Voto latino: ultimátum y aviso a navegantes

Voto latino: ultimátum y aviso a navegantes

Los republicanos no tendrán muchas más oportunidades, y pueden perder el voto hispano para siempre.

Cuando Barack Obama ganó las elecciones de 2008, fue tal la impresión causada dentro y fuera de Estados Unidos, que algunos teóricos se apresuraron a anunciar un cambio duradero en el panorama electoral norteamericano. Los motivos eran fundamentalmente demográficos, singularmente el peso de jóvenes y latinos en el censo electoral.

Esta teoría pareció debilitarse en las midterm elections de 2010, cuando, frente a este tipo de vaticinios, el Partido Republicano recuperaba el control del Congreso y amenazaba seriamente la mayoría demócrata en el Senado. Y parecía tambalearse definitivamente cuando, tras su comentada actuación en el primer debate presidencial, donde logró romper los estereotipos firmemente creados por la campaña de Obama, Mitt Romney se puso en cabeza en las encuestas, manteniendo el liderazgo prácticamente hasta las últimas 72 horas. El huracán Sandy, que monopolizó la agenda de los medios, dando toneladas de publicidad gratuita al presidente Obama, y una impresionante maquinaria política, creada en 2008 y que había mantenido un perfil bajo desde entonces pero que en ese momento entró en acción de manera contundente, se encargaron de devolver las cosas a su sitio.

Hoy, las imprescindibles encuestas a pie de urna ponen de manifiesto que, si probablemente esos autores se precipitaron en 2008, en 2012 la teoría amenaza hacerse realidad.

Echando un vistazo al panorama electoral, podemos afirmar que es muy probable que Barack Obama no hubiera sido reelegido sin el histórico resultado que ha obtenido entre los votantes latinos en estados como Colorado, Nuevo México, Nevada, Ohio, Pensilvania e incluso Florida (excepción hecha de los cubanoamericanos).

Al tratarse de estados decisivos, la situación marca una tendencia que no tiene marcha atrás. No se trata sólo de un aumento del número: los hispanos son ya más de 50 millones –el 16,3% de la población, según el censo de 2010–, sino que ha aumentado su implicación en la política (registro electoral, donaciones, voluntariado y, finalmente, votación). Se trata de una manifestación inequívoca de un fenómeno que resulta determinante: el porcentaje de hispanos registrados para votar se mueve entre el 50 y el 90%, y en algunos lugares incluso supera al de votantes blancos registrados.

Todavía es muy pronto para acertar con los porcentajes de voto segmentado, pero todas las encuestas a pie de urna parecen indicar que los latinos registrados acudieron masivamente a las urnas y se decantaron masivamente por Obama, en unos porcentajes sólo igualados por Bill Clinton en 1996 (76%).

Aunque no hay duda de que los republicanos han invertido más dinero que nunca en tratar de atraerse el voto latino, las causas son mucho más profundas y tienen que ver con aspectos tácticos como la tardanza en poner en marcha la campaña latina, el miedo a la desmovilización de su electorado WASP y, sobre todo, la actitud de determinados republicanos, tanto en las primarias como en varias elecciones locales, de los que Romney no quiso distanciarse. Cuando lo intentó, ya con la nominación en la mano, era demasiado tarde.

Frente a lo que a veces se piensa, no es un problema del Tea Party (dos de cuyos miembros con más proyección son latinos: Ted Cruz y Marco Rubio) ni de programa electoral, o de medidas concretas (sin ir más lejos, McCain, que no consiguió sino un 31% del voto latino, había tratado de liderar la reforma migratoria desde el Senado); se trata fundamentalmente de una retórica que desde 2006 ha superado el discurso del control de la inmigración para caer en la agresión verbal, demagógica, gratuita y violenta, que ha hecho olvidar el eficaz trabajo que el maestro Lionel Sosa y su discípulo Cesar Martínez desarrollaron para Ronald Reagan y George W. Bush, y que lograron que un porcentaje de latinos superior al 40% se identificara con los valores conservadores del Partido Republicano, que tan bien deberían encajar en personas que se dejan la vida no solo por llegar sino por salir adelante, y que en ese salir adelante tiran habitualmente de dos países, el de origen y el de acogida.

Los republicanos no tendrán muchas más oportunidades, y pueden perder este voto para siempre. No basta por promover a sus líderes latinos a nivel nacional (algo que ya intentaron sin éxito con el senador Mel Martínez), ni con invertir más dinero en el público latino durante las elecciones: necesitan tener una posición clara, firme, y un discurso que deje a un lado la demagogia.

Se trata de una lección, prácticamente de un ultimátum, no sólo para los republicanos norteamericanos, sino para algunos que, en nuestro país, se agarran a planteamientos tácticos y de trazo grueso que estratégicamente están condenados a resultar contraproducentes. Bien harían en tomar nota.

Publicado en Libertad Digital

 

A vueltas con la marca España

Durante el último año hemos oído hablar del Proyecto de marca España en distintas ocasiones. Un proyecto estrella, una dirección general específica de Diplomacia Pública, un par de presentaciones frustradas, el nombramiento de un Alto Comisionado… pero se ha oído poco sobre el contenido del proyecto.

La marca España se ha convertido en una especie de estándar para medir la información que ofrecen los medios de comunicación internacionales. La pitada del Madrid-Barcelona, las manifestaciones en la calle o unas declaraciones del rey… pasan a ser juzgados por el tamiz de la marca España, en función de una supuesta repercusión, a una imagen de país puramente abstracta.

Pocos parecen comprender que la marca España, más que un logo o una referencia simbólica, debería ser un proyecto que ofreciera respuestas a los cambios que está sufriendo la forma de plantear las relaciones internacionales entre los estados, la diplomacia pública. No se trata ni de una idea feliz ni de un proyecto revolucionario, sino de una evolución necesaria, en la que los países «serios» nos llevan ya bastantes años de ventaja.

Como advertía Joseph Nye Jr. a principios de siglo, las relaciones internacionales hace tiempo que dejaron de ser un juego al que sólo están invitados los estados nacionales. Cada vez son más y más diversos los actores que participan, de manera determinante, en el panorama internacional. La naturaleza del poder ha cambiado radicalmente, como consecuencia de un proceso de desmaterialización donde la percepción ocupa un lugar determinante a la hora de lograr conquistar la voluntad de todos estos nuevos actores.

De ahí que la diplomacia pública, tenga en la comunicación su contenido fundamental. Una comunicación entendida no como una herramienta de venta/popularidad, o una forma de defenderse ante las críticas sino como un instrumento imprescindible para la gestión pública, necesaria para la defensa de los intereses de nuestro país, y de nuestras empresas y ciudadanos, en el panorama internacional. Y en la que la confianza es el termómetro que mide el nivel alcanzado.

Esto explica como muchos, más allá de su poder militar o económico, se convierten en protagonistas de las relaciones internacionales. No se trata sólo del papel que personajes como George Clooney o Bono están desempeñando en lo que ya se conoce como la diplomacia de las celebrities, sino en la importancia que sectores de lo más diversos como la gastronomíael deporte, el cine o la literatura (en el que las caras visibles suelen ser de vital importancia) han adquirido a la hora de impulsar la imagen de un país, y que va mucho más allá de su contribución al PIB Mundial. Lo mismo ocurre con grupos más amplios, como inmigrantes o emigrantes, estudiantes de intercambio o turistas. De ahí que sean muchos los analistas que coinciden en afirmar que el cambio más importante a la hora de desarrollar nuestra marca-país sea el cambio en la propia autoestima de los españoles, que jugamos un papel mucho más importante del que pensamos en la consolidación de la marca España.

Además, desde el punto de vista estratégico, hace falta un proyecto. Una definición clara del posicionamiento, los objetivos y los intereses, y hacerlos llegar a la diversidad de actores de la que hemos hablado (junto a herramientas que les permitan divulgarlos de manera más atractiva y eficaz). Un nuevo tipo de liderazgo que respondan ante esta estructura reticular, de colaboración público-privado y privado-privado. En el que las administraciones den a las empresas coordinación, una serie de servicios comunes como presencia en los mercados internacionales, apoyo legal… unos objetivos claros, con los que contribuir y también una plataforma para trabajar juntas, donde las grandes empresas compartan con las PIMES no sólo know how, sino también recursos, que con un coste mínimo para ellas, pueden ser determinantes para los que se adentran en el mundo de la internacionalización. Entendiendo que el trabajo en red no supone ni falta de estrategia ni falta de coordinación ni ausencia de control sino un verdadero cambio de los modelos tradicionales.

Los otros indecisos


En 2008 la campaña de Barack Obama asombró al mundo. Tras vencer a la que algunos habían calificado como la maquinaria política más poderosa de la historia, y con un ejercito de donantes, voluntarios y profesionales a su cargo, nadie dudaba de su victoria en la recta final de la campaña.

La que sin duda podríamos calificar de «campaña perfecta» fue capaz de duplicar los ingresos del partido de los grandes donantes; de superar ampliamente, con más de un millón de voluntarios en la calle, el operativo del Get out the vote del Partido Republicano en la que muchos encontraron el secreto del éxito de George W. Bush en 2000 y 2004, durante las 72 horas previas a la campaña; de organizar más de 200.000 eventos de campaña…

Los resultados le dieron la razón y los comentaristas se apresuraron a proclamar una nueva era, una nueva política y, los más conservadores, un cambio de ciclo en la política norteamericana, destinado a prolongarse durante los próximos 30 años. De lo que nadie dudaba era de que las elecciones de 2012 serían un mero trámite para el inquilino de la Casa Blanca, y pocos dudaban de calificar de iluso a los que se atrevían a mencionar, aunque fuera tangencialmente, al Presidente Carter.

Mucho han cambiado las cosas y, a dos semanas de las elecciones, Obama celebra el empate, en las encuestas y en la recaudación, ante un rival multimillonario, insolidario, torpe, cambiante, frío, incapaz de superar el 25% del voto hispano y que está realizando una campaña para olvidar (siempre según los analistas españoles). Quizás por eso los analistas no terminan de creerse los resultados, y siguen el día a día de la campaña sólo para poder anunciar el despegue definitivo del Presidente de los Estados Unidos que, según ellos, se producirá en el momento en el que vean la luz los pocos indecisos, distribuidos entre los estados determinantes, que todavía no saben si votar a Obama o a Romney.

Este análisis, en mi opinión se olvida de otro grupo que será probablemente el determinante en esta campaña: los indecisos propios.

No hay duda que el éxito de Barack Obama en 2008 se debió en gran medida al éxito en el registro de nuevos votantes durante más de un año, logrando superar en número de votantes registrados como demócratas en casi todos los Estados. A ese incremento espectacular en el número de votantes potenciales, que además acudió masivamente a las urnas, se añadió un desencanto generalizado entre los votantes republicanos, unos decepcionados con el Presidente Bush, otros escépticos con el perfil del candidato John McCain. Con unos y con otros la campaña de Obama hoy tiene un problema.

La marea humana que acudió a las urnas en 2008 lo hacía, como apuntaba la propia publicidad de la campaña, impulsados por la esperanza, convencidos de que el cambio era más que un lema electoral y enamorados de un candidato joven, inteligente, cercano… Esa ilusión, casi mágica, ha ido desapareciendo durante los cuatro años y esta elección la decidirán no aquellos que aún no saben a quién votarán sino aquellos votantes de Barack Obama que decidan quedarse en casa, y pueden ser muchos. De ahí el efecto devastador del primer debate donde el Presidente se mostró fundamentalmente pasivo y la actuación de Joe Biden en el debate de candidatos a la Vicepresidencia, en el que demostró que, a pesar de sus muchos pesares, es un político tradicional, de los de antes. La labor de movilizar a este público no es fácil, aquí no sirve la política del miedo y es muy difícil transmitir ilusión después de cuatro años malos, y no sé hasta que punto la cosa se arregla siendo más agresivo.

Por el otro lado no se puede negar que Romney no entusiasma pero Ryan ha venido a echarle una mano (algo que ya hizo en septiembre de 2007 hizo Sarah Palin con McCain) demostrando además ser un candidato sólido y preparado para liderar el país si llegará el momento. Además, aunque me parece que el rechazo que genera Obama no es comparable al que producía George W. Bush en el 2007, su presencia tiene un efecto movilizador entre los republicanos, que no ejerce Romney sobre los demócratas.

De esto irán las últimas semanas de campaña Romney intentando desmotivar al votante demócrata, y Obama tratando de devolverle la ilusión. Ninguna de las dos tareas es sencilla pero creo que quién lo consiga será el próximo Presidente de los Estados Unidos.