El fenómeno que estamos describiendo no es algo nuevo, ni vinculado necesariamente a las nuevas tecnologías, pero pensamos que, como muchos otros fenómenos, adquiere gracias a las TICS una dimensión que lo transforma de manera cualitativa, hasta afectar a su esencia. Hay países que lo vienen haciendo de manera centralizada (departamento de Estado norteamericano) o difusa (Francia con sus Liceos y sus Alianzas Francesas o el Reino Unido con la BBC y los British Councils). Pero poco a poco los países tienen que renunciar a mantener el control absoluto de la gestión de su imagen, y delegar, alimentar… a otros actores que como advierte Nye, son cada día más poderosos: “la tecnología se ha ido extendiendo hacia personas y países. La revolución tecnológica en el sector de la información y la comunicación está despojando de su poder a los gobiernos y permitido a determinados grupos e individuos asumir papeles en la política mundial que antaño se reservaba a los gobiernos nacionales”. (Nye, p. 10)

Los efectos de la tercera revolución industrial sobre los gobiernos centrales aún están en sus primeras etapas. Algunos autores han compartido sus intuiciones sobre el futuro del Estado Nación, De Ugarte en “De las naciones a las redes”, las ve como entidades con fecha de caducidad, restando tanta importancia al Estado que, en mi opinión, acaba cayendo en el error de tratar de sustituir unos por otros. En mi opinión hay que superar la mentalidad que piensa solo en términos de entidades institucionalmente sustituibles por el Estado (ref. John G. Ruggie, 1993), con un modelo más cercano al que nos presenta Esther Dyson que nos habla de una “Desintermediación de los gobiernos” y retrata una sociedad global donde los interconectados (comunidades virtuales y redes que rebasan las fronteras nacionales) se superponen a las comunidades geográficas locales tradicionales (Release 2.1. A design for living in the digital age), un sistema de comunidades y gobiernos entrecruzados. En mi opinión, de momento, no se trata de cuestionar la existencia del Estado soberano sino de ver cómo se están alterando su centralidad y sus funciones. Se trata de un proceso abierto, en configuración y a lo largo del proceso vamos a ir viendo como están cambiando los significados de conceptos como jurisdicción, poder o la función de los agentes privados dentro de una soberanía. No se trata de un desafío frontal a los gobiernos, sino de una capa de relaciones que tales Estados de hecho no controlan y que pueden tanto avanzar de la mano como entrar en conflicto.

Ante esta postura, que comparto con Dyson o Nye, la pregunta sería¿qué ha cambiado si el Estado permanece en el centro del poder mundial?. La respuesta nos la dan Smith y Naim “En una palabra, todo. Nunca hasta ahora habían competido tantos agentes no estatales para obtener la autoridad y la influencia que antaño pertenecía solamente a los Estados”(Altered States: Globalization, Sovereignty and Governance, Otawa, 2000).

Son tales los cambios que algunos se han atrevido a comparar este nuevo sistema con el existente antes de la Paz de Westfalia, donde en 1648 tomó forma el sistema estatal, un sistema como el que acompañó el “desarrollo de los mercados y la vida urbana durante el primer periodo feudal. Las ferias comerciales medievales no sustituyeron a las instituciones de autoridad feudal. No derribaron los muros del castillo ni derrocaron al señor local. Pero sí trajeron una nueva riqueza, nuevas coaliciones y nuevas actitudes resumidas en el proverbio “los aires de la ciudad traen libertad” (87). Aparece así en el horizonte un nuevo “ciberfeudalismo” con comunidades superpuestas y jurisdicciones que reivindican las múltiples capas de las identidades y lealtades de los ciudadanos. Una especie de vuelta a la Europa medieval en la que la lealtad se prestaba por igual a un lord local, a un duque, a un rey y al Papa y que hoy se reproduciría en un europeo que puede deber su lealtad a Gran Bretaña, París y Bruselas además de a varias cibercomunidades relacionadas con la religión, el trabajo y una serie de aficiones (Nye, p. 86). Algo que James Rosenau define como “fragmegración”, un fenómeno en el que la integración en identidades mayores convive en el tiempo con la fragmentación en comunidades más pequeñas, que pueden moverse incluso en direcciones contradictorias al mismo tiempo, según las circunstancias (Nye, p.93).

Los nuevos actores son de lo más diverso, y aunque muchos de ellos no parezcan tremendamente poderosos, según el standard tradicional, con la revolución de la información están construyendo su propio poder, un poder blando, que comienzan a hacer valer. Entre estos actores encontraríamos las grandes compañías transnacionales, con implatación e intereses económicos en un gran número de países, lo que las convierte en un sujeto indispensable para la adopción de determinadas medidas cuya ejecución sin su colaboración es prácticamente imposible. Otro tipo de comunidad transnacional que está cobrando importancia es la comunidad científica de expertos con ideas afines, muchas de ellas articuladas en torno a think tanks, de los que Castells nos ofrece una extensa explicación en Comunicación y poder. Estas redes, organizadas o no, están llamados a proporcionar la materia prima del nuevo poder, el mensaje, los contenidos, el consenso “global” que establece la agenda, de los medios y la opinión pública.

Pero quizás lo más relevante, desde la perspectiva de los actores en las relaciones internacionales, es el papel que están desempeñando lo que podemos resumir como ongs, organizaciones a las que se les presupone el interés público, y que, de manera centralizada o con métodos de trabajo en red, desarrollan su labor más allá del ámbito de los Estados, y que han descubierto que una de las formas más eficaces de cumplir sus fines es involucrarse activamente en la adopción de decisiones por parte de Estados nacionales y organismos internacionales. Con este objetivo proponen normas, presionan a los gobiernos y empresarios, influyen en su percepción pública… Este fenómeno se ha multiplicado en los últimos años, gracias, entre otras cosas, a los bajos costes de la comunicación que, además de multiplicar el alcance, la coordinación, y la financiación, la eficacia de las existentes, ha permitido la aparición de nuevas organizaciones poco estructuradas, con escaso personal en plantilla, o incluso de individuos privados con tremenda capacidad para penetrar en los países, con una habilidad sorprendente para conseguir influir en la agenda de los medios de comunicación y, en consecuencia, de los gobiernos. Estas comunidades transnacionales abren sus puertas a millones de personas, sus miembros, de manera individual o en pequeños grupos, tienen en común sus métodos de trabajo en red, que les permite desarrollar, de manera coordinada, actividades con relevancia para las mismas, que obligan a repensar el papel de los ciudadanos y sus organizaciones. Algunas consecuencias, aunque se escapan de este post, sería una mayor volatilidad en vez de un movimiento constante en una dirección concreta.(Nye, 93) Esta mayor volatilidad afecta también al carácter temporal de las nuevas comunidades, algo clave para cualquier tipo de estudio para estudiar la participación política a partir de ahora. Un ejemplo serían los efectos relámpagos, repentinas oleadas de protesta provocados por temas o hechos como las reacciones que hemos vivimos en España en momentos distintos como las elecciones de 2004, el rechazo a la ley que autorizaba los matrimonios entre personas del mismo sexo, o el papel de las familias en la educación de sus hijos o en otros países, recientemente las movilizaciones antiimpuestos revividas recientemente en EEUU en torno a las Tea Parties.

Otra buena muestra de esta volatilidad y flexibilidad para trabajar en red en defensa de objetivos concretos, con compañeros que desarrollan su labor en campos absolutamente diferentes, sería el de los conocidos como “grupos antiglobalización”, que protestaron en las reuniones de la OMC y en los que se podían encontrar desde antiguos izquierdistas del capitalismo, sindicalistas intentando proteger los empleos bien pagados de la competencia de los países pobres, ecologistas pidiendo una mayor regulación internacional, jóvenes idealistas que querían demostrar su solidaridad con los pobres y anarquistas que provocaban disturbios por pura diversión y para aprovecharse…. (Castells en Comunicación y Poder les dedica un amplio espacio y nos da la pista de Juris para un estudio más pegado a la tierra).

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