La literatura tiene, entre sus encantos, la de evocar recuerdos y vivencias que se ven reflejadas en una obra. Me pasó con Feria, por el origen castellano de mi familia materna, y me ha pasado con Valle inquietante, al recordar mis años de «emprendedor», a finales de los 90 y principios del siglo XXI, como socio co-fundador de Piensaenred.

Se trata de unas memorias en las que la autora cuenta su experiencia. Como una editora literaria de Nueva York decide trasladarse a Silicon Valley donde termina trabajando en dos start up. El texto no solo refleja, intuyo que con fidelidad,  la evolución del ambiente emprendedor en el epicentro de la revolución tecnológica  sino que convierte lo que podrían considerarse una mera sucesión de anécdotas en un lucido análisis crítico de los cambios sociales que han producido en todo el mundo una serie de ideas y decisiones de una élite empresarial tecnológica cortada por un patrón bastante similar:

«se unió en las redes sociales a las filas de los líderes de pensamiento de la industria responsables de haber creado el género del emprenderrealidad, que consistía en recomendar terapia y comunidad mientras microblogueaban su desarrollo emocional a tiempo real.»

«Pocos de ellos trabajaban a tiempo completo. Practicaban la honestidad radical y creían en una espiritualidad no religiosa. Hablaban el idioma de los grupos de terapia. Se sentaban en el regazo de los demás y se daban arrumacos en público. Tenían baúles de disfraces. No era infrecuente, en plena fiesta, entrar en un dormitorio y encontrarse con alguien en plena terapia reiki (…) Todos trataban de averiguar qué querían de la vida. Algunas de las mujeres habían instituido, con sus parejas masculinas, lo que parecían ser actos de desagravio de género. Había ateos recalcitrantes que se compraban barajas de tarot y se dedicaban a impregnarlas de energías poderosas, que hablaban de signos ascendentes y comparaban sus cartas astrales. Algunos iban a lugares remotos de Mendocino y cuidaban los unos de los otros mientras se embarcaban en largos viajes de LSD, que tomaban en dosis altas, a fin de revelarles sus niños interiores a sus yos adultos.»

«A ratos daba la sensación de que todo el mundo había visto un resumen de los grandes logros de los años sesenta y setenta en materia de libertades: nudismo despreocupado, alegre promiscuidad, vida en comunidad, comidas en comunidad, baños en el mar en comunidad. Alguien había hablado de comprar tierra entre todos en las inmediaciones de Mendocino. Alguien había hablado de compartir el cuidado de los niños, aunque nadie tenía hijos. Todo aquello me parecía una representación sacada de un pasado imperfecto, una reconstrucción histórica. La búsqueda de la liberación, del placer en estado puro.»

«Era como si una generación entera hubiera desarrollado su identidad política en la red, usando el estilo y el tono de los foros de internet. ¿Qué pasaba, ahora todo funcionaba así?, le pregunté. Me resultaba muy extraño que dos grupos tan distintos tuvieran las mismas estrategias retóricas y tácticas. Mi compañero de trabajo era buen conocedor de los foros de internet. Me miró de reojo. —Oh, mi pobre ingenua —me dijo—. Son exactamente los mismos. Silicon Valley se había convertido en un gesto, una idea, una expansión y un borrado.»

Una elite que «traducía sus experiencias personales en forma de verdades universales» y solo quería divertirse y ganar dinero haciendo «cosas chulísimas», inconscientes de sus consecuencias:

«En la startup de análisis de datos no hablamos ni una sola vez del denunciante, ni siquiera durante nuestro simposio mensual. En general casi nunca comentábamos las noticias, y ciertamente no íbamos a empezar con aquella. No considerábamos que estuviéramos participando en la economía de la vigilancia. No nos planteábamos si estábamos facilitando o normalizando que se crearan bases de datos de la conducta humana no reguladas y en manos privadas. Solo estábamos haciendo posible que los responsables de producto mejoraran sus test A/B. Estábamos ayudando a los programadores a construir apps mejores. Todo era muy simple: a la gente le encantaba nuestro producto y lo empleaba para mejorar los suyos, de tal manera que a la gente también le encantaran. No había nada perverso en ello. Además, si no lo hacíamos nosotros, lo harían otros. No éramos ni mucho menos la única herramienta de análisis de terceros que había en el mercado. El único dilema moral de nuestro sector que reconocíamos abiertamente era la disyuntiva de si vender o no los datos a anunciantes. Era algo que nosotros no hacíamos, por una cuestión de principios. Éramos una simple plataforma neutral, un vehículo.»

Pero sin quererlo estaban dando a luz a un nuevo mundo. Un mundo que nace como alternativo, creado de cero y que se ha vuelto «indispensable, por mucho que fuera estructuralmente innecesario». Un mundo creado a un ritmo vertiginoso y gracias a la amplitud de miras, el optimismo y el posibilismo de la industria tecnológica. Un sector que «prometía algo que poquísimos sectores o instituciones podían prometer por entonces: un futuro». 

«Un mundo de mediciones que permitieran dar respuesta al usuario, en el que los programadores nunca dejaran de optimizar y los usuarios nunca apartaran la vista de sus pantallas. Un mundo liberado de la toma de decisiones, de la fricción innecesaria de la conducta humana, donde todo —⁠reducido a su versión más rápida, simple y aerodinámica⁠— se pudiera optimizar, priorizar, monetizar y controlar.»

No faltaban las buenas intenciones:

«su sentido de la colectividad, que parecía saludable e íntimo. Aquella confianza entre amigos era familiar, empática y optimista. Había una comunidad verdadera. El futuro era borroso y el presente inestable. La vida se caracterizaba, hasta cierto punto, por la precariedad permanente. Todo el mundo estaba haciendo lo que podía para mantener un pie en la ciudad, para conservar una parte de su cultura sacrosanta; para construir lo que creían que sería un mundo mejor.»

Pero para ellos:

«los desafíos más importantes que afrontaba la industria tecnológica eran también los más tediosos. Por mucho que les conviniera luchar, los socios y trabajadores del sector tecnológico no sabían organizarse. No tenían la paciencia que se necesitaba para presionar a la clase política. No consideraban que su trabajo tuviera ramificaciones políticas, en realidad. —Todos dan por sentado que esta situación va a durar para siempre —⁠dijo.»

Tampoco sobraba la coherencia, considerándose muy superiores al resto del mundo, encumbrando para los demás valores como la transparencia por los que ellos no se sentían obligados.

«—En la Casa Blanca no hay adultos —⁠me dijo con un asomo de sonrisa⁠—. Ahora el gobierno somos nosotros.»

«Tenemos un espacio capaz de ejercer una influencia sin precedentes y de impulsar el cambio social, y tenemos a una nueva generación que se ha criado con la banda ancha. Esa generación va a llegar y a cargarse todo esto.»

Lo más paradójico es que nadie les había encargado esa misión, ni siquiera ellos la buscaron de forma consciente, de hecho:

«No me quedaba claro por qué iba nadie a morirse de ganas de entregarles las llaves de la sociedad a unas personas cuya cualificación principal era la curiosidad. No es que fuera una defensora acérrima de las antiguas industrias e instituciones, pero la historia, el contexto y la deliberación también tenían un valor, igual que la experiencia. Y en cualquier caso, si íbamos a dejar de lado la experiencia, pensaba en mis momentos de mayor mezquindad, ¿por qué no eran mis amigos los que estaban recibiendo millones de dólares para dirigir proyectos de investigación destinados a crear ciudades mejores? Lo que no entendí entonces era que la fascinación que sentían los tecnólogos por el urbanismo no era solo entusiasmo por las ciudades, ni por construir sistemas a gran escala, aunque esos intereses fueran sinceros. Era un ejercicio preliminar, un terreno de pruebas, una vía de entrada: su primer paso para instalarse en el poder político que acababan de descubrir.»

Además en muy poco estos ideales iniciales dejan paso a otras intenciones:

«La novedad se estaba esfumando; el idealismo generalizado de la industria resultaba cada vez más sospechoso. La tecnología, en gran parte, no era progreso. Era un simple negocio.»

«Éramos demasiado mayores para usar la inocencia como excusa. Arrogancia, quizás. Indiferencia, ensimismamiento. Idealismo. Cierta complacencia endémica entre a los que las cosas les habían salido bien en los últimos años. Habíamos dado por sentado que todo se arreglaría solo. Pero solo habíamos estado hasta arriba de trabajo.»

El libro refleja con claridad la sensación que esta forma de entender la vida genera en los que  no se deciden a subirse al barco:

«Tengo casi cuarenta años. ¿Por qué sigo yendo a tres conciertos cada semana? ¿No se suponía que debía tener hijos?»

«—Mis amigas de toda la vida se están peleando con sus maridos por sus hipotecas —⁠dijo mi compañera. Miró el fondo de su taza de café y suspiró⁠—. ¿Qué pinta tendrá todo esto cuando seamos viejos? ¿Cuándo dejará de ser divertido?»

«Aunque no quería lo mismo que Patrick y sus amigos, seguía encontrando algo atractivo en las vidas que habían elegido…»

«Seguro, pensaba yo, que algunos debían de haber tenido ganas de probar cosas distintas, de bajarse del tren. Seguro que algunos debían de estar empezando a tener reparos morales, espirituales y políticos. Yo proyectaba mis propios sentimientos en todas direcciones.»

«Aquellos tipos iban a convertirse en la nueva élite global; yo quería creer que, a medida que pasaban las generaciones, los que alcanzaban el poder económico y político querrían, cada vez más, construir un mundo distinto, mejor y más amplio, y no solo para los que eran como ellos.»

«Más tarde me lamentaría de aquellas ideas. No solo porque esa visión del futuro fuera fundamentalmente imposible —⁠a fin de cuentas, el problema era aquel poder arbitrario y libre de responsabilidades⁠—, sino también porque había caído en el mismo error: estaba buscando historias cuando tendría que haber visto un sistema.»

«A los jóvenes de Silicon Valley les iba bien. Les encantaba el sector, les encantaba su trabajo y les encantaba resolver problemas. No tenían reparos. Eran constructores por naturaleza, o eso creían. Veían un mercado en todas partes, y solo oportunidades. Tenían una fe inexorable en sus propias ideas y en su propio potencial. Estaban extasiados con el futuro. Tenían poder, riqueza y control. La que tenía anhelos era yo.»

 

Leo con frecuencia textos académicos y divulgación sobre la materia, y he leído algunos realmente buenos, pero nunca había encontrado un análisis tan completo y tan profundo, explicado de manera sencilla, amena y entretenida, sin pretensiones, como el cocktail de una serie de ideas diversas, mal digeridas, pero siempre cools, han configurado el mundo en el que vivimos.

Estas son algunas de las citas que más han llamado la atención:

«A menudo me daba la sensación de que la honestidad radical se cargaba la barrera entre subjetividad y objetividad. Y podía parecerse a la crueldad. Pero también parecía funcionar.»

«Hablar de negocios era, para los hombres, un modo de hablar de sus sentimientos.Internet estaba abarrotado de hombres profesionalmente inexpertos y cegados por la ambición dándose los unos a los otros lecciones basadas en anécdotas y consejos organizados en forma de listas.»

«Ian me quería de esa manera en que se quiere a alguien al principio de una relación: todavía creía que yo era alguien que no iba a dejar que la trataran mal, que la pisotearan. Me consideraba una persona recta y moral. Una persona que se valoraba a sí misma. Yo simpatizaba con su decepción. Yo también quería ser esa persona.»

««la conversación de la izquierda consigo misma»,…»

«Hablaban de renta básica universal mientras tomaban cócteles gratis en el bar de la empresa.»

«El impulso cultural de llenar todo tu tiempo libre de pensamientos ajenos…La homogeneidad era un pequeño precio a pagar a cambio de eliminar el cansancio de la decisión. Permitía que nuestras mentes pudiesen dedicarse a otras cosas, como el trabajo.»

«Luchábamos por trazar distinciones. Intentábamos distinguir entre un acto político y una visión política; entre los elogios a los violentos y el elogio de la violencia; entre el comentario y la intención. Intentábamos descifrar la ironía táctica de los trolls. Nos equivocábamos.»

«Él también se pasaba el día mirando la pantalla, pero todavía se regía por las leyes de la física.»

«Sentí una soledad conocida: estar participando de algo más grande que yo y aun así sentir que me había quedado fuera.»

«Intelectualismo de foro online. Discutir con fervor sobre un mundo que no era el mundo real me parecía vagamente inmoral. En el mejor de los casos, resultaba sospechosamente aduladora del poder. Era una subcultura que me asombraba, en gran parte por el éxito que cosechaba entre adultos.»

«A diferencia de lo que les pasaba a los hombres, yo no sabía transmitir lo que quería. Por tanto, era más seguro unirme a un grupo que se dijera a sí mismo, y al mundo, que era superior: me protegía contra la incertidumbre, el aislamiento y la inseguridad.»

«En la gran tradición de los estadounidenses blancos y adinerados de ciudades costeras ante épocas de crisis y agitación social, yo me había refugiado en mi mundo interior.»

«No sabía quién se engañaba más: la clase emprendedora, por pensar que podían cambiar el rumbo de la historia, o yo, por creerles.»

«La industria tecnológica —⁠con su aversión al contexto y su énfasis en la velocidad y la escala y su miopía abrumadora⁠—»

«La vida en la economía de la atención me había dejado ciega.»

«Trolear era la nueva moneda de cambio política.»

Ficha: Valle Inquietante. Autora: Anna Wiener. Editorial: Libros del Asteroide. 2020