La llegada de un barco abortista a las costas valencianas es, sin duda, una operación mediática para impulsar la aprobación de la reforma de la ley del aborto en España. Es una práctica habitual, que se ha realizado en otros países como Portugal, para generar atención y desensibilizar a la opinión pública, convirtiendo el drama del aborto, algo reconocido mundialmente, en una especie de show mediático, un juego, al que invitan a los periodistas que no suelen tener problemas en participar.

Las denuncias, la publicidad de la realización de 6 abortos, el casting de las mujeres con 6 semanas y media de gestación, es como un Gran Hermano del aborto, para quitarle hierro, convertirlo en un tema ideológico, ocultar los hechos, no dejar ver la realidad…

Pero lo más preocupante es el desafío al Estado de Derecho y la nula advertencia de los medios de comunicación. Con la ley española en la mano estos señores, el ginecólogo valenciano y la dueña del barco, están desafiando a la legislación, cometiendo un delito, pavoneándose y dándole publicidad.

No sé que pasaría si se ofrecieran suicidios asistidos en alta mar o barra libre de farlopa para promover su legalización; y si lo que se vendieran fueran descodificadores del canal plus, qué ocurriría si alguno decidiera trasladar su cadena industrial de copia de cds y dvds piratas a un barquito en alta mar, o si lo que se vendieran fueran esos juguetes chinos intoxicados que generaron tanta alarma social, o qué tal si se fletara el barco de los pederastas para que, sin restricciones legales, pudieran distribuir su material pornográfico por internet. Mejor no dar ideas, aunque a lo mejor algunos de los que celebran el acontecimiento se rasgarían las vestiduras.