Prueba de cargo

La revista Vitral nació en Pinar del Río en mayo de 1994. La suya fue la primera voz independiente que se oía en Cuba desde que, en los años 60, la dictadura de Fidel Castro estableciera el monopolio informativo del Estado. Siguiendo sus huellas, y siempre al amparo de la Iglesia Católica, fueron surgiendo nuevas publicaciones que reflejaban ese ansia de libertad de todo el pueblo cubano.

Resultado de imagen de LA LIBERTAD DE LA LUZ Compilación de editoriales de la revista VitralDesde el principio Vitral fue diferente. Su director, Dagoberto Valdés, optó por hacer una revista «tan abierta y serena como las marinas de Tiburcio Lorenzo, tan cubana como los medio punto de Amelia, tan participada como un danzón de los Rubalcaba, tan audaces y sugerentes como los balcones de Oliva…, tan pinareña como el Valle de Viñales». Vitral era una voz de alarma ante el estado de una sociedad que, asfixiada por el totalitarismo castrista, se iba destruyendo por dentro, empujada por doctrinarios empeñados en el error y seres humanos que sólo podían pensar en sobrevivir al hambre mientras gritaban: «Sálvese quien pueda».

Era una llamada al compromiso, para escépticos, pesimistas, desconfiados, teóricos, idealistas, escapistas, calculadores, tremendistas, mesianistas, egoístas y desorientados. Era una reivindicación constante de cambio. Pero de cambio real, de fondo, como el que acomete el cirujano que no se limita a señalar los problemas, en un país en el que sobran diagnósticos, sino que abre en canal y comienza a operar a corazón abierto. Era una ventana abierta, que lo enseñaba todo y a la que todos se podían asomar. Por sus páginas desfilaron Juan Pablo II, Dulce María Loynaz, Jorge Guillén, José Martí, Alfredo Guevara, Maritain…, cualquiera que tuviera algo que aportar a la verdad.

Vitral era la revista de la diócesis de Pinar del Río, y había convertido en su razón de ser el comienzo de la constitución pastoral Gaudium et spes:

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.

No hay que ser cubano, ni cubanólogo, para asomarse a esta ventana. Sus temas son apasionantes; su lógica, plena de sentido común, aplastante; su reivindicación de la persona como centro y de la verdad como idioma, universal. Como Terencio, Vitral asumió desde el principio que nada de lo humano le era ajeno, y ofrecía bimensualmente una dosis de realidad con la que hacer frente al miedo y a la propaganda mesiánica. Por eso se atrevía con todo. No había temas prohibidos para ella: educación, salud, libertad de expresión, derecho a la vida, la cultura… No faltaban en sus páginas las denuncias a la corrupción, la censura, el hambre, la falta de agua o los cortes de luz. Pero su análisis era siempre reposado, siempre profundo. Se trataba de buscar las causas desde la base de la dignidad de la persona entendida como centro y razón de ser de cualquier sistema político, económico y social.

De ahí que su lectura sea recomendable para todos. Los creyentes encontrarán la fe hecha carne, mundo, en el día a día; los no creyentes, una lección de lo que supone vivir en la verdad, a pesar de los pesares, que son muchos. Todos encontrarán un tratado práctico sobre el protagonismo de los ciudadanos, de la sociedad civil; del poder silente derivado del ser coherente cueste lo que cueste; del trabajo como tarea estimulante; de la responsabilidad; de la eficacia de las buenas obras, por pequeñas que parezcan, de su contribución a la construcción del futuro. Puede que incluso a algunos les resulten cercanos problemas como los de la educación doctrinaria o el Estado ateísta…

Vitral dejó de existir en abril de 2007, cuando todos los que la hacían posible fueron animados a abandonar el proyecto. Hoy dicen que Vitral no ha muerto. Pero no es Vitral, aunque así la llamen. Si en marzo de 2003 las sentencias condenatorias de los 75 demócratas encarcelados en la Primavera Negra se fundamentaban en delitos como la posesión de una grabadora, de una máquina de escribir, de periódicos extranjeros, o de la Declaración de los Derechos Humanos, hoy la sentencia no escrita que decidió poner fin a la Vitral que conocimos no tendría más que buscar en este libro para declararla culpable.

Culpable de llamar al diálogo y la moderación (las palabras más repetidas en este libro). Culpable de no casarse con nadie y de sufrir los ataques de todos. Culpable de comprometerse con la verdad, y de contar en sus páginas lo que los medios oficiales ocultaban (el caso Ochoa, la tragedia del remolcador 13 de Marzo, las detenciones de marzo de 2003, el éxito del Proyecto Varela…). Y, sobre todo, culpable de mantener viva la esperanza, que es lo que más temen los que viven de sembrar el miedo y la fatiga. Los enemigos de la libertad.

DAGOBERTO VALDÉS (ed.): LA LIBERTAD DE LA LUZ. COMPILACIÓN DE EDITORIALES DE LA REVISTA VITRAL.
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Sin novedad en La Habana

Sin novedad en La Habana

La buena nueva es que cada día son más los países europeos que, independientemente de sus intereses económicos, han asumido como propia la defensa de las sociedades abiertas.

Desde el cambio de política de la UE liderado por España, hace ya tres años, la ausencia de avances en la situación de los derechos humanos en Cuba había hecho que fueran muchos los que reclamaran la adopción de nuevas medidas. Sin embargo, y fruto de la fe buenista que profesan el presidente y sus ministros, España decidió hace unos meses iniciar una nueva ofensiva diplomática en La Habana con la intención de lograr resultados, lo más aparentes que se pudiera, para justificar su posición.

La plana mayor de Exteriores no dudó en embarcar rumbo a La Habana en busca de un gesto y volvió convertida en un grupo de embajadores de la República de Cuba ante la Unión Europea. Su «mandato» era claro: la eliminación de las medidas establecidas por la Unión tras la «primavera negra de Cuba» en la que 75 disidentes fueron detenidos y condenados a penas de hasta 28 años de prisión, y la suspensión de la Posición Común Europea, establecida por unanimidad en el año 1996 y mantenida desde entonces año tras año. Se ve que para Zapatero y Moratinos cualquier precio es poco con tal de lograr una sonrisa caribeña.

Pero no ha podido ser. Por primera vez en la historia, la Unión Europea ha dado la espalda a la postura española respecto a Cuba. Han sido países tan «ajenos» a la situación cubana como Gran Bretaña, Suecia, Polonia o la República Checa los que han condicionado la normalización de relaciones diplomáticas, interrumpidas unilateralmente por La Habana, al avance en la situación de los derechos humanos. Finalmente el desacuerdo ha producido que nada cambie, aunque el ministro Moratinos trate de salvar su puesto frente al Gobierno de La Habana.

La buena nueva es que cada día son más los países europeos que, independientemente de sus intereses económicos, han asumido como propia la defensa de las sociedades abiertas; las malas noticias, que la Unión ha perdido una nueva oportunidad de manifestar su apoyo a los demócratas cubanos, España ha perdido sus privilegios en la definición de las políticas de la Unión con Cuba y, sobre todo, que todo sigue igual, sin novedad en La Habana.

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La Iglesia en Cuba

La Iglesia en Cuba

«Lo que más se valora es lo que se ha perdido». La sabiduría popular nos da las claves para entender algo tan complicado como el papel de la Iglesia en Cuba. El revuelo levantado tras el cierre de la revista Vitral, la clausura del Centro Cívico de Pinar del Río y la jubilación de dos influyentes obispos ha servido para reconocer, aunque sea por contraste, la labor que la Iglesia Católica viene realizando en la Isla desde el advenimiento de la revolución, pero sobre todo desde mediados de los años 90.

Con pies de plomo

La Iglesia lleva cinco siglos desempeñando su labor en Cuba; en concreto, desde 1492. Ni siquiera las persecuciones desatadas por la revolución a comienzos de los 60 lograron que los católicos desistieran de vivir su fe, aunque desde entonces hubieron de hacerlo de manera secreta, primero, y discreta, después. En un sistema totalitario que tenía entre sus objetivos la eliminación de la religión y que consideraba a los católicos unos contrarrevolucionarios peligrosos –por lo que se les impedía acceder a determinados puestos profesionales o al estudio de ciertas carreras universitarias–, la Iglesia dedicó gran parte de sus esfuerzos a sobrevivir y a evitar tanto la expulsión de sacerdotes como la detención de fieles.

La Constitución de 1976 sancionó el ateísmo de Estado y prohibió a los católicos pertenecer al Partido Comunista, cuyo carné es necesario para casi todo en la Isla. A principios de los años 80 la situación se suavizó y la Iglesia obtuvo reconocimiento legal, al amparo de la Ley de Asociaciones de julio del 86, cuyo artículo segundo eximía a las asociaciones eclesiásticas de las extremas y estrictas condiciones que pesaban sobre las demás. Por otro lado, en dicha ley se decía que en el futuro se promulgaría una norma específica para las asociaciones eclesiásticas y religiosas; sin embargo, a día de hoy Cuba sigue sin tener una Ley de Cultos, por lo que la Iglesia Católica se encuentra, desde entonces, en un estado de indefinición jurídica no exento de riesgos.

Ese mismo año, 1986, se celebró el primer Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), el más serio esfuerzo de la Iglesia por elaborar un plan pastoral acorde con la realidad social del país. La Iglesia comenzaba a desembarazarse de viejos conceptos y prejuicios y se comprometía a orar y evangelizar en medio de la sociedad. Se puso fin a una pastoral de conservación y se dio inicio a una más activa, orientada a conseguir para los laicos un mayor espacio de participación social.

La postura crítica de la Iglesia hacia la Revolución, cuyo sinsentido no ha dejado de denunciar, ha dado lugar al estallido de numerosas crisis en la relación ente ambas. Sin embargo, se ha evitado siempre la ruptura total. Para el Gobierno, sería un terrible error enfrentarse frontalmente con la Iglesia, una institución que tiene credibilidad, prestigio y la autoridad moral que le otorga el haberse mantenido en un país donde sólo el 1% de la población es católica practicante, si bien el 72% está bautizado o se define como católico.

La indeterminación jurídica en que se mueve ha obligado a la Iglesia a andar con pies de plomo, bajo la constante amenaza de la expulsión o el internamiento en campos de trabajo de sus miembros, de la restricción del espacio de relativa libertad en que desarrolla hoy en día sus actividades, etcétera. «El Gobierno mantiene en la actualidad una lucha sutil contra la Iglesia, [que es] vista como una institución privada que tiene que ser dejada al margen para que no sustraiga fuerzas y energías a la Revolución», declaraba el cardenal Ortega en 2003.[1] Y añadía: «Encima de nuestras cabezas está siempre la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, un órgano de control que limita la acción evangelizadora de la Iglesia». Desde esa posición de superioridad, y sin quitarle el hacha del cuello, el Gobierno ha ido concediendo graciosamente a la Iglesia determinadas prerrogativas, como la entrada de religiosos extranjeros en la Isla, la reparación de algunas iglesias, la creación de más de 900 casas-misión, la celebración de procesiones o la autorización a distintas diócesis para que emitan mensajes radiofónicos en fechas señaladas. No obstante, algunas de ellas, como las de Santiago de Cuba y Pinar del Río, han sido privadas de tales derechos, como castigo ante las posturas de claridad y firmeza adoptadas por sus obispos.

¿Ser o no ser?

Y es aquí es donde se plantea el conflicto principal. La misión pastoral de la Iglesia está sobre el tapete. ¿Qué hacer, enfrentarse totalmente al Gobierno o conservar los espacios de libertad obtenidos? ¿Puede una actitud de «excesiva» firmeza perjudicar la labor de la Iglesia, con todo lo que ello supondría para el pueblo cubano?

La Iglesia era y es la única organización realmente independiente que hay en Cuba desde hace medio siglo, y desde esa posición de privilegio ha podido prestar una gran ayuda a los cubanos. Su estrategia se construye en torno a una dialéctica cuyos polos son la diplomacia y el testimonio, el compromiso y la resistencia, y a la identificación completa del pastor con su rebaño. A pesar de las persecuciones, ha sabido conquistar y mantener cierto margen de autonomía, especialmente tras la visita del papa Juan Pablo II (1998). Gracias a eso, la Iglesia se ha convertido en el mayor «solucionador» de problemas materiales del país: es la farmacia del pueblo, el lugar de acogida de las minorías, la única voz que ha defendido a éstas públicamente… Ahora bien, ha tenido que luchar a un tiempo contra la persecución del régimen y padecer las críticas de quienes le reclaman que asuma un compromiso político.

No se trata de un combate entre el Cielo y la Tierra, sino de ver cómo alcanzar el objetivo deseado: el bien, material y espiritual, de los cubanos. Unos prefieren que la crítica a la dictadura sea implícita y en tono respetuoso; otros, que sea bien explícita. El dilema no es sencillo: hay que elegir entre la prudencia, que busca apuntalar el margen de autonomía conquistado, y la afirmación, irremisiblemente polémica, de los principios cristianos, lo que, dado el carácter totalitario del castrismo, supone arriesgar esa autonomía, tan valiosa para el pueblo cubano.

Por un lado están los que, liderados por el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, presidente de la Conferencia de los Obispos de Cuba, consideran fundamental mantener abiertas las relaciones con el régimen; por otro, los que no están dispuestos a rebajar la integridad de sus denuncias y exigencias, sean cuales sean las consecuencias. No se trata de dos posturas enfrentadas, sino de unas posiciones que, durante mucho tiempo, han resultado complementarias y tremendamente positivas para la labor de la Iglesia.

La autonomía de la Iglesia viene siendo, desde hace años, el mejor aliado del pueblo cubano, un refugio de libertad, un espacio de diálogo. Cualquiera que haya vivido el ambiente eclesial cubano ha podido experimentar una especie de fenómeno burbuja: el miedo no traspasa sus muros, y los cubanos se expresan allí con libertad. Además, la autonomía ha permitido al movimiento eclesial la custodia y difusión de un mensaje verdaderamente contrarrevolucionario, ése que dice que el hombre es un ser hecho para la libertad. De ahí su aportación impagable a la reconstrucción y el fortalecimiento de la sociedad civil, lo único que puede garantizar un futuro en democracia para la Isla.

Su experiencia milenaria ha dado a la Iglesia muchas tablas en el oficio de convivir con regímenes antidemocráticos. Como ocurrió en España o Chile, la Iglesia en Cuba no sólo representa sus propios intereses institucionales, sino que se bate por las aspiraciones fundamentales de todo el pueblo, como también hiciera en la Polonia comunista[2].

Un espacio de libertad

En Cuba hay un solo partido y una sola fuente de información: el Estado. Frente a esta realidad, la Iglesia se está configurando como un espacio de libertad. De ahí que considere prioritario abrir espacios para el diálogo, un diálogo abierto a la sociedad. En este punto cabe recordar las siguientes palabras de Juan Pablo II: «La sociabilidad no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provenientes de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del bien común»[3]. A juicio de la Conferencia Episcopal Cubana, la «difícil situación» creada por «esa indebida identificación» entre el Estado y la sociedad de la Isla «sólo puede ser superada por el desarrollo de una ética civil y por el acrecentamiento de una cultura abierta en la que converjan el mayor número posible de realidades y esperanzas de los ciudadanos»[4].

La Iglesia Católica es una institución imprescindible para la articulación de la sociedad civil cubana debido a la labor que desempeña en los distintos campos (social, humanitario, informativo, docente, etcétera). Ahí están el Centro de Bioética Juan Pablo II, en La Habana, o el Centro de Formación Cívica y Religiosa, fundado en Pinar del Río por Dagoberto Valdés, donde se impartían clases sobre la sociedad civil que reunían semanalmente a numerosas personas interesadas en la libre discusión de asuntos sociales, económicos o culturales. El centro de Valdés ha sido clausurado en fechas recientes, pero hay otros muchos que se dedican a lo mismo.

«[Esto es] un pequeño espacio entre la utopía que nos anima y la realidad que nos aplasta. Aquí se reflexiona sobre temas tales como la división de poderes, el pluralismo, la democracia representativa, la investigación, la educación popular, etc. Los participantes llegan de todos los horizontes, incluso tenemos simpatizantes comunistas», decía Valdés de su criatura cuando aún pataleaba. Al régimen, claro, no le gustan estos espacios. Acosa a quienes los frecuentan, y persigue despiadadamente a sus promotores [5]. Y, llegado el caso, los cierra, o presiona para que se cierren. Son verdaderos espacios políticos independientes, que realizan una impagable tarea de reconciliación en un pueblo lastimosamente dividido.

La Iglesia está desempeñando también un papel muy importante en los ámbitos de la caridad y los cuidados médicos. Cáritas, creada en 1991, ha ido extendiendo su acción a todas las diócesis, vicarías y parroquias cubanas. En un país donde oficialmente no existen pobres, Cáritas y la Iglesia en su conjunto atienden discretamente a las necesidades materiales de las «personas sin recursos», los enfermos, los presos y la población en general. Por lo que hace a los medios de comunicación, las treinta publicaciones con que cuenta la Iglesia son las únicas de carácter independiente que funcionan legalmente en la Isla. Sus contenidos, que no están sometidos a autorización o censura previa, no son políticos: y es que siempre han evitado ser confundidas con la prensa opositora para intentar llegar a todos los cubanos, con independencia de la filiación política de cada cual.

En cuanto a su labor de magisterio, convendría no confundir éste con el activismo político, pues se corre el riesgo de depositar en la Iglesia unas esperanzas que no puede cumplir. Volvamos, de nuevo, la vista a la experiencia polaca:

La gente puede seleccionar dentro de los documentos de la Iglesia aquellos que parezcan ofrecer propuestas políticas, puede imaginar que ve un potencial de liderazgo para una oposición política dentro del episcopado, y, finalmente, pudiera absolverse entonces de las responsabilidades con la creencia de que las actividades de la Iglesia servirían como sustituto de sus propias acciones. Agreguemos hoy que la Iglesia sirve como maestra para todas las sociedades y que, por lo tanto, sería desastroso que quedara en manos de unos cuantos activistas que trataran de apropiarse de [su] autoridad. También sería desafortunado si los programas y las tácticas se escondieran detrás de una fachada de fe y simbolismo católicos.[6]

Fuera de la política

La Iglesia no puede, ni en Cuba ni en ningún otro sitio, vincularse con opciones políticas determinadas. La Iglesia, que nunca recomendó ni recomendará la resistencia clandestina, aporta al movimiento por la democracia la constancia y la estabilidad que le dan sus veinte siglos de historia. Su resistencia, que existe y es real, no es explosiva, sino dura y consistente; va contra la esencia del sistema totalitario: sabedora de que no existe un régimen comunista no totalitario, en Cuba lo ataca por la base, en las ideas, distribuyendo material, libros, publicaciones independientes, suministrando información al exterior, organizando reuniones, clubes de discusión, seminarios…

En Cuba hay criterios distintos sobre la situación del país y sobre las soluciones posibles, y el diálogo se está dando a media voz en la calle, los centros de trabajo, los hogares. Es evidente que los caminos que conducen a la reconciliación y a la paz, como el diálogo, tienen un innegable respaldo popular y prestigio. Pretender que la Iglesia se una institucionalmente a una determinada opción política sería para ella un suicidio. Si la Iglesia quiere conservar la neutralidad política, no puede apoyar un proyecto politizado. No es coincidencia que los comunicados de la Conferencia Episcopal Cubana estén libres de cualquier tipo de comentario político; la experiencia en muchos otros países le sirve de guía:

La Iglesia no es y no debe ser una institución política. Los obispos no son y no deben ser representantes de las aspiraciones políticas de los polacos. Pero la Iglesia Católica es la única institución en Polonia que simultáneamente tiene una estructura de poder legal y auténtica e independiente del poder totalitario y que es completamente aceptada por el pueblo. Esta realidad tiene obvias implicaciones, entre ellas la obligación del clero de hablar sobre asuntos que son de la mayor importancia para la moral de la gente. El tema de las violaciones de los derechos humanos no se puede excluir de esta obligación. Entonces, cuando los obispos critican las campañas de odio, condenan los asesinatos o buscan diálogo en lugar de represión, están expresando las aspiraciones, incluyendo las aspiraciones políticas, de una gran mayoría de los polacos.[7]

De ahí que, en consonancia con la doctrina social expresada en la Gaudium et spes, la Iglesia confíe a los laicos las labores políticas, otorgándoles plena libertad para desempeñarlas de la manera que consideren más oportuna, siempre que sea acorde con el Evangelio. «Corresponden, propia aunque no exclusivamente, a los laicos las tareas y actividades seculares (…) Corresponde a la conciencia de los laicos, debidamente formada, inscribir la ley divina en la vida de la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos deben esperar luz y fuerza espiritual (…) son ellos los que deben asumir sus propias responsabilidades, iluminados por la sabiduría cristiana»[8].

No es de extrañar que uno de los grupos políticos opositores más relevantes en Cuba, quizás el que cuenta con más respaldo social, se denomine Movimiento Cristiano Liberación y tenga como principios inspiradores los del cristianismo. Su existencia ha planteado cierta polémica: la Conferencia Episcopal Cubana le ha negado su apoyo, y sólo algunos grupos de laicos, como el que elaboraba la revista Vitral, han tomado públicamente partido a favor de su gran apuesta política, el Proyecto Varela, que exige al Gobierno la convocatoria de un referéndum para introducir cambios democráticos y que ha conseguido el respaldo –firmado– de 25.000 cubanos de la Isla.

Una institución libre

El mejor resumen de la posición de la Iglesia cubana lo encontramos en el documento de conclusiones del histórico Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) de 1986:

La Iglesia Católica en Cuba ha hecho una clara opción por la seriedad y la serenidad en el tratamiento de las cuestiones, por el diálogo directo y franco con las autoridades de la nación, por el no empleo de declaraciones que puedan servir a la propaganda en uno u otro sentido y por mantener una doble y exigente fidelidad: a la Iglesia y a la Patria. A esto se debe, en parte, el silencio, que ciertamente no ha sido total, de la Iglesia, tanto en Cuba como de cara al Continente, en estos últimos 25 años. Los obispos de Cuba, conscientes de vivir una etapa histórica de singular trascendencia, han ejercido su sagrado magisterio con el tacto y la delicadeza que requería la situación.[9]

La Iglesia se ha movido siempre en un difícil equilibrio, no entre el Gobierno y la oposición, como algunos han señalado, sino entre su acción evangélica y el papel que ha de desempeñar en un Estado dictatorial. Es bastante racional no atar los intereses a largo plazo de la institución al destino del más noble movimiento social. La Iglesia debe mantener el respeto a la dignidad, a la integridad del lenguaje (primera víctima de la corrupción en los sistemas totalitarios), al intercambio de ideas, pero para eso necesita conservar su carácter de espacio social en el que discutir abiertamente la represión y ayudar a las víctimas de la misma. Necesita ser un espacio de libertad, que se ofrezca como paraguas protector, para seguir presente en la vida pública a través de la cultura, el conocimiento, la información; pero no de la actividad política, a la que renuncia constantemente, aun a sabiendas de que cualquier artículo, ya sea sobre la Virgen del Cobre, el turismo o la santería, tiene un dimensión política, y de que son las propias omisiones las que dan la coloración política. Necesita ser un espacio de preservación de los valores fundamentales, de sentido común y equilibrio psicológico en un mundo dominado por el terror policiaco y la locura ideológica. De esta forma puede convertirse en una auténtica barrera frente al poder totalitario. Una vez más, recurriré a la experiencia polaca; a los escritos de Adam Michnik:

La Iglesia Católica es un gran activo para los polacos. No sólo porque las iglesias sirven como base para los comités que ayudan a las víctimas de la represión, porque los capellanes hablan a favor de los que son perseguidos y atacados, o porque los edificios de la Iglesia resuenan con las palabras de la literatura libre (…) y no sólo porque la Iglesia sea asilo para la cultura polaca independiente. La Iglesia es la institución más importante en Polonia porque enseña a todos que sólo debemos doblegarnos ante Dios.[10]

Gracias a su actitud, la Iglesia cubana se convertirá en parte y mediador del conflicto entre las autoridades y la sociedad; pero nunca se pondrá a la cabeza. Se convertirá en parte del conflicto porque expresa las aspiraciones básicas de la sociedad y porque es el único bastión oficialmente reconocido de apoyo a la resistencia democrática. Y se convertirá en mediador debido a su papel de constructor de puentes entre los gobernantes y los gobernados. Joseph Tischner definió el papel de la Iglesia como el de un «testigo» que debe garantizar la legitimidad de los acuerdos y su instrumentación a la luz de los valores cristianos básicos: verdad, dignidad humana y reconciliación. Las acciones concretas de la Iglesia: su defensa de aquellos que han sido humillados y ofendidos, su asistencia a los perseguidos y a sus familiares, su defensa pública de la verdad y su preocupación por la paz social, serán sus grandes aportaciones a la lucha por la democracia.

El error Vitral

Hace unos meses se produjo la jubilación, por motivos de edad, de los obispos de Pinar del Río, Siro González, y Santiago de Cuba, Pedro Meurice, los más emblemáticos defensores de la «línea dura» de la Iglesia. Inspiraron documentos clave de la historia reciente de Cuba, como la carta pastoral «El amor todo lo espera» (1993), protagonizaron algunos de los momentos más vibrantes de la visita del papa Juan Pablo II y supieron siempre poner en primer lugar su derecho a la libertad de expresión y a denunciar el deterioro político, económico y social de la Isla.

Su marcha provocó la clausura del Centro Cívico de Dagoberto Valdés y el cierre de Vitral, la revista sociocultural de la diócesis de Pinar del Río. El Centro Cívico y Vitral estaban abiertos a todo tipo de colaboraciones, y abordaban todo tipo de preocupaciones sociales, culturales, económicas, filosóficas y religiosas; pero Vitral fue siempre más audaz, y abordaba asuntos como la división de poderes, el pluralismo, la democracia representativa, la investigación, la educación popular, etc.

La decisión de dejar de publicar Vitral para así mejorar las relaciones entre la Iglesia y el Estado no puede considerarse un daño colateral, el precio que había de pagarse para conservar los espacios de libertad conseguidos. Un grupo de laicos que habían decidido mantenerse al margen de la política y desarrollar su trabajo en el campo de la sociedad civil bajo los principios cristianos han sido condenados a convertirse en políticos o marcharse. Con este gesto, la Iglesia ha entregado una parte de su libertad; una de esas armas poderosas, cargadas con la verdad, que la ayudan a mantener en todo lo alto su dignidad. A partir de ahora todo será mucho más difícil, sin la defensa incondicional del hombre y de la dignidad que hacía en cada una de sus páginas esa revista inmortal.

A pesar de este tremendo error, que todavía puede ser subsanado, es de justicia reconocer que la Iglesia se ha comprometido con las libertades y los derechos humanos a precio de sangre. La Iglesia puede desempeñar un papel clave en la transición cubana como institución mediadora. Ha de ofrecerse como un espacio de libertad en el que puedan ejercerse libremente las libertades de expresión y pensamiento, tan necesarias para constituir una sociedad civil vigorosa. Su fuerza ha de ser, junto a la autoridad moral que ha ido labrándose, su compromiso con los derechos humanos y las libertades.

Se equivocan los que, como los propios voceros del régimen castrista, desprecian su papel en una sociedad descreída y multiconfesional, así como los que le exigen una toma de postura política y la acusan de colaboracionista con la dictadura. Su moderación no es más que una respuesta a la complejidad de las circunstancias: el hecho de optar por una línea política determinada la incapacitaría para llevar a cabo esa labor clave de tender puentes entre los llamados a protagonizar la transición.

La historia pondrá a cada uno en su sitio, y, como ha ocurrido en otros muchos lugares, incluso en Chile, donde fue duramente atacada por su papel durante la dictadura de Pinochet, se terminará reconociendo la participación destacada de la Iglesia en la lucha por la instauración de la democracia en Cuba. En su día escucharemos palabras como éstas de Osvaldo Puccio, actual embajador de Chile en España: «La Iglesia en Chile tuvo un comportamiento encomiable. Fue muy importante en la defensa de los derechos humanos, y la solidaridad internacional con Chile fue enorme. Yo no soy piadoso, pero creo que la Iglesia, durante la dictadura, tuvo una conducta, incluso para aquellos que no somos parte de la Iglesia, muy generosa». Mientras llega ese día, no podemos esperar que los problemas de Cuba se solucionarán instantánea y definitivamente. Habrá que arriesgar, trabajar duro y prepararse para no pocas desilusiones. Éste es, generalmente, el precio que hay que pagar por la libertad.


[1] Entrevista concedida a la agencia Zenit en octubre de 2003.
[2] V. Adam Michnik, Cartas desde la prisión y otros ensayos, editorial Jus, México, 1992, página 158.
[3] Juan Pablo II, Centesimus Annus, n. 13
[4] «La presencia social de la Iglesia», instrucción teológico-pastoral de la Conferencia Episcopal Cubana (8-IX-2003).
[5] Dagoberto Valdés pasó de ser presidente del Consejo Técnico de Plantaciones de Pinar del Río a simple yagüero(el obrero agrícola encargado de recoger la yagua, esto es, la corteza de palma que sirve para embalar el tabaco recolectado durante el primer periodo del secado de las hojas). Además, se le ha negado sistemáticamente el permiso para salir del país, lo que le ha impedido, por ejemplo, participar en los trabajos de la comisión pontificia Justicia y Paz, de la que es miembro.
[6] Adam Michnik, op. cit., página 97.
[7] Adam Michnik, op. cit., página 135.
[8] Gaudium et spes, 43.
[9] Documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, n. 129 y 168b, La Habana, 1986.
[10] Adam Michnik, op. cit., página 136.

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El algodón no engaña

El algodón no engaña

Cuando uno no tiene de qué presumir la postura más inteligente, o al menos la más digna, es callarse. El juego de desatinos planteado por el ministro no ha hecho más que echar sal en la herida de la disidencia

El ministro de Asuntos Exteriores se mostró nervioso, retador y un poco chulesco en la rueda de prensa tras su encuentro con la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice. Ya fuera por el miedo al directo, o por la emoción del esperado y desesperado encuentro, el ministro de Asuntos Exteriores animó a renunciar a las percepciones y enumerar los hechos para establecer quién ha hecho más por los disidentes cubanos. Como si del Un, dos, tres se tratara, y tras apuntarse el merito de unas liberaciones que no son tales, el ministro se refería al encuentro de Bernardino León tras la cumbre de no alineados del pasado mes de septiembre, a los encuentros de nuestro embajador y… campana y se acabó.

Vayamos a los hechos. El ministro tiene ya edad suficiente como para recordar la ayuda que los países europeos prestaron a la disidencia durante el franquismo. Se trataba de un apoyo material, que facilitara la consolidación de organizaciones políticas y de sociedad civil capaces de asumir el liderazgo de la transición a la democracia (donde el apoyo del SPD alemán fue imprescindible) y un apoyo moral, otorgando a los líderes de la disidencia respaldo público y reconocimiento internacional que les consolidara como referencia en nuestro país y les otorgara protección frente a la persecución policial de la dictadura.

En ninguna de las dos materias se ha estrenado el actual Gobierno español. Más allá de la financiación a organizaciones del exilio afines, y la exclusión de cualquier otra organización crítica con su posición, el Gobierno español no ha destinado un euro para favorecer la consolidación de las organizaciones de la disidencia cubana. Ni siquiera ha hecho algo mucho más básico, como es aliviar los padecimientos de las familias de los disidentes que por sus ideas políticas se han quedado sin trabajo o han ingresado en prisión. El Gobierno norteamericano, por el contrario, ha destinado desde 1996 alrededor de 75 millones de dólares a ese fin, según un informe reciente del Congreso.

En el aspecto moral la cosa es mucho más grave. Zapatinos ha dado la espalda a la disidencia en repetidas ocasiones, liderando la política que logró que las embajadas europeas dejaran de invitarles a actos oficiales de conmemoración de la fiesta nacional o ignorándoles en su reciente visita a la isla. La embajada del señor Zaldívar se ha convertido en un lugar extraño para los disidentes; lejos de la mano abierta del anterior embajador Jesús Gracia, nuestra delegación parece ahora una oficina más del Gobierno cubano a la que los disidentes sólo acuden por invitación y preguntándose qué querrán de ellos esta vez. Lejos de saberse apoyados, tras el cambio de política del Gobierno español se sienten huérfanos. Mientras, el Gobierno norteamericano lleva años incorporando el apoyo a los disidentes en cualquier evento internacional en el que se trate la situación en Cuba. Su oficina de intereses en La Habana ha abierto sus puertas de par en par a la disidencia hace ya muchos años; desde allí, mientras respiran un soplo de aire de libertad, pueden conectarse a Internet o hablar por teléfono sin temor a ser escuchados.

Cuando uno no tiene de qué presumir la postura más inteligente, o al menos la más digna, es callarse. El juego de desatinos planteado por el ministro no ha hecho más que echar sal en la herida de la disidencia, cuyo principal reproche hacia nuestro Gobierno es el de haberlos relegado al olvido.

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Cuba y la Unión Europea

Cuba y la Unión Europea

La política está prohibida en los países totalitarios. En ellos sólo cuenta una opinión: la del jefe. De ahí que los demócratas se vean obligados a celebrar sus reuniones en secreto o a desplazarse a lugares en los que reunirse no sea considerado un acto contrarrevolucionario.

En España recordamos cómo el régimen franquista persiguió y encarceló a los participantes en el contubernio de Munich, celebrado en la ciudad bávara en 1962 y que reunió por primera vez a un buen número de representantes de las fuerzas políticas antifranquistas. En Cuba ni siquiera esto es posible, dada la prohibición de viajar al extranjero que pesa sobre los cubanos que viven en la Isla. Solo a través de conferencias telefónicas o mensajes grabados en video pueden los demócratas que viven en Cuba participar en reuniones de ese tipo.

La Presidencia de turno de la Unión Europea ha hecho que, una vez más, Alemania haya sido la anfitriona de un encuentro de estas características: el congreso «Democracia en Cuba: buscando Iniciativas comunes», organizado por la Fundación Konrad Adenauer y el Comité Internacional para la Democracia en Cuba, en el que han participado representantes de 22 países y 17 ONG. Todos ellos coinciden en respaldar una transición pacífica hacia la democracia en la mayor de las Antillas.

Mientras el país sigue congelado en el olvido y atenazado por la represión, y los cubanos esperando el día en que puedan informarse de manera independiente, ya sea en la prensa escrita, la radio, la televisión o internet, se va afianzando una elite que reconoce la continuidad del sistema político y excluye cualquier cambio de régimen pero, al mismo tiempo, lleva a cabo una reforma potencialmente profunda: pasar de un fidelismo personalista, carismático y ambivalente respecto de las instituciones a un socialismo burocrático, de fuerte acento institucional, bajo las órdenes de un grupo dirigente, con Raúl Castro como primus inter pares.

Próximamente, en junio, el Consejo revisará la posición común europea respecto a Cuba. La estrategia adoptada por iniciativa del Gobierno español: suspender las sanciones adoptadas tras la primavera negra de 2003, no ha producido efecto alguno, y desgraciadamente la Isla no ha experimentado avances hacia la democracia. Nos encontramos en un momento crucial para el futuro de Cuba. Los cambios deben ser un asunto exclusivo de los cubanos, que jamás aceptarán planes, propuestas o presiones del exterior, pero es preciso apoyar a la sociedad civil cubana. Es aquí donde la sociedad internacional, y en concreto la UE, debe desempeñar un papel importante.

Aunque en este tema los países europeos comparten los objetivos de más democracia y libertad, difieren en cómo alcanzarlos. Tras la confianza depositada en el Gobierno español en enero de 2005, hoy son cada día más los partidarios de introducir cambios en la estrategia de promoción de la democracia en Cuba. La reciente visita del ministro Moratinos y su cohorte, aún no sabemos con qué intenciones, no ha hecho más que empeorar las cosas. Frente a la relación «privilegiada» del Gobierno español con La Habana, se ha extendido entre las cancillerías europeas la necesidad de que la Unión hable con una sola voz y no acepte condiciones del régimen comunista cubano sobre conversaciones con disidentes o la liberación de presos políticos. De ahí que esté cobrando fuerza entre los países europeos la idea de que, para avanzar en el futuro de la democracia en Cuba, la UE conceda, en junio, mayor relevancia a la sociedad civil cubana. La decisión requiere unanimidad, y España bien pudiera utilizar su derecho de veto, adoptando una postura «estratégica» de priorizar el diálogo con los opresores frente a los oprimidos.

La sociedad civil europea tiene que trabajar para que la UE adopte una posición común solidaria con los demócratas cubanos. Ellos han sufrido y sufren en sus vidas el precio de pedir la democracia, y han inspirado y llevado a miles de compatriotas a creer en aquélla. Frente a la mentira y la propaganda, han afrontado los mayores riesgos para que el mundo conozca la situación de los Derechos Humanos en su patria. Algo que conocen bien algunos de los asistentes a la reunión de Berlín, como el checho Václav Havel o el alemán Markus Meckel, disidentes frente al comunismo que, tras lograr que la democracia se instalara en sus países, desempeñaron y desempeñan un papel fundamental en la vida política de éstos.

El apoyo a los demócratas cubanos es hoy más necesario que nunca: el movimiento democrático está creciendo irremisiblemente; a pesar de la represión, cada día son más los cubanos que reclaman sus derechos, a través de proyectos como el Varela; muchos se han unido a la campaña de no cooperación con el régimen, con lo que se niegan, por ejemplo, a participar en actos de repudio o a colaborar en el cumplimiento de las cuotas de producción. Todas las fuerzas políticas representativas se han unido para firmar el manifiesto Unidad por la Libertad, frente a los que pretendían desechar la opinión del pueblo de Cuba utilizando la supuesta división y la supuesta pasividad de éste como excusa de su propia pasividad.

Así lo señalaron Osvaldo Alfonso Valdés y Manuel Vázquez Portal, detenidos en la primavera negra de 2003 y exiliados de su país tras obtener una licencia extrapenal. Con la experiencia que les dan sus años en las trincheras, denuncian la posición de la UE, que, a pesar de repetir constantemente que son los cubanos los que deben decidir su futuro, no escucha a la sociedad cubana y se somete a las condiciones que el Gobierno cubano le impone para sentarse a dialogar.

Los demócratas cubanos no quieren suscitar pena ni admiración en los políticos europeos; quieren ser tratados con respeto y consideración, como verdaderos protagonistas de su futuro. No quieren ser considerados como héroes, sino como personas con criterio e ideas propias para el mañana de Cuba.

Son muchas las cosas que pueden hacer las sociedades y Gobiernos europeos, como apoyar a la Cruz Roja Internacional en su empeño por visitar las cárceles de la Isla (el régimen castrista lleva décadas denegándole el acceso a las mismas). Hasta el día de hoy, sólo las denuncias internacionales, el escándalo, han logrado una mejora relativa de las condiciones de los presos políticos.

Otra medida necesaria es el apoyo a los partidos políticos cubanos, que, aunque ilegales, son verdaderas formaciones. Como en cualquier lugar del mundo, necesitan recursos para desempeñar su labor. Tienen mucho trabajo por delante, que ya están acometiendo, con aquellos que no han conocido jamás la libertad: los jóvenes, enfermos de fatiga vital y que sólo tienen una preocupación: marcharse y poder desarrollar su vocación en algún otro sitio. Sólo con la ayuda internacional podrán trasladar a la gente un discurso centrado en sus necesidades y en la democracia entendida como verdadera prosperidad.

Quienes sufren deben saber que no están solos: la comunicación con ellos, cada día más difícil, es hoy todavía más necesaria, para transmitirles apoyo y dar a conocer al mundo la realidad cubana. Acciones de solidaridad como la de los cinco diputados italianos del Partido Radical que en el cuarto aniversario de la primavera negra se manifestaron junto a las Damas de Blanco en defensa de sus familiares, y no gestos como el del viaje del Ministro de Exteriores español, que dejó la Isla sin alzar su voz en favor de ningún preso y sin reunirse con los demócratas cubanos, son las que realmente proporcionan esa imprescindible compañía.

Hoy, el cubano es el pueblo más indefenso de la Tierra. Sólo la solidaridad internacional le permite no sentirse solo. Son muchos los que sienten esta compañía desde su celda, como recordaba Vázquez Portal: gracias a ella pueden olvidar, siquiera un instante, los malos ratos. Somos nosotros los que no podemos olvidarnos de los que aún siguen padeciendo la pesadilla de la falta de libertad.

Publicado en Libertad Digital