Pedro Sánchez y Boris Johnson, cuando el virus se llama polarización

Pedro Sánchez y Boris Johnson, cuando el virus se llama polarización

Los gobiernos de España y Reino Unido son los más castigados por los ciudadanos en la segunda etapa de la pandemia. Mientras, la Italia de Conte se refuerza y Merkel afianza su liderazgo

El apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez el 12 de marzo, dos días antes de que se decretara el estado de alarma, era del 35%. Ese porcentaje de ciudadanos consideraba que el Gobierno de PSOE y Podemos estaba manejando bien o muy bien la gestión del coronavirus. Era el Ejecutivo europeo que partía con menos apoyo de todos los que YouGov, firma internacional de análisis de datos basada en internet, incluyó en sus encuestas. Solo estaba por detrás México, con un 33% de apoyos.

Seis meses después, cuando España encabeza los datos de contagios en toda Europa, la percepción apenas cambia. Según este mismo banco de datos, el porcentaje de ciudadanos que apoya la gestión del Gobierno de Sánchez es muy similar, del 33%. Ahora solo hay por detrás otro país, Reino Unido, con un 30% de apoyos. Boris Johnson partía de un apoyo mucho mayor, del 55%. Pedro Sánchez llegó a tener en junio, tras terminar la alarma y pasar la gestión a las comunidades, el apoyo del 50% de los ciudadanos. Ambos caen en valoración en mitad de un ambiente de dura crispación, donde la guerra política se suma a la batalla contra la pandemia. En España, la crisis con Madrid termina por dinamitar los puentes entre socialistas y populares. En Reino Unido, la errática gestión de Johnson tiene cada vez más fracturada a la sociedad británica.

Los expertos avisan de que aún es muy pronto para calibrar los efectos de esta segunda ola de la pandemia en términos electorales. Aún el tsunami está sobre nuestras cabezas y es difícil saber si será devastador o remitirá antes de que sea catastrófico. Las señales no son buenas pero queda mucho otoño. Sin embargo, sí que hay elementos comunes en los distintos países que permiten sacar ya algunas conclusiones.

Sin trasvase de votos

«Al final la pandemia es un ‘shock’ que no cambia las cosas en los grandes países sino que acentúa lo que ya estaba pasando. Hay mucha polarización, muchas reformas pendientes que no se han hecho. En Reino Unido pasa igual que en España. A quien no le gustaba la globalización ahora le gusta menos. La gente que estaba enfadada, ahora lo está más. Todo se acentúa. En Alemania no pasa porque no existía ese caldo de cultivo. Para analizar este fenómeno hay que analizar qué es lo que pasaba antes en cada país», señala Luis Cornago, analista en la consultora Teneo.

Desde Londres, Cornago señala las similitudes en la erosión del liderazgo del socialista Sánchez y del conservador Johnson, que ha caído por una gestión llena de bandazos, con mensajes poco claros en asuntos clave como las restricciones o el uso de mascarillas. «En la primera parte de la crisis los gobiernos se beneficiaron del efecto que los politólogos llaman ‘rally around the flag’, el efecto caballo ganador. Los ciudadanos se repliegan, cierran filas, ocurrió en EEUU después de 11-S. Es un clásico. Suben los socialdemócratas en Dinamarca o la CDU en Alemania. En Reino Unido también subió Johnson en los primeros meses. Pero ese es un efecto temporal y aquí se ve muy bien», apunta el consultor de Teneo.

Verónica Fumanal, presidenta de Asociación de Comunicación Política (ACOP), cree que el desgaste de los gobiernos aún no se puede medir. «La mayoría de los gobiernos todavía aprueban por la gestión de la pandemia», anota, «no sufren desgaste porque todavía estamos en medio del tsunami». Los ciudadanos, explica Fumanal, todavía piensan en cómo salir de esta o en qué dimensión alcanzará el desastre pero aún no pasan factura electoral. En España se vio en las elecciones vascas y gallegas, donde sobrevivieron los mismos gobiernos autonómicos. Eso sí, avisa de que se detecta una «radicalización de las posturas», una polarización entre quienes votaron izquierda y derecha, se compactan los bloques.

La subida de Trump y Bolsonaro

Esa polarización se observa sobre todo en Estados Unidos y en España. Según los datos de Pew Research Center, el 77% de estadounidenses cree que su país está más dividido que antes de la pandemia. El 59% de españoles piensa así. Además el 70% de votantes de Donald Trump aprueban su gestión, con una diferencia de 50 puntos frente a quienes la rechazan y no votaron al republicano. España es el segundo país donde esa diferencia es mayor, de 35 puntos, entre la valoración de sus votantes y los que no votaron al PSOE. En Italia la diferencia entre lo que opinaban los votantes de derecha o de izquierda es de 18 puntos.

«Mirar a Estados Unidos o Brasil, con los líderes más populistas, da que pensar porque los datos aseguran que la pandemia ha reforzado a Trump y a Bolsonaro, pese a una errática gestión de la crisis. La polarización les ha venido para mantener o subir su apoyo. En Estados Unidos la proximidad electoral sirve para reforzar el voto natural o activarlo cuando estaba dormido», subraya Rafa Rubio, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid.

La diferencia de Conte

El caso de Italia es paradigmático porque la primera ola fue mucho más devastadora en este país que en España y sin embargo el Gobierno de Giusseppe Conte resiste con muy buena puntuación. El 60% de italianos cierra filas con su gestión, según YouGov. «El presidente ha sido mucho más cercano a la oposición y ha contado con un apoyo de Sergio Mattarela, presidente de la República, sólido, que le ha hecho el juego. Se reunió con todos los líderes de la oposición y todo el cuerpo político entró en un modo de negociación, de acuerdo, y eso lo ha promovido de forma muy directa el primer ministro. Ha tomado decisiones visualizando de manera muy clara la profesionalidad, montó el comité de reconstrucción liderado por el exconsejero delegado de Vodafone (Vittorio Colao) que en su momento hizo mucho ruido. Ha ido llegando a consensos y acuerdo de manera visible con muchas partes de la sociedad y con eso ha conseguido involucrar a todos, también con las regiones italianas, que se han sentido copartícipes a pesar de que es un estado mucho más centralizado que España», considera Rubio.

«De momento no observamos grandes sorpresas ni trasvases importantes de votos. El caso italiano es interesante porque hubo elecciones hace pocos días y no se votó en términos de covid. En Corea del Sur también se celebraron elecciones y fueron de continuidad. Hubo muchos artículos al principio de la pandemia que decían que esto era el fin de populismo y la vuelta al centrismo y a los tecnócratas. Tampoco ha pasado eso. Hemos visto que esto no es el fin del populismo ni lo contrario. La marca es de estabilidad en general», señala Cornago.

Salvini cae, ¿cae el populismo?

En Italia el retroceso del partido de Matteo Salvini no puede leerse en términos de castigo al populismo porque en ese espacio de ultraderecha crece otra marca, la de Hermanos de Italia que ha aupado Georgia Meloni. En España, los expertos señalan que aún es pronto para ver qué efecto hay sobre partidos como Vox. «En España está pasando la pandemia pero también otras muchas cosas, la negociación de los Presupuestos Generales del Estado, la gestión de los fondos europeos, la coalición… De momento, no hay alternativa clara para una moción de censura. Hay que ver qué pasa con Vox. Se está creando un caldo de cultivo que habrá que esperar para ver las consecuencias. España lleva mucho tiempo políticamente jugando con fuego», considera el analista de Teneo.

Manuel Mostaza, politólogo y director de asuntos públicos de Atrevia, cree que hubo cierto desgaste del Gobierno español al final de la primera ola y que al final de la segunda irá a más. Hay ya encuestas, como la publicada por ’20 Minutos’ y el Grupo Heneo, que sí habla ya de desgaste. «Los dos partidos en el Gobierno pierden casi cinco minutos entre los dos respecto a noviembre. El PSOE cae 2,5 puntos y Podemos alrededor de 2,2″, subraya Mostaza. Y eso que «la segunda ola está recién empezada y estamos entrando en ella». «En cuanto acaben los ERTE, qué va a pasar con los ERE, ese es un escenario complicado para cualquier Gobierno», advierte este politólogo.

Las CCAA se salvan, por ahora

El desgaste de momento se centra en el Gobierno de la nación por encima del coste político para las comunidades autónomas. Pero aquí también se abre otra frase. «En las encuestas sobre la Comunidad de Madrid en todas hasta ahora al PP le iba bien. Le iba bien a (Díaz) Ayuso. Qué va a pasar ahora y cuál va a ser el relato que salga de esto. Eso no lo sabemos. Está claro el interés del Gobierno en que las comunidades asuman su parte alícuota de responsabilidad en la gestión, claro, pero está por ver», concluye.

El responsable de Atrevia insiste en que «todo va en función de cómo está afectando la pandemia«. «En Alemania o Suecia, que fue un desastre al principio pero ahora va bien, los gobiernos salen adelante. En Reino Unido o España, con malos datos, hay una erosión importante», destaca Mostaza. «La política mejor valorada en la pandemia ha sido Inés Arrimadas, Pablo iglesias sufre peor valoración que Pablo Casado. Claro que hay un desgaste en el Gobierno. Si exceptúas el CIS, claro», agrega.

«En general todos los gobiernos han salido reforzados de la primera ola. Lo excepcional es desgastarse o quedarse igual», advierte Rubio. «Los países en situaciones sanitarias de crisis, cuando hay un enemigo exterior claro, tienden a unirse y solo cuando avanza el tiempo y se van viendo los resultados en el día a día, cuando se abandona la situación de excepcionalidad, los ciudadanos empiezan a tener un juicio de valor. Mientras, la gestión es tremendamente emocional y suele ser de apoyo al líder», destaca el consultor y profesor de la Complutense.

La crisis económica

Es otra conclusión en la que coinciden todos los expertos. El verdadero coste se verá cuando azote la crisis económica. «El Gobierno va a sufrir de verdad desgaste cuando lo económico empiece a llegar al bolsillo de la gente. Cuando las ayudas que están manteniendo la situación de forma artificial acaben. Habrá un efecto cascada a nivel familiar, empresarial y económico. No solo serán los que se queden en paro, en la calle, sino que habrá mucho más detrás. Además el programa social es el ‘cuore’ de este Gobierno, al menos de su comunicación, no se va a poder cumplir y se van a poner más en evidencia sus contradicciones y sus divisiones internas», señala Rubio.

«El desastre de la segunda ola dependerá de cómo de fuerte sea. En España ya sabemos que es fortísima en relación con otros países. Hay que ver si países como Reino Unido simplemente van un par de semanas por detrás o no llegarán a esos niveles. Dependerá también de las medidas que se adopten. Se descarta un confinamiento como el de marzo pero ya sabemos que habrá restricciones y que la popularidad de estas medidas es cada vez menor. Los ciudadanos están cada vez más cansados. La vuelta al confinamiento es ahora mismo una especie de tema tabú en España. Nadie quiere tomar la responsabilidad y el contexto de polarización y de descentralización de España no ayuda», apunta Luis Cornago. «La estrategia del Gobierno fue esa. Pasar la gestión a las comunidades, porque tenía sentido, era razonable porque las competencias son así pero había también estrategia. (Pedro) Sánchez comparece en Madrid porque reacciona y detecta una demanda de que alguien debe actuar. La gente no sabe bien de quién es competencia cada cosa. El Gobierno central se va a desgastar más también en esta segunda ola aunque es pronto para medir cuánto será ese castigo», apunta este experto.

Fumanal subraya la tabla de valoración de los líderes en septiembre publicada por ACOP. Pedro Sánchez, con datos del CIS está en un 56% de aprobación, lejos del 71% de Merkel, pero también por encima del 41% de Johnson o del 41% de Macron, otro de los líderes europeos que más desgaste esta sufriendo, con elecciones francesas en 2022. «Insisto en que aún los ciudadanos no piensan en modo de recuperación o reconstrucción. Todavía estamos en modo rescate», advierte.

Publicado en El Confidencial por Isabel Morillo

Jueces en campaña

Jueces en campaña

Ser seleccionado para el Tribunal Supremo es como ser un candidato político al que nadie quiere y que, sin embargo, lucha por ser elegido

La nominación de Amy Coney Barrett para ocupar la vacante de la recientemente fallecida Ruth Bader Ginsburg en la recta final de la campaña electoral puede tener efectos insospechados en los resultados del próximo 3 de noviembre. Pero, además, abre una batalla sin cuartel para lograr su confirmación en el Senado.

“El pueblo puede cambiar el Congreso, pero solo Dios puede cambiar la Corte Suprema” (George W. Norris). Algo de eso debe haber cuando la elección de los magistrados de la Corte Suprema, un proceso en el que confluyen el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial, suele ser una de esas decisiones de la que se arrepienten todos los presidentes de los Estados Unidos, quizás por su irrevocabilidad.

Hasta 1987 la confirmación de los nominados para el Tribunal Supremo era un trámite rutinario, una presentación del candidato ante el Comité Judicial del Senado, centrada en su carrera profesional, sin entrar en cuestiones de su ideología o su vida personal, que generalmente se solventaba sin preguntas, no solía durar más de un par de horas y en la mayoría de los casos se adoptaba por aclamación, o sin votos en contra.

Sin embargo, la nominación de Robert Bock por Ronald Reagan en 1987 cambió para siempre un procedimiento que afecta a la clave de bóveda de la democracia norteamericana. Cuando se conoció su nombre, el senador Ted Kennedy criticó duramente la elección por “oponerse al aborto, favorecer la segregación, ir en contra de los derechos de los ciudadanos, prohibir la enseñanza de la teoría de la evolución en los colegios, la censura de los artistas”… Quizá sin saberlo, el pequeño de los Kennedy estaba abriendo la brecha para que todo cambiara y sus críticas fueron el pistoletazo de salida para que una elección que, hasta ese momento había sido generalmente pacífica, se convirtiera en una batalla a muerte, donde intereses y principios se confunden.

A la contienda desatada se unieron algunas de las organizaciones civiles más relevantes del país, como la ACLU, que impulsaron campañas para evitar la confirmación. E incluso ya por entonces, destacó en la liza un senador, Joe Biden, que elaboró el conocido ‘Biden Report’, que el candidato más adelante calificaría como “un informe tan tergiversado que merecería figurar en cualquier antología de la injuria”. El resultado, además de un enconado debate en el que, por ejemplo, se llegaron a revisar los títulos de los vídeos alquilados por el candidato (entre los que se encontraban ‘Un día en las carreras’ o ‘El hombre que sabía demasiado’) fue el rechazo del candidato y, sobre todo, un sonoro fracaso de la Casa Blanca.

Su rechazo cambió las reglas no escritas para estos procesos de manera radical y, desde entonces, prácticamente todas las nominaciones se han convertido en auténticas batallas campales. Nunca una institución tan pequeña reclamó tanta atención ni detentó tanto poder.

Cada vacante desata una auténtica batalla que, además de a las instituciones, llega a los medios y a las calles, donde organizaciones de derechos invierten millones en organizar campañas de apoyo o rechazo al nominado, llegando incluso a convocar manifestaciones que se han saldado con cientos de detenidos.

Ser seleccionado para el Tribunal Supremo es como ser un candidato político al que nadie quiere y que, sin embargo, lucha por ser elegido. Así es como lo describió el juez Roberts en sus audiencias de confirmación. No es de extrañar que ante esta situación la Casa Blanca se arme para estas batallas como para las campañas electorales más importantes.

El proceso de selección de magistrados se ha convertido, a la vez, en un auténtico juicio con testigos cualificados e investigaciones en profundidad y en una campaña política, en la que participan los grupos de activistas, los medios de comunicación y los partidos. Un juicio en el que las sesiones se extienden durante días, incluso semanas. En él, participan decenas de testigos y el candidato se somete a cientos de preguntas sobre su vida y sus creencias, más de 1.000 en la última confirmación, en ocasiones interminables, como la de Biden en la confirmación de Alito que duró 24 minutos, todo aliñado con una virulencia impropia de los debates parlamentarios que ha llegado a provocar las lágrimas en los familiares de algún candidato, y que terminan con resultados cada vez más ajustados.

Tampoco se ahorran atajos legales como el del filibusterismo, el intento de retrasar una decisión parlamentaria a través de una sucesión de intervenciones sin fin, y sin relación alguna con el asunto en cuestión, hasta llegar incluso a bloquearla (que amenazó los procesos de Alito y Gorsuch), o el retraso ‘sine die’ de la convocatoria de la Comisión, que afectó al último nominado por Obama, Merrick Garland, que nunca llegó a ser elegido.

Los procesos se preparan durante años, como cuenta el consultor político, y jefe de gabinete de George W. Bush, Karl Rove, que vivió el proceso: cuando la jueza Sandra Day O´Connor anunció su retirada, la Casa Blanca llevaba ya 4 años trabajando en los posibles nominados con un equipo de altísimo nivel del que formaban parte el vicepresidente y su jefe de gabinete, el Fiscal General, el jefe de gabinete y el asesor jurídico de la Casa Blanca.

Los cambios de dinámica han afectado también al perfil de los candidatos, y entre los que alguna vez fueron considerados se encuentran nombres tan curiosos como el de Mario Cuomo, Michael Sandel o Hillary Clinton (una idea sexy en palabras de su marido Bill, que fue finalmente rechazada porque como recuerda Stephanopoulos “Sexy estaba bien, pero seguro era aún mejor”).

Karl Rove ofrece una idea aproximada de la entidad del proceso cuando da la composición de estos equipos “de comunicación, prensa, asuntos legislativos, asesores y miembros del departamento de justicia”. Una cohorte de profesionales con un solo objetivo: ser el ‘sherpa’ del candidato y guiarle a través del proceso de nominación. A estos equipos han pertenecido consultores reconocidos como George Stephanopulos (All too human: a political education), Karl Rove (Courage and Consequence, 417-425), Eddie Gillespie (Winning Right, 187-232), que reconocen su importancia dedicando un capítulo en sus memorias. E incluso Fred Thompson, exsenador y famoso por su papel en la serie Ley y Orden, que ejerció de sherpa del actual presidente del Tribunal, el juez Roberts, o Steve Schmidt, que sería el jefe de campaña de McCain en 2008.

Su trabajo incluye expurgar los historiales vitales y profesionales de los candidatos, realizar entrevistas a fondo para su selección, presentar al candidato al Comité Judicial y al resto de miembros del Senado, proteger su historial y su imagen de los ataques públicos, trabajar con los grupos de activistas, responder cientos de preguntas enviadas por los senadores y preparar a conciencia al “candidato” para unas audiencias que serán necesariamente desagradables, además de gestionar el día a día de la comunicación.

Todos han tenido que lidiar con acusaciones desagradables: acoso sexual, plagio, favoritismo en el proceso de adopción de un hijo…

Todos han tenido que lidiar con acusaciones desagradables: acoso sexual (Thomas y Kavanaugh), plagio (Gorsuch), favoritismo en el proceso de adopción de un hijo (Roberts), o racismo (especialmente ofensivo al venir de Ted Kennedy y referirse al Juez Alito, hijo de un inmigrante italiano) e incluso ataques de los grupos conservadores por no ser suficientemente conservador (lo que obligó a renunciar a Harriet Miers nominada por George W. Bush).

Es muy probable que, a partir de mañana, comience una batalla similar. Antes de hacerse pública la nominación ya han comenzado las críticas, que se han centrado en la condición de católica de la nominada a la que acusan de pertenecer a la comunidad religiosa en la que supuestamente se inspiró ‘El cuento de la criada’.

Ante la posibilidad que, a pesar de estas críticas, la nominación salga adelante, dando lugar a una Corte de marcado talante conservador, se plantean ya distintas propuestas.

La primera sería reproducir el bloqueo que sufrió Merrick Garland, al ser nominado por Obama en su último año de mandato, un precedente que ha sido invocado en el proceso que empieza hoy. Aunque la situación no es la misma, los principios han vuelto a ceder frente a los intereses de unos y otros, y los que en 2016 defendieron el derecho del presidente de nominar un candidato hasta su último día en la Casa Blanca, hoy se agarran al calendario (más allá de que exista un buen número de nominados en el último año y algún ejemplo de procesos de confirmación de una duración similar).

La historia muestra que, por su independencia y profesionalidad, una vez nombrados los magistrados actúan con libertad

La segunda, la del filibusterismoya ha sido desactivada. Los republicanos terminaron con esa posibilidad al extender a los Jueces del Supremo el uso de la “opción nuclear” (establecida por los demócratas en 2013 para sacar adelante las nominaciones judiciales federales), lo que permitiría aprobar la confirmación de Barrett por mayoría simple.

Como última opción se habla de aumentar el número de magistrados. El tamaño de la Corte Suprema, que no se establece en la Constitución, no ha variado desde 1869, y el último intento serio de cambiarlo fue realizado por F. D. Roosvelt, que fracasó en el intento. La opción de aumentarlo solo se justificaría por el miedo a una Corte excesivamente conservadora y sería una opción demasiado agresiva, al modificar una institución básica por un motivo puramente coyuntural.

De todos modos, la historia nos muestra que, como consecuencia de su independencia y su elevada profesionalidad, una vez nombrados los magistrados actúan con una gran libertad, y casos como el de jueces como Frankfurter, Black, Earl Warren o el mismo Roberts explican que pese a que en los últimos 50 años 14 jueces han sido nombrados por Presidentes Republicanos frente a 4 nombrados por Presidentes Demócratas, las decisiones del Tribunal Supremo sigan siendo una referencia jurídica y moral, y no solo en Estados Unidos.

Publicado en El Confidencial

Resiliencia

Resiliencia

Es el momento de la libertad en Venezuela, en el que se está jugando la libertad; y la libertad exige claridad en su defensa. No admite medias tintas ni amagos.

Hace un año Juan Guaidó era proclamado presidente interino de Venezuela y reconocido por más de 50 países y organismos internacionales. Estuve dudando si escribir en este mismo espacio que la cosa no sería inmediata, que Maduro tenía mucho que perder, que iba para largo, pero no quise confrontar con el optimismo generalizado que entendía que el régimen caería como fruta madura. Ignoraban quizás el ejemplo de Cuba, y el protagonismo que la dictadura castrista ha tenido en el país. No se trataba solo de financiación a bajo precio, ni de intercambio de mano de obra barata por petróleo, en un esquema muy parecido al de la esclavitud, sino de una cuestión de “principios”. Hacía ya años que Fidel Castro había bendecido a Hugo Chávez como el heredero legítimo de su Revolución, y en la supervivencia del régimen se jugaba el prestigio de La Habana.

Venezuela tiene un sitio reservado en el libro negro de la democracia del siglo XXI. Ha sido pionera en demostrar que, incluso tras el “fin de la historia”, es posible acabar con la democracia. Su constitucionalismo bolivariano, promovido activamente por asesores españoles, ha marcado el camino: desestabilizar la política, llegar al gobierno, y comenzar paso a paso a desmontar la división de poderes y acumular todos en el gobierno, normalmente a través de un proceso constituyente.

Desde la aprobación de la Constitución bolivariana de 1999, el chavismo ha ido reduciendo los espacios de libertad. De la promesa inicial de liberar a un pueblo de sus fantasmas, pasó a encadenarlo a la revolución bolivariana. Nada nuevo bajo el sol, una reedición del guion de las dictaduras comunistas que en Latinoamérica empezó Cuba hace 60 años y que aun hoy lucha por perpetuarse. Poco a poco fue llegando la ruptura progresiva de la institucionalidad, las persecuciones políticas y las torturas y asesinatos, el exilio… mientras una sociedad civil cada día más perseguida, mantenía viva la llama de la democracia a base de trabajo y esperanza

Desde la llegada del chavismo al poder, Venezuela no ha dejado de deteriorarse. De manera progresiva y constante se han ido disolviendo los distintos poderes, empezando por el militar, el judicial, el electoral…, sólo el Parlamento resiste, a pesar de los intentos de las últimas semanas. Menos libertad, menos instituciones, menos democracia, y a cambio, más corrupción de una cúpula dirigente que consolidaba sus privilegios mientras arruinaba el país, y la extensión del Estado a todos los campos de la sociedad desde una concepción totalitaria del ejercicio hegemónico del poder. Como consecuencia directa de todo lo anterior, hoy Venezuela es una maquina de producción de miseria. Un paraíso natural como Venezuela ha sido convertido en el paraíso de la corrupción, de la violencia y de la inseguridad, en un país sin ley. En el paraíso de las mafias, que arruinaron la que no hace tanto era una de las naciones más ricas de la tierra, en el que más del 20% de los niños sufren desnutrición y donde cada día es más difícil encontrar medicinas y alimentos básicos. Un país del que huyen sus ciudadanos, dejándolo todo atrás. Más de 5 millones de exiliados, una quinta parte de su población total, que, esparcidos por toda Latinoamérica y España, tratan de recomenzar sus vidas.

Quizás lo más admirable de este proceso, para los conocedores de otras dictaduras latinoamericanas, sea cómo de momento se mantienen tanto el respaldo internacional como el trabajo incansable de la oposición al que, a pesar de la represión sistemática del régimen contra los demócratas, no han logrado nunca doblegar. La oposición democrática venezolana no ha dejado ni un minuto de trabajar dentro y fuera para devolver la libertad a su país. Y lo han hecho a pesar de los agoreros, de las amenazas, de las persecuciones, de las torturas y agresiones, de las detenciones (más de 15.000) e incluso de la prisión (388 presos políticos que están aún en la cárcel) y el asesinato de muchos compañeros, auténticos mártires de la democracia.

A pesar de todo, la oposición nunca ha renunciado a la vía democrática, nunca asumió la vía totalitaria, y ha considerado siempre la democracia como la única vara de medir. Demócratas pacíficos, luchadores de la libertad, convencidos que a la falta de democracia sólo se le derrota con más democracia y que nunca han cedido a tentaciones simplistas, convencidos de que su perseverancia tendría frutos. Una sociedad que, a pesar de divisiones y diferencias estratégicas esenciales, nunca dejó de fortalecerse y trabajar, nunca perdió la esperanza. Resistiendo en las instituciones, sin abandonar nunca la calle, sin acostumbrarse y, sobre todo, sin rendirse nunca.

Una sociedad que, a pesar de divisiones y diferencias estratégicas esenciales, nunca dejó de fortalecerse y trabajar, nunca perdió la esperanza

En España sabemos bien la importancia del apoyo internacional que en su momento nos prestaron países como Venezuela para acabar con la dictadura. Pero ser agradecidos no está al alcance de cualquiera y mientras unos colaboraban con esta labor de destrucción de la democracia, ejerciendo de asesores mientras se lo llevaban crudo y no dudaban en blanquear al régimen opresor y colaboraban a internacionalizar el “modelo” derramando lágrimas a la muerte del tirano, otros ejercían de palmeros entre silencios cómplices y sonrisas culpables. Ambos presumen hoy de mala memoria y miran hacia otro lado, sin retirar el doble póster del Chávez y el Che de sus armarios. Durante mucho tiempo se ha acusado a la derecha de introducir a Venezuela en la agenda política de manera artificial pero ésta vez ha sido el Gobierno el que le ha otorgado carta de naturaleza. El Gobierno español, sin duda condicionado por su acuerdo con Unidas Podemos, ha pasado de reconocer al presidente Guaidó y “avanzar con decisión junto al pueblo venezolano en el camino de la democracia” a ningunearlo como, en boca del Vicepresidente Iglesias, un líder más de la oposición venezolana, un trato similar al que le dispensa el gobierno de Nicolás Maduro. El gobierno ha ido un paso más allá y uno de sus ministros con más peso político, el señor Ábalos, se ha encontrado con la vicepresidenta del país, ignorando las sanciones de la Unión Europea que el gobierno socialista de España una vez apoyó.

Hoy, es más importante que nunca mantener la presión internacional y las sanciones impuestas a los dirigentes. Hoy, más que nunca, es importante proteger a los demócratas otorgándoles apoyo y visibilidad. Es necesario mantener viva la llama de la democracia para que nadie pueda acostumbrarse, considerar su causa una causa perdida y ver cómo normal en Caracas lo que nunca admitirían como normal en Madrid. No es hora de compadreos y confusión, que sólo sirven para blanquear un régimen de terror.

Es el momento de la libertad en Venezuela, en el que se está jugando la libertad; y la libertad exige claridad en su defensa. No admite medias tintas ni amagos, sino una disposición comprometida. O libertad o tiranía. No hay más. Porque Venezuela vive un momento crucial, y España no puede mirar hacia otro lado, no puede emboscarse tras la confusión que sistemáticamente está destilando el Gobierno. No, España no puede mirar para otro lado. No sólo por gratitud y justicia, sino que con las actitudes desconcertantes que está poniendo en juego el Gobierno, nos jugamos perder la confianza de nuestros socios europeos y dejar de liderar las políticas europeas con Latinoamérica. Venezuela grita libertad. España no puede responder con el silencio, no puede colocarse en el lado oscuro de la historia.

 

Publicado en El Confidencial

El gobierno de la crisis

El gobierno de la crisis

No es cuestión de alarmarse, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis

Tras la investidura del presidente Sánchez, hoy se dará a conocer al Rey la composición definitiva de su nuevo gobierno. Con los nombramientos se pondrá fin al paréntesis de provisionalidad que empezó tras las elecciones de abril, pero no a la percepción de estar viviendo una crisis nacional que va más allá de quién se siente en el Consejo de Ministros.

Se trata de una sensación que viene arrastrándose desde hace unos años, pero que va cobrando cada vez más fuerza. Frente a los que consideran la alarma exagerada o los que suelen recetar «paso del tiempo» como solución a todos los problemas, independientemente de su gravedad, este momento de relativa calma que nos regala la formación de gobierno puede ser un buen momento para revisar un poco más a fondo esta crisis.

Para hacerlo podemos encontrar algunas en un libro de reciente publicación: ‘Crisis’, (Debate, 2019) lo último de Jared Diamond (autor de ‘Armas, gérmenes y acero’, ganador del Premio Pulitzer en 1998). El autor analiza, a la luz de los mecanismos de estudio de las crisis personales, una serie de crisis nacionales vividas por países tan distintos como Japón, Finlandia, Chile, Indonesia, Australia y Alemania, en diferentes momentos de la historia contemporánea. Los países en los que se centra el estudio, además de haber vivido crisis históricas claramente identificables, coinciden en la peculiaridad de ser países en los que el autor tiene una serie de experiencias personales, ya que ha vivido en todos ellos durante temporadas largas, llegando a conocer a fondo su lengua y su cultura, lo que otorga al estudio un extra de frescura y profundidad.

Aunque el libro no se asoma a España, puede ser interesante tratar de aplicar su mismo procedimiento de análisis, el de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países, que nos permite contar con nuevos instrumentos para analizar esta época global de turbulencias y, sobre todo, nos permite arriesgar con una aplicación de este particular método al punto de inflexión que podría estar viviendo nuestro país.

Reconocer la crisis

Podemos decir que hoy existe un consenso nacional bastante amplio en que hay algo en nuestro sistema que no funciona y que es necesario hacer cosas diferentes para solucionarlo. Ese consenso sobre la existencia de una crisis es el primer paso. Si entendemos la crisis como culminación de una serie de presiones que se han ido acumulando durante años, o una actuación súbita sobre ellos, identificar el qué y el por qué será lo primero que haya que hacer.

Puede ser interesante tratar de aplicar el procedimiento de la metodología de las terapias de crisis personales a las crisis de los países

Identificar la crisis es también diferenciar el tipo de crisis al que nos estamos enfrentando. El autor diferencia las que son consecuencia de una intervención externa y en cierta manera inesperada, que causa una profunda sacudida (Finlandia y Japón); las crisis de estallido repentino consecuencia de turbulencias internas (Chile e Indonesia) y las que, sin necesidad de un estallido repentino, se fueron desarrollando gradualmente (Australia y Alemania). De momento, en este punto, España se encontraría entre la segunda y la tercera categoría, sin tener claro cuánto tiempo faltaría para la explosión o si estamos ya metidos de lleno en su desarrollo gradual.

Tan peligroso sería no reconocer la crisis, como asumir que todo está en crisis. De ahí la necesidad de acotarla. En términos de Diamond «la construcción de un cercado» que permita formular y aislar las instituciones y políticas que requieren cambios de las que no y evitar la melancólica impotencia que provoca la sensación de que todo va mal. En este punto, en nuestro país no es lo mismo señalar la crisis como exclusivamente económica, con la necesidad de acabar de absorber las heridas sufridas desde 2008 y prepararse ante nuevas arremetidas; de políticas, con un agenda que pivota en sus ejes «clásicos», sin acertar a dar respuesta a los verdaderos problemas de las sociedades del siglo XXI; de liderazgo, con partidos políticos que han dejado de ser intermediarios útiles para convertirse o en aislantes o en colonizadores, con resultados parecidos; o una crisis sistémica o constitucional, que afectaría de lleno a las instituciones. Reconocer la experiencia española en crisis históricas anteriores, como la Transición, así como la capacidad de afrontar el fracaso y explorar soluciones alternativas al problema, también pueden ayudar a afrontar esta crisis con más garantías de éxito.

Asumir la responsabilidad

Lo siguiente sería aceptar la responsabilidad. Abandonar los cruces de acusaciones, tan genéricas como infecundas, entre la «casta», el «sistema», la clase política y sus líderes, el mundo empresarial, la sociedad civil… y asumir la propia responsabilidad. En esta asunción de responsabilidades, cada actor con trascendencia pública tendría que realizar una autoevaluación honesta, antes de lanzarse a señalar la responsabilidad del resto. Empezar por uno mismo siempre es un buen punto de inicio.

El componente exterior también puede condicionar la respuesta a la crisis. La situación actual de inestabilidad global, con una Unión Europea que se enfrenta a su propia crisis, hace que más que el apoyo, tengamos que buscar casos parecidos en otros países que se encuentran en proceso, o ya han afrontado experiencias similares, tan habituales en estos tiempos.

La autoestima también es imprescindible para afrontar una crisis con éxito. Esta apelaría al sentido de identidad nacional, el sentido de pertenencia compartida y el optimismo de sus ciudadanos sobre las posibilidades de su país para afrontar el futuro. De ahí las dificultades añadidas para un país donde el desprecio a lo propio se asume con cierto aire de distinción, como el único espacio donde ejercitar el sentido crítico, y donde los intentos de afrontarlo, dentro de estrategias de diplomacia pública y marca país, han quedado abandonados entre la propaganda y las buenas intenciones.

Condicionantes como la situación económica, que no acaba de recuperarse con energía, el abandono de los territorios rurales de interior, o la crisis demográfica, van a marcar también la capacidad de respuesta.

A estos elementos habría que añadir otros factores distintos, más difíciles de encontrar en las crisis personales, que resultan imprescindibles para afrontar las crisis de los países: un liderazgo consciente y determinado, dispuesto a poner la resolución de la crisis por encima de sus intereses personales o partidarios; la existencia de instituciones consolidadas, capaces de aguantar los temblores les afecten, por el impacto directo o el desgaste al que las someten aquellos que las ven como obstáculos para encontrar una solución y buscan atajos; y la necesidad de un consenso básico, en el diagnóstico y las medidas necesarias para su solución…

No desperdiciar la crisis

Todo lo anterior no puede prolongarse eternamente, existe un momento, limitado en el tiempo, donde hay una apertura a afrontar la crisis y realizar los cambios necesarios, si no puede enquistarse o incluso empeorar. Un periodo, que en el caso de las personas suele ser de seis semanas, en el que hay mayor sensibilidad para detectar el problema y la posibilidad de probar nuevas formas de gestión, y que cuando no logra resultados provoca que volvamos a nuestros antiguos hábitos, y que en el caso de los países debería medirse en años. El tiempo necesario para reconocer el fracaso de los métodos anteriores, probar nuevas fórmulas e identificar si las medidas implementadas han dado resultado.

No es cuestión de alarmarse innecesariamente, ni entrar en una espiral de ocurrencias, ni caer en la parálisis, sino de entender que, como decía Churchill, nunca se debe desperdiciar una buena crisis.

 

Publicado en El Confidencial

Un año en blanco

Un año en blanco

Acabamos el año sin gobierno y lo que es peor, acabamos un año que se nos ha ido entre campañas electorales, negociaciones de gobierno, y alguna que otra sorpresa

En estos tiempos donde la política se retransmite en streaming y se ventila en whatsapp y las redes sociales, las horas parecen meses y lo sucedido hace un mes lo buscamos como si hubiera pasado hace un siglo, en los libros de Historia. De ahí que no esté de más aprovechar los avisos que nos da el calendario para echar la vista atrás y ver lo que ha sucedido este último año.

Hace 12 meses el Gobierno de España parecía encaminado a agotar la legislatura. Tras la sorpresiva moción de censura, daba la sensación de que el apoyo a Pedro Sánchez era algo más que un voto de rechazo a Rajoy. Tras un comienzo fulgurante y, a pesar de que los primeros meses de un gobierno galáctico habían sido más accidentados de lo que se esperaba, el conflicto catalán había entrado en una nueva fase de «diálogo» con el encuentro de Pedro Sánchez y Quim Torra en Pedralbes y los presupuestos parecían encaminados, sobre la base del acuerdo entre Unidas Podemos y el Partido Socialista. Mientras, en la oposición, el Partido Popular, parecía enterrar el conflicto habitual de las elecciones internas y, con la celebración de una «Convención Ideológica», se disponía a empezar un periodo de renovación.

Como si todo lo anterior no hubiera existido, en febrero cambió el guion drásticamente: al anuncio de la creación de una mesa bilateral de diálogo entre los gobiernos de España y Cataluña, fuera de los cauces parlamentarios, con la presencia de un “relator”, le siguió la celebración en Colón de una manifestación que unió los destinos de PP, Ciudadanos y Vox (que habían empezado a encontrarse en las negociaciones para gobernar Andalucía). El rechazo tres días después, de los Presupuestos Generales del Estado en el Congreso de los Diputados provocaría la convocatoria de elecciones generales, dando al traste con la estabilidad de un gobierno que solo dos meses antes parecía sólido.

El rechazo tres días después, de los Presupuestos, dando al traste con la estabilidad de un gobierno que solo dos meses antes parecía sólido

El adelanto electoral, tan cuestionado, resultó un claro acierto estratégico y, si hacemos caso al poselectoral del CIS, la foto de Colón consiguió resolver cualquier duda que pudiera albergar el votante socialista, que acudió en masa a las urnas (76%), otorgando una victoria cómoda al Partido Socialista (28,68%) y una sonora derrota al Partido Popular (16,7%), que además veía cómo su rival más directo Ciudadanos (15,86%), se situaba a menos de un 1% de votos, con la aparición de Vox en el arco parlamentario (24 escaños), cuestionando seriamente su liderazgo en la oposición.

De amortizar al PP a refundar Cs

Durante las semanas siguientes, muchos amortizaron a Casado, dando por hecho el sorpasso de Rivera, pero solo un mes después, la aritmética municipal pondría de manifiesto que las conclusiones eran apresuradas. El PSOE (29,26%) repitió su triunfo electoral, pero vio cómo el PP (22,23%) superaba las expectativas y, además de conservar el gobierno en Comunidades Autónomas como Madrid, Castilla-León y Murcia, recuperaba el gobierno de ciudades como Madrid y Zaragoza, y quedaba muy cerca de lograrlo en Valencia. Mientras, Ciudadanos (8,25%), aunque era previsible por el número de candidaturas presentadas, se alejaba casi un 15%, disipando en menos de un mes las expectativas generadas.

Empezarían entonces las distintas negociaciones para la formación de gobierno donde la eficacia del PP, Ciudadanos y Vox para entenderse, contrastó con la incapacidad del PSOE para construir una mayoría suficiente de gobierno nacional (lastrado por la negativa de Rivera para siquiera sentarse en la mesa de negociación). La incapacidad inicial para ponerse de acuerdo se volvió rechazo y riñas, que de puertas afuera parecían más propias de un patio de colegio, y que nos abocaron a la convocatoria de unas segundas elecciones que dejaban en manos de los españoles señalar a los culpables.Si acertar con el momento fue parte del acierto del gobierno socialista en abril, no se puede decir lo mismo de las segundas elecciones. A expensas del poselectoral del CIS, nos atrevemos a señalar como la sentencia del Tribunal Supremo, por los hechos del 1-0 de 2017, la exhumación de Franco (convertida en un acontecimiento histórico de urgencia por la propaganda socialista), y el empujón de última hora de una macroencuesta del CIS, si bien parece que disminuyeron el crecimiento del PP e impulsaron a Vox, no lograron la mejora del PSOE (28%) que vio cómo en el plazo de seis meses disminuían sus votos y sus escaños, mientras el PP (20,82%) lograba recuperarse del batacazo de abril, Ciudadanos (6,79%) veía como su apoyo se diluía y Vox (15,09%) lograba un millón de votos más, duplicando sus escaños.

Esta vez bastaron dos días para escenificar un principio de acuerdo. Sánchez e Iglesias se olvidaban de todo lo que se habían dicho durante los meses anteriores y sellaban un abrazo que parecía destinado a convertirse en la semilla del primer gobierno de coalición de la historia reciente de nuestro país. De poco servía recordar las contradicciones, o esbozar otras alternativas; el presidente había decidido ya su opción favorita de gobierno y de nada hubieran servido otros ofrecimientos. Desde entonces, los ecos de las negociaciones se han ido haciendo cada vez más discretos y hoy, a expensas del acuerdo final que debe contar con la aceptación de ERC, es difícil conocer su contenido.

Esta vez bastaron dos días para escenificar un principio de acuerdo. Sánchez e Iglesias se olvidaban de todo lo que se habían dicho

Acabamos el año sin gobierno y lo que es peor, acabamos un año que se nos ha ido entre campañas electorales, negociaciones de gobierno, y alguna que otra sorpresa. Un año vacío del que será difícil rescatar algún acontecimiento que haya impactado en la vida de los españoles y en el que incluso la Cumbre Mundial del Clima, organizada con tanta eficacia como premura por el Gobierno de España, acabó con una declaración descafeinada que, aunque pudiera haber sido peor, deja cierta sensación de fracaso.

La política española ha perdido un año; pero no todo son malas noticias. Las selecciones nacionales, masculina y femenina, han obtenido resultados extraordinarios en campeonatos internacionales en deportes tan variados como el baloncesto, el waterpolo, el hockey o el balonmano (a la espera de campeonato de Europa masculino que empieza en los próximos días) y, como viene siendo habitual, nuestros deportistas como Ona Carbonell o Rafa Nadal han vuelto a tocar la gloria. En España es fácil encontrar consuelos.

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