer sus servicios en las condiciones actuales. Así lo denunciaban recientemente cuatro investigadores de la Universidad Carlos III al señalar que Facebook tiene perfilados a 20 millones de españoles con alrededor de 2.092 etiquetas potencialmente sensibles, ideología u orientación sexual.
En la mayoría de estos ordenamientos, para que esta información pudiera utilizarse de manera legal sería necesaria su anonimización previa no sólo de cara al que contrata publicidad (como argumenta Facebook en su defensa) sino también antes de realizar el tratamiento, etiquetando estos intereses de manera personalizada. Esto privaría a los datos de su carácter personal, y aunque seguiría ofreciendo información de interés para su utilización política reduciría considerablemente su valor comercial.
3. Usar los datos
Por último, nos quedaría la utilización de esta información obtenida (y tratada) originalmente de manera legal. Se trata de una utilización política basada, a la luz de los testimonios recogidos, en un conocimiento profundo de la psicología humana. Esta se utilizaría para transmitir información personalizada y, aprovechándola, ir creando corrientes de opinión que generara un ambiente propicio a ciertos intereses políticos, como se ha denunciado que ocurrió en Myanmar, provocando un episodio dramático de limpieza étnica.
Una información personalizada que hoy en día podría incluso ser creada automáticamente a través de Inteligencia Artificial, y de hecho así se incluye en la oferta de algunas consultoras. Se cerraría así el círculo de la automatización del proceso, y tomaría cuerpo la amenaza de convertir las campañas electorales, no en un debate ni una presentación de propuestas, sino en auténticas guerras informativas libradas por máquinas.
Denuncia sin respuesta
Quedan en el aire dos preguntas. La primera es si el problema es provocar determinados comportamientos en las personas, a través del conocimiento de su personalidad obtenido del análisis de sus interacciones sociales, o si esto es solamente un problema cuando hablamos de política. ¿Qué diferencia este uso político por parte de terceros como Cambridge Analytica y el que Facebook hace de los datos para ofrecer determinadas publicaciones y, sobre todo, para su negocio publicitario (que incluye publicidad política)?.
La segunda, que también deja sin respuesta el documental, es si esta influencia es solo indebida cuando hablamos de la victoria de Trump o del brexit. El espectador, en ocasiones no puede evitar la sensación de que estas técnicas son peligrosas porque afectan a la política y a Trump, o al brexit, y que si hubieran sido utilizadas por otras marcas comerciales u otros lideres políticos hoy las estudiaríamos como obras maestras de la comunicación y el marketing electoral.
Más allá de la denuncia, más que justificada, no es posible encontrar en las casi dos horas de metraje casi ninguna respuesta. Si bien, en el terreno de los datos, queda claro la necesidad de tener propiedad sobre los datos personales, que incluirían el derecho a conocer en cualquier momento quién ha tenido acceso a esos datos, quién los ha conservado, quién los está tratando y qué uso se está haciendo de los mismos. Más allá de la alarma. El gran hackeo no se atreve a ofrecer respuestas, por ejemplo en la línea de proponer restricciones al uso de los mismos para la publicidad personalizada, que está en la base del modelo de negocio de las redes sociales (de manera generalizada o en el ámbito político), por lo que queda convertida en una película más del género de las catástrofes que parecen imposibles de evitar y ante las que no cabe más que asustarse y esperar que nunca te toque a ti.
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