En las últimas horas estamos conociendo los resultados de las elecciones presidenciales norteamericanas. En muchos de los estados clave, que decidirán esta elección se repetía la misma pauta: lo que parecía una victoria probable de Trump según los resultados conocidos, al 60 o 70% del recuento en estados clave, se iba convirtiendo en una remontada de Biden que, según se iba acercando el recuento al 100%, iba acortando la distancia hasta superar al candidato republicano. Este cambio en la tendencia respecto a la impresión inicial ha permitido a Donald Trump denunciar públicamente la existencia de un fraude electoral múltiple y hace presagiar que estas elecciones, tras un buen número de nuevos recuentos, terminarán en los tribunales.
Sin embargo, por lo que se sabe hasta la fecha, los incidentes hasta ahora son los habituales en un país con una administración electoral deficiente o muy deficiente. La explicación de lo que está sucediendo es sencilla y responde a una lógica, ya anunciada, los demócratas ante la situación sanitaria decidieron favorecer el voto por correo y el voto anticipado. De este esfuerzo de los 100 millones de votos anticipados casi 2/3 eran votos de votantes registrados como demócratas, y la mezcla con el altísimo número de votos anticipados (que supera la mitad de los votos emitidos en un buen número de estados) y con las regulaciones electorales propias de cada estado (que establecen que estos votos deben ser contabilizados los últimos), han propiciado un cambio general en las tendencias de recuento de estos estados.
Que esto iba a suceder era conocido por unos y por otros, de ahí que muchos advirtieran del peligro del “Red Mirage” – espejismo rojo – una victoria aparente de Trump en la noche electoral del martes, como la que se ha producido, que finalmente no se correspondiera con los resultados finales debido a los votos por correo y anticipado por contabilizar. Trump también lo sabía y por eso llevaba ya muchos meses sembrando dudas sobre la legitimidad del voto por correo. Esas dudas se convirtieron en protestas públicas, cuando los recuentos comenzaron a mostrar ese cambio de tendencia y probablemente se convertirán en protestas formales.
La causa principal de este dilema es el sistema electoral, que deja en manos de los estados la regulación de todo el mecanismo de elecciones. Según la Constitución norteamericana:
“Cada Estado designará, en la forma que lo prescriba su Asamblea Legislativa, un número de electores igual al número total de Senadores y representantes que le corresponda en el Congreso; pero no será nombrado elector ningún Senador o representante, ni persona alguna que ocupe un cargo de confianza o con retribución bajo la autoridad de Estados Unidos.”
Esta cláusula garantiza la libertad de los poderes legislativos de cada uno de los estados para determinar la regulación electoral en su estado, también en lo que afecta a la elección presidencial.
Esta condición del sistema electoral favorece su complejidad, conformando un collage diverso repleto de leyes estatales que, en ocasiones, las mayorías legislativas de turno utilizan en su propio beneficio.
En este sentido se ha planteado hasta qué punto las normas federales podrían limitar ese poder de las legislaturas estatales. El Tribunal Supremo lo ha considerado en un par de ocasiones: En McPherson v. Blacker, 146 U.S. 1 (1892) donde la Corte citando el Artículo II, Sección 1, Cláusula 2 establece que estas nunca podrán limitar el poder legislativo al que corresponde la responsabilidad.
Algo similar ocurrió en Bush v. Palm Beach County Canvassing Board, 531 U.S. 70 (2000) aunque tres de los magistrados expresaron su disconformidad señalando que “nada en el artículo 2º de la Constitución Federal libera a las legislaturas de los Estados de los límites de las Constituciones Estatales que los crearon”.
Como consecuencia del carácter estatal, en las elecciones Presidenciales los poderes legislativos de cada Estado también gozan del poder de decisión aunque la cláusula constitucional de cierre, que establece que “el Congreso puede en cualquier momento por ley establecer o modificar estas normas”, ha permitido cierta armonización, evitando un gran número de problemas. Es tal la autonomía de los estados que en un principio, y durante un tiempo, eran las cámaras estatales las que elegían a sus representantes en el Colegio electoral de manera directa, o establecían la extensión del derecho al voto, poco a poco el sistema fue evolucionando hacia la celebración de elecciones, sometidas a unos estándares y que hoy se celebran en los 50 estados y que se recogen principalmente en el Capítulo 1º del título 3º, del Código de los Estados Unidos (62 Stat. 672, as amended) y en otras leyes federales complementarias que regulan fundamentalmente el acceso al voto y la financiación electoral.
En la actualidad podemos hablar de un sistema uniforme con diferencias de regulación en temas como los plazos de registro, el ejercicio del voto por correo, el voto adelantado, los horarios de votación, la elección de papeletas, la utilización de máquinas o los sistemas de recuento. Estas diferencias, salvo el caso de Florida en el 2000 no habían supuesto hasta la fecha un elemento decisivo a la hora de determinar el resultado, pero esto ha cambiado totalmente en esta elección.
En efecto, en esta elección, por su volumen y lo ajustado de las mismas, estos elementos diferenciadores están resultando decisivos tanto a la hora del orden del recuento como a la hora de establecer los plazos en los que se pueden recibir votos.
En el primer punto la pandemia del Covid-19 ha provocado cambios en las normas electorales de muchos estados, especialmente en lo que se refiere a facilitar el voto por correo, permitiendo la recepción de votos el día de la elección e incluso durante los días siguientes. La idea era facilitar el voto durante la crisis sanitaria, y los resultados, más de 100 millones de votos previos, son una buena muestra del éxito. Pero han sido estos cambios en los sistemas electorales, que estándares internacionales como, por ejemplo, los de la Comisión de Venecia no recomiendan realizar en el año previo a las elecciones, los que han dado lugar al conflicto al que asistimos.
Como se puede ver en el gráfico de Pew Research Center son bastantes los estados que han permitido recibir votos por correo una vez cerradas las urnas.
FUENTE: PEW RESEARCH CENTER
Uno de ellos, el cambio en la normativa de Pensilvania ha llegado ya a la Corte Suprema. El 19 de octubre, el presidente del Tribunal Supremo John Roberts junto a los tres magistrados liberales, votó a favor de mantener en vigor la norma estatal modificada. Poco después los magistrados acordaron por unanimidad que era demasiado tarde para acelerar un fallo sobre el fondo del caso antes de las elecciones. En el último fallo, el magistrado Samuel Alito, en representación de los magistrados Clarence Thomas y Neil Gorsuch, señaló que es probable que el fallo de la corte estatal se declare inconstitucional y que la Corte Suprema mantenga su discreción para otorgar una revisión acelerada después de las elecciones, por lo que pedía y obtuvo separar los votos recibidos una vez cerradas las urnas, para poder determinar entonces si esos votos deben contarse o no. Si las elecciones dependen de Pensilvania podemos estar seguros que el caso volverá a la Corte Suprema.
Pero el elemento que más problemas está causando, al reforzar la sensación de fraude, es el orden en el recuento establecido por la ley federal en cada uno de los estados, que establece si el voto anticipado puede contarse con antelación o si es necesario esperar a haber recontado el voto en urna del día de la elección. Estados como Nevada, puede recontar incluso días después, Pensilvania, donde el voto por correo se ha comenzado a contar tras el cierre de las urnas, o Michigan, North Carolina, Florida, Wisconsin, Georgia, Arizona donde se han contado durante el día de las elecciones. Evidentemente esto no afecta al resultado final, pero ha propiciado las acusaciones de fraude que desde la noche electoral repite Donald Trump, en nuestra opinión, sin mucho fundamento.
FUENTE: AP ELECTION GROUP
Una visión rápida de las denuncias presentadas hasta el momento puede servir para hacerse una idea de cómo, en la mayoría de los casos, los problemas que se plantean no parecen tener consecuencias especialmente importantes, al menos en este momento. En Pensilvania, además de la demanda ya señalada sobre la fecha límite de recepción de votos, las irregularidades denunciadas afectan a no poder acceder a los recuentos, lo que ha sido admitido por el juez, aunque sin admitir que se suspendiera el recuento, como también solicitaban los republicanos. Otra demanda intenta adelantar la fecha límite para que los votantes por correo a los que les falta algún tipo de identificación pueden proporcionarla, pasando del 12 al 9 de noviembre. Otras afectan a votos corregidos durante el período inicial de procesamiento de votos (“pre-escrutinio”) el mismo 3 de noviembre, un caso que afecta a menos de 100 votos.
En Michigan también se ha reclamado el acceso al recuento y la anulación de los votos contados en su ausencia. En Georgia se ha solicitado que las papeletas que lleguen tarde se separen adecuadamente de las boletas recibidas a tiempo según la ley estatal (las 7 p.m. el día de las elecciones). Y en Wisconsin, donde la diferencia entre ambos es del 0,6%, ya se ha anunciado una solicitud formal de recuento, que se puede solicitar sin más fundamento cuando la diferencia no alcanza el 1%, una vez finalizado el recuento oficial, algo que no se producirá antes del 10 de noviembre. Estos recuentos extraordinarios, sin duda se solicitarán en caso de que la distancia no alcance el 1% en otros estados que como Georgia o Nevada, que actualmente están por debajo de esta cifra. Aun así es muy extraño que den la vuelta al resultado final de las elecciones, como se pudo ver en 2016, cuando la ligera ventaja de Trump sobre Clinton se mantuvo básicamente sin cambios después de un nuevo recuento en Wisconsin.
Quedan todavía por escrutar los estados de Georgia, Pennsilvania y Nevada. Varios de los pronosticadores de resultados indican que la ventaja es de Joe Biden ya es evidente y con 264 votos electorales solo le falta conseguir un estado para poder ganar. El día de ayer, el Presidente de Trump salió en una rueda de prensa para indicar que hubo fraude, especialmente señalando los votos por correo y a las ciudades de Detroit y Philadelphia como focos de corrupción en los conteos. Estas elecciones, quizás las más reñidas y atípicas de la historia moderna de los Estados Unidos, no solo podrá dar lugar a que la transición del poder sea difícil, sino que también empezará a ser un motivo para la eventual revisión del sistema electoral de los Estados Unidos.
Gane quien gane, sabemos que el año 2016 no fue casualidad
Aún no conocemos quién será el ganador de las elecciones presidenciales norteamericanas pero tenemos ya la mayoría de los resultados. ¿Y qué más da? pensarán algunos, en política, como en el fútbol lo importante es ganar, da igual el cómo. Pero no, los resultados que tenemos nos ofrecen una oportunidad de mirar con mas objetividad, sin el sesgo del ganador, el mapa que nos dejan estas elecciones.
Sea quien sea el ganador ya sabemos que 2016 no fue una casualidad, como muchos aun hoy se empeñan en creer más allá de las evidencias. La histórica movilización ha sido mutua yel perfil moderado de Biden no ha tranquilizado al votante de Trump, que ha acudido masivamente a las urnas, aumentando sus apoyos de 2016 en prácticamente todos los segmentos de la población, manteniendo, probablemente, la mayoría en el Senado y mejorando, también probablemente, los resultados republicanos en el Congreso.
La agenda continuista del mandato de Barack Obama del que fue su vicepresidente prometía convertir el mandato de Trump en un paréntesis de la historia, regresando al Estados Unidos de 2016 pero olvidaba que fue precisamente ese Estados Unidos el que dio la victoria a Trump. Que lejos quedan ya las profecías que, tras la victoria de Obama, anunciaban décadas de dominio demócrata en la política norteamericana (el famoso realineamiento).
Frente a los sondeos que pronosticaban una victoria arrolladora de Biden, el resultado, como ya pasó en 2016, va a depender de un puñado de votos en un puñado de condados del Rust Belt (Wisconsin, Michigan y Pensilvania).Ya no sirve buscar excusas en el efecto sorpresa, el sistema electoral, ni echarle la culpa al dinero y a la publicidad electoral (donde Biden ha superado ampliamente a Trump), quizás ha llegado la hora de reconocer que existe una parte importante de los Estados Unidos impermeable a la agenda de las élites intelectuales norteamericanas (y a la inmensa mayoría de las encuestas), ignorarles primero y despreciarles después no ha funcionado del todo bien.
Gane o pierda, el trumpismo sale fortalecido, no sólo como un estilo particular de hacer política si no como una máquina con capacidad de conectar directamente con aquellos en los que se junta el enfado con el miedo, con una base social importante, y, sea cual sea el resultado, reposiciona claramente al partido republicano. Algunos en el Partido Demócrata, del ala más a la izquierda, han compartido ya su versión particular de los resultados y con AOC a la cabeza pide una reflexión sobre la relación de los demócratas con las minorías, entre las que ha subido el apoyo a Trump.
Tendremos que esperar horas, quizás días o incluso semanas para conocer el resultado definitivo. La mezcla entre un sistema electoral endiablado (en el que cada Estado tiene sus propias normas incluso en lo que se refiere al momento en que se pueden contar votos), el volumen de voto anticipado (más del 70% del voto total) y lo ajustado de la elección en los territorios decisivos provocarán que desde mañana comiencen las reclamaciones y es casi seguro que la elección terminará en los tribunales. Puede que incluso acabe llegando al Tribunal Supremo que enfrentaría una prueba de fuego, días después de la confirmación de la Juez Barret, de la que es difícil que salga indemne.
La política, habitualmente tan rápida, parece haberse congelado esta noche, y estamos tan poco acostumbrados, que pronto empezarán a difundirse todo tipo de teorías de la conspiración. De momento ambos candidatos se muestran confiados en la victoria, cada uno a su estilo, e incluso Trump, tras denunciar intentos de robo electoral sin ningún fundamento, ha enviado un mail a sus seguidores pidiendo fondos para la batalla legal que se avecina.
¿Victoria pírrica de Biden?, ¿remontada épica de Trump?… cuestión de expectativas pero, gane quien gane, de lo que no hay duda es de que el resultado final será un Estados Unidos más dividido que nunca, y a la espera de un líder capaz de recuperar los consensos sociales que una vez hicieron grande ese maravilloso país.
Las elecciones de EEUU son un referéndum sobre Trump. Aunque esto suele ocurrir en toda elección en la que está en juego la reelección (lo que, salvo caso de recesión económica, beneficia al presidente), esta vez su controvertida personalidad ha conseguido anular cualquier otro tema de la agenda electoral.
Decía Ronald Reagan que antes de ir a votar, todo norteamericano se mira el bolsillo y recuerda cómo estaba hace cuatro años. Así lo entendió Bill Clinton en 1992: «It’s economy, stupid«. Si en estas elecciones fuera la economía, Trump no tendría muchos problemas para lograr la reelección, a fin de cuentas hoy hay una mayoría de estadounidenses (56%) satisfechos con una gestión económica que ha batido récords en creación de empleos, subidas salarias, etcéteras. Pero no; lo estúpido hoy sería pensar que es sólo la economía.
«It’s the Covid, stupid«, podría decirse. Y algo de razón habría para hacerlo. El coronavirus también ha puesto patas arriba la campaña electoral, no sólo por sus efectos económicos, y aunque Trump ha conseguido mantener sus niveles de aceptación en torno al 43%, una mayoría (también el 56%) no están de acuerdo con su forma de gestionar la pandemia, lo que puede ser especialmente nocivo en unos días donde la situación sanitaria está empeorando significativamente.
Pero tampoco. No se trata ni de la situación económica ni del Covid, «It’s all about Trump, stupid«, todo sobre Trump. Y se votará en favor o en contra de algo más que un presidente, porque Trump no es sólo un candidato; ha sido el tema de campaña. Trump ha convertido la forma en el fondo, y esto, que fue su mayor ventaja, puede haberse convertido en su mayor obstáculo, al poner en segundo plano una gestión que se aleja mucho del apocalipsis que muchos anunciaron en 2016.
Trump, que se encontró un país muy dividido y supo aprovecharlo como plataforma para su elección, se enfrenta ahora a un país todavía más polarizado, con una violencia en las formas que ha contagiado a todo EEUU y que los medios, con su respuesta, no han hecho más que aumentar. Nadie lo juzgará por no haber levantado su famoso muro, ni por haber alcanzado acuerdos importantes en Oriente Próximo, ni siquiera por ser el primer presidente en 40 años que no ha declarado una guerra (si la política exterior siempre ha sido la maría en las elecciones de EEUU, esta vez lo será aún más).
La inmensa mayoría de los estudios demoscópicos coinciden en que Trump tiene muy pocas probabilidades de volver a ser presidente: exactamente las mismas que tenía en 2016. Las encuestas son abrumadoramente favorables a Joe Biden, convertido en un mero figurante de esta elección, y Trump tendría que ganar al menos en ocho estados en los que hoy parece estar por detrás. Pero la sorpresa de 2016, y cierta tendencia a la baja de la distancia que hasta hace dos semanas era de dos cifras, en estados clave como Arizona, Florida, Ohio y Pensilvania, hace que sobrevuele el ambiente una sensación de incertidumbre, casi miedo.
A la luz de los casi cien millones de votos anticipados y por correo la movilización electoral puede batir récords, superando los 160 millones. Muchos se apresuran al atribuir este récord a una movilización demócrata sin precedentes, sin llegar a entender que para alcanzar estos números es necesario una movilización al menos similar en el bando republicano, y que, como ya se demostró en 2016, en las elecciones estadounidenses no hay nada más inútil que el resultado nacional, que no sirve ni de consuelo.
Son tantas las dudas que muchos advierten de que estas elecciones pueden terminar resolviéndose en los tribunales, como ocurrió ya en 1876 o en 2000 (en ambos casos de manera favorable a los candidatos republicanos). El hecho de que la participación previa vaya a superar la participación de este martes, que ésta haya sido mayoritariamente demócrata y que los votos recibidos antes se cuenten después, puede provocar que una ventaja inicial de Trump, cuyos votantes prefieren acudir a las urnas, en el recuento de estados claves sea sólo una parte de la realidad y que haya que esperar muchas horas, quizás días, para conocer el ganador. Los medios, mientras, se preparan para el ejercicio de la prudencia informativa (un oxímoron) tanto a la hora de dar resultados como de recoger las declaraciones de los contendientes. Por una vez, ser el primero no será ser el mejor.
Hoy todos estaremos pendientes de un puñado de estados que nos cuesta situar en el mapa, y de los que, aunque sólo oímos hablar cada cuatro años, depende el resultado final, pero no olvidemos las 35 elecciones que reparten asientos del Senado, especialmente los de Arizona, Colorado, Maine y Georgia, su resultado, en los próximos años, puede ser tan importante como el de la propia presidencia.
«Trata de ocultar aquello que no queremos que se note y destacar lo que más nos favorece», explican los consultores
Por J.M. Requena
La comunicación política «es como el maquillaje», ya que «trata de ocultar aquello de lo que no queremos que se hable y destacar lo que más nos favorece». Así lo explicó ayer Rafael Rubio, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y consultor político en una charla, dentro de los Encuentros de la Juventud de Cabueñes, con Fátima Micheo, exsubsecretaria de Comunicación de Presidencia del Gobierno de la República Argentina. «Es un juego permanente para tratar de destacar lo bueno y hacer pasar desapercibido lo malo, eso es crear agenda política: que se hable de los temas que más nos favorecen, en los que estamos más a gusto, con los que más nos identificamos y nos puedan hacer ganar más votos», incidió Rubio en el coloquio, moderado por el redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA Eduardo Lagar. Cuando no se puede lograr, los gabinetes de comunicación tratan de lanzar «cortinas de humo» con temas que perjudiquen menos al político y que puedan desviar la atención.
Rubio se mostró «dispuesto a trabajar con cualquiera, me caiga bien o mal, siempre que, de salir bien la estrategia, no fuera un perjuicio para la sociedad». Y remarcó que «el único que audita es el mercado, pero a veces premia la falta de honestidad». Para Micheo, «la comunicación política busca el consenso, explicar las medidas del gobierno y generar entendimiento, aceptación y no enfrentamiento», con lo que «debemos trabajar para que se entienda por qué hacemos lo que hacemos».
No obstante, indicó que «se están acelerando tanto los tiempos en la toma de decisiones que se complican mucho el diseño de las políticas y su comunicación». «El denominador común de las políticas de comunicación es el caos: tenemos estrategias de comunicación, sabemos qué tenemos que transmitir, pero después no es tan fácil porque hay pocas ventanas de oportunidad para comunicar lo que queremos», indicó. «Los dirigentes acostumbran a gastar más tiempo respondiendo a los ataques que les llegan», remató.
Para ofrecer las mejores experiencias, utilizamos tecnologías como las cookies para almacenar y/o acceder a la información del dispositivo. Dar tu consentimiento para el uso de estas tecnologías nos permitirá procesar datos como el comportamiento de navegación o identificadores únicos en este sitio. No dar tu consentimiento o retirarlo puede afectar negativamente a ciertas características y funciones.
Funcionales
Siempre activo
El almacenamiento o acceso técnico es estrictamente necesario con el fin legítimo de permitir el uso de un servicio específico solicitado explícitamente por el abonado o usuario, o con el único propósito de llevar a cabo la transmisión de una comunicación a través de una red de comunicaciones electrónicas.
Preferences
The technical storage or access is necessary for the legitimate purpose of storing preferences that are not requested by the subscriber or user.
Estadísticas
The technical storage or access that is used exclusively for statistical purposes.El almacenamiento o acceso técnico que se utiliza exclusivamente con fines estadísticos anónimos. Sin una citación judicial, el cumplimiento voluntario por parte de tu proveedor de servicios de Internet o los registros adicionales de un tercero, la información almacenada o recuperada únicamente con este fin no se puede utilizar normalmente para identificarte.
Marketing
El almacenamiento o acceso técnico es necesario para crear perfiles de usuario para enviar publicidad, o para rastrear al usuario en una web o en varias con fines de marketing similares.