Nunca me había sentido obligado a justificar mi presencia en un acto. Si lo hago esta vez es porque alguien con el que tengo una excelente relación, Cesar Calderón, cuyo criterio siempre respeto, además de justificar su ausencia, señalando que la ausencia al acto, de algunos buenos amigos, «significa aprobación , complicidad o al menos anuencia». Coincido con la opinión de Cesar más veces de las que se podrían imaginar pero esta vez pienso que se equivoca.

Como respeto su espíritu crítico, que no calla cuando piensa que hay algo que criticar, y tengo la certeza de que en ningún caso se trata de un ataque personal, intentaré explicar mis motivos, que no se separan mucho de los que ya ha explicado Ismael Peña en un post.

Desde hace unos años participo activamente o asisto anualmente a una veintena, o más, de eventos de todo tipo. Lo hago con actos organizados por instituciones a las que respeto, otros por las personas que están detrás, aunque discrepe bastante de las instituciones o los proyectos concretos (algo así me ha pasado con el Comité de Expertos de la Ley de Transparencia, con la que me siento tremendamente decepcionado). Debo tener un algo masoquista pero acudo incluso a invitaciones aún a sabiendas que se me invita para cubrir la cuota, para tener una voz discordante, que no comparten la mayoría de los asistentes. Esa apertura a escuchar la crítica me parece motivo suficiente para asistir y debo señalar que es en algunos de esos actos dónde más he aprendido, y disfrutado.

Reconozco que no es un tema menor. Yo mismo me lo he planteado a fondo a la hora de realizar trabajos, cobrando por ello, para instituciones como partidos políticos u organismos multilaterales con los que discrepo en aspectos importantes. Hace tiempo decidí no ocultar nunca mis discrepancias (en privado y muchas veces en público cuando lo considero oportuno), trabajar con toda mi alma siempre que mi labor no promueva directamente esos aspectos que no comparto, y hacer autocrítica al final poniendo de manifiesto aquellos aspectos del proyecto que se hicieron mal y se podían haber hecho mejor. Así he llegado a la convicción que aquellos que pretenden cambiar las cosas lo hacen participando activamente en aquellas cosas, y que muchas veces, a veces de trabajo y constancia, acaban logrando sus objetivos. No es tarea fácil y muchas veces me he llevado grandes decepciones, pero he decidido que merece la pena seguir intentándolo y, de momento, algunos me siguen contratando.

De ahí que aceptara sin dudar la invitación del Senado a participar mañana en la inauguración de la página web, con cuyo diseño y realización no he tenido nada que ver, y en el que tendré plena libertad para exponer mi punto de vista. Comparto con Ismael Peña, y así empiezo mi presentación, que para convertirse en un Parlamento realmente abierto el diseño de una página web es casi lo de menos, y que es ahora cuando veremos si el proyecto es una muestra de un cambio verdadero en la concepción que el Senado, y sus miembros, tienen de la transparencia, su relación con la ciudadanía y su participación, o es sólo un retoque de chapa y pintura, alejado de las reformas estructurales necesarias. Lo que he visto de momento me hace inclinarme más por la segunda opción, pero ojalá me equivoque.

No soy ajeno a la polémica del coste de la web, pero, me considero incapaz de juzgarlo sin conocer las tripas del asunto. Conozco proyectos web de otras administraciones públicas, nacionales, autonómicas e incluso municipales, muchísimo más baratos pero también los hay que duplican, triplican e incluso multiplican por cuatro el coste publicado de la web del Senado, pero como decía antes, ni siquiera eso me sirve de referencia. Quizás me sirve de consuelo pensar que la contratación de tres empresas distintas y el concurso público son buenos indicios de que todo el dinero gastado, incluso aunque sea demasiado, puede beneficiar directamente a los ciudadanos.

Estoy convencido que la reforma de la web es un paso positivo, y necesario, y que su coste económico, no debería convertirse en una barrera infranqueable que incapacite a todos los que sin duda tienen algo que decir para participar en un debate abierto que promueva nuevos avances en este campo.

No se trata sólo de las ganas de ver a Cesar, que últimamente se prodiga poco por estos lares, sino del convencimiento que con hubieramos aprendido más y hubieramos sido más fuertes a la hora de defender nuestros puntos de vista, en este tema bastante coincidentes.

Yo considero que mañana era una buena oportunidad para empezar y por eso presentaré tres propuestas concretas:

Facilitar la reutilización de la información presente en la web, tanto por el formato como por las licencias de uso de los datos.
Adelantarse a la aprobación de la ley de transparencia, y llevarla más allá, aprovechando la capacidad autonormativa del Senado y la relevancia de la función legislativa.
Liberar el código de la web y ponerlo a disposición del Congreso de los Diputados y de los Parlamentos, autonómicos y latinoamericanos, que quieran utilizarlo para realizar sus propias páginas web.

No espero tener mucho éxito pero les garantizo que lo seguiré intentando.