Gobernar a distancia. El TC y las reuniones virtuales del Consejo de Ministros.

Hoy se ha celebrado un Consejo de Ministros en el que la mayoría de los miembros del gobierno, 17 de 23, han participado a distancia, a través de videoconferencia. Algunos han planteado si este tipo de reuniones virtuales tienen cabida en el ordenamiento español.

La celebración de reuniones del Consejo de Ministros «virtuales» es posible tras la modificación de la Ley de Gobierno a través del RDL 7/2020 de 12 de marzo que establece que «en situaciones excepcionales y cuando la naturaleza de la crisis lo exija» el jefe del Ejecutivo puede «decidir motivadamente que el Consejo de Ministros (…) puedan celebrar sesiones, adoptar acuerdos y aprobar actas a distancia por medios electrónicos».

Aunque, como han recordado algunos en las redes, esta modificación normativa recuerda la que hace un par de años realizó el art. 2 de la Ley 2/2018, al introducir cuatro nuevos apartados en el art. 35 (“Medios telemáticos”) de la Ley 13/2008, y que en su mayor parte fue declarada inconstitucional en la STC 45/2019, no se trata de normas similares. La diferencia fundamental es el intento de la ley catalana de establecer la celebración telemática de las reuniones del Consejo de Gobierno como regla general, como alternativa ordinaria a su celebración presencial, como recogería el apartado 3, al señalar que las sesiones del Gobierno pueden desarrollarse «tanto de forma presencial como a distancia, salvo que su reglamento interno recoja expresa y excepcionalmente lo contrario».

La argumentación del Tribunal para declarar la inconstitucionalidad de este punto de la ley se centra en señalar el carácter extraordinario que la utilización de este tipo de medios debería tener en el sistema constitucional español.

La sentencia recuerda la condición colegiada del Consejo de Ministros, que requiere la participación de sus miembros. «Unos y otros deben participar en las deliberaciones y adoptar sus decisiones de forma colegiada, pues son (…) miembros del Gobierno correspondiente, en tanto órgano colegiado que así lo es”.(FJ5)

A continuación señala la necesidad de la deliberación previa en este tipo de órganos colegiados, entendiendo esta como “el intercambio de opiniones, pareceres y enfoques»(FJ 6) en las sesiones de gobierno cuyo “carácter deliberativo es consustancial a la naturaleza de las decisiones que se adoptan en aquellas» (FJ 5) que de otro modo no podrían «formar debidamente su voluntad».

Sigue la sentencia la linea de otra sentencia reciente 19/2019 que al hablar del Parlamento establecía que sólo la interrelación directa e inmediata propia de la deliberación “garantiza que puedan ser tomados en consideración aspectos que únicamente pueden percibirse a través del contacto personal” [FJ 4 A) b)], advirtiendo que el contraste de opiniones y argumentos entre personas que se hallan en lugares distintos no permite percibir las intervenciones espontáneas, los gestos o reacciones —la denominada comunicación no verbal— de la misma forma que en una reunión presencial. La separación física no permite conocer todo lo que está sucediendo en el otro lugar, por lo que el debate puede no discurrir de la misma manera y cabe que la decisión no se decante en el mismo sentido. Por avanzados que sean los medios técnicos que se empleen, una comparecencia telemática no puede considerarse equivalente a una comparecencia presencial [FJ 4 B) b)].»

De esta manera «no es indiferente que el debate sea presencial o a distancia» ya que «(s)i el debate previo no fuera esencial para la adopción de decisiones colectivas, las sesiones del órgano colegiado se podrían sustituir por la comunicación al presidente del criterio individual de cada miembro sobre cada asunto del orden del día, computándose luego el resultado final.” (FJ 6)

Otros argumentos más discutibles señalados por el Tribunal, además del de la correcta formación de la voluntad, son el de las garantías y la visibilidad. En la parte de garantías el Tribunal señala que “El ejercicio de sus funciones, sin temor a interferencias externas, la propia seguridad de sus miembros, la libertad con que deban afrontar su participación en los debates y deliberaciones y el secreto que deben preservar respecto de estas pueden no quedar protegidas en una reunión a distancia con las mismas garantías que en una presencial.”, algo discutible desde una perspectiva técnica. Pero más discutible aún resulta el argumento de la visibilidad, no deja de resultar curioso señalar que las reuniones presenciales doten a las decisiones de mayor visibilidad, cuando tanto la ley de gobierno (art. 5.3) como la fórmula de toma de posesión de los ministros establecen el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros.

Como consecuencia el Tribunal concluye que la toma decisiones colegiadas por parte del gobierno «no resulta compatible con un régimen jurídico que le puede permitir, de modo general y según su libre decisión, celebrar sus sesiones plenarias a distancia y por vía telemática, sin contacto personal entre todos o con algunos de sus miembros». (FJ 3)

Pero es la propia Sentencia la que asume la validez de estos mecanismos “en circunstancias de fuerza mayor” eso si “con sujeción a estrictas reglas que salvaguarden el adecuado ejercicio de las funciones que le corresponden.” Censurando la equiparación de ambos mecanismos pero sin excluir la “constitución”, “Celebración” y la “adopción de acuerdos” siempre que sea algo excepcional, justificado y con las básicas garantías.

Otro elemento de la sentencia aplicable a la reunión de hoy es que, junto a la constitucionalidad de este tipo de reuniones cuando se hagan de forma excepcional y justificada, el texto declara también la inconstitucionalidad de incluir entre los medios electrónicos válidos para estas reuniones el correo electrónico, incluido en la ley catalana. De ahí que, según el Tribunal Constitucional, cuando en circunstancias excepcionales se empleen medios electrónicos para este tipo de reuniones, sólo serían utilizables la audioconferencia y la videoconferencia, como recoge la reforma de la ley de gobierno que estamos comentando.

Otro problema que plantea la sentencia es el de las regulaciones de Andalucía y Aragón, que parece que también permitirían el uso de estos medios de manera ordinaria para reuniones del Gobierno. Según el art. 33.1 de la primera «El Consejo de Gobierno podrá utilizar redes de comunicación a distancia o medios telemáticos para su funcionamiento. A tal fin, se establecerán los mecanismos necesarios que permitan garantizar la identidad de los comunicantes y la autenticidad de los mensajes, informaciones y manifestaciones verbales o escritas transmitidas.» (Ley 6/2006, de 24 de octubre, del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Andalucía), en la misma línea el art. 15.3 según el cual «El Gobierno podrá constituirse y adoptar acuerdos mediante el uso de medios telemáticos» (Ley 2/2009, de 11 de mayo, del Presidente y del Gobierno de Aragón). El TC tras señalar su imposibilidad de juzgar la constitucionalidad de ambos artículos (que no han sido objeto de recurso) señala que la inclusión en el texto catalán de la expresión “salvo que su reglamento interno recoja expresa y excepcionalmente lo contrario”, sería una muestra clara de la intención de establecer «la libre discrecionalidad para optar por una u otra forma de actuación» como regla general, lo que, como hemos visto, sería el motivo principal de su inconstitucionalidad. Siendo cierta la argumentación del TC, el hecho de que ni la ley Andaluza ni la Aragonesa hagan mención a su excepcionalidad, como si hace la ley nacional, es señal suficiente para interpretar que la celebración telemática de estas reuniones, en ambas leyes, no requeriría de justificación excepcional, aunque tras la sentencia 45/2019, habría que empezar a interpretarlo de otra manera.

Por último cabe señalar un aspecto anecdótico que escapa de lo jurídico: el «por qué» de la celebración del Consejo de Ministros del sábado 14 de marzo, en la que tanto el Presidente como el Vicepresidente asistieron pese a que sus respectivas esposas habían contraído el virus, cuando hubiera sido posible utilizar la misma fórmula. Lo publicado apunta a la complejidad de los asuntos a tratar, aunque los temas del Consejo de Ministros celebrado el martes 17 de marzo no parecen mucho más sencillos, pero eso es otra historia.

Comunicar para gobernar o gobernar para comunicar

 
Rafael Rubio es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid y asesor de comunicación política.

La declaración del estado de Alarma en todo el territorio español supone una nueva fase en la gestión del coronavirus en España, pero de poco serviría este cambio de política si no viniera acompañado de un cambio en la estrategia de comunicación. La rueda de prensa del Presidente del Gobierno en la que se anuncian las medidas puede suponer también un cambio en esta estrategia.

Comunicación y gestión

En toda crisis, como la que estamos viviendo en todo el mundo por el coronavirus, la comunicación es un componente indispensable. Gestionar situaciones extraordinarias es tomar decisiones pero en la sociedad de la información el componente comunicativo de una crisis puede convertirse en el mejor aliado para resolverla o para hacer que sus efectos sean aún más dramáticos y duraderos.

Comunicación y gestión se entremezclan en toda crisis, pero no deben confundirse. La comunicación sin la gestión resulta vana, y la gestión sin la comunicación probablemente resulte muy poco eficaz. Pero además, en este caso, el orden los factores sí altera el producto y no es lo mismo tomar decisiones pensando en su impacto comunicativo a corto o medio plazo (gobernar para comunicar) que tomar decisiones y aprovechar la comunicación para darlas a conocer y lograr que sean aceptadas, respetadas e incluso impulsadas por la comunicación (comunicar para gobernar).

 

Esperanza o miedo

Comunicar no es informar, o no es sólo informar. Los ciudadanos no solo necesitan saber qué está pasando; necesitan saber por qué está pasando y qué pueden hacer para conseguir remediarlo. La comunicación de crisis exige ponerse al frente, ejercer el liderazgo y dar la cara, sin ocultarse, ni buscar excusas.

La primera cuestión será cuánto y cómo informar. Si es necesario adoptar un mensaje optimista que evite reacciones desproporcionadas o es mejor ofrecer información, aunque pueda provocar miedo. Sin faltar a la verdad, es necesario no ocultar información, aunque pueda asustar, de manera pedagógica, añadiendo a la información el contexto que permita no entrar en pánico, sin perder ni hacer perder la calma, lo que podría traer nefastas consecuencias. La información tiene que ser completa, responder a las incógnitas que se plantea la población, sin contradicciones, ni lagunas que dejen espacio a la imaginación que, en estos casos, suele optar por rellenar estos espacios con las explicaciones más lúgubres y escabrosas.

Nadie necesita tu opinión

Las especulaciones en voz alta, los anticipos para más adelante, las opiniones personales y las filtraciones deben ser desterradas de las crisis; sobre todo las filtraciones, porque acabarán dando credibilidad a nuevas filtraciones, generando una confusión ambiente que hará imposible distinguir entre lo cierto y lo incierto. En cuanto a los anticipos, las especulaciones y las opiniones, son quizá las reacciones más humanas, pero sólo servirán para aumentar la incertidumbre que es, precisamente, uno de los enemigos en la comunicación de crisis.

¿Información en tiempo real?

Los tiempos informativos también afectan a los estados de ánimo, y para este tipo de crisis, no ayuda la información en streaming; las cuentas al minuto de casos y fallecidos, las imágenes puntuales, en tiempo real, de estanterías vacías o colas en los hospitales en directo  alimentan el morbo y contribuyen a aumentar la angustia, dificultando cualquier otra acción comunicativa que sí contribuya a mejorar la situación. No se trata de ocultar información sólo de ofrecerla a través de canales que permitan procesar esta información y ponerla al servicio de la gestión de la crisis. La responsabilidad de los medios de comunicación, y su capacidad de filtro, hace de ellos aliados indispensables.

Credibilidad y confianza

Para comunicar es imprescindible gozar de credibilidad y transmitir confianza pero, paradójicamente, una crisis afrontada con determinación también puede ser una ocasión para recuperar la confianza perdida. No es lo mismo repetir como un mantra “haremos lo que haga falta” que acompañarlo con “y será suficiente”. Pero eso requiere anticiparse, trabajar en escenarios distintos con antelación (sin esperar a alcanzar los nuevos escenarios para abordarlos), mostrar el respaldo científico de las decisiones (sin delegar en los científicos la decisión final), tomar decisiones con firmeza y anunciarlas con seguridad, con solvencia, para evitar que otros tomen la iniciativa por su cuenta y lo hagan de distintas maneras provocando descoordinación y el consiguiente desconcierto ciudadano. Y para transmitir seguridad cuidar las formas resulta imprescindible, elementos como la puntualidad o el lenguaje corporal (sin titubeos, evitando leer…) abren o cierran la puerta de la confianza.

Los ciudadanos buscan orientación en momentos de caos, y esa orientación no puede limitarse a palabras de ánimo, ni consejos. Son necesarias instrucciones contundentes, que respeten la madurez de los ciudadanos sin despreciar que la falta de información, el optimismo ingenuo, o la originalidad del que piensa que su caso es único y especial y justifica excepciones, provocan comportamientos individuales adoptados desde la inconsciencia o simplemente sobre la base de información incompleta con un efecto incontrolable en la sociedad. De ahí que, más allá de los mensajes, sea necesario ejercitar la empatía verdadera (no una mera comprensión buenísta) y sobre todo la ejemplaridad. Cuando se busca que la población se quede en casa, especialmente cuando se ha tenido contacto con algún enfermo, no caben justificaciones. Cualquier excepción del que gobierna corre el riesgo de convertirse en comportamiento generalizado.

Unir voluntades

Como señalaba Lucia Aboud, la solución de cualquier crisis pasa por generar consensos, lograr aunar las voluntades diversas para que actúen juntas para superar la adversidad. La comunicación de crisis debe ser capaz de involucrar a todos, a los partidos y los medios de comunicación (sin dejar fuera a ninguno), pero sobre todo a los ciudadanos porque sin ellos no hay respuesta suficiente desde lo público. Para hacerlo es necesario apelar a la responsabilidad individual, siempre parcial, proyectando las consecuencias sociales de este comportamiento y ofrecer, en definitiva, una visión mucho más completa y realista de la realidad. De ahí el esencial equilibrio entre incidir en el riesgo personal, que activa el instinto de protección, y completarlo con la necesaria solidaridad, que se refiere a las consecuencias sociales. Como señalaba Javier Salas es difícil que la gente se sacrifique cuando el beneficio para la comunidad es incierto, pero sí lo hacen cuando se enmarca su acción como generadora de daños en los demás. Y en esa labor de sensibilización no se puede dejar de lado la esperanza. Una esperanza hecha de realidades que permita visualizar el resultado de los esfuerzos y dar nueva fuerza para continuar con el esfuerzo, que falta hace.

A la luz de lo visto hasta ahora la gestión del gobierno español de la comunicación de la crisis del coronavirus había dejado mucho que desear, esperemos que el discurso del Presidente del Gobierno (dejando al margen las filtraciones y el retraso de más de 7 hora) suponga un auténtico cambio. No es nada fácil y son muchas las decisiones que hay que adoptar, muchas veces sin tiempo para reflexionar, pero será mucho más fácil encontrar la respuesta si se establece desde el principio la prioridad: sobrevivir a la crisis evitando decisiones que puedan afectar a la reputación en el corto plazo (gobernar para comunicar) o detener la crisis y disminuir sus efectos (comunicar para gobernar). La experiencia demuestra que sólo si se apuesta por lo segundo se podrá lograr lo primero y queremos creer que el gobierno, tras una semana gobernando para comunicar, ha decidido empezar a comunicar para gobernar, no hay otro camino.

Resiliencia

Resiliencia

Es el momento de la libertad en Venezuela, en el que se está jugando la libertad; y la libertad exige claridad en su defensa. No admite medias tintas ni amagos.

Hace un año Juan Guaidó era proclamado presidente interino de Venezuela y reconocido por más de 50 países y organismos internacionales. Estuve dudando si escribir en este mismo espacio que la cosa no sería inmediata, que Maduro tenía mucho que perder, que iba para largo, pero no quise confrontar con el optimismo generalizado que entendía que el régimen caería como fruta madura. Ignoraban quizás el ejemplo de Cuba, y el protagonismo que la dictadura castrista ha tenido en el país. No se trataba solo de financiación a bajo precio, ni de intercambio de mano de obra barata por petróleo, en un esquema muy parecido al de la esclavitud, sino de una cuestión de “principios”. Hacía ya años que Fidel Castro había bendecido a Hugo Chávez como el heredero legítimo de su Revolución, y en la supervivencia del régimen se jugaba el prestigio de La Habana.

Venezuela tiene un sitio reservado en el libro negro de la democracia del siglo XXI. Ha sido pionera en demostrar que, incluso tras el “fin de la historia”, es posible acabar con la democracia. Su constitucionalismo bolivariano, promovido activamente por asesores españoles, ha marcado el camino: desestabilizar la política, llegar al gobierno, y comenzar paso a paso a desmontar la división de poderes y acumular todos en el gobierno, normalmente a través de un proceso constituyente.

Desde la aprobación de la Constitución bolivariana de 1999, el chavismo ha ido reduciendo los espacios de libertad. De la promesa inicial de liberar a un pueblo de sus fantasmas, pasó a encadenarlo a la revolución bolivariana. Nada nuevo bajo el sol, una reedición del guion de las dictaduras comunistas que en Latinoamérica empezó Cuba hace 60 años y que aun hoy lucha por perpetuarse. Poco a poco fue llegando la ruptura progresiva de la institucionalidad, las persecuciones políticas y las torturas y asesinatos, el exilio… mientras una sociedad civil cada día más perseguida, mantenía viva la llama de la democracia a base de trabajo y esperanza

Desde la llegada del chavismo al poder, Venezuela no ha dejado de deteriorarse. De manera progresiva y constante se han ido disolviendo los distintos poderes, empezando por el militar, el judicial, el electoral…, sólo el Parlamento resiste, a pesar de los intentos de las últimas semanas. Menos libertad, menos instituciones, menos democracia, y a cambio, más corrupción de una cúpula dirigente que consolidaba sus privilegios mientras arruinaba el país, y la extensión del Estado a todos los campos de la sociedad desde una concepción totalitaria del ejercicio hegemónico del poder. Como consecuencia directa de todo lo anterior, hoy Venezuela es una maquina de producción de miseria. Un paraíso natural como Venezuela ha sido convertido en el paraíso de la corrupción, de la violencia y de la inseguridad, en un país sin ley. En el paraíso de las mafias, que arruinaron la que no hace tanto era una de las naciones más ricas de la tierra, en el que más del 20% de los niños sufren desnutrición y donde cada día es más difícil encontrar medicinas y alimentos básicos. Un país del que huyen sus ciudadanos, dejándolo todo atrás. Más de 5 millones de exiliados, una quinta parte de su población total, que, esparcidos por toda Latinoamérica y España, tratan de recomenzar sus vidas.

Quizás lo más admirable de este proceso, para los conocedores de otras dictaduras latinoamericanas, sea cómo de momento se mantienen tanto el respaldo internacional como el trabajo incansable de la oposición al que, a pesar de la represión sistemática del régimen contra los demócratas, no han logrado nunca doblegar. La oposición democrática venezolana no ha dejado ni un minuto de trabajar dentro y fuera para devolver la libertad a su país. Y lo han hecho a pesar de los agoreros, de las amenazas, de las persecuciones, de las torturas y agresiones, de las detenciones (más de 15.000) e incluso de la prisión (388 presos políticos que están aún en la cárcel) y el asesinato de muchos compañeros, auténticos mártires de la democracia.

A pesar de todo, la oposición nunca ha renunciado a la vía democrática, nunca asumió la vía totalitaria, y ha considerado siempre la democracia como la única vara de medir. Demócratas pacíficos, luchadores de la libertad, convencidos que a la falta de democracia sólo se le derrota con más democracia y que nunca han cedido a tentaciones simplistas, convencidos de que su perseverancia tendría frutos. Una sociedad que, a pesar de divisiones y diferencias estratégicas esenciales, nunca dejó de fortalecerse y trabajar, nunca perdió la esperanza. Resistiendo en las instituciones, sin abandonar nunca la calle, sin acostumbrarse y, sobre todo, sin rendirse nunca.

Una sociedad que, a pesar de divisiones y diferencias estratégicas esenciales, nunca dejó de fortalecerse y trabajar, nunca perdió la esperanza

En España sabemos bien la importancia del apoyo internacional que en su momento nos prestaron países como Venezuela para acabar con la dictadura. Pero ser agradecidos no está al alcance de cualquiera y mientras unos colaboraban con esta labor de destrucción de la democracia, ejerciendo de asesores mientras se lo llevaban crudo y no dudaban en blanquear al régimen opresor y colaboraban a internacionalizar el “modelo” derramando lágrimas a la muerte del tirano, otros ejercían de palmeros entre silencios cómplices y sonrisas culpables. Ambos presumen hoy de mala memoria y miran hacia otro lado, sin retirar el doble póster del Chávez y el Che de sus armarios. Durante mucho tiempo se ha acusado a la derecha de introducir a Venezuela en la agenda política de manera artificial pero ésta vez ha sido el Gobierno el que le ha otorgado carta de naturaleza. El Gobierno español, sin duda condicionado por su acuerdo con Unidas Podemos, ha pasado de reconocer al presidente Guaidó y “avanzar con decisión junto al pueblo venezolano en el camino de la democracia” a ningunearlo como, en boca del Vicepresidente Iglesias, un líder más de la oposición venezolana, un trato similar al que le dispensa el gobierno de Nicolás Maduro. El gobierno ha ido un paso más allá y uno de sus ministros con más peso político, el señor Ábalos, se ha encontrado con la vicepresidenta del país, ignorando las sanciones de la Unión Europea que el gobierno socialista de España una vez apoyó.

Hoy, es más importante que nunca mantener la presión internacional y las sanciones impuestas a los dirigentes. Hoy, más que nunca, es importante proteger a los demócratas otorgándoles apoyo y visibilidad. Es necesario mantener viva la llama de la democracia para que nadie pueda acostumbrarse, considerar su causa una causa perdida y ver cómo normal en Caracas lo que nunca admitirían como normal en Madrid. No es hora de compadreos y confusión, que sólo sirven para blanquear un régimen de terror.

Es el momento de la libertad en Venezuela, en el que se está jugando la libertad; y la libertad exige claridad en su defensa. No admite medias tintas ni amagos, sino una disposición comprometida. O libertad o tiranía. No hay más. Porque Venezuela vive un momento crucial, y España no puede mirar hacia otro lado, no puede emboscarse tras la confusión que sistemáticamente está destilando el Gobierno. No, España no puede mirar para otro lado. No sólo por gratitud y justicia, sino que con las actitudes desconcertantes que está poniendo en juego el Gobierno, nos jugamos perder la confianza de nuestros socios europeos y dejar de liderar las políticas europeas con Latinoamérica. Venezuela grita libertad. España no puede responder con el silencio, no puede colocarse en el lado oscuro de la historia.

 

Publicado en El Confidencial

El gobierno de la crisis

El gobierno de la crisis

No es cuestión de alarmarse, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis

Tras la investidura del presidente Sánchez, hoy se dará a conocer al Rey la composición definitiva de su nuevo gobierno. Con los nombramientos se pondrá fin al paréntesis de provisionalidad que empezó tras las elecciones de abril, pero no a la percepción de estar viviendo una crisis nacional que va más allá de quién se siente en el Consejo de Ministros.

Se trata de una sensación que viene arrastrándose desde hace unos años, pero que va cobrando cada vez más fuerza. Frente a los que consideran la alarma exagerada o los que suelen recetar «paso del tiempo» como solución a todos los problemas, independientemente de su gravedad, este momento de relativa calma que nos regala la formación de gobierno puede ser un buen momento para revisar un poco más a fondo esta crisis.

Para hacerlo podemos encontrar algunas en un libro de reciente publicación: ‘Crisis’, (Debate, 2019) lo último de Jared Diamond (autor de ‘Armas, gérmenes y acero’, ganador del Premio Pulitzer en 1998). El autor analiza, a la luz de los mecanismos de estudio de las crisis personales, una serie de crisis nacionales vividas por países tan distintos como Japón, Finlandia, Chile, Indonesia, Australia y Alemania, en diferentes momentos de la historia contemporánea. Los países en los que se centra el estudio, además de haber vivido crisis históricas claramente identificables, coinciden en la peculiaridad de ser países en los que el autor tiene una serie de experiencias personales, ya que ha vivido en todos ellos durante temporadas largas, llegando a conocer a fondo su lengua y su cultura, lo que otorga al estudio un extra de frescura y profundidad.

Aunque el libro no se asoma a España, puede ser interesante tratar de aplicar su mismo procedimiento de análisis, el de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países, que nos permite contar con nuevos instrumentos para analizar esta época global de turbulencias y, sobre todo, nos permite arriesgar con una aplicación de este particular método al punto de inflexión que podría estar viviendo nuestro país.

Reconocer la crisis

Podemos decir que hoy existe un consenso nacional bastante amplio en que hay algo en nuestro sistema que no funciona y que es necesario hacer cosas diferentes para solucionarlo. Ese consenso sobre la existencia de una crisis es el primer paso. Si entendemos la crisis como culminación de una serie de presiones que se han ido acumulando durante años, o una actuación súbita sobre ellos, identificar el qué y el por qué será lo primero que haya que hacer.

Puede ser interesante tratar de aplicar el procedimiento de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países

Identificar la crisis es también diferenciar el tipo de crisis al que nos estamos enfrentando. El autor diferencia las que son consecuencia de una intervención externa y en cierta manera inesperada, que causa una profunda sacudida (Finlandia y Japón); las crisis de estallido repentino consecuencia de turbulencias internas (Chile e Indonesia) y las que, sin necesidad de un estallido repentino, se fueron desarrollando gradualmente (Australia y Alemania). De momento, en este punto, España se encontraría entre la segunda y la tercera categoría, sin tener claro cuánto tiempo faltaría para la explosión o si estamos ya metidos de lleno en su desarrollo gradual.

Tan peligroso sería no reconocer la crisis, como asumir que todo está en crisis. De ahí la necesidad de acotarla. En términos de Diamond «la construcción de un cercado» que permita formular y aislar las instituciones y políticas que requieren cambios de las que no y evitar la melancólica impotencia que provoca la sensación de que todo va mal. En este punto, en nuestro país no es lo mismo señalar la crisis como exclusivamente económica, con la necesidad de acabar de absorber las heridas sufridas desde 2008 y prepararse ante nuevas arremetidas; de políticas, con un agenda que pivota en sus ejes «clásicos», sin acertar a dar respuesta a los verdaderos problemas de las sociedades del siglo XXI; de liderazgo, con partidos políticos que han dejado de ser intermediarios útiles para convertirse o en aislantes o en colonizadores, con resultados parecidos; o una crisis sistémica o constitucional, que afectaría de lleno a las instituciones. Reconocer la experiencia española en crisis históricas anteriores, como la Transición, así como la capacidad de afrontar el fracaso y explorar soluciones alternativas al problema, también pueden ayudar a afrontar esta crisis con más garantías de éxito.

Asumir la responsabilidad

Lo siguiente sería aceptar la responsabilidad. Abandonar los cruces de acusaciones, tan genéricas como infecundas, entre la «casta», el «sistema», la clase política y sus líderes, el mundo empresarial, la sociedad civil… y asumir la propia responsabilidad. En esta asunción de responsabilidades, cada actor con trascendencia pública tendría que realizar una autoevaluación honesta, antes de lanzarse a señalar la responsabilidad del resto. Empezar por uno mismo siempre es un buen punto de inicio.

El componente exterior también puede condicionar la respuesta a la crisis. La situación actual de inestabilidad global, con una Unión Europea que se enfrenta a su propia crisis, hace que más que el apoyo, tengamos que buscar casos parecidos en otros países que se encuentran en proceso, o ya han afrontado experiencias similares, tan habituales en estos tiempos.

La autoestima también es imprescindible para afrontar una crisis con éxito. Esta apelaría al sentido de identidad nacional, el sentido de pertenencia compartida y el optimismo de sus ciudadanos sobre las posibilidades de su país para afrontar el futuro. De ahí las dificultades añadidas para un país donde el desprecio a lo propio se asume con cierto aire de distinción, como el único espacio donde ejercitar el sentido crítico, y donde los intentos de afrontarlo, dentro de estrategias de diplomacia pública y marca país, han quedado abandonados entre la propaganda y las buenas intenciones.

Condicionantes como la situación económica, que no acaba de recuperarse con energía, el abandono de los territorios rurales de interior, o la crisis demográfica, van a marcar también la capacidad de respuesta.

A estos elementos habría que añadir otros factores distintos, más difíciles de encontrar en las crisis personales, que resultan imprescindibles para afrontar las crisis de los países: un liderazgo consciente y determinado, dispuesto a poner la resolución de la crisis por encima de sus intereses personales o partidarios; la existencia de instituciones consolidadas, capaces de aguantar los temblores les afecten, por el impacto directo o el desgaste al que las someten aquellos que las ven como obstáculos para encontrar una solución y buscan atajos; y la necesidad de un consenso básico, en el diagnóstico y las medidas necesarias para su solución…

No desperdiciar la crisis

Todo lo anterior no puede prolongarse eternamente, existe un momento, limitado en el tiempo, donde hay una apertura a afrontar la crisis y realizar los cambios necesarios, si no puede enquistarse o incluso empeorar. Un periodo, que en el caso de las personas suele ser de seis semanas, en el que hay mayor sensibilidad para detectar el problema y la posibilidad de probar nuevas formas de gestión, y que cuando no logra resultados provoca que volvamos a nuestros antiguos hábitos, y que en el caso de los países debería medirse en años. El tiempo necesario para reconocer el fracaso de los métodos anteriores, probar nuevas fórmulas e identificar si las medidas implementadas han dado resultado.

No es cuestión de alarmarse innecesariamente, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis.

 

Publicado en El Confidencial