La fascinante fascinación de Fidel Castro

La fascinante fascinación de Fidel Castro

El año de la post-verdad no podía tener mejor fin de fiesta que la muerte del dictador.

El año de la post-verdad no podía tener mejor fin de fiesta que la muerte de Fidel Castro. La cobertura informativa de los últimos días es la prueba del 9 de cómo, en tiempos de internet, la información se va apartando de los hechos deslizándose por la pendiente de la opinión, que tan buen resultado da en las cámaras de eco en las que se están convirtiendo las redes sociales.

Me fascina la fascinación con la que algunos han despedido a Fidel Castro. No se trata sólo de aquellos que parecen haber unido su futuro al destino de la Revolución, sino de personas o medios, por lo general inteligentes, cuya defensa de la democracia no se puede cuestionar pero que, ante mi fascinación, despiden fascinados a un líder militar que, sólo por poner algún ejemplo, dirigió con mano de hierro los destinos de Cuba durante más de 50 años, sin someterse ni una sola vez al refrendo de las urnas, violando reiteradamente los derechos de sus conciudadanos y dejando a su país, desde una perspectiva comparativa, en una situación mucho peor de la que se encontró en 1959.

Si atendemos a lo publicado estos días, encontramos algunos motivos de esta fascinación:

1. El primero sin duda es la disonancia cognitiva que provocan las ideologías, en este caso el comunismo. Un daltonismo, en expresión feliz, que habla de revolución o golpe de estado, presidente o dictador…, en función del color político del interesado.

2. El segundo sería su atractivo personal. Un vistazo a los álbumes y anécdotas personales publicados en los últimos días no dejan duda de que tenía un trato agradable, encantador. Quizá por eso los que le conocieron no han dudado en rendir tributo a su persona… en un ejercicio que recuerda a los vecinos del detenido que, ante las cámaras de televisión, no dudan en señalar la educación del susodicho, que cedía el paso en el portal, saludaba en el ascensor o no dudaba en ayudar a los mayores con las bolsas de la compra… «Una persona normal».

3. El tercero tiene que ver con el encanto de su discurso, el poder de su retórica, la construcción dialéctica de la utopía comunista que, aún hoy, sigue generando simpatías. Quizás el rumor de sus discursos eternos impide distinguir las voces de los ecos, las palabras de los hechos, «la eterna y repugnante distancia entre la teoría y la práctica», como señaló con acierto Carlos Mayoral.

4. La nostalgia de lo que pudo ser también se encuentra en los argumentos. Es el Castro de las buenas intenciones, pareja del Che Guevara en el baile de los iconos pop, el discreto encanto de la tentación autoritaria. Como si para lograr la absolución no fuera necesario el juicio de la Historia y bastaran sus infinitos deseos de un mundo mejor. Como repite la sabiduría popular, «el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones», y gran parte de los hits que conforman sus grandes éxitos, como la guerra de Angola o los distintos intentos de sembrar la revolución en Latinoamérica, lejos de contribuir a un mundo mejor desembocaron en auténticas carnicerías, con consecuencias que han llegado hasta nuestros días.

5. Otro motivo es sin duda el de los daños colaterales necesarios. Para los que defienden este argumento los fusilamientos probados (en torno a los 7.000), los presos políticos, los campos de reeducación, la violación constante de los derechos humanos, o su amistad con dictadores como Mugabe, Videla o Franco, no serían más que el precio a pagar por un bien superior: educación y sanidad. Es la reedición caribeña de esa máxima del cinismo, «No se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos», que tanto gustaba a otros hombres fascinantes como Stalin o Robespierre. El problema se complica cuando, 50 años y muchos huevos después, uno se pregunta: ¿dónde está la tortilla?, ¿qué parte del progreso de la segunda mitad del siglo XX se la debemos a Castro?; o, de manera mucho más simple, ¿está Cuba en mejor situación de como se encontraba en 1959?

6. Entre las causas tampoco podemos descartar la ignorancia de aquellos que, cegados por el relato de un símbolo contemporáneo, fruto, entre otras cosas, de una impresionante actividad de propaganda que empezó en los periódicos, se trasladó a la televisión y se ha extendido también a internet, evitan conocer una parte importante de la Historia, una parte macabra y dictatorial, sin la que no es posible entender al fascinante personaje.

Como han dicho muchos, el 25 de noviembre de 2016 no terminó nada. La muerte de Castro no garantiza una pronta recuperación de la democracia. No parece que ese modelo político chifa, que combina la economía china con la dictadura latinoamericana, vaya a poner punto y final a este largo experimento antidemocrático en mitad del Caribe. Fidel Castro seguirá presente en libros y artículos de todo el mundo, mientras los cubanos seguirán esperando, reservándole el trato que los países oprimidos han dado siempre a sus dictadores una vez alcanzada la libertad.

Publicado en Libertad Digital

 

El NYT o la Casa Blanca, ¿quién influye en quién?

El día 11 de octubre, dos meses antes del anuncio de normalizar relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, el New York Times publicaba un editorial sorprendente en el que abogaba de manera directa, y sin motivo aparente, por el fin del embargo. El editorial, coherente con la línea del periódico hasta la fecha, sorprendía por el momento, en plena batalla electoral de las midterms norteamericanas. En una decisión sin precedentes el periódico decidía además publicar una versión integra del editorial en castellano, y el editorial, oportunamente divulgado por los medios de comunicación oficiales y el propio Fidel Castro, recibió un amplio eco en la isla.

Una semana después el periódico insistía en el tema cubano, con otro editorial en el que ensalzaba el papel de los médicos cubanos en la lucha contra el ébola. En lo que se convertía en la segunda de una serie de siete editoriales (que incluían la petición de un canje de prisioneros) que llegarían hasta el día 15 de diciembre, dos días antes del anuncio, cuándo el NYT se refería directamente a la situación de la economía cubana y a cómo Obama con una serie de medidas podría ayudar a mejorar la economía de Cuba.

Lo explicaba unos días antes Ernesto Londoño, editorialista del NYT, a la Cadena Ser. Según el editorialista de origen colombiano, incorporado recientemente al periódico procedente del Washington Post, las editoriales buscaban influir en la administración “en un momento en el que la Casa Blanca va a tener que tomar decisiones”. Además, consciente de la dificultad de que un Congreso republicano levantara el embargo apuntaba a una serie de medidas que podría adoptar de manera directa el Presidente norteamericano: “Puede reanudar las relaciones diplomáticas con Cuba, puede flexibilizar un poco más las restricciones de viaje y los mecanismos para que las personas en EUU envíen dinero a Cuba, tanto a sus familia e inviertan en los nuevos negocios en la isla”.

Como señalaba Carlos Alberto Montaner la sucesión de acontecimientos no parece casual, y la pregunta es si el New York Times ha sido capaz de marcar la agenda de la Casa Blanca, o ha sido esta la que ha ido sembrando de interés e información al equipo editorial del Times para tantear primero y preparar después a la opinión pública norteamericana.

En la entrevista citada, el editorialista del NYT anunciaba que la serie no iba dirigida sólo a Estados Unidos y que continuaría con «una serie de llamados al gobierno cubano”, quedamos a la espera, y confiamos en que la normalización iniciada no incluya el silencio del periódico norteamericano en este tema.

Aquí podéis acceder a los editoriales:

11.10 Tiempo de acabar el embargo:
19.10. La impresionante labor de los médicos cubanos
26.10 Los cambios electorales respecto a Cuba
3.11 Un canje de prisioneros
9.11 Desventuras al derrocar un régimen
17.11 La fuga de cerebros
15.12 La economía de Cuba en una encrucijada.

Carromero, un caso político

En una dictadura todo es política. Da igual que sea o no totalitaria, los dictadores, que tienen como fin último mantenerse en el poder, tienden, con acierto, a ver como amenaza cualquier actividad que pueda incorporar un componente de crítica, da igual que sea académica, económica o social. De ahí que un caso como el de Ángel Carromero, relacionado con la muerte de dos disidentes cubanos, entre los que se encontraba Oswaldo Payá, el más conocido y el que contaba con mayor respaldo social, no pueda analizarse como un caso puramente jurídico, sin implicación política alguna.

Por lo que hemos sabido, Carromero se encontraba en Cuba realizando un viaje político. No era más que uno de los cientos de personas que acuden con regularidad a Cuba desde distintos países de todo el mundo, amparados por distintos programas de promoción de la democracia financiadas públicamente por instituciones como el Congreso norteamericano, USAID, o algunos gobiernos de todo el mundo como el sueco o el de la República Checa, para acompañar a la disidencia cubana y llevarles un poco de ayuda.

Ni misión imposible, ni 007, su objetivo no era ‘gran’ cosa: una conversación en la que se trasmite una visión diferente de lo que pasa en el mundo. Por ejemplo, llevar algo de dinero para familias que tienen al cabeza de familia en la cárcel o han visto como, por su posición política, todos sus miembros han sido expulsados del trabajo y carecen de ningún tipo de ingresos. O proporcionar unos libros clásicos y fáciles de encontrar en cualquier biblioteca familiar o material informático como un ordenador portátil o una impresora, que están prohibidos en Cuba, hasta el punto de que su posesión fue utilizada como prueba de cargo contra los disidentes condenados en 2003. O facilitar el movimiento por la isla de algunos de los líderes de estos movimientos democráticos, desplazamientos indispensables para mantener unidos grupos de oposición democrática en un país donde las telecomunicaciones están intervenidas…

El énfasis con que el régimen castrista persigue este tipo de visitas, condenándolas en su Código Penal, denunciándolas públicamente como actos de subversión, amenazando a los visitantes e incluso expulsándolos cuando lo consideran necesario, es lo que daba un componente de incertidumbre a una visita a unos colegas políticos, que, realizada en cualquier otro país del mundo, no merecería ningún tipo de atención de las autoridades ni de los medios de comunicación.

Motivos suficientes

Se puede cuestionar la eficacia de este tipo de ayudas, y es probable que ningún libro las recoja cuando se escriba la historia de la transición a la democracia en Cuba. Es posible que los más beneficiados sean los visitantes, que tienen la oportunidad de conocer de primera mano la crueldad de un régimen anacrónico y a personas que llevan años luchando por la democracia. Quizás por ello y por la defensa que de este tipo peculiar de ‘turismo solidario’ hacen tanto los que reciben las visitas, como aquellos que lo hicieron años atrás en la URSS, Checoslovaquia o Polonia hay motivos más que suficientes para realizarlas.

Estas circunstancias estuvieron muy presentes durante el proceso. Con ese componente político fue presentado el caso en los medios de la isla y así se ha encargado de recordarlo el Gobierno cubano, que no dejó de amenazar con los cargos de violación del status migratorio tipificados en el Código Penal cubano. De ahí que no sea necesario un conocimiento profundo del derecho para intuir que el juicio, al que ni siquiera dejaron pasar a los hijos de una de las víctimas, no cumplió con los principios procedimentales básicos para poder hablar de un juicio justo.

Carromero fue privado durante los primeros días de asistencia letrada y consular (más allá de un breve encuentro con el cónsul durante las primeras 72 horas), fue retenido en prisión durante casi tres meses en espera de juicio, algo impensable en Europa por el tipo de delito que se le imputaba, y fue condenado sin permitir a su defensa el derecho de acceso a las supuestas pruebas que condujeron a la condena, y en base a su autoinculpación realizada en unas condiciones cuestionadas.

Argumentos como la retirada de todos los puntos de su carnet, suministrados a la Justicia cubana por los medios de comunicación españoles, carecen de peso legal desde el momento en que está demostrado que Carromero tenía todavía el carnet en regla, al no ser todavía la retirada de puntos efectiva, por lo que podía conducir legalmente tanto en España como en el extranjero. Por contra se ha preferido dar credibilidad a la versión oficial confirmada letra por letra en un proceso judicial realizado por un régimen al que no suelen dar credibilidad.

Investigación objetiva

Leyendo lo publicado durante estos días quizás sea necesario recordar lo obvio: Cuba no es un estado democrático en el que exista una separación entre el Poder Ejecutivo y el Judicial. De ahí la necesidad de analizar con algo de sentido crítico una sentencia, de un caso que afectaría a la reputación del Gobierno cubano, dictada por una Justicia que ha perpetrado alguno de los disparates jurídicos más esperpénticos del pasado reciente, como el juicio al General Ochoa y Tony de La Guardía, que Jorge Masseti relata de primera mano en ‘El Fulgor y el delirio’, un testimonio tan apasionante como brutal, o las condenas a los 75 detenidos durante la Primavera de Cuba de 2003.

No hay duda de que el Gobierno español decidió optar por el camino más corto para traer a España al político, y su celeridad en actuar, y las reiteradas conversaciones con sus homólogos cubanos, no hacen más que justificar el carácter político del caso. De ahí la aceptación de la sentencia, a pesar de la falta de garantías del proceso, y el empeño en respetar escrupulosamente todos los requisitos legales establecidos para poder acceder a los beneficios penitenciarios establecidos por nuestro ordenamiento.

Ha llegado la hora de cerrar definitivamente el caso Carromero y reabrir el caso Payá-Cepero, eso sí, con todas las garantías. No hay duda que en las circunstancias descritas es difícil saber lo que pasó, pero resulta difícil admitir la versión oficial de un Gobierno que había amenazado reiteradamente a las víctimas. O que desde su salida de La Habana, a las 6 de la mañana puso de manifiesto que Oswaldo Payá salía de viaje lo estuvieran vigilando. O que ha negado a la familia conocer los resultados de la autopsia e incluso asistir al juicio oral, y que se basa sólo en la autoinculpación dictada de Carromero que incluso en su redacción resulta sospechosa.

Resulta tan difícil como extraño el empeño en negar a la familia el derecho a conocer lo sucedido, sea lo que sea, realizando una investigación objetiva, algo que, por las circunstancias expuestas no ha sido garantizado por el proceso judicial celebrado y que correspondería al Gobierno español promover, dada la condición de español de una de las víctimas.

Despedida de Oswaldo Paya

Nunca pensé escribir estas líneas. Confieso que, como todos los que alguna vez hemos estados interesados en Cuba, alguna vez he intentado imaginar lo que dirían los periódicos el día después del “hecho biológico”, pero que Oswaldo Paya fuera a morir sin ver la llegada de la democracia a Cuba no entraba en mis planes:

El 26 de julio de 1953, Bayamo se convertía en un símbolo para los revolucionarios cubanos… Un grupo de jóvenes armados trataron de tomar al asalto el cuartel Carlos Manuel de Céspedes. Los libros de historia cubanos años después contarían como: “La gesta del 26 de julio de 1953 fracasó en el plano militar, pero políticamente resultó exitosa, porque inició el método de la lucha armada como vía para conquistar la libertad, e hizo nacer la organización que encabezaría la lucha y creó condiciones para la victoria.”
Años después la capital de la provincia de Granma, en la que nació Pablo Milanés, ha vuelto a los medios de comunicación de todo el mundo por el fallecimiento de Oswaldo Paya.

Conozco Bayamo, pasé allí un mes. Es un lugar cercano a Santiago de Cuba, en el que no hay mucho que hacer (lo conté en Recuerdo a Barataria) . Todavía recuerdo con horror mi viaje desde La Habana en el tren lechero (que para en todas las puertas) y mi sensación, y la de mis compañeros, al llegar a la estación. ¿Qué vamos a hacer aquí? Y es probable que muchos se pregunten lo mismo, qué hacía Oswaldo Paya recorriendo las deterioradas carreteras cubanas, a más de 700 km de su casa.
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